–¿Estás bromeando? –Abigail arrugó la ropa de Lufa con sus manitas.
La expresión de la chica fue una mezcla de miedo y enojo. Su mirada no se apartó de Lufa esperando una respuesta.
–Hablo en serio.
Clorinde, desde un costado, tenía la boca abierta en incredulidad. Nunca se le había pasado por la cabeza que la solicitud de Lufa sería tan impactante, pero luego de pensarlo unos segundos recordó lo ocurrido en ese último año y soltó algunas palabras.
–Tal vez… ¿por esto hiciste que vayamos al bosque y matemos muchas bestias?
Lo que dijo Clorinde era cierto, por ello Lufa asintió con un rostro lleno de culpa.
–¡No! ¡No pienso hacerlo! –decretó Abigail con enojo y salió corriendo.
Lufa quedó con la mano extendida, sin poder decir nada, solo viendo como Abigail desaparecía entre los árboles dirigida al pueblo.
–Haaa –suspiró Clorinde –¿en serio creías que iba a aceptar?
Ella se sentó sobre un tronco caído, luego, hizo una seña para que Lufa se siente a su lado.
–No creo que esté lista, pero es importante para mi –respondió Lufa.
–Debiste decírselo mucho antes. Sabes que lleva practicándolo casi un año sin saberlo.
–Esperaba que se acostumbre a tratar con la sangre para decírselo, pero… ya sabes cómo actúa al tratar con esas bestias –comentó con vergüenza.
–Ah, tienes razón. Pero, hermano, ¿es necesario herirte? ¿no dijiste anteriormente que para ese tipo de cosas es suficiente con sangre de bestia?
Clorinde solo se atrevía a llamarlo hermano cuando se encontraban solos.
–Bueno, con respecto a eso tienes que saber que mi cuerpo es algo especial.
Lufa le explicó qué es lo que necesitaba y para qué lo necesitaba, así como también la rareza de su piel al tocar la sangre de bestias infundidas en mana.
Luego de escucharlo, Clorinde se quedó completamente estupefacta, comprendiendo los problemas que tenía Lufa.
Desde antes, ella siempre se preguntó cómo es que Lufa les enseñaba magia y nunca mostró ni siquiera un hechizo. Al preguntarle a Abigail, esta solo llegó a contestarle que era un tema tabú que ella desconocía y que no debía preguntarlo.
Clorinde nunca pensó que la razón fuera que Lufa no podía usar mana. ¡Que sufrimiento debe haber sido para él tener tanto conocimiento y no ponerlo en práctica!
Los ojos de la chica se humedecieron y apretó sus puños.
–¿No soy lo suficiente buena para ayudarte? –preguntó Clorinde con la voz ronca.
Lufa le acarició la cabeza y limpió sus lágrimas contenidas antes de que cayeran.
–Has avanzado de un modo inimaginable en tus conocimientos mágicos en todo este tiempo, pero para este caso se necesita una gran cantidad de mana y en este momento tu cuerpo no podrá soportarlo.
Clorinde se mordió los labios con decepción.
–El próximo año podrás hacerlo –la consoló –. Si Abi no acepta, solo debo esperar un año más. Tranquila, es poco tiempo.
–¡No! ¡Un año es mucho tiempo! ¡Convenceré a Abigail para que te ayude!
A Lufa le sorprendió la seriedad de Clorinde, observando sus ojos decididos supo que Abigail lo iba a pasar mal si se encontraban.
–Déjame intentarlo primero –mencionó soltando un largo suspiro.
Ella aceptó a regañadientes.
Así ambos avanzaron hacia el pueblo en busca de Abigail.
Cruzando el camino de vuelta, notaron los campos verdes cubiertos de trigo sin madurar. En unos meses más todo estaría de un color dorado.
Había muchos adultos arando la tierra y revisando otro tipo de cultivos. Cuando vieron a Clorinde y Lufa, saludaron con asentimientos. La situación era totalmente distinta a como trataban al chico hace un par de años.
Unos minutos después se encontraban de pie frente a la casa de Abigail.
–Será mejor que vaya solo –dijo Lufa.
Él tenía miedo de que Clorinde se molestara con Abigail. Aunque este tipo de situaciones habían ocurrido pocas veces en este último año, él aún recordaba el dolor de cabeza que fue hacer que se reconciliaran.
–Está bien hermano –respondió luego de quedarse en silencio un momento –. Estaré esperando buenas noticias. –añadió, antes de alejarse en silencio.
Tomando un largo respiro, Lufa golpeó la puerta de madera un par de veces.
Una serie de pasos se acercaron desde dentro. Al abrirse la puerta, salió una mujer con proporciones devastadoras mostrando una sonrisa seductora.
–Señorita Kalissa, buenos días. Veo que sigue tan hermosa como siempre.
–Corta los halagos, niño. Dime, que hiciste esta vez. Mi pequeña se encerró en su cuarto luego de llegar con los ojos rojos –mencionó con una mirada que irradiaba frialdad.
Lufa curvó sus labios en una sonrisa incómoda.
–Solo dije algunas cosas sin pensar –se rascó la cabeza –, pero puedo solucionarlo si me disculpo. Por favor déjeme hablar con ella.
Kalissa, quien tenía los brazos cruzados, frunció el ceño.
–Si no fuera porque me caes mejor, ya te hubiera echado a patadas. Ve, tienes diez minutos, no más.
Luego de soltar esas palabras, la mujer dejó un espacio libre por donde Lufa ingresó luego de soltar un "con permiso".
A diferencia de la casa de Lufa, esta vivienda contaba con muchas puertas para cada habitación.
El chico subió a la segunda planta y se paró frente al último cuarto perteneciente a Abigail. Con una mano dio unos golpecitos ligeros a la puerta.
–No tengo nada, solo quiero dormir –se escuchó una voz débil desde dentro.
–Abi, soy yo.
Lufa esperó unos segundos, pero no hubo respuesta alguna.
–Voy a entrar –dijo, mientras empujaba levemente.
Las puertas de este lugar eran bastante simples si se comparaban con las casas de las ciudades donde al menos tenían una manera de bloquearse.
–¡No entres! –gritó Abigail mientras corría para impedir el ingreso de Lufa.
Para cuando la chica llegó a la puerta, Lufa ya se encontraba dentro.
Él vio el cabello alborotado de Abigail y sus ojos enrojecidos debido al llanto.
Abigail se quedó pasmada solo un momento antes de correr hacia su cama y meterse bajo las sábanas, envolviendo su cuerpo como una oruga.
–¡Vete! ¡No quiero verte!
Despacio, Lufa cerró la puerta y se acercó a la cama.
Luego de sentarse al borde, bastante cerca de su amiga, habló –Abi, lo siento.
–Déjame sola –respondió instantáneamente.
–Claro, pero primero déjame decirte algunas palabras. No necesitas responder, solo escúchame.
Lufa tomó el silencio como aceptación.
–En primer lugar, quiero pedirte disculpas por todo el sufrimiento que te causé al pedirte que practiques con las bestias. Y también sobre lo de hoy. ¡Lo siento!
No hubo reacción por parte de la niña.
–Conversando con la pequeña Cloro, hoy, me di cuenta de que en realidad ella no sabía sobre mi problema con el mana, así que te agradezco por mantenerlo en secreto. Por otro lado, la marca que te pedí que aprendieras puede solucionar ese problema.
Hubo un ligero movimiento en las sábanas provocado por la sorpresa de Abigail.
–¡Tú dijiste que las marcas funcionan si las dibujas con sangre de bestia! ¡Pero ahora quieres que te corte la piel! ¡Mentiroso! –mencionó enojada.
Lufa notó que Abigail estaba temblando por la manera en que se movían las sábanas.
–No te mentí cuando te dije eso –Lufa respondió –, pero mi cuerpo es distinto.
Lufa le contó cómo su piel absorbía la sangre infundida en mana y todo lo que sabía de eso.
–¿En serio? – preguntó Abigail, intentando creerle.
–No te mentiría –aseguró Lufa.
Con esas palabras, Lufa acercó sus dedos a las sábanas y lentamente las deslizó hacia atrás, dejando al descubierto el rostro lloroso de su amiga. Luego, con sus manos, limpió suavemente sus mejillas.
–Pero no quiero hacerte daño –sus labios se fruncieron con tristeza.
–No es como si me gustara que me hagan daño –respondió –, pero es necesario.
–¿Y si lo hago mal? –preguntó asustada.
Al momento, como si imaginara eso, se puso pálida y se llevó la mano a la boca.
Lufa la llevó a su pecho y la abrazó, dándole palmaditas en la espalda. Él se sintió culpable y decidió no forzarla.
–No te obligaré a hacerlo. Tranquila.
–Pero…
–No te preocupes. Clorinde quedó en ayudarme más adelante. Además, necesito preparar algunos elementos para recargar mi mana cuando tenga la marca. Así que puedo aprovechar en conseguirlos hasta ese día.
–¿Recarga de mana? ¿Como la transferencia? –el cuerpo de Abigail se tensó.
El recuerdo de cómo le transfirió su mana a Lufa parpadeó en su imaginación, enviando ondas por su espina dorsal.
–Ah, sí. Ambas funcionan para lo mis…
Una premonición dentro de él impidió que continúe con sus palabras, pero ya era demasiado tarde.
Abigail empujó ligeramente el pecho de Lufa y se quedó mirándolo con el rostro sonrojado.
–Te ayudaré –mencionó, sin dudas.
Gotas de sudor invisibles se formaron en la espalda del chico.
–No tienes que forzarte.
–¡Te ayudaré! –respondió al instante la chica, con una mirada resuelta que no aceptaría una negativa.