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Chapter 52 - Conversación de chicas

Cuando la nube de polvo intentaba asentarse en el suelo, una explosión expulsó más partículas, provocando que la visión de todo el lugar quede bloqueada nuevamente.

Una serie de sonidos atronadores espantó a los pájaros quienes volaron de la copa de los árboles hacia diferentes lugares graznando con molestia.

–Es-espera – Clorinde jadeó.

El escudo azul brillante que la protegía parpadeó un par de veces antes de desaparecer.

Las bolas de fuego que iban dirigidas hacia ella se extinguieron antes de llegar a tocarla.

La pequeña niña suspiró de alivio, mientras caía de trasero al suelo y manchaba su lindo vestido de cuero.

–Lo siento, no me di cuenta de que ya no podías –se acercó Abigail a paso rápido.

–No, no. Es culpa mía. – Clorinde negó.

Parándose frente a ella, Abigail le tendió la mano y la ayudó a levantarse.

–Ahora que lo pienso… Eres muy buena eliminando tus propios hechizos, por un momento creí que me quemarías. –Clorinde lucía un poco asustada.

–¡He practicado mucho! –asintió con orgullo.

Al notar que la nariz de su amiga se elevaba hacia el sol, Clorinde no soportó su arrogancia y dijo –Y aun así sigues temblando al matar venados.

La niña se puso roja de vergüenza antes de comenzar a hacerle cosquillas a Clorinde.

–Dónde está la niña que se escondía detrás mio todo el día. Tu confianza subió bastante eh.

–Jaja. Basta. Ya no, por favor. Jajajaja –Clorinde rogaba piedad mientras reía con fuerza.

Con los movimientos bruscos de las niñas, todo el polvo que quedó en sus cuerpos por su batalla simulada cayó, provocando que Abigail estornude.

Al darse cuenta de lo sucias que se veían, Abigail dejó de molestar a su amiga.

–Vayamos al río a limpiarnos –dijo.

Ambas chicas avanzaron tomadas de la mano.

Por el sol se pudo verificar que ya era mediodía.

Un año había pasado desde la primera cacería de ambas niñas.

Desde entonces, una vez cada tres días Lufa las llevaba al bosque para que se acostumbren a usar su magia contra seres vivos.

Los otros días ellas se quedaban practicando cerca al riachuelo, en su lugar secreto, mientras Lufa volvía a adentrarse a las profundidades del bosque.

Las chicas llegaron a una de las partes más profundas del riachuelo donde este se congregaba para formar una especie de lago pequeño y comenzaron a sacarse las prendas, quedando solo en ropa interior.

Abigail, quien estaba a punto de cumplir once años, tuvo cambios corporales por la pubertad. Tanto caderas como pecho comenzaron a curvarse y adquirir rasgos bastante femeninos. De igual manera, Clorinde también iba por el mismo camino.

–¿Puedes dejar de mirarme de esa manera? –Clorinde se cubrió el torso con las manos, avergonzada.

–Hmp –Abigail desvió la mirada con molestia. –¿Es que acaso todo lo que comes se va a tus pechos?

Clorinde siempre se sintió inferior a Abigail en todos los sentidos, pero, en este momento, al ver su disgusto por algo tan trivial, tuvo sentimientos encontrados. Al menos entendía que en eso no iba a perder.

Clorinde suspiró, cerrando los ojos.

–Tch –se escuchó desde un costado.

–¿En serio te importa tanto? –sonrió con desgana.

El cuerpo de Abigail se hundió en el agua, dejando solo sus ojos azules a la vista. Con la boca dentro del agua, soltó algunas palabras que salieron como burbujas de aire, pero sin dejarse entender.

–¿Dijiste algo? –replicó Clorinde mientras se lavaba el cabello.

–Mi mamá lo dijo –murmuró.

–¿Eh? ¿Qué dijo la tía? –frunció el ceño.

–Que a los hombres le gustan grandes –el volumen de su voz disminuyó hasta casi desaparecer con la última palabra.

–¿Eh? –Clorinde tenía los ojos bien abiertos, sin poder creer lo que había escuchado.

Sus labios temblaron al igual que sus hombros, tratando de aguantar la risa, así que metió su cabeza dentro del agua y comenzó a reír.

Las burbujas llevaron consigo rastros de las carcajadas de Clorinde, avergonzando aún más a Abigail.

Cuando la niña se quedó sin oxígeno, subió su cabeza lentamente con los ojos fijos en su amiga.

–¿Es por Lufa? –sonrió con malicia.

El rostro ruborizado de Abigail se tornó de un carmesí intenso, subiendo hasta sus orejas.

–¡Q-quién habla de él! –respondió con pánico.

Clorinde parecía bastante divertida.

–¿Eh? ¿No te gusta? –la chica actuó sorprendida –Pero todos en el pueblo saben que te gusta.

Fue el turno de Abigail de sorprenderse. Su mandíbula cayó ligeramente.

–¡No le dije a nadie! –se puso de pie, exaltada, creando ondas en el agua.

–Pff –Clorinde no pudo contenerse, explotando en carcajadas – Jajajaja.

–¡Tú! –Abigail señaló a Clorinde, entendiendo que había sido burlada.

–Jajaja. No te enojes –la consoló –. Lo que dije no fue una mentira. En realidad, todos lo saben.

Abigail parecía dudar.

–No pueden saberlo –ya no intentó ocultarlo.

–Siempre estás con él –Clorinde comenzó a enumerar –. Van a todas partes juntos. Se la pasan acariciándose. Cuando no estoy se toman de las manos.

–¡Cómo!

–¿Eh? ¿Creías que no lo sabía? –sus labios se curvaron con malicia –Jeje. Incluso tus padres te vieron un par de veces.

Las palabras de la niña provocaron un fuerte daño mental a su amiga, quien se llevó las manos al rostro intentando esconderse.

–Quiero morirme –susurró con voz ronca.

Luego de bañarse, también lavaron sus faldas en el cauce del riachuelo, dejándolo libre de toda suciedad.

Abigail hizo un círculo mágico de viento cálido en sus manos, secando su ropa en cuestión de minutos. Luego, uso lo mismo para secar tanto su cuerpo como el de Clorinde.

Sentadas sobre una gran roca, Abigail manipulaba su hechizo para secar el cabello de su amiga con una mano, mientras que con la otra usaba un peine para dejarlo alisado.

–Entonces –mencionó Clorinde –, ¿cuándo le dirás a Lufa?

El hechizo de Abigail se detuvo.

–Yo…

–Escuché a muchas chicas mayores hablar cosas buenas sobre Lufa. Incluso una amiga de Miena dijo que esperará hasta que Lufa se haga mayor, pues quiere que sus hijos también tengan lunares bonitos bajo sus ojos.

Los puños de Abigail se apretaron con un toque de enojo.

–Es muy guapo –mencionó Clorinde – y también me gustan sus lunares.

La chica había sufrido un cambio radical. Aún era callada, pero estando frente a Abigail y Lufa se soltaba completamente. En ocasiones como esta se burlaba mucho de su amiga.

–¡Tú! –Abigail abrazó a Clorinde –¿Lo dices en serio?

–Quien sabe –se acurrucó en los brazos de su amiga –. Por eso debes darte prisa.

–Yo…lo sé –murmuró con tristeza –, pero sabes cómo está Lufa ahora.

Clorinde suspiró.

Ellas notaron el cambio que tuvo Lufa desde hace un año.

El chico parecía ser el mismo, solo que en ocasiones se quedaba con la mirada perdida, claramente pensando en algo, pero nunca dijo por qué. Abigail intentó preguntarle muchas veces, pero él siempre negó, diciendo que no era nada importante con una sonrisa.

El aura madura y melancólica que portaba en ocasiones impedía que las chicas continúen provocándolo.

Clorinde se dio cuenta que cuando se adentraban a cazar en el bosque Lufa parecía dudar al pedirles que ataquen a los monstruos.

El rostro del chico mostraba mucho dolor al ver a Abigail temblando y esforzándose por cumplir con la caza, pero nunca dijo que no lo hiciera, al contrario, la incentivó a seguir adelante.

Todo eso le pareció muy raro, pero por más que pensó en ello nunca entendió el porqué.

Recordando esas cosas, la niña preguntó –Abi, ¿llegaste a aprenderte el hechizo que te pidió Lufa?

Lufa siempre ponía énfasis en que la niña aprendiera un hechizo en particular, como si su vida dependiera de ello.

–Lo llevo analizando desde el año pasado –suspiró –. Ahora, lo puedo dibujar hasta con los ojos cerrados.

–Supongo que debe ser algo importante –respondió Clorinde.

En la espesura del bosque cubierto de niebla, Lufa corría de regreso con la ropa manchada totalmente de sangre.

Esta vez se había adentrado al menos cincuenta kilómetros al sur del pueblo.

En ese lugar encontró muchas bestias mágicas y demoniacas de alto nivel que no suponían amenaza para él.

Luego de muchos minutos notó los robles envueltos con cuerdas y pedazos de tela. Había llegado al límite del pueblo.

Lufa redujo la velocidad.

Inhalando una bocanada de aire fresco, su mente se puso clara.

–Parece que es hora –exhaló, con un semblante decidido.