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Chapter 41 - Memorias del asesino 1

En la madrugada cubierta de niebla, un joven Lufa de 17 años, salió como un ladrón de su casa con una mochila de cuero en la espalda. Dentro de ella, algo de ropa y oro que podría durarle muchos años.

Se acercó hacia las carretas que estaban a punto de partir.

Liderando a la gente con pinta de bandidos, el obeso recaudador apreciaba con lascivia escondida a las chicas que se llevaba como intercambio.

–Porcus –mencionó Lufa –. Toma el oro y vámonos.

El gordo volteó con una expresión de arrogancia que se ablandó al recibir una bolsa pesada. El brillo dorado de las monedas hizo que una sonrisa grotesca se dibujara en su grasoso rostro.

–Bien, sube –mencionó, apuntando a la última carreta llena de algunos sacos de granos.

Sin perder el tiempo, Lufa brincó, escondiéndose en el vagón y cubriéndose con algunos sacos vacíos.

Minutos después se oyó la voz de Crinar.

–Chicas, van a tener mejor vida que la gente de aquí –soltó una risa seca –. Porcus, debes cuidarlas por favor.

–No se preocupe jefe Crinar, todas las chicas viven en buenas casas al servicio de muchos nobles. Ellos son tan buenas personas que incluso les dan educación. Toma por hecho de que ellas escribirán cartas en las siguientes temporadas para informarles sobre sus lujosas vidas.

–Entonces nos vemos. Cuídense mucho –La voz del jefe parecía dudar.

Lufa detuvo la respiración al escuchar los pasos cerca. Le costó un poco mantenerse inerte durante el tiempo de la revisión.

–Todo en orden, jefe –aprobó Tudor.

–Entonces, hasta la próxima cosecha –río descaradamente el recaudador.

–¡Arre!

La caravana comenzó a movilizarse.

Cuando sintió que ya habían avanzado lo suficiente, Lufa salió debajo de los costales, con una expresión de júbilo.

El chico odiaba ese lugar recóndito, así que se escapó, dejando a Miena sola.

–Qué pensará Miena al encontrar mi nota –una risa burlona se escapó de sus labios.

El viaje en carreta fue demasiado cansado. Incluso estando sentado sobre los costales de trigo sentía que su trasero no podía aguantar más.

Hicieron una parada al mediodía para descansar y continuaron su recorrido hasta entrada la noche. Ya que no podían avanzar en la oscuridad, hicieron una fogata y acamparon al costado de la carretera.

Las mujeres jóvenes notaron a Lufa entre la gente y se acercaron a él, sorprendidas.

Todos en el pueblo conocían al chico problemático y a Miena.

–Lufa, ¿qué haces aquí? ¿Miena sabe que saliste?

Sin tomarle importancia, Lufa solo volteó la cabeza sin responderles.

Las mujeres se preocuparon por él gracias a Miena. Como el chico fue descortés, al igual que siempre, dejaron de tomarle importancia.

El grupo partió antes del amanecer.

Fue un día cansado para todos. Solo cuando el cielo oscureció llegaron a la salida del bosque donde un campamento se alzaba portando la bandera del ducado Allen.

Lufa se escondió pues andaba de incógnito.

Cerca de él hablaron el líder Jhodde y Porcus.

–¿Otra vez solo chicas quieren salir del ducado?

–Solo cumplo los deseos de estas jóvenes –mencionó Porcus.

–¿Hacia dónde van? –preguntó el soldado.

–¿Necesitas preguntar por la vida de otros? –replicó la voz chillona del gordo, algo enojado.

Lufa, entre los costales, frunció el ceño. Por la conversación de Porcus notó que no habló sobre el intercambio de mujeres que supuestamente pidió el duque por el tributo faltante.

Casi a medianoche el carruaje ingresó a Briefel, luego de que Porcus mostrara su insignia los guardias cedieron el paso a la ciudad.

 Lufa se encontró extasiado al observar edificaciones de piedra blanquecina.

Muchas calles portaban lámparas mágicas que iluminaban gran parte de la ciudad la noche, haciendo de esa una preciosa vista nocturna. Era la primera vez que el chico presenciaba algo así.

Tras avanzar algunas calles, llegaron a un barrio alejado en completa oscuridad.

Porcus, con su cuerpo regordete, luchó por bajarse del carruaje y se acercó a Lufa.

–Cumplí mi parte. Ya puedes irte –mencionó.

Recordando el cruce de palabras que tuvo el gordo y Jhodde, Lufa sintió que algo iba mal con las chicas.

Él no era un santo ni un héroe, pero no le gustó que otros se aprovechen de la gente. Además, ahora tenía tiempo de sobra.

–¿Puedo ir con las chicas? Tengo algunas conocidas entre las que se fueron y quiero verlas –mintió.

–Ya cumplimos el contrato, muchacho. Solo vete y vive una buena vida –Porcus parecía un poco enojado.

Cuando sus secuaces bajaron del carruaje con actitudes matonescas, el chico retrocedió y se fue sin decir nada.

Al doblar por una esquina, no continuó su camino, sino que observó entre las sombras al grupo.

Lufa los siguió durante varios días.

Porcus paseó por toda la capital de lugar en lugar con toda su caravana. Pasando de casa en casa por las noches, las chicas volvían a subir a la mañana siguiente al mismo carruaje.

Lufa siempre estuvo vigilándolos, alquilando posadas cercanas y regalando dinero, pues los dueños aprovecharon su desconocimiento de precios.

Lufa se aburrió bastante rápido.

Al quinto día, cuando el chico pensaba en olvidar a Porcus y su grupo, los siguió hasta una mansión gigantesca en una zona poco concurrida al noroeste de la ciudad.

Para entonces Lufa se encontró totalmente desanimado. Sintió que perdió muchos días por una suposición estúpida.

En ese momento, los secuaces del gordo bajaron a las chicas que luchaban intentando zafarse. Con fuerza bruta, todos los secuaces las llevaron dentro de la mansión.

Lufa se sintió un poco asustado, sin saber que hacer.

"¿Debería avisar al duque?", sus puños se apretaron y se preparó para correr.

–Pequeña rata –se escuchó desde su espalda.

Lufa giró su cuerpo poniéndose en guardia.

 Un anciano decrépito lo observaba desde la oscuridad. Su piel estaba pegada a sus huesos y apenas tenía cabellos en su cabeza.

–Viejo, no deberías asustar así a la gente –suspiró Lufa –. Estoy un poco ocupado ahora, te daré algunas monedas luego.

Lufa pasó por su lado y le propinó unos golpecitos en la espalda.

Lufa sintió asco al sentir que la mano llena de suciedad del anciano le agarró la muñeca. Sus dedos esqueléticos parecían ramitas que podrían quebrarse fácilmente.

–Chico, ¿tus padres no te enseñaron a observar con quién estás hablando antes de actuar?

Esas palabras hicieron que Lufa apriete los dientes. No quería saber nada de sus padres.

–¿Y los tuyos no te enseñaron a mantener la boca cerrada?

Lufa empujó al viejo y sintió que trataba con una roca. Él fue quien retrocedió.

Como si estuviera quemándose, el viejo expulsó humo oscuro de todo su cuerpo.

Lufa dejó caer su mandíbula.

Fue su primera vez tratando con un mago. Para su mala suerte, se cruzó con uno oscuro.

–¡Ahhh! –Lufa gritó al ser lanzado por los aires.

Su caída provocó que golpeara su brazo izquierdo, quedando adolorido en el suelo.

A los pocos segundos, un grupo de personas aparecieron. Eran Porcus y sus secuaces. El anciano lo arrojó a la vista de todos.

–Esta rata estaba observándolos desde hace días –mencionó el anciano.

–Muchas gracias, lord Lezeras –Porcus bajó la cabeza, haciendo una reverencia y mostrando una actitud aduladora.

Lufa usó toda su fuerza en las piernas y salió corriendo, acelerando a máxima velocidad.

Luego de unos 20 pasos algo le golpeó el tórax y estampó su cuerpo con la pared cercana.

Lufa tosió sangre y se paró nuevamente, solo para ser empujado nuevamente a la pared.

El viejo tenía la mano extendida. De ella, una garra gigantesca hecha de oscuridad presionó al chico, dejándolo sin escapatoria.

Lezeras se acercó poco a poco con la otra mano sosteniendo su barbilla.

–Este chico es bastante interesante –mencionó –. Con esos golpes no debería ser capaz de ponerse de pie. Su cuerpo luce muy resistente.

La garra del viejo manipuló a Lufa y lo observó con detenimiento, para luego sonreír alegremente como un niño.

–Me lo llevaré –declaró –. No tienen problema, ¿cierto? –amenazó al grupo.

–Nn-n-o. C-claro que no, lord Lezeras. Por favor haga lo que quiera –Porcus sudó frío por un instante.

–Bien –mencionó –. Le hablaré bien de ti a Fulman.

–Gracias. Muchas gracias –el cerdo estuvo a punto de arrodillarse.

–¡Viejo de mierda! ¡No tienes el derecho de llevarme! –Lufa vociferó con enojo.

–Jojojo. Chico, nadie pidió tu permiso –el abuelo parecía encantado.

Con un apretón de su mano la garra realizó la misma acción, dejando a Lufa inconsciente por la presión y el dolor.

El viejo avanzó lentamente llevándose al chico y desapareció entre la umbra de las casas oscuras de Briefel.