Lufa despertó por el eco de las cadenas rozando con el suelo.
Al abrir los ojos, divisó todo el lugar y recordó que se encontraba aprisionado en un lugar desconocido con gente en la misma situación que él.
Mientras el sonido se acercaba más, cayó en cuenta que no solo las cadenas sonaron, sino también había algo pesado arrastrándose.
Cuando Prion pasó la puerta, Lufa verificó que, efectivamente, llevaba consigo un balde de madera bastante pesado del cual se derramaba un líquido viscoso.
Como si de mendigos se tratasen, todas las personas, que hasta el momento estuvieron inertes en las esquinas de sus celdas, volvieron a la vida y se abalanzaron hacia delante.
Lufa, quien se encontraba tirado boca arriba, sintió movimiento también cerca de él.
La joven llamada Telmina avanzó junto a sus pequeños hermanos, posicionándose junto a un bebedero que Lufa no había notado hasta ese entonces.
El esclavo avanzó con su pesada carga. Recogiendo con un plato hondo, llevó el contenido hacia los bebederos de cada celda.
Lufa comprendió. ¡Los estaba alimentando como si fueran animales!
Al chico le entró un sentimiento raro, quería criticar, pero recordó que los últimos meses estuvo mucho peor que ellos y no podía quejarse.
Lo que le parecía más triste, es que también moría de hambre y le entraron ganas de comer aquella comida para cerdos.
Las personas. No, no se les podía llamar personas. Eran animales que luchaban por comida, llevando sus manos hacia aquel bebedero y arrojándolos a sus bocas.
Su desgracia era tal, que hasta lo que cayó al sucio suelo cubierto de sus propia suciedad fueron limpiadas con sus lenguas.
Cuando Prion llegó a la última celda donde se encontraba Lufa, ya no quedaba casi nada de aquella "comida", así que rascó todo el contenido que pudo y lo arrojó en el plato. Luego, sin decir palabra alguna, se alejó.
Lufa se esforzó por avanzar, pero su debilidad hizo que sus movimientos fueran lentos.
Al sentir que el chico avanzaba, Telmina miró hacia atrás y dudó por un buen rato, antes de sacar a sus hermanos que comían con las manos temblorosas.
–Tienen que dejar un poco para él –murmuró.
Los niños miraron el alimento con tristeza y asintieron. Por sus posturas parecían querer comer aún más, pero obedecieron a su hermana y volvieron a la esquina de siempre.
Telmina, con cierta duda, avanzó hacia Lufa y lo ayudó a acercarse al bebedero.
–Gracias –mencionó.
Lufa no lo sabía, pero aquella palabra fue dicha por última vez hace diez años, cuando aún era niño.
Sin importarle el decoro, metió su rostro en el bebedero y comenzó a sorber lo que quedaba.
Sus papilas gustativas solo habían probado pan duro por un buen tiempo, así que aquella sopa de sobras para animales le supo como un festín proveniente del cielo.
Le entraron ganas de llorar por todo lo que pasaba, pero se contuvo.
Lufa no dejó ni un solo rastro de trigo.
Con la ayuda de Telmina, avanzó hasta la esquina contraria y se sentó apoyado contra la pared.
–Gracias, nuevamente –mencionó con dificultad.
La chica solo asintió.
Los ojos de Lufa divisaron la habitación y notó que todos estaban acurrucados nuevamente, dormidos. Al observar su propia celda, notó que los pequeños hermanos de la joven tenían los ojos cerrados y. sus respiraciones constantes.
–¿Por qué duermen tan rápido? –preguntó Lufa con un murmullo.
La chica puso una cara de desconcierto, antes de darse cuenta de a qué se refería y respondió –Si te mantienes despierto mucho tiempo te dará hambre. Deberías dormir también.
Luego de soltar esas palabras, ella cerró sus ojos, decidida a no responder más.
Lufa entendió que ellos estaban en el mismo predicamento que vivió con el viejo mago, solo que aquí había más espacio y obtenían mejor comida.
Con su experiencia, sabía que no podía hacer nada así que también cerró los ojos y se durmió.
Pasaron las horas.
Lufa despertó nuevamente por el sonido de las cadenas arrastrándose por el suelo.
Estiró sus músculos y sintió que su cuerpo estaba mucho mejor que antes.
Por el rabillo del ojo vio movimiento en su celda, así que giró su cabeza.
Los hermanos pequeños de la joven de cabello alborotado tiritaban de miedo y se puso con el acercamiento del esclavo. Lufa vio como Telmina abrazó a sus hermanos con fuerza tratando de parecer calmada, pero ella también temblaba.
Todas las personas en aquellas celdas tenían las mismas expresiones temerosas, solo llegando a calmarse después corroborar que Prion no se acercaba a ellos.
Así, el esclavo llegó a la última celda donde se encontraba Lufa y la abrió.
Los niños temblaron aún más, escondiéndose tras su hermana.
Prion avanzó hacia Lufa y lo jaló tomándolo del cuello.
Él quiso resistirse, pero se contuvo recordando lo que pasó con el viejo mago al intentar escapar, así que se dejó arrastrar.
En el camino, observó que las miradas de la gente encarcelada parecían aliviadas, incluso sus compañeros de celda portaban el mismo semblante.
Prion pasó por muchas habitaciones antes de llegar a un lugar extenso, casi de la misma magnitud que la habitación donde se encontraban las celdas, pero era muy diferente de esta última.
Lufa verificó que este sitio estaba bien iluminado con las mismas rocas esmeralda que anteriormente vio, pero con mayor brillo. Además, había muchos objetos metálicos regados por toda la habitación, ya sean punzocortantes o vasijas tendidas con partes humanas encima.
Las paredes inicialmente blancas, tenían manchas rojas, obviamente de sangre.
Todo el lugar se encontraba realmente desordenado.
Al centro del lugar, un hombre delgado con traje estéticamente ceñido a su cuerpo jugaba con unas tijeras mientras revisaba un libro.
Prion se detuvo a un metro del mago y bajó su cabeza con sumisión, tirando a Lufa delante suyo.
El hombre dejó sus tijeras a un lado y levantó del cabello a Lufa, observando cada parte de su cuerpo como si tratara con un juguete.
Lufa, por su parte, observaba todo el lugar buscando algo para salvarse. Deteniendo sus pupilas en las tijeras que el mago había soltado.
–Tráeme el pincel y el balde con sangre de por allá –apuntó Fullman a una esquina.
Sin perder tiempo, Prion avanzó con rapidez, trajo las cosas y las dejó las cosas delante de su amo.
–No entiendo qué de bueno tienes –culpó Fullman mirando a Lufa con enojo –. Esta basura me costó veinte personas.
El mago recogió el balde y la puso sobre una mesa de metal. En todo ese tiempo nunca había soltado el cabello de Lufa.
Cogió un pincel y lo untó con sangre de bestia demoniaca.
Mientras el mago removía el pincel, Lufa se dispuso a actuar.
Con la mayor fuerza que pudo, empujó su cuerpo hacia adelante y se separó del mago.
Sus manos se abalanzaron hacia las tijeras plateadas colocadas en la meza y luego de cogerlas apuñaló con toda la fuerza posible al mago.
El mago se sorprendió y no logró activar su hechizo a tiempo, así que esquivó con rapidez.
La hoja de esas tijeras hizo un swing, pasando cerca de su cabeza, pero solo cortando algunos cabellos.
Lufa maldijo su pésima coordinación física, antes de sentir una presión sofocante en todo el cuerpo.
Al igual que el viejo mago, humo negro salió del cuerpo de Fullman y se transformó en una mano que aprisionó a Lufa.
Lufa apretó los dientes.
Al posar sus pupilas en el rostro de Fullman, Lufa se sorprendió al descubrir que este no tenía un semblante enojado, sino bastante curioso.
–Impresionante –señaló –. Creí que Lezeras soltó puras tonterías, pero realmente dijo la verdad.
Fullman observó con detenimiento a Lufa desde distintos ángulos antes de coger el pincel manchado de sangre que había dejado caer y acercarlo a su pecho.
Con un movimiento de mano, el mago destrozó la ropa del joven, dejándolo totalmente desnudo.
Así, Fullman procedió a hacer garabatos en el pecho de Lufa con la intención de ponerle una matriz mágica al igual que todos sus esclavos con la finalidad de obtener una obediencia total.
El mago imbuyó con mana el pincel y soltó un brillo rojizo, tiñendo de carmesí toda la habitación.
El pincel llegó hacia la piel de Lufa y Fullman fue testigo de algo sorprendente.
¡La sangre no pudo manchar el cuerpo de Lufa!
Su cuerpo absorbió todo a una velocidad impresionante.