Lufa avanzaba lentamente entre la espesura del bosque.
Su porte actual lucía distinto de cuando ingresó en la mañana.
Por la posición del sol, Lufa supo que no había pasado demasiado tiempo desmayado, pero dentro de él sintió un cambio drástico.
Los recuerdos vívidos incrustados en su mente provocaron una variedad de pensamientos que influenciaron su estado actual.
Ambos brazos caían con desgana. En la mano derecha, sin presionar demasiado, la daga plateada se balanceaba suavemente entre sus dedos al ritmo de sus pasos.
Habiendo recorrido cientos de metros, el chico no se dio cuenta que, de entre los arbustos, manteniendo una figura baja, un felino del color de la noche se preparaba para atacarlo.
Este gigantesco gato lo estuvo siguiendo desde hace un tiempo, esperando el momento adecuado para abalanzarse sobre su presa.
Luego de muchos minutos en los que se movió con cautela, comprendió que el humano parecía sumido en sus pensamientos y supo que era el momento adecuado.
Manteniendo la cabeza baja, se acercó sin hacer mucho ruido. Cuando estuvo a menos de diez metros, saltó hacia adelante con las garras extendidas, buscando tumbarlo y pegarle un mordisco.
¡El humano no se había dado cuenta del ataque!, o al menos eso creía.
Justo en el instante antes de impactar, el chico humano dio un paso hacia el costado, esquivando milimétricamente sus afiladas garras.
Las patas delanteras chocaron con la tierra, así que espero a sus patas traseras para girar y lanzarse nuevamente al ataque.
Cuando se dispuso a hacerlo, sintió que su cabeza se movía de forma anormal, antes de caer a un costado. Su cuerpo no respondió.
Sus pupilas alargadas percibieron al chico que mantenía un semblante aburrido y, entre sus manos, una daga goteando sangre.
Atacar al humano fue un error, pero ya era demasiado tarde para lamentarse.
Por otro lado, Lufa, quien había cortado de manera limpia el cuello de la bestia, se acercó ágilmente y clavó su daga en la cabeza del animal.
Con un poco de esfuerzo, separó los huesos del cráneo con los dedos cubiertos de sangre y sacó un líquido gelatinoso plateado.
Antes de que el líquido se solidifique se lo llevó a los labios y tragó sin miramientos.
Tal como en sus memorias, el líquido bajó hasta su estómago y se expandió por todas partes, pero lamentablemente desapareció en cuestión de segundos.
–Haaaa. Maldita sea –suspiró, lleno de sentimientos encontrados.
El experimento confirmó los hechos que sabía: necesitaba sí o sí dibujar la obstrucción de mana en su cuerpo si quería volver a ser un mago.
Lufa continuó su caminata con desgana.
En su trayecto de retorno fue emboscado por algunas bestias más, pero todas terminaron muertas y con los cráneos abiertos.
Luego de una hora, cuando el sol había pasado su punto más alto, llegó al lugar donde ambas niñas practicaban magia.
Mientras más se acercaba al sitio, el sonido de las explosiones y silbido de proyectiles se hicieron más fuertes.
Ambas niñas jugaban a lanzarse diversos proyectiles creados con magia. El punto principal era esquivar con sus cuerpos y, si no podían, pararlas con sus barreras brillantes.
Como Abigail tenía mucha más experiencia y talento que Clorinde, Lufa le dio la tarea de solo lanzar hechizos con formas geométricas perfectas, las cuales requerían mayor concentración y tiempo en realizarse.
Todos los días Lufa le imponía una tarea distinta para que la pequeña no caiga en la rutina y pueda mantenerse siempre presionada.
Las niñas corrían de un lado a otro, mientras conjuraban círculos mágicos son sus pequeñas manos imbuidas en mana y se escondían entre los diversos troncos para desviar las bolas de fuego y carámbanos.
Lufa no lo sabía, pero ambas niñas ya se encontraban muy por encima de los mejores magos aprendices del ducado.
Abigaíl lanzó un carámbano cónico que aceleró a una velocidad sorprendente. Este proyectil iba dirigido hacia Clorinde que corrió muy cerca de Lufa.
La niña, al ver la mirada perdida de su amigo, gritó con terror –¡Lufa!
Lufa, por su parte, salió de su estupor y movió la cabeza instantáneamente.
El pedazo de hielo pasó zumbando muy cerca de sus oídos, enviándole escalofríos a su espalda.
Si no fuera por el grito de su amiga, Lufa tendría el rostro ensangrentado en este momento.
Abigail salió lanzada como una flecha y revisó a Lufa detenidamente. Ella estaba envuelta en pánico y miedo, con el rostro totalmente blanco.
–¿Estas bien? ¿Te golpeé en alguna parte? ¡Lo siento mucho! –mencionó con rapidez.
Clorinde llegó casi al mismo tiempo. Su boca se abría y cerraba con inquietud, también lucía igual de ansiosa que su amiga
"Preocupar a dos pequeñas niñas de este modo ¡Cómo puedo ser tan estúpido!", se maldijo a su mismo.
Lufa inhaló y exhaló lentamente.
–No es culpa tuya, tranquila. Solo… –Lufa le acarició el cabello –Tenía muchas cosas en mi cabeza y no me di cuenta.
–Pero… –Abigail estaba muy deprimida.
Lufa acarició con sus dedos el rostro de la niña que parecía estar a punto de estallar en lágrimas.
–¿Debería sentirme feliz por la preocupación de dos niñas tan lindas? –Lufa sonrió con picardía, buscando apaciguarla.
El cerebro de Abigail hizo cortocircuito y enterró su cabeza en el pecho de Lufa. Sus orejas enrojecidas mostraron su vergüenza.
–¡Tonto! – Abigail golpeó el estómago de Lufa muy despacio.
Al costado, Clorinde saboreaba el momento portando una sonrisa atontada.
Luego de calmar a su amiga, Lufa cambió de tema.
–Abi, ahora sé cómo obtener mana dentro de mi cuerpo. Voy a necesitar tu ayuda para lograrlo –mencionó con seriedad.
Abigail abrió los ojos y boca con incredulidad al igual que Clorinde.
Ambas niñas sabían que Lufa no podía manipular mana. Era un tema tabú para ellas mencionarlo pues creían que el chico se deprimiría. Nada más alejado de la verdad.
–¿Hablas en serio? ¡No mientas! ¿De verdad? –Abigail agarró del cuello a Lufa, acercando su rostro al de él.
–Sí –afirmó, retrocediendo un poco.
Abigail curvó sus labios en una sonrisa llena de felicidad genuina.
–¡Pídeme lo que quieras! ¡Vamos! ¿Qué debo hacer?
La niña parecía muy emocionada por ayudarlo.
–A decir verdad… –Lufa parecía en conflicto.
Lo que estaba por pedirle era una cuestión de suma importancia para él, pero no quería exponer a Abigail a escenas sangrientas. Si no fuera por la urgencia, Lufa ni siquiera lo hubiera mencionado.
–Abi, voy a ser muy sincero contigo –Lufa presionó los hombros de su amiga –. Ayudarme significa que tienes que salir del límite del pueblo.
–¿Qué? ¡Pero afuera hay bestias! –Clorinde interrumpió, levantando la voz.
–Justo por eso. Esto va para las dos. Si quieren ayudarme van a tener que pelear con esas bestias –Lufa las miró con una expresión seria.
Ambas chicas cruzaron miradas sin saber que decir.
–No voy a obligarlas a salir. Solo quiero que sepan que tarde o temprano tienen que lidiar contra las bestias. Si en este momento no se sienten lo suficientemente fuertes para adentrarse en el bosque, entonces olviden lo que dije. –Lufa curvó sus labios –. Pero, si van conmigo, les prometo que no dejaré que les pase nada.
Lufa tenía muchas formas de incitarlas a que lo sigan, pero no estaba dispuesto a tratar con ellas de esa manera.
Por otra parte, lo que requería Lufa no era específicamente que las chicas peleen con las bestias, sino que se acostumbren a la sangre.
En este momento, Abigail era la única que podía dibujar el círculo de Obstrucción de mana en la espalda de Lufa, así que era inevitable que manipule la daga y grabe los símbolos en su piel.
Lufa tenía en mente usar a las bestias como práctica para las chicas, haciendo que ganen experiencia que les servirá a futuro, además de acostumbrarse a situaciones complicadas.
"Mientras no nos adentremos, entonces no habrá problemas", Lufa se repitió.
Pasó algún tiempo antes de que Abigail fuera la primera en hablar.
–¡Esta bien! ¡Te ayudaré! –mencionó con decisión. Ella tenía las cejas fruncidas y sus ojos ardían con determinación.
–¡Y-yo! –Clorinde se mordió la lengua –. Yo también voy.
Lufa asintió con gusto.
–No dejaré que les pase nada –prometió –. Además, tal vez no lo sepan, pero, ustedes son más fuertes que esas bestias en este momento –sonrió.
Las niñas volvieron a mirarse con duda.
–Abi, lanza una bola de fuego de dos cabezas de diámetro a ese árbol –Lufa mencionó.
Sin pensarlo, Abigail configuró una bola llameante que fue creciendo hasta alcanzar la medida indicada y voló al pino señalado.
La bola de fuego impactó con el pino, provocando una explosión y haciendo que las llamas se extiendan por sus ramas, antes de derribarlo.
Todos observaron como las ondas rojizas consumieron al árbol, dejándolo chamuscado y sin fuerzas para sostenerse por sí mismo.
–¿Aun no lo entienden? –preguntó Lufa.
Ambas ladearon la cabeza con consternación.
Lufa suspiró, apuntando al árbol caído –Chicas… Ustedes ya son más fuertes que cualquier adulto en el pueblo.
Los hechos eran irrefutables. Las niñas dejaron caer sus mandíbulas al comprender a qué se refería Lufa.