El mal tiempo había concluido y con ello la blancura del bosque se transformó en verdor.
El rocío ligero acariciaba las diminutas hojas recién nacidas de las plantas.
Aunque la brisa matutina llevaba consigo un frío que calaba los huesos no era nada en comparación con las semanas anteriores.
Entre los pinos descongelados, Lufa caminaba tranquilamente con una daga en la mano derecha y un bastón en la otra.
El token de los Noctas colgado en su cintura parecía repeler la neblina, proveyéndole una visión casi tan buena como si esta no existiera.
El invierno en el pueblo terminó sin muchos contratiempos, sin gente enferma o, peor aún, muriendo a diferencia de las demás zonas del ducado.
Con los sentidos del niño al máximo, este percibió el trinar de las aves y la exuberante vista de los altos árboles húmedos con sus ramas danzantes.
En ese momento también percibió un bramido en la cercanía.
Haciendo una estimación de la posición del animal, Lufa se escondió entre los gruesos troncos y observó de reojo esa zona.
A unos metros, un lánguido conejo color avellana tiritaba de miedo, escondiendo sus orejas bajo sus patas y con el hocico pegado al suelo.
Su agresor, un ciervo amaderado con cuernos oscuros de puntas blancas, gruñía acercando sus dientes rebosantes de odio. Aun siendo un animal tenía una expresión de sátira humana.
Lufa se sorprendió bastante, agudizando su visión y observando con detalle, se le escapó una sonrisa con los dientes apretados.
"¡Venado de mierda!", gritó a sus adentros.
Cómo no recordarlo, fue el animal que abusó de él en su primera salida al bosque, incluso burlándose del niño.
Casi intuitivamente, el animal con cuernos retrocedió unos pasos por la sed de sangre percibida, verificó sus alrededores y sus pupilas totalmente negras se cruzaron con las de un chico que lo veía con hambre.
Del mismo modo que el niño, ese ciervo contrajo sus cejas y lo observó petrificado, para luego de un instante sorprenderse. Parecía haberlo recordado. Solo que, esta vez, el pequeño humano emitía un aura distinta, provocándole miedo instintivo.
Lufa no perdió el tiempo y salió como una flecha hacia el animal.
El venado giró su cuerpo y se propulsó con sus largas patas.
Sin darle tiempo para nada, Lufa contrajo los músculos de su brazo derecho y con toda la fuerza que pudo reunir arrojó su daga.
Lufa lanzó el puñal hacia adelante, al lugar donde debería estar el animal dentro de un par de segundos.
Por su parte, el ciervo, sintiendo la muerte cerca, saltó con mayor ímpetu y la daga rozó sus patas traseras dejando una marca sangrienta, pero salvándolo una herida fatal.
La herida, aunque no profunda, había cortado algunos músculos principales e hizo que el animal ralentizara su velocidad normal.
–¡Vuelve aquí, pequeña perra! –Lufa corría tras él con los ojos enrojecidos y sedientos de sangre.
Un animal nunca se había burlado tanto de él, ni siquiera en su anterior vida, así que no descansaría hasta atraparlo.
A las demás bestias cazadas solo las había dejado a su suerte porque no le interesaba nada más que entrenar, ¡Pero no a este! !Lufa no descansaría hasta asarlo y comérselo!
Lufa y su presa se adentraron en el bosque hacia el sur.
El ciervo se desangró con el tiempo y la distancia entre ambos se acortó.
El enfoque del niño estuvo en cazar al animal, pero sin perder de vista sus alrededores.
Lufa sabía que se había adentrado en zonas peligrosas a las que no llegó anteriormente, pero su odio lo hizo avanzar, más aun sabiendo que el animal se encontraba a punto de ceder.
El venado liberó un bramido a máxima potencia que hizo eco en las zonas ennegrecidas del bosque.
Aprovechando ese momento de pánico, Lufa lanzó de nuevo su daga, esta vez impactando directamente al cuello del animal.
El pedazo de metal se quedó incrustado, expulsando la sangre a borbotones.
El ciervo continuó lanzando gruñidos con la poca fuerza que le quedaba, antes de caer de costado sobre unas raíces gigantescas que sobresalían del suelo.
¡Al fin lo alcanzó!
–¡Silencio! –Lufa abofeteó al ciervo.
El animal miró con resentimiento al chico que portaba una sonrisa macabra.
–Tranquilo, no morirás fácilmente. Primero tenemos que desangrarte.
El niño sacó la daga incrustada en el animal, agravando sus heridas.
–No pienses en escapar –Lufa apuñaló una de sus patas.
Luego, subió y bajó su daga una docena de veces, usando al animal como alfiletero mientras convulsionaba.
Una ola negativa se sintió en el aire.
–Gruuoowwww – Un bramido ronco expulsó a los pájaros que volaron sobre la copa de los árboles.
¡Era el sonido de una bestia enojada!
Lufa se puso en guardia, tratando de mantener la calma y saber de dónde llegaba el gruñido que parecía provenir de todas partes.
Lufa se quedó estático, tratando de hacer el menor ruido posible, pero el ciervo hizo todo lo contrario, golpeando su propia cabeza y bramando enardecidamente para llamar la atención.
"Este ciervo bastardo quiere joderme".
Sin pensarlo dos veces, Lufa puso fin a la existencia del animal cortándole el cuello.
Al instante siguiente, Lufa sintió peligro, con ello giró su cuerpo con rapidez y protegió su tórax cruzando los brazos.
Solo alcanzó a ver una gigantesca pata raspando el suelo y apresurándose hacia él, antes de lanzarlo por los aires.
Lufa voló por unos 6 metros haciendo una parábola y chocando con la tierra replegada de piedras. Debido a la fuerza del golpe no pudo maniobrar mientras caía, así que su espalda golpeó al suelo de lleno.
El aire escapó de sus pulmones por el impacto.
Aspirando bocanadas como un loco para recuperar sus sentidos, Lufa retrocedió con la ayuda de sus brazos, solo para darse con la sorpresa de que su mano izquierda estaba dislocada.
El suelo empezó a temblar por los pasos rápidos de la enorme bestia.
Levantando la cabeza, Lufa vio un gigantesco oso de 3 metros de ojos rojos frente a él. De los dientes afilados del animal mutado chorreaba sangre ennegrecida.
La bestia levantó sus garras por encima de su cabeza, antes de bajarlas al mismo tiempo.
–¡Mierda!
Lufa rodó entre sus cortas patas traseras, escapando del aplastamiento.
Las garras allanaron el suelo dejando marcas.
Lufa aprovechó el momento para regresar ante el ciervo muerto y coger la daga incrustada en su cuerpo.
–Grrrroooouuhh –La bestia giró y aceleró a cuatro patas.
Las piedras de los alrededores saltaban con cada paso del animal.
Lufa cogió la daga y esperó a la bestia.
El oso se detuvo frente al niño y lanzó un zarpazo con su pata derecha.
Lufa agachó su cuerpo y rodó, quedando atrás del animal. Luego, con todas sus fuerzas, saltó a la espalda de este y apuñaló hasta el fondo, entre sus costillas.
–Grooooooooohhhw –Un bramido furioso salió de sus fauces.
El oso estiró sus patas tratando de quitarse al niño que se balanceaba de un lado a otro en su lomo, pero le fue imposible por su misma naturaleza.
Lufa, sin importarle su mano adolorida, cogía como ambas el mango de la daga. El sonido de sus crujidos por el constante dislocamiento competía con los gruñidos del animal.
El oso comenzó a correr a cuatro patas y Lufa aprovechó para acercarse hacia su cabeza, trepando por el pelaje y hundiendo su daga cerca de las distintas costillas.
Con cada puñalada el animal bramaba de dolor.
Al final, no pudo aguantarlo más y se tiró al suelo, girando, buscando aplastar al niño con su lomo.
Con una patada, Lufa rebotó y cayó de pie a un costado, escapando de quedar atrapado entre toneladas de carne.
Aprovechando que el oso se encontraba tirado entre la maleza y piedras, Lufa aceleró al máximo y deslizó su daga hacia la cabeza del animal.
Fue imposible matarlo de un golpe con un arma tan pequeña, así que le quitó la visión de un ojo primero.
Una cicatriz sangrienta expulsó sangre como una fuente, mientras que el animal enfurecido buscaba nuevamente al niño.
Las garras del animal buscaron con frenesí al niño, pero este último lo esquivó rodando hacia la izquierda por donde no tenía visión.
Ahora Lufa la ventaja.
Luego de una lucha prolongada en medio de giros y zarpazos, Lufa logró conectar su daga con el otro ojo, dejando totalmente ciego al bestial oso.
El animal, sin poder observar, comenzó a atacar hacia todos los lugares posibles, pero le fue imposible acabar con el niño que siempre se mantenía a sus espaldas.
Solo era cuestión de tiempo para terminarlo.
Para que el animal no escape, Lufa hundió su daga un par de veces en los ligamentos de las patas traseras del animal ciego.
Poco a poco la bestia dejó de atacar y trató de huir, pero el niño no lo dejó.
Lufa de un brinco se sentó en su Lomo y con toda la fuerza que pudo reunir, perforó el cráneo del oso. Una vez, dos veces, tres veces. Hasta que quedó completamente inerte.
El chico relajó sus músculos y huesos adoloridos.
Su daga incrustada fue difícil de sacar, pero lo logró.
Junto con su arma salió propulsado un chorro de sangre, dejando visible parte del cerebro y una bola azul brillante debajo del mismo.
Lufa se acercó a verificar la canica líquida del tamaño de su mano.
Un dolor de cabeza se apoderó de él.
Frunciendo el ceño, lo observó con detenimiento.
En ese momento.
–¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh! –Un grito gutural se escapó de su pecho.
Su cuerpo tembló con locura, sus ojos enrojecidos comenzaron a derramar lágrimas sin parar y vomitó todo lo que tenía dentro.
El chico se desplomó en el suelo, mientras que en su cabeza los recuerdos contenidos se hicieron legibles.