–Haaaa. Haaaaa –Abigail mantenía un jadeo pesado.
Con la cabeza gacha, sus manos se encontraban apoyadas sobre sus rodillas, haciendo un gran esfuerzo por mantenerse de pie, mientras el sudor recorría por su rostro, pegando su cabello castaño a su piel nívea.
–¿¡A esto llamas entrenamiento!? ¡Es un abuso! ¿¡No puedes dejarme conjurar en paz!? –vociferó la niña con enojo.
Los niños llegaron bastante temprano al establo para practicar.
Abigail quería mostrarle a Lufa sus nuevos hechizos aprendidos y la rapidez al conjurarlos. Lastimosamente, el chico tenía otros planes.
–Abi, ¿alguna vez pensaste como es una lucha entre magos? –preguntó Lufa con las manos en la espalda.
La respuesta sorprendió a los presentes.
–¿Lucha? ¿Por qué pelearían? –preguntó con el ceño fruncido.
Lufa se dio una palmada en la frente. Había olvidado completamente que la niña desconocía sobre las cosas fuera de la aldea.
En un pueblo donde reinaba la amabilidad, ella no tenía idea de la profundidad de la maldad humana. Lo más cercano a un villano que ella conoció fue a Porcus. De forma parecida, trató la maldición de los huesos como una historia de fantasmas.
"Estoy seguro de que ella cree que la magia es un juego", se culpó.
Clorinde, quien mantenía sus palmas brillando por el mana, miró a su amiga con extrañeza. En ocasiones como esta, Abigail parecía menor que ella.
–Oye, Abi, ¿para qué crees que la gente aprende magia?
La niña mantuvo una expresión pensativa antes de contestar.
–Pues, para hacer fuego, hielo y más cosas. Ah, también para poder volar y …–Ella enumeró algunos puntos con sus dedos.
Satisfecha con su respuesta, curvó sus labios en una sonrisa, esperando la aprobación del niño.
Lufa cruzó miradas con una Clorinde consternada, para luego lanzar un gran suspiro.
–Ven, déjame contarte algunas historias.
Lufa la tomó de la mano y se sentaron en un tronco caído. Clorinde los acompañó.
–Fuera del pueblo existen muchos tipos de personas…
Abigail escuchó atentamente. Sus ojos brillaban por las historias del imperio. Pero poco a poco su semblante fue volviéndose pesado.
–En las carreteras aparecen bandidos con afiladas armas para robar…
El ceño fruncido de la niña no cambió por un buen rato.
–También hay magos oscuros que buscan acabar con cualquiera…
Si al inicio creyó que los bandidos eran personas viles, con las historias de magos oscuros y nobles malvados entendió de los peligros que tiene la gente de fuera.
–Por eso, pequeña Abi, la magia no es solo usado para ayudar a la gente. Por el contrario, se usa mayormente para protección –concluyó su relato advirtiéndole.
La chiquilla pasó un tiempo reflexionando con las pupilas desenfocadas.
–Si quieres quedarte toda tu vida en el pueblo no tienes que pensar en ello –añadió Lufa –, pero si piensas salir entonces es necesaria la práctica para defenderte.
Abigail sintió que algo iba mal en esas palabras.
–Tú… –sus ojos celestes se clavaron en el rostro del niño –¿piensas irte?
El chico dio un suave asentimiento con la cabeza y la niña tembló. Los labios de ella se separaron, pero no salió ni un murmullo.
Lufa desvió su mirada hacia el cielo gris.
–En algún momento todos saldremos –mencionó con nostalgia.
El tiempo pasó. Solo el viento susurrante hizo sonido alguno durante esos interminables minutos.
Apretando los puños, la niña giró la cabeza con vigor.
–¡Tú mismo lo dijiste! Yo debo cuidarte –mencionó con determinación, recordando el pasado juramento guardado en su corazón.
Haciendo memoria, Lufa recordó las palabras que soltó sin pensar hace poco tiempo y sonrió con ironía.
–Así que yo estaré a tu lado siempre. ¡No lo olvides! –replicó con seriedad.
La profundidad de las pupilas sin vida de Abigaíl envió escalofríos la espina dorsal de Lufa.
–Claro –solo le quedó aceptarlo.
Con esas historias "terroríficas" de fuera la pequeña niña se encontraba decidida a mejorar.
La práctica de ese día fue bastante complicada para Abigail.
–Tienes que seguir realizando tu círculo mágico sin pensar en lo demás –mencionó Lufa.
Cada que el hechizo se formaba en la palma de la niña, Lufa corría hacia ella y empujaba ligeramente su vara, golpeándola en cualquier área de su pequeño cuerpo.
Al intentar defenderse, ella perdía el foco y su hechizo se cancelaba.
–Abi, no necesitas concentrarte demasiado –Lufa la consoló –, tu cerebro solo necesita seguir dos órdenes: defender y atacar.
A un costado, Clorinde tenía la mandíbula totalmente caída. Ella sentía que había algo absurdo saliendo de la boca de ese niño, pero no se atrevió a contradecirlo.
Si era tan fácil entonces todos serían magos.
La situación se volvió más irracional cuando Abigail comenzó a defender y atacar adecuadamente solo con esas palabras.
"¿Tal vez soy muy tonta?", pensó ella.
Solo Lufa entendía que Abigail tenía un talento monstruoso en la magia y no necesitaba comprender los pormenores de lo que hacía. A la niña solo le bastaba con simplificarlo al máximo y su subconsciente haría todo por ella.
–No tengas miedo y lanza lo que conjuraste.
Abigail lucía preocupada por dañar a Lufa, pero con la mirada serena del niño ganó valor.
Así, ambos comenzaron a realizar una práctica de lucha.
Lufa corrió hacia ella apuñalándola con su vara de madera y Abigail respondía con un escudo brillante en esa parte del cuerpo, pero sin perder la concentración de su hechizo.
Cuando tuvo lista la bola de fuego, ella lo lanzó hacia su amigo, como si estuviera tirando una roca.
Con la baja velocidad del proyectil, Lufa lo esquivo de manera sencilla. Él había peleado con lobos mutados que eran decenas de veces más rápidos, así que el ataque de su amiga era un juego para él.
Luego de algún tiempo, Lufa cambió su estrategia y se quedó a varios metros alejado de ella. Cogiendo algunas piedras congeladas del blanco suelo las disparó hacia la niña.
El cuerpo de Abigail brillaba en las zonas donde la piedra impactaba y anulaba su daño. Así, ella se concentró en lanzar sus bolas de agua y fuego hacía su agresor.
El entrenamiento de Abigail continuó por una hora antes de que sus reservas de mana quedaran vacías y no pudiera defenderse más.
Al culminar su examen, la chica tenía los músculos de los brazos entumecidos por la serie de lanzamientos realizados.
–¿De qué te diste cuenta con esta práctica? –preguntó, avanzando hacia ella.
–Es muy cansado lanzar –respondió mientras se masajeaba sus delgados brazos.
–Luego te enseñaré como hacerlo del modo fácil –le acarició el cabello –, ¿algo más?
–Mi mana se acabó muy rápido por el escudo –se acurrucó en las caricias de Lufa.
–Entonces ¿por qué no esquivaste?
-¿Eh?
–Tienes piernas. Tiré las rocas sin mucha fuerza. ¿Por qué no esquivaste?
–Pero, el escudo –dudó.
–Claro, tienes un escudo que te protege, pero ¿no era más fácil retroceder un paso y gastar menos mana?
La niña reflexionó durante un momento.
–Esto también va para ti pequeña cloro –Lufa las observó con detenimiento –. El hecho de que practiquen magia no quiere decir que se quedarán quietas recibiendo todo lo que les lancen. Si es que pierden el escudo tienen que estar preparadas para escapar y necesitan esquivar.
Abigail sintió que la conversación se desviaba hacia un tema que no le gustaba.
–Es por ello que necesitan entrenamiento físico –Una sonrisa sádica se dibujó en la boca de Lufa.
–!Lo sabía! –Abigail pisó la tierra con enojo.
Llegado el mediodía, los tres niños regresaron al pueblo.
Lufa y Abigail caminaban juntos, mientras Clorinde estaba tendida como un cadáver en la espalda de Lufa.
Las niñas tuvieron un entrenamiento físico infernal.
La actitud de Clorinde hizo que no pudiera rechazar las palabras de Lufa, así que corrió y corrió sin detenerse hasta que su cuerpo cedió y quedó tendida en el suelo.
Al chico no le quedó más remedio que cargarla, pues ella no podía mover ningún músculo.
Luego de un corto recorrido cruzaron la entrada del pueblo.
En la plazuela, una carreta tirada por caballos se encontraba rodeada por los pobladores.
Al acercarse, Lufa escuchó diversas conversaciones y opiniones sobre el mismo tema.
Los soldados no encontraron a Caltus hasta el momento, así que desistirían de seguir buscándolo y lo considerarían como alguien muerto.
Lufa sintió que la niña en su espalda tembló y se acurrucó como un animal herido.
Clorinde escuchó todos los comentarios deprimentes sobre su familia.
Los sollozos de su amiga se clavaron como espadas en el corazón de Lufa, haciendo que él apriete los dientes de impotencia.