–Wruuughhhhh.
Un grito estridente hizo eco en el bosque cubierto de nieve.
El animal cargaba de un lado a otro moviéndose con frenesí. A veces se sacudía, otras veces rodaba por el suelo manchándolo del mismo color que sus pupilas enloquecidas.
Luego de varios minutos, el enorme jabalí perdió fuerzas y quedó tendido, sin vida.
Lufa retrajo su cuchillo y cayó del lomo, descansando al costado de ese gigantesco cerdo. Su respiración pesada demostraba la dificultad de su lucha.
Las prendas del niño tenían partes ensombrecidas, tanto por la sangre como por la nieve convertida en agua, sin poder diferenciar muy bien de cuál de los dos se trataba.
Su mano derecha sostenía la daga que el viejo Zigmund le pidió que entregara a su nieta. A diferencia de su color plateado característico ahora estaba completamente bañado en sangre, y cuando sea limpiado lucirá bastante opaco por las tantas veces que fue manejado estas últimas semanas para apuñalar.
Si tan solo la gente supiera que Lufa usaba el arma conmemorativa de esa forma se ganaría el repudio y tal vez hasta sería castigado.
Luego de unos minutos de descanso, el niño recuperó el aliento y se levantó masajeando los músculos adoloridos de su cuerpo.
Lufa apretó los dientes por el dolor penetrante proveniente de su tórax.
–Esta vez fue una costilla –mencionó con pesar, después de escupir al suelo y salpicarlo con sangre.
Lufa metió una mano bajo su túnica y palpó su piel.
Haciendo una verificación rápida de sus huesos, él suspiró de alivio pues no se habían desviado. Solo necesitaba descansar un poco y se recuperaría.
Lufa se dirigió hacia el norte, al pueblo, dejando al animal tendido a su suerte y surcando su propio camino entre la espesura de la nieve.
Ya era el segundo mes desde que comenzó a salir del límite del pueblo gracias al token obtenido en su pelea con Caltus.
Al principio fue bastante complicado para él mantener una lucha adecuada con los animales comunes.
Aún no olvidaba el haber perdido contra un venado en su primer día. Este animal "pacífico" hundió sus cuernos en su débil cuerpo, dejándolo con múltiples heridas. Luego de dejar al niño sin poder defenderse, esta bestia restregó un poco de tierra con sus patas traseras como haciendo gala de su victoria para luego desaparecer dejándolo cubierto de suciedad.
Los días posteriores terminó con el cuerpo totalmente magullado y sin victorias.
Poco a poco sus músculos se fueron fortaleciendo por los ejercicios diarios, además, se volvía más hábil usando el puñal y su vara de madera; aunque, para él, fue más como recordar las veces que blandió la daga en su anterior vida.
Ahora, si bien le costaba mucho enfrentarse cara a cara con animales mutados, Lufa podía acabar con ellos luego de una feroz pelea.
Lo que le sorprendió gratamente fue su incremento desmesurado de fuerza, pues hasta el momento solo hizo ejercicios de velocidad recordando las palabras grabadas en su memoria.
–Lo más básico es entrenamiento de resistencia y velocidad. Ya cuando el cuerpo se adapte podrás entrenar tu fuerza levantando cosas pesadas –mencionó la figura cubierta de niebla negra en sus sueños.
Lufa hizo caso en esta vida, claro que se dio cuenta de su propia anormalidad cuando quedó sepultado bajo el cuerpo de un oso grande al matarlo, y pudo moverlo con un poco de esfuerzo para liberarse.
El niño estaba seguro de poder cargar a un adulto como Tudor con facilidad si se lo propusiera.
Manteniendo cálculos mentales sobre su progreso, lentamente se acercó al establo.
Lufa se desvió hacia la izquierda y se adentró en el riachuelo. Con el agua prístina limpió su cuerpo entumecido, ropa sucia y arma.
Dejando todo dentro del establo, dio de comer a los caballos y regresó al pueblo.
El clima en ese tiempo no había sufrido variaciones. El cielo seguía cubierto de nubes grises mientras que en la tierra todo se fundió con el manto de la nieve.
Si no fuera por los tintes marrones y verdes visibles levemente gracias a los árboles, todo esto pasaría como un mundo monocromo.
Al llegar al pueblo observó a algunos adultos reunidos cerca a la plazuela, sentados en piedras y rodeando una especie de tabla cuadrangular donde jugaban a los dados y hacían apuestas.
Un poco más lejos, los niños de su edad jugaban lanzando bolas de nieve. De un vistazo notó a Puli y Calmond enfrascados en una batalla de guerrillas con sus subordinados.
Llegando a la biblioteca, Lufa se detuvo frente a la puerta de madera y dio dos golpes con el dorso de su mano, luego se detuvo por un momento y golpeó secamente tres veces más, esta vez con la palma.
Se escucharon murmullos provenientes desde adentro, seguidos de pasos y la abertura parcial de la puerta. Unos ojos color cielo se asomaron por la rendija.
–Contraseña –mencionó, entrecerrando los ojos.
–¿Otra vez? –preguntó Lufa, ladeando la cabeza –. Abre o me voy.
Al notar que Lufa giró su cuerpo dispuesto a irse, Abigail abrió la puerta a velocidad sobrehumana y lo jaló del cuello de la camisa, metiéndolo dentro de la habitación.
La puerta se cerró.
–¿Quieres irte? ¿A dónde piensas ir? –preguntó Abigail, manteniendo al niño contra la pared de madera.
Sus rostros estaban casi pegados. Abigail tomó la costumbre de acercarse al máximo, haciendo que su diferencia de alturas fuera perceptible para mirarlo hacia abajo.
–¿Por qué siento que cada día luces más como tu madre? –respondió con otra pregunta.
–Tch –Abigail separó sus palmas de la pared, dejando libre a Lufa.
Escondida detrás de un grueso libro, Clorinde tenía la mirada fija sobre ellos, expectante y divertida.
–¿Cómo van con sus prácticas?
–Sin problemas –respondió Abigail con una expresión altiva –. Casi termino de aprender los hechizos que me enseñaste.
"Como se esperaba del monstruo", mantuvo a sus adentros Lufa.
El chico le había enseñado todos los círculos básicos, esperando que la mantengan ocupada. Nunca pensó que tardaría solo un par de meses en aprenderlos.
–¿Tienes algún problema, pequeña cloro? –preguntó, con las pupilas fijas en Clorinde.
Ella movió ligeramente la cabeza, negando.
–Abi me ayuda siempre –respondió con un murmullo.
La niña actuaba más abierta que antes. Ahora podía dar respuestas simples a Lufa sin considerarlo un extraño.
Acercándose, Lufa le acarició la cabeza por la costumbre que tenía con Abigail.
–Ups –dijo, al sentir un escalofrío proveniente de la espalda.
La comisura de los labios de Abigail se elevaba en una sonrisa primaveral mientras que sus ojos lanzaban dagas invernales.
Lufa avanzó hacia su amiga y le acarició los cachetes, a lo que la niña respondió con un puchero. La muestra de afecto la puso de mejor humor.
–Es hora de almorzar, vamos –mencionó, intercalando su mirada entre las dos chicas.
Con un asentimiento, ambas lo siguieron.
En ese momento, se oyeron varios golpes de la puerta.
Parados sobre la nieve, la liga de los niños molestos se asemejaba a un batallón a punto de entrar en batalla, no faltaba ningún miembro.
–¿Se les ofrece algo? –preguntó Lufa con un semblante matonesco, cruzando los brazos.
Varios retrocedieron un paso instintivamente, para luego desviar sus miradas a Calmond.
Este último, al sentir presión, tosió un par de veces antes de mencionar su motivo.
–Entraremos a la biblioteca para leer –titubeó.
Lufa lo miró sin decir nada.
–¡Los adultos lo dijeron! Tengo que enseñarles a leer –apuntó a los demás niños y ellos asintieron con vehemencia.
"La paliza de la última vez fue muy efectiva", pensó, divertido.
Esos niños estaban allí para pedir permiso.
–¿Ustedes quieren aprender a leer? –preguntó con burla –, ¿ya no quieren seguir jugando?
Con la serie de preguntas algunos apretaron los puños con sentimientos encontrados.
Puli explotó –¡Es tu culpa!
"¿Eh?", Lufa no entendía, luciendo consternado.
Las palabras de Puli actuaron como un mechero, encendiendo el odio de los demás.
–¡Sí! –¡Sí! –¡Mi mamá dice que debo ser como tú y aprender a leer! –¡Mi papá quiere que sea mejor que esa niña apestosa!
Lufa tenía la mandíbula caída. Nunca pensó que sus acciones cambiaran el pensamiento de los pobladores.
"Pero…¿tomarme como ejemplo?", era la primera vez para él.
Un extraño sentimiento recorrió su espalda, entumiendo su cerebro.
–Que desagradable –la frase salió de su boca por el disgusto.
–¡Lo dijeron los adultos! –Calmond respondió con decisión al escuchar esas palabras.
Lufa, quien soltó esas palabras sin pensarlo, se rio antes de seguir su camino. No le interesaba perder el tiempo con esos chicos.
Todos ellos abrieron un espacio como si fuera normal.
–Vamos –se llevó a ambas chicas de la mano –. No importa lo que hagan dentro mientras tengan cuidado con los libros –mencionó, dirigiéndoles con una mirada fría.
Cuando estuvieron algo alejados, Abigail reaccionó.
–¿Vas a dejar que se queden allí? Cómo practicaremos con ellos dentro. ¡Tonto!
–No te preocupes por eso. Además, ya es tiempo de que tengan prácticas reales – mencionó Lufa, sonriéndoles misteriosamente.