Dentro de la casa, sentados frente a frente, Miena tenía la cabeza baja, como una niña regañada.
Con esa vista, Lufa recordó lo joven que era ella.
–Hermana –mencionó.
La chica tembló, levantó el rostro y cuando vio la compostura de Lufa, tal vez recordando lo ocurrido con la última carta, desvió la mirada.
–Está bien –dijo con voz suave –, incluso si mi madre escribió que no volverá en 5 años no me enojaré.
La bella señorita abrió la boca con sorpresa y sus ojos se ensancharon. Luego de dudar durante algún tiempo, empujó la carta que tenía entre sus delgados dedos.
Lufa desdobló el papel tosco y comenzó a leer el contenido.
Querida Miena, aquí Ludila enviando su reporte.
Ya no recuerdo cuando fue la última vez que los vi y los extraño mucho. Bueno, en este momento me encuentro recorriendo las planicies de kel´Turd con los chicos. Para cuando te llegue esta carta de seguro estaremos en el siguiente reino.
Por el tratado que hicimos con los distintos imperios y reinos para comerciar y enviar armas entre ellos, ahora nos encontramos plagados de trabajo cansado y aburrido. No vayas a pensar que tengo otros motivos, aunque tal vez los tenga, pero sabes que mi prioridad siempre fue que ustedes se encuentren bien. Sé muy bien lo problemático que es Lufa, pero por favor cuídalo, tengo fe de que cuando él sea mayor podrá cumplir con su labor y protegerte de manera adecuada. Hay tantas cosas por decir, pero será mejor que lo reserve para cuando regrese con ustedes.
Esta vez no sé cuánto tiempo me tomará, tal vez un año o dos, solo espero que no me olviden para cuando regrese. Por otro lado, puedes usar todo el dinero que tienes, así como la orden de salida y pedirle más a Frederic, no se negará. Si quieres enviar alguna respuesta, hazlo hacia la capital del reino de las flores.
PD: Ni se te ocurra encontrar pareja.
Los amo demasiado.
Con aprecio, la próxima dueña y señora de algún reino comercial, Ludila.
"Cada carta muestra aún más ego que la anterior", suspiró Lufa. "tal y como pensaba, ella no volverá".
Lufa enrolló cuidadosamente la carta y amarró el listón rojo, dejándolo tal y como había llegado.
Los ojos de ambos cruzaron por una fracción de segundo. Miena puso una cara complicada, tenía un rastro de culpa.
–No te preocupes, hermana –Lufa le devolvió la carta –. Si no puede entonces no puede, no hay necesidad de cambiar nuestras vidas solo por eso.
Tal como antes, Miena abrió la boca con sorpresa. Una corriente de lágrimas se escapó de sus ojos, mientras se tapaba la boca para no soltar quejido alguno.
Era el semblante que haría una madre orgullosa de su hijo. Los ojos de la joven gritaban silenciosamente "has crecido". A Lufa le disgustó que ella lo mirara así.
Lufa pudo sacar mucha información de la carta.
–Hermana, ¿desde hace cuánto conoces a mi madre?
–La conocí desde que yo tenía 5 años –Miena se limpió la comisura de los ojos con un pañuelo blanco –. La señorita siempre fue buena conmigo.
Miena parecía feliz al recordar esos momentos, sin caer en cuenta que sus palabras no fueron pasadas por alto.
"Señorita no es término que usarías por cariño".
Como recordando otra parte de la carta, Lufa volvió a preguntar.
–Hermana, ¿conociste a mi padre?
Miena se quedó de piedra, antes de negar fervientemente con la cabeza.
"Abigail y Miena parecen hermanas", pensó, "ambas apestan mintiendo".
Lufa no tuvo una relación estrecha con su madre, pero no la odiaba, por el contrario, le tenía cariño y siempre fue filial, o al menos eso creía en su corazón.
En el caso de su padre, ni en su anterior vida llegó a conocerlo, así que ahora le es indiferente.
El chico tenía la ligera sospecha de que su madre fue en búsqueda de su esposo.
"Cosas como el amor solo tiene que ver entre dos personas", suspiró, "si mi madre se encuentra decidida en encontrarlo entonces solo me queda desearle buena suerte".
Lufa sintió que olvidaba algo, pero por más que intentaba no pudo recordarlo.
Una cortina gruesa de nubes impedía ver el sol.
Lufa salió de casa llevando una bolsa de cuero que tenía comida dentro.
El día lucía más animado de lo normal, tal vez por la cantidad de pobladores recorriendo el pueblo gracias a los comerciantes soldados.
Al llegar a la biblioteca e ingresar golpeando fuertemente la puerta, las actuaciones recurrentes de cada día era que ambas saltaran asustadas, luego Abigail iría corriendo a golpear al niño y Clorinde se quedaría observando todo con diversión escondida en su semblante sin emociones.
Ocurrió todo como de costumbre, solo que esta vez Clorinde se quedó sentada, aturdida con una mirada perdida y desenfocada.
Obviando los masajes en forma de golpes que recibió por parte de Abigail, Lufa avanzó hacia la mesa y se sentó en la silla contigua a Clorinde.
La pequeña estuvo tan inmersa en sus pensamientos que no notó nada extraño.
Abigail percibió la extrañeza de su amiga. Cuando estuvo a punto de abrir la boca, Lufa la detuvo levantando una mano.
–En que piensas tanto, pequeña cloro.
Con ese susurro, Clorinde regresó a la realidad. No supo cuándo Lufa se acercó tanto. Sus labios se separaron, tratando de decir algo, pero al final no soltó ningún sonido, solo bajó la cabeza con vergüenza.
Lufa comprendía que el tema de Caltus afectó a toda su familia y no sabía que pasaría con ellos luego de enterarse de su muerte.
Para él, Clorinde no tenía nada que ver con las tonterías del mago, así que decidió tratarla muy bien y cuidarla. Era su manera de redimirse por quitarle a su padre.
–¿Quieres aprender magia?
Lufa fue planeando enseñarle magia desde el incidente. Así ya no tendría que detener el entrenamiento de Abigail y Clorinde podía distraerse de los temas que le preocupaban, matando dos pájaros de un tiro.
A diferencia de Abigail, Clorinde si sabía que eran los magos, así que ella quedó aturdida con la pregunta.
–Ven, acércate –Lufa la jaló hacia un pequeño espacio vacío.
Clorinde se dejó guiar como si fuera una muñeca.
–Abi, muéstrale –indicó.
Abigail lucía un poco tonta por lo rápido que pasaron las cosas. Con un movimiento de cabeza salió de su estupor y levantó la mano.
La palma de la niña que miraba hacia el cielo brilló. Un círculo mágico se conjuró en una velocidad impresionante, dando nacimiento a una flama roja.
Por instinto, Clorinde se escondió tras Lufa por primera vez.
Los ojos negros de la niña intercalaban entre la bola de fuego y el rostro de su amiga. Por un momento la desconoció.
–Tonta. Nunca hagas una bola de fuego dentro de un lugar rodeado de madera a menos que quieras incendiarlo.
Con un ligero golpe en la cabeza propinado por el chico, Abigail deshizo su llama.
Lufa sonrió –Entonces, ¿quieres aprender?
Al caer en cuenta que no se trataba de un sueño, la niña asintió suavemente.
Con el consentimiento, comenzaron oficialmente sus clases.
El método fue el mismo que usó con Abigail.
Para cuando la niña pudo sentir el mana, todo el pueblo estaba envuelto en un manto de oscuridad.
"No todos pueden ser tan monstruosos como ella", pensó, luego de verificar que Clorinde poseía un talento superior al resto, pero no cruzando el umbral de un genio.
Ese día Clorinde hizo la promesa de no contarle a nadie sobre sus prácticas de magia.
Lufa suspiró de alivio al notarla con mejor ánimo que antes.
Los días siguientes continuaron con su práctica bajo techo.
Una semana después, entrada la noche, Lufa salió cubierto con su túnica negra hacia el extremo este del pueblo.
–Esta debe ser la casa del viejo Zigs –Una casa de barro extremadamente simple estaba a oscuras –. Va siendo hora de saquearla, digo, verificar lo que dejó.
Girando la cabeza como un búho no vio personas alrededor y se metió al instante.
Como no quería alertar a la gente del pueblo, se quedó estático en ese lugar, esperando que su vista se acostumbrara a la oscuridad.
Lufa percibió las siluetas de las cosas y sintió que todo era normal. Luego de tantear con las manos muchas cosas en distintos cuartos supo que no había nada que le sirviera.
En la habitación del viejo, debajo de la cama, encontró el baúl mencionado.
Torciendo la llave que le dio el abuelo dentro de la cerradura se escuchó un clic y se abrió totalmente.
Luces multicolores hicieron que Lufa entrecerrara los ojos, iluminando parcialmente la habitación.
Una sonrisa de felicidad genuina se imprimió en el rostro de Lufa.
Como un niño tratando con dulces, Lufa revisó todas las pociones brillantes que había en el cajón. Su felicidad al fin lo hizo parecer a alguien de su edad.
En total contó 12 pociones de curación mayor, 24 de curación media y 10 de mana líquido.
Aparte de las pócimas, encontró un grimorio imponente. Lufa comprendió lo valioso que era por la escritura en Silvarium Antiguo que palpitaba como si tuviera vida propia y por cómo se encontraba forrado en piel de bestia mágica de octavo nivel.
Su felicidad se fue atenuando al recordar que no podía usar el libro sin mana.
–Bueno. No puedo quejarme por tan buena cosecha.
Luego de meter unas cuantas pociones en su bolsa, dejó lo demás en el baúl para cogerlo cuando lo necesitara.
Así como entró, Lufa salió en la oscuridad, tarareando.
Sus prácticas reales por fin comenzarían.