Lufa dio un vistazo rápido a Caltus y notó que su cuerpo molido no podría recomponerse aun si quisiera.
Dio la vuelta y levantó al viejo con delicadeza.
Para su sorpresa, la sangre no chorreaba de la herida mortal.
–Niño, mete tu mano dentro de mi túnica –dijo el anciano.
El abuelo parecía mejor que hace un momento.
Lufa obedeció.
–Hay una daga –continuó Zigs –, quiero pedirte un favor.
Lufa notó que la piel del anciano parecía pegarse a sus huesos con cada segundo que pasaba.
–Tu sangre –mencionó Lufa.
Cómo no podría reconocer lo que pasaba, en su anterior vida murió de la misma forma.
El viejo Zigs estaba convirtiendo su sangre en mana para mantenerse vivo, pero solo duraría un par de minutos como máximo.
–Un pequeño truco –contestó el viejo –, no tengo mucho tiempo, escúchame.
"¿Pequeño truco? Necesitas ser al menos un mago de tercer círculo para lograrlo", las palabras no salieron de la boca del niño, pero sentía que ese abuelo tenía incluso más misterios.
–No preguntaré por qué el nuevo quería matarte. Tampoco sobre cómo sabes una lengua que solo dominan los magos de alto rango –habló rápidamente.
Lufa abrió la boca dispuesto a responder, pero fue cortado.
–Leí todos los libros de la biblioteca, ahorra las mentiras –el abuelo sonrió con burla.
Con su única mano, el viejo empujó la daga hacia Lufa.
–Tal como eres, sé que saldrás del pueblo tarde o temprano. Por favor, entrega esta daga a mi nieta, se llama Fiona Doltrac, vive en la capital. No te preocupes, es bastante conocida.
Lufa tomó la daga envuelta en un precioso forro de cuero de alta calidad. Al girar la vaina notó un escudo bordado con hilos de oro. Apreciando la figura de una hoja de cinco puntas se le vino a la mente el nombre del grupo secreto bajo las órdenes del emperador.
–Hojas de sangre –murmuró.
El anciano quedó pasmado, antes de comenzar a reir a carcajadas.
–Jajajaja. Increíble. Tengo mucha curiosidad, pero de nada me servirá en el más allá.
El abuelo sacó dos cosas más de su túnica: un token de los Noctas y una llave.
–Estas dos cosas te servirán. La llave es para el baúl dentro de mi casa.
Lufa tomó ambas cosas, sabía que no era momento de ser cortés.
–Por tus conocimientos, tal vez te metas en problemas. Cuando eso ocurra solo di que yo te enseñé todo. Usa mi nombre, Zigmund Doltrac.
El niño asintió con pesar.
–Ahora llévame con el nuevo –ordenó.
A Lufa no le costó mucho moverlo, pues el abuelo era solo piel y huesos en ese instante.
Caltus intuyó algo negativo con las palabras del viejo, así que intentó moverse.
Solo sus piernas mostraron indicio de agitación.
–Se que la hija de este tipo es amiga tuya –Zigmund le acarició la cabeza al niño con sus manos temblorosas –, así que el pecado no debe recaer en tus manos.
Lufa y Caltus comprendieron a qué se refería.
El niño mantuvo la cabeza baja con ligera tristeza, mientras Caltus se estremecía, soltando sonidos inentendibles.
El abuelo puso una mano sobre el estómago del mago oscuro.
–Ah, olvidaba algo. Dale mi bastón a la pequeña Abi, le servirá más que a ti –comentó casualmente con una mirada de cariño.
Lufa se quedó de piedra.
"Así que lo sabía desde un inicio", suspiró.
Como última acción, el anciano tomó el token de los Noctas que colgaba en la cintura de Caltus y lo lanzó a los pies del niño.
–Cuídate pequeño, dile a mi nieta que lo siento –habló con renuencia.
Luego de tomar el token, Lufa retrocedió algunos pasos más.
–Pirgo mun guvire –soltó.
Una llama blanca cubrió al viejo y Caltus.
En cuestión de segundos, las cenizas volaron hacia diferentes partes del bosque.
Lufa se quedó de pie en ese lugar, observando el rastro negro en el suelo.
–Adiós abuelo –hizo una sincera reverencia antes de salir caminando hacia el sur.
No era tiempo de lamentos.
El camino de vuelta fue bastante largo.
Lufa llegó al fortín cuando faltaba poco para que el sol esté en su máximo punto.
Su ropa estaba manchada con sangre seca. Por otro lado, su rostro lucía muy golpeado y con marcas de arañazos visibles.
No podía presentarse así, menos aún con todas las cosas que traía consigo.
Lufa rodeó el pueblo, cubierto por el bosque hasta llegar a los establos donde escondió el bastón, la daga y los tokens.
Luego de darse un baño en el agua fría y lavar sus prendas, volvió con la ropa mojada a su casa.
Miena casi se desmaya al ver su porte.
–¿Qué pasó? ¿Cómo te hiciste todo eso? –La joven comenzó a tocarlo y verificar herida por herida.
–Yo, uhm. Me caí.
Lufa le contó que se encontraba trepando un árbol para mirar al pueblo desde su copa, pero cayó y golpeó muchas ramas, arañándose en el proceso.
Miena tenía las manos en la boca. Su alma casi sale de su cuerpo. Pensó en lo peor.
Lufa tardó mucho tiempo en calmarla. No fue hasta prometerle que no volvería a hacer ese tipo de cosas que ella lo dejó en paz.
El niño salió envuelto en varias mantas por insistencia de su joven hermana.
Al llegar a la biblioteca y observar la silla mecedora vacía, recordó al abuelo y su sacrificio. Guardó el agradecimiento dentro suyo e ingresó con grandes zancadas.
Con el golpe de la puerta un par de niñas saltaron con evidente susto.
Abigail, al verificar que se trataba de su amigo, convirtió su miedo en enojo.
La niña avanzó pisando fuerte, pero sus pasos se fueron debilitando conforme se acercaba. De igual forma, su ceño fruncido se aligeró al ver lo golpeado que se encontraba Lufa.
–¿Qué te pasó? ¿Quién te golpeó tanto? Mira, incluso aquí está arañado –sus manitos se detuvieron cerca de las heridas, teniendo cuidado no tocarlas abruptamente.
–Me caí de un árbol –relató la misma mentira que le dijo a Miena.
De la espalda de la niña, Clorinde sacó su pequeña carita. Ella, al observar las heridas de Lufa, dejó caer su mandíbula y sus cejas se apretaron, como sintiendo su dolor en carne propia.
Al ver su rostro inmaculado con toques de preocupación, Lufa sintió un poco de culpa, pero mantuvo una cara compuesta.
–Oye, pequeña cloro –mencionó –, a partir de hoy puedes pensar en mi como tu hermano.
Ambas niñas se miraron confundidas.
Abigail incluso movió su mano, posando su palma en la frente de su amigo.
–No tienes fiebre, que raro.
Los ojos negros de Clorinde observaron fijamente a Lufa.
–Solo tenlo en cuenta –sonrió el chico –, no dejaré que te molesten. Si necesitas algo solo pídelo.
–Oye, oye. ¿y yo? –preguntó Abigail.
–Tú… ¿Quieres ser mi hermanita? –Lufa se burló.
Abigail, estupefacta, lo pensó detenidamente. Su rostro cambiaba por las alucinaciones que tenía en su mente.
–Tonto –la niña pisó el pie de su amigo, volteando con molestia y apretando sus puños.
Lufa acarició la cabeza de Clorinde, dándole un guiño, para luego correr detrás de Abigail.
Sus vidas volvieron a la "normalidad".
Pasó una semana y no había rastro de Caltus.
Todas las enfermedades por la "maldición" cesaron.
Pasó otra semana y la gente se preocupó por el erudito desaparecido.
En la reunión comunal quedaron en mandar una carta al duque Allen con los comerciantes que llegarían pronto. En el documento pidieron un equipo de búsqueda urgente para Caltus.
La familia del mago muerto tenía la esperanza de que este volviera. Solo Lufa sabía que sus cenizas ahora eran parte del bosque.