Los tres niños estaban en la biblioteca cuando la llamada comunal para reuniones hizo eco en todo el pueblo.
Abigail enseñaba algunas palabras a Clorinde; como había términos que no entendía, Lufa obvió la llamada del pueblo y se quedó con ellas.
Entrada la noche, llevó a las pequeñas directo a sus casas.
En el camino cubierto de niebla, ambas mostraron actitudes temerosas. Había pasado exactamente una semana desde que contó el relato y las niñas aun no lo olvidaban, casi podía considerarse un trauma para ellas.
Días atrás, Teodora comentó que Clorinde había dormido con ella, en su cama, por tres días seguidos y solo recientemente calmó su miedo extremo. Con la traición de su madre, la niña se puso colorada de un modo nunca antes visto.
Dejando a sus amigas dentro de sus hogares, Lufa volvió al suyo.
Llegó exactamente para la hora de cenar.
Miena se sentó frente al niño y comieron algunas galletas circulares de trigo. Ella las remojaba en su té de hierbas aromáticas solo por un instante antes de llevárselas a la boca, cuidando que no se deshagan al permanecer mucho tiempo en el líquido.
Lufa no se consideraba amante de los dulces y postres, así que le cedió las suyas.
Miena se puso feliz.
–En la reunión mencionaron que Caltus irá a Briefel –ella dijo casualmente.
–¡¿Qué?! –Lufa se puso de pie.
La silla donde estuvo sentado se tambaleó, pero no llegó a caerse.
Miena retrocedió un poco, tenía la boca abierta por la conmoción. Su dulce se partió y la mitad cayó al suelo.
–Lo siento –se disculpó Lufa, intentando mantener una expresión calmada.
Debajo de la mesa, sus puños se apretaron.
–¿Pasó algo? –Miena intentó recoger el pedazo caído, pero le costaba demasiado debido a todas las mantas que traía encima.
Al notarlo, el niño fue a ayudarla.
–No es nada –Lufa pasó la escoba, llevándose la galleta –¿Caltus irá al ducado?
–Sí. Irá a reponer sus hierbas –mencionó –. Terminó todas las que tenía ayudándonos.
Ella continuó comiendo a gusto.
–¿Puedes creer que usará una orden para salir y seguir ayudando a la gente? –Los ojos de la chica brillaron con aprecio –. Es un buen tipo.
Lufa tenía otros pensamientos.
"Seguro que tiene otros planes. Lo más probable es que se comunique con otros magos de su grupo".
Luego de usar una pala para recoger la basura del piso, Lufa se sentó frente a Miena, continuando con su ligera cena.
–¿A qué hora saldrá? –El té sabía amargo. Coincidía con su ánimo.
–Dijo que muy temprano, a la hora que comiencen a cantar los gallos.
–Hermana, ¿sabes si alguien lo acompañará?
–La orden que tiene es solo para él, así que creo que no –Miena tenía las mejillas llenas de comida. Parecía una ardilla.
–Ya veo…
Luego terminar su bebida y dar algunas palabras más, Lufa se despidió y subió a su habitación.
Acostado sobre su cama acolchada y mirando al techo de paja, el niño pensaba en cómo solucionar el tema de Caltus.
Anteriormente quería pedir ayuda a algún adulto, pero ahora era tarde. Por su indecisión llegó a un punto sin retorno.
"¿Cómo lo detengo? De seguro irá a caballo, ¿debo hacer que no pueda salir? Las mentiras no servirán de nada, ¿pedir ayuda a Abi? No, eso es imposible"
Su mente se dirigía por diversos caminos, algunos más realistas que otros.
"Al menos debo detener su salida", se decidió.
Apagó las velas de su habitación, quedando a oscuras.
Lufa no durmió esa noche, solo fue paciente.
Las horas pasaron con lentitud.
Llegado el momento, el niño sacó una capa negra guardada en su baúl y se la puso, luego, haciendo el menor ruido posible bajó las escaleras y salió por la puerta.
La brisa gélida de la madrugada golpeó su rostro. La niebla nunca desapareció. Levantando la cabeza notó que desde el cielo caían pequeños copos que se pegaron a su capa.
El niño avanzó como un ladrón por detrás de las viviendas, donde la iluminación de las antorchas era casi inexistente.
Después de trotar algunos cientos de metros llegó al fortín.
Desde que quemaron los sacos, todas las cosas de valor dentro del lugar fueron a parar a la casa de Crinar, dejando aquel fortín aislado y sin guardias.
Como el portón estaba cerrado, ingresó tal y como en la anterior ocasión: por la campana.
Lufa revisó habitación por habitación hasta encontrar lo que buscaba.
–Aquí está –murmuró, tomando una cuerda enroscada.
La soga tenía un diámetro de dos dedos y un largo de al menos una decena de metros. Usualmente era usada para amarrar caballos salvajes, así que su resistencia estaba comprobada.
El niño hizo girar la cuerda en su tórax y la amarró como si fuera un cinturón.
Al salir del fortín, Lufa no regresó al pueblo, por el contrario, se alejó siguiendo el camino que iba al ducado.
Para cuando llegó al límite de la protección del pueblo, su pecho subía y bajaba con cansancio, mientras que su boca soltaba vapor visible.
La frontera estaba determinada por cuerdas amarradas a los robles, estas tenían pequeños recuadros de tela con runas inscritas de una época lejana, incluso anterior al antiguo Imperio Silvarium.
Si observabas la bruma más allá de aquellos árboles se sentía más espesa y misteriosa, haciendo que la visión de los lugares más alejados sea indistinguible.
Lufa no traspasó los hitos, solo buscó dos robles gruesos que estuvieran frente a frente, claro que la carretera debía pasar entre ellos.
–Estas deberían servir –mencionó, amarrando la soga a uno de los troncos.
Cerciorándose que no pueda soltarse, cruzó la carretera llevándose consigo la cuerda al otro árbol.
Una cuerda de ese grosor podría ser fácilmente vista, así que no la mantuvo tensa, sino que se escondía en el suelo.
Su plan era simple. Debía hacer que el caballo tropiece y provoque un accidente.
"Con algo de fe, el bastardo de Caltus se muere".
Lufa necesitaba ser meticuloso, pues la soga debía levantarse en el momento correcto para lograr su cometido.
Como ayudándolo, el cielo escupió la nieve con mayor ímpetu, cubriendo de blanco el suelo, incluyendo la trampa del niño.
Con todo preparado, Lufa se encontraba en posición, solo esperando.
El tono del cielo se aclaró de manera gradual.
Mientras admiraba la belleza del lugar, sus enrojecidas orejas captaron un sonido proveniente de la lejanía.
"Ya viene".
Revisando de reojo, a lo lejos, vislumbró la figura de un hombre encapuchado montado sobre un caballo del mismo color de la nieve.
Poco a poco se fue acercando a gran velocidad.
Las manos del niño se tensaron.
Encubierto detrás del tronco, Lufa se guio solo por el sonido del galope para no ser descubierto.
Cuando sintió que ya era hora, jaló la cuerda, haciendo que se levante.
La trampa hizo su trabajo perfectamente.
Las patas delanteras del caballo no lograron pasar por encima de la cuerda y se engancharon, llevándolo a volcarse con fuerza.
Lufa vio como el animal trató de recuperar el equilibrio en el aire, pero fue inútil y se estrelló de costado, golpeando su robusto lomo entre las piedras y nieve.
El hombre que lo montaba salió disparado por la inercia. Como si se tratase de una muñeca, su cuerpo giró al chocar con la tierra y sus extremidades danzaron raspando el suelo y golpeando las piedras que delimitaban el camino.
Una zanja de algunos metros se creó, dividiendo la blancura reciente con la tierra marrón.
Aunque quería correr, Lufa debía confirmar en qué estado se encontraba Caltus.
–Primero lo más importante –murmuró.
Tenía que borrar las huellas de su delito.
Con dificultad desató la cuerda de ambos extremos y la enrolló sobre su cintura de nuevo.
El chico corrió hacia el cuerpo inerte.
A un costado, el caballo luchaba por ponerse de pie, pero no pudo por la gravedad de sus heridas internas.
Caltus se quedó inmóvil boca abajo después del incidente.
Lufa se acercó con suma cautela. Se detuvo a unos pasos, entrecerrando los ojos para verificar los daños.
El niño vio que había una capa negra debajo de Caltus, no parecía ser un material de tela. Era mana.
Un escudo mágico como el que le enseño a Abigail, pero de tono oscuro, envolvía las partes importantes de su cuerpo.
–¡Mierda! –gritó, girando su cuerpo de modo abrupto.
Lufa tensó los músculos de sus piernas al máximo para huir.
En ese momento, Caltus se puso de pie usando las manos para apoyarse.
–Mortu nem –vociferó con odio, moviendo la mano.
Un proyectil oscuro salió volando entre sus dedos, dirigido a la espalda del chico.
Sin pensarlo, Lufa brincó a un costado, esquivando la bala por un pequeño margen, pero la fuerza lo hizo rodar y chocar con uno de los árboles.
Sin detener sus acciones, usó sus piernas como resorte, se impulsó hasta el tronco más cercano que lo podía cubrir y se refugió.
–¿Eras tú? –preguntó Caltus, con evidente sorpresa con sus palabras.
–Señor Caltus, ¿se encuentra bien? –Lufa intentó mantener la compostura.
–A estas alturas no puedes ocultarlo. Tengo muchas preguntas para ti.
Lufa sacó la cabeza ligeramente y notó que los ojos del mago lo miraban con rencor.
–¿Fuiste tú quién desenterró los dientes?
–¿Dientes? ¿De qué dientes habla? !Ah! Los que estuvieron escondidos bajo la tierra –actuó como si no recordara –Fue una coincidencia –respondió con una sonrisa.
–¿Coincidencia? –Caltus rechinó los dientes.
–Sí.
–¿Por coincidencia escapas al notar magia oscura? ¿Por coincidencia esquivas mi hechizo solo al escuchar el cántico? Jajaja.
Los pies de Caltus dejaron huellas negras. Sus pasos parecían quemar la tierra.
–Niño, no, Lufa –Se tronó los dedos –. Corre, corre con todas tus fuerzas. Que cuando te atrape haré que desees estar muerto –La locura hizo temblar su voz.