El canto del primer gallo despertó a Caltus.
Sentado en la cama, sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, percibiendo la silueta de su esposa aún dormida.
Sin hacer mucho ruido, pisó la alfombra de piel que rodeaba la cama matrimonial y estiró la mano, buscando sus prendas colgadas en una silla cercana.
En poco tiempo la ropa de erudito envolvió su cuerpo.
Antes de salir, el hombre pasó sus dedos con delicadeza por la cabeza de su esposa y, arrimándole el cabello, besó su mejilla.
Sus pasos hicieron eco en los cuartos que cruzaba.
Caltus encontraba desagradable tanto silencio, pues estaba acostumbrado a las ciudades bulliciosas que nunca descansaban.
Un día antes, tuvo una conversación con Crinar donde quedaron en encontrarse bastante temprano para "ayudar" a la mayor cantidad de pobladores.
–Que situación más risible –murmuró, escupiendo al suelo.
La niebla parecía más espesa que días anteriores.
Con dificultad logró ubicar la vivienda rústica de Crinar, pues todas las casas eran similares.
A Caltus le parecía ridículo que el jefe viva en las mismas condiciones que sus subalternos.
Al notar que alguien se acercaba cambió su expresión disgustada, convirtiéndola en una amistosa.
–Caltus. Llegaste bastante temprano –saludó Crinar, tendiéndole la mano.
–La rapidez es vital cuando se trata de apoyar a los enfermos –El mago devolvió el saludo.
–Entonces vayamos –Crinar guio el camino.
Primero pasaron a recoger al médico, Rafa. Para luego continuar por las distintas casitas y controlar la enfermedad.
Caltus tenía dos objetivos claros al realizar el recorrido. Primero, ganarse el favor de la población y, segundo, encontrar al elemento indeseable que destruyó sus planes.
Analizando a Crinar y Rafa, rápidamente los descartó. Era obvio que ellos no tenían idea de lo que ocurría.
Conforme fue avanzando y tratando a los pobladores, ninguno cumplía el perfil del individuo desconocido, provocándole ansiedad.
Había pasado una semana desde que desenterraron sus huesos hechizados y aún no tenía pista alguna sobre el sujeto.
Cerca al mediodía, el trío de adultos llegó a la casita más alejada en la parte derecha del pueblo, era la tercera familia que visitaban en lo que iba del día.
Una anciana les abrió la puerta. La sorpresa inicial en su rostro se transformó en alegría al ver a Caltus.
La gente comenzó a entender la gravedad de la enfermedad conforme pasaban los días y sus familiares seguían débiles.
Para ellos, Caltus era su salvador. Solo él sabía que sin la presencia de sus dientes hechizados todos ellos tardarían alrededor de una semana en recuperar su vitalidad anterior.
–Pase, buen hombre –La vieja lo jaló dentro con sus temblorosas y arrugadas manos, llevándolo hacia la segunda planta.
Encima de la cama de paja forrada con pieles, un anciano yacía inmóvil. Si no fuera por sus frágiles ronquidos, cualquier pensaría que se trataba de un cadáver.
Con la ayuda de todos, lo despertaron y a duras penas le hicieron beber la extraña poción de hierbas milagrosas.
Bastó una decena de minutos para que el viejo volviera a su estado habitual.
–Estoy muy agradecido, Lord Crinar –mencionó el viejo canoso, emocionado.
–Ayudaré mientras pueda –mencionó, dedicándole una sonrisa acogedora.
–Tenía un hijo como usted, también bastante amable … –El anciano relató la vida que llevó en una época lejana.
Caltus escuchó concentrado, mostrando admiración en su rostro, aunque por dentro apretaba con fuerza los dientes y maldecía al viejo.
Para su mala suerte, la anciana invitó una comida que no pudo rechazar y se tragó la historia generacional aquella familia.
–Son una pareja solitaria –suspiró Rafa al salir –. Sus hijos desaparecieron en un país devastado por la guerra.
–Es bastante desafortunado –respondió Caltus.
–Dejemos esos comentarios para luego –Crinar parecía algo cansado –. Aún tenemos algunas casas más por visitar.
–Jefe Crinar –Caltus se detuvo con una expresión avergonzada –. Ya no me quedan más hierbas –continuó, mostrando su bolso vacío.
–¿Hacemos una parada en tu casa?
–Lamentablemente –suspiró con pesar – esas fueron todas las hierbas que traje.
Crinar tardó algún tiempo en procesar el significado real de aquellas palabras.
–¿No tienes más? –preguntó alarmado.
–No. Mi torpe previsión y orgullo me hicieron creer que el manojo de hierbas que tenía podía alcanzarme para curar a todos –Caltus bajó la cabeza como un niño regañado.
–Hombre, no te culpes –Rafa abofeteó su espalda a modo de aliento.
–¿No podemos pedir algunos suministros provenientes del ducado?
–Como recién te mudaste tal vez no lo sepas, pero la gente del duque comercia una vez cada seis meses. Si quieres salir, necesitas el token del bosque y una orden del ducado.
–Tenemos el token y la orden, pero estas únicamente deben ser usadas en situaciones de emergencia. Las enfermedades aun no llegaron a un punto crítico –añadió Rafa.
Caltus estaba enterado de todo eso.
Por fuera, mantenía una expresión conflictiva, pero por dentro tenía una creciente emoción pues la conversación tomó el rumbo que necesitaba.
–Yo tengo una orden –mencionó.
Crinar y Rafa abrieron los ojos de asombro.
–Con ella puedo salir hacia el ducado.
–¿Entiendes lo preciosa que es una orden en este pueblo? –Crinar parecía más serio de lo normal.
–Intuyo que es como un pase de salida momentáneo.
–Es tal como dices, sin él no podrías salir a menos que quieras dejar este lugar y no regresar. Por eso es que debes pensar muy bien en qué situación usarla.
–Como dije anteriormente –mostró una sonrisa amable –La rapidez es vital cuando se trata con gente enferma. Estoy dispuesto a ir.
–Si estás de acuerdo entonces, yo, como jefe del pueblo de los Noctas, te doy un sincero agradecimiento por parte de toda nuestra gente –Crinar hizo una reverencia militar.
Rafa le dio un apretón de manos.
–La orden que tienes ¿Para cuántas personas es válida? –cuestionó Crinar.
–Solo para uno –respondió con una mueca impotente.
–¿Cuándo tienes planeado ir?
–Mañana en la madrugada –aseguró luego de pensarlo unos segundos –. Además, creo que sería bueno si reunieras a la gente y preguntes si tienen algún encargo, así yo podría traerlo al regresar. Mientras no sea algo extenso o pesado, claro.
–Jajaja –Crinar rió con ganas –. Eres un buen tipo. Haremos como dices.
El mago oscuro no tenía en mente ayudar a la gente. Lo único que él quería era que todos sepan que quería salir del pueblo.
"Ojalá muerdas el anzuelo", pensó.
Sí, él tenía la esperanza de provocar al sujeto que estropeó su propósito. Además, de mandar una carta hacia su gremio de magos, mencionando que necesitaba ayuda.
¿Maldición por hablar de la aldea? No habría ninguna mientras no la mencione.
Bastaba con decir que tuvo problemas, pues todo su grupo sabía que emigró hasta este lugar escondido.
Una hora luego de separarse de Crinar sonó un silbido agudo, haciendo eco en toda la aldea.
Con la señal, los pobladores se reunieron en el lugar abierto donde se llevó a cabo el pasado festival de cosecha.
Crinar habló sobre el sacrificio que Caltus haría por el pueblo, mención que fue recibida por aplausos y vitores, mejorando su fama en gran medida.
Acabada la reunión, los pobladores acudieron a puertas del hogar de Clorinde, vitoreando y agradeciendo con fervor.
Así llegó la madrugada.
Caltus salió del pueblo escondido entre la bruma, montado un corcel blanco.