Abigail puso una expresión de asombro al tocar el líquido sobrante de la taza.
–Tiene mana –dijo ella –¿Podría ser que el papá de Clorinde sea un mago?
Lufa asintió y la niña puso una expresión expectante.
–Abi, escúchame –Lufa la tomó de los hombros –. ¡No debes hablar sobre esto!
–¿Por qué? –Ella abrió los ojos sorprendida por la seriedad en los ojos de su amigo.
–Hay gente que quiere mantenerlo en secreto. Si el jefe Crinar no lo sabía, quiere decir que Caltus no le avisó a nadie. Tal vez ni su familia lo sepa.
–Que complicado –La niña lo aceptó a regañadientes.
Lufa mantuvo sus pensamientos reales dentro de sí.
Era muy peligroso desenmascarar a un mago oscuro. Peor aún, en este pueblo no había alguien que pudiera detener a Caltus si llegara a salirse de control.
Lo que Lufa aún no entendía era por qué tomarse tantas molestias para caerle bien a la población. ¿Para convivir con ellos? No lo creía, debe estar perdiendo de vista alguna señal.
–Ya va siendo hora de recoger a Clorinde.
–Claro, primero déjame ver si Miena necesita algo.
Como escuchando sus palabras, Miena bajó lentamente.
Lufa no entendía como su delgado cuerpo podía soportar esas seis mantas gruesas que llevaba encima. Se asemejaba a la telta, hierba que tenía una flor recubierta por innumerables capas multicolores.
–¿Cómo te sientes? –Lufa aún estaba preocupado.
–Todo bien –Levantó un pulgar –. No te preocupes, estoy bastante despierta después de haber dormido por tanto tiempo –sonrió con confianza.
–Volveremos en un rato, hermana Miena –Abigail arrastró a Lufa fuera de la casa.
La niebla no desapareció. Por el contrario, el pueblo lucía más terrorífico.
Recordando la historia reciente, Abigail presionó a Lufa y se mantuvo dos pasos atrás.
–¿Miedo?
Abigail frunció el ceño con enojo y pellizcó el brazo del chico.
–Antes de buscar a la pequeña Cloro, necesito tu ayuda –comentó sin expresión –. Dime las ubicaciones de los huesos malditos.
–¿Los sacaremos? –Abigail torció su cabeza alarmada, observando la bruma.
–No tú. Yo lo haré.
–Pero…yo debo ayudarte.
–No tenemos mucho tiempo. Yo los recogeré hoy y mañana temprano tú los desharás –Acarició la cabellera de su amiga.
Lufa sabía que no tendría problemas manipulando esas cosas, ya que al no poseer mana no sufriría las consecuencias.
Abigail asintió con renuencia. Verificó que nadie, aparte de Lufa, la observaba y en su palma se fue dibujando de manera gradual el círculo de búsqueda. Al terminar, empujó el circulo contra su cuerpo, obteniendo un séptimo sentido.
A paso lento, los niños recorrieron distintas partes del pueblo.
No les tomó mucho tiempo, solo bastaron 20 minutos para inspeccionar los 24 lugares donde se encontraban enterrados los dientes.
Lufa guardó cada lugar en su memoria. Luego, haciendo un mapa mental general, suspiró de alivio al unir estos puntos y no encontrar coincidencias entre cada marca.
La gente versada en magia a gran escala sabía que para maldecir o sacrificar ciudades, los magos esconden tótems en distintos puntos que al unirse dibujan el círculo gigantesco, convirtiéndose en un hechizo de gran poder.
"Según parece, Caltus no quiere dañar gravemente al pueblo por el momento"
Culminando su labor, el dúo llegó a la casa de Clorinde.
Tras un par de golpes, salió Teodora bastante abrigada.
Lufa saludó con alegría y no escatimó en elogios para Caltus, mencionando su incansable labor al ayudar a la población y preguntando los lugares donde estudió para convertirse en herborista tan experimentado.
–Me tomó por sorpresa –mencionó Teoroda –. No sabía que fuera herborista hasta ayer. Cada día aprendes nuevas facetas de tu pareja –mostró una sonrisa enamorada.
Aparentemente, la mujer no sabía de las maquinaciones de su esposo.
Lufa consoló su corazón al notar que Teodora no tenía nada que ver con las estupideces de su esposo. Si algún día desapareciera a este último, sabía que ella se quedaría con Clorinde.
–Con respecto a donde estudió…No tengo idea –cerró los ojos haciendo memoria –Solo sé que vivió en Paleria de joven y de allí pasó a Roltas, tal vez sea en esos lugares.
Lufa conocía esos sitios. Hizo una nota mental, marcándolas como posibles madrigueras de magos oscuros.
–Muchas gracias por la información.
–No hay de qué, jovencito. Siempre es un placer hablar con personas tan educadas. Juju –soltó una risita digna de la burguesía, cubriéndose la boca con la mano.
Clorinde apareció de la nada detrás de su madre y, cambiando de huésped como de costumbre, se pegó a su amiga.
La dama dio algunas indicaciones a su hija y luego de su consentimiento, los tres niños salieron dirigidos hacia la biblioteca.
Abigail recordó el terror de la niebla al adentrarse en la misma. Como buena chica, le compartió el espantoso relato a Clorinde.
Para cuando llegaron a la biblioteca ambas chicas se estremecían con el silbido del viento o la figura de algún poblador que caminaba en la lejanía.
Lufa sonrió, satisfecho.
Cuando llegaron a la guarida de libros no había rastro alguno de su viejo cuidador.
Al ingresar, Lufa pasó un dedo por la mesa y quedó manchado por el polvo.
Abriendo la ventana de madera, cogió la escoba rústica de paja olvidada en una esquina y comenzó a barrer todo el sitio.
Las niñas cruzaron miradas antes de ayudar.
La limpieza del lugar duró hasta el atardecer, con un descanso al mediodía para comer.
Con el cansancio, Abigail y Clorinde incluso olvidaron el pavor que sintieron por la mañana.
El día pasó bastante rápido. Para cuando Lufa dejó a las niñas en sus respectivas casas ya el pueblo estaba sumido en la oscuridad.
La silueta de los pobladores desapareció gradualmente con el tiempo.
La población rural siempre se quedaba en casa después de entrada la noche; solo en las ciudades, debido a iluminación, la gente disfrutaba de un horario más nocturno.
La niebla que acechó al pueblo de los Noctas no disminuyó en todo el día, es más, al caer la noche, la visibilidad estuvo mucho peor.
La espesa bruma se convirtió en nubes rojizas debido a las antorchas que se encendieron en varios hogares. La iluminación del pueblo, contraria a su función normal, ahora impedía la visión a más de dos metros.
Lufa se fundió con la niebla, sintiéndose como pez en el agua.
–La bruma es adecuada para desaparecer gente –murmuró.
Lanzando un suspiro exasperado, pensó: "otra vez estos recuerdos llegan de la nada".
A veces palabras aleatorias salían de su boca, remembrando asuntos de su vida anterior. El chico tenía el temor de soltar palabras inadecuadas frente a otra gente.
Manteniendo la boca cerrada, caminó con el cuerpo muy pegado al suelo y se acercó al primer punto.
Lufa tenía una bolsa de cuero que colgaba de su cinturón, abriéndola sacó un pedazo de corteza de roble viejo y comenzó a cavar.
En plena oscuridad, tanteando con la mano, sacó el primer diente y lo colocó dentro de su morral.
Con el empuje de sus pies, el montículo de tierra cayó hacia el agujero. Con pisadas fuertes trató de dejarlo tal como estuvo antes de su llegada.
Lufa se desplazó con urgencia de una zona a otra. No quería tardarse demasiado por la posible preocupación de Miena.
–Este sería el diente 19 – mencionó, pisando con fuerza.
El sonido de los pasos acercándose pusieron en alerta al niño, quien se escondió con habilidad detrás de un tronco talado.
La figura se detuvo en el lugar escarbado por Lufa. Las facciones del adulto se desdibujaban por la bruma, pero el chico intuía quien era.
–Otro más –reprendió Caltus con molestia, antes de girar el cuerpo y desaparecer a paso rápido.
"Es una suerte de que ese bastardo no haya usado un rastreador", suspiró Lufa.
Entendiendo que podría toparse nuevamente con Caltus, Lufa decidió no seguir buscando más. Así, avanzó hacia el bosque y dejó su bolsa dentro de un árbol hueco, tapándolo con algunas hojas secas.
–Ahora tengo otro problema –suspiró con pesar.
Caltus estaba actuando más rápido de lo previsto y el niño no tenía poder suficiente para tratar con él.
"Debo pedir ayuda", pensó, "Pero a quién. Y cómo…"
Lufa sintió que su problema se agravaba a pasos agigantados.