Temprano en la mañana, Lufa despertó y repitió las mismas actividades que el día anterior.
Miena parecía no darse cuenta de su delicada situación; se dejó cuidar por un momento antes de desvanecerse entre sus abrigadas colchas.
–No te preocupes, hoy mejorarás –mencionó Lufa, con cariño, mientras le acicalaba el cabello.
La niebla envolvió todo el bosque.
Al salir, Lufa sintió que se encontraba en un pueblo fantasma. Bajó su cuerpo, sentándose en un madero seco y apoyando su espalda contra la pared.
Con los dedos entrelazados detrás de la cabeza a modo de almohada y las piernas estiradas en el empedrado camino, se puso a descansar. Parecía bastante vago como para hacer algún movimiento.
Él vislumbró la figura de Abigail distorsionada entre la niebla, acercándose.
Cuando estuvo a un par de metros recién pudo enfocar correctamente a su amiga.
El vestido largo de cuero era el de siempre. La única diferencia fue la gorra y ropón de lana gris que combinaban con su trenzado cabello castaño.
–Hola Lufa –saludó.
Lufa asintió con una sonrisa.
Abigail tenía los puños pegados a la boca, expulsando aire tibio para abrigar sus dedos.
–Vamos adentro, hice sopa y debería estar caliente. –Lufa se levantó de un salto, un poco preocupado por su amiga.
Abigail se detuvo frente a la puerta, impidiendo el paso.
–Espera, primero busquemos dientes –dijo –, creo que siento uno cerca.
Sin esperar, la niña tomó la mano del chico y lo guio hacia la parte trasera.
El pueblo de los Noctas fue construido en un terreno baldío rodeado de árboles; y mantenía 2 caminos: uno hacia el norte, para el ducado, y otro hacia el sur, cerca de los establos y los lugares de caza.
La casa de Lufa se encontraba al oeste del pueblo, lugar lleno de árboles talados y agrupados en la intemperie.
Ambos caminaron solo unos metros, justo antes de llegar al cerco que delimitaba el bosque.
–Creo que también está enterrado –dio pataditas al suelo, marcando el lugar con una x.
Lufa tomó uno de los tantos maderos y comenzó a cavar en el lugar indicado.
Encontraron otro hueso blanco con inscripciones rojas.
Abigail tomó el hueso y lo convirtió en polvo con un ligero toque.
Las viviendas cercanas ya no estarían bajo la "maldición".
–¿Hoy no tienes miedo? –preguntó Lufa con un tono burlón.
Abigail frunció el ceño.
–Tenía un poco de miedo porque era de noche. Ahora es de día, es muy diferente. En el día no pasan cosas malas –su voz parecía confiada.
–Si eso es lo que crees puedo contarte una historia.
–¿Qué historia?
–En un pueblo lleno de niebla como este, llamado Silent hill, una mujer llamada Rose buscaba a su hija.
La historia que Lufa contó fue relatada por uno de sus amigos en su vida pasada.
Irónicamente, Lufa recordaba la historia más no a su amigo. No era la primera vez que ocurría, así que ahora lo tomó como algo normal.
Abigail avanzaba apretando la mano de Lufa, su imaginación voló con la historia espeluznante.
La niña escuchó el relato. Estaba tan concentrada que no supo cuando ingresó a la casa de Lufa.
–Una criatura enfermiza, con un triángulo metálico de cabeza paseaba por aquel lugar.
Abigail tragó saliva.
La historia continuó por algún tiempo más.
La niña se adentró en los personajes monstruosos.
Una gran imaginación puede llegar a ser buena y mala. Lamentablemente para la chiquilla, en esta ocasión, no le trajo una experiencia agradable.
–Al final, pensó que por fin había salido del pueblo. Incluso llegaron a casa, sin saber que se encontraban en mundos distintos.
La chiquilla tapó su boquita abierta con las manos.
–¡Cómo!… No puede ser.
Lufa avanzó hacia la puerta y la abrió con lentitud. Las bisagras de madera chirriaron y de la abertura ingresó una brisa congelante.
Los niños cruzaron miradas.
–¿Aún sigues pensando que nada puede pasar en el día? -Lufa apunto hacia afuera, donde la niebla desdibujaba el paisaje.
Abigail tiritó, tanto por frío y miedo.
Como una fiera, se lanzó hacia el chico.
–¡Tonto! ¡tonto! ¡tonto! Siempre haces lo mismo –sus pequeños puños trataron al pecho de Lufa como un tambor.
Lufa tenía una personalidad molesta. Tanto en su vida anterior como en la actual era lo único que no había cambiado.
Las quejas y los golpes cesaron de repente. La niña quedó pasmada con una expresión de pavor.
Lufa giró la cabeza, siguiendo la dirección de los ojos de su amiga, y distinguió tres sombras lejanas, acercándose a paso lento.
–Lufa Lufa Lufa. Vámonos –Abigail jaló sus prendas con urgencia.
El niño se quedó quieto, esperando. La historia que relató era solo ficción. Incluso si fuera verdad su semblante no cambiaría, pues en sus recuerdos luchó contra cosas más fuertes y aterradoras.
Abigail, por otro lado, perdió fuerzas en sus piernas y estuvo a punto de caer. Pero se recompuso al escuchar las voces provenientes de la niebla.
–¿Cómo se llamaba la joven?
–Miena –respondió de forma serena –Su casa queda por aquí.
Eran Crinar, Caltus y Rafa.
–Mocoso, pequeña Kalissa –mencionó Crinar, acercándose junto a sus acompañantes.
Los niños saludaron con educación.
Lufa no parecía sorprendido, ya que sabía que en algún momento iban a llegar.
–¿Les puedo ayudar en algo? –preguntó.
–Ah, sí. Kalissa comentó que Miena se encuentra mal. Así que vine con Rafa y Caltus para verificar su condición y darle medicamentos.
Las pupilas del niño se posicionaron en cada adulto, deteniéndose momentáneamente en Caltus.
–Señor Caltus, no sabía que usted era médico –Parecía bastante asombrado.
El erudito tenía las manos en la espalda. Su expresión se suavizó y habló con un poco de vergüenza.
–No soy médico, pero sé un poco de herbología.
Lufa se ganó un golpe en la coronilla.
–Mocoso, no seas irrespetuoso. –reprendió –Caltus ayudó mucho a la gente del pueblo. Incluso curó a Carlo.
A Lufa no le sorprendió, pero actuó como si lo estuviera.
–Por favor señor Caltus, ayude a mi hermana –mencionó con la voz ronca.
Lufa se aferró a la túnica gris de Caltus con los ojos llorosos.
Abigail al ver la desesperación de su amigo se puso emocional.
–No te preocupes Lufa –mencionó mientras le daba palmaditas en la espalda –. Haré todo lo posible para que tu hermana mejore.
Lufa asintió con una sonrisa de agradecimiento.
Ambos hipócritas se observaron, mostrando un acto totalmente diferente a lo que tenían en mente.
Por otro lado, los espectadores parecían emocionados por la escena.
En una de las habitaciones de la segunda planta una joven dormía pacíficamente. Su piel se asemejaba a la nieve, blanca y suave. Y el largo cabello oscuro surcaba su bello rostro como si de un riachuelo tranquilo se tratase.
La admiración que Lufa sentía se esfumó con el acercamiento de los adultos.
Todos rodearon la cama.
Rafa tomó el pulso de Miena y sacó una piedra mágica para medir la temperatura.
La jovencita despertó por el toque. Sus ojos esmeraldas mostraron un poco de pánico al notar muchos rostros observándola.
–Tranquila –dijo Rafa, explicándole lo que había sucedido.
–¿Cuánto tiempo llevo mal? –preguntó confundida.
–Este es el segundo día –respondió Lufa.
–Dos días –Miena parecía perturbada –, no sabía.
Los ojos de la joven tiritaron, preparados para cerrarse nuevamente. Parecía realmente cansada.
–Espera Miena. No te duermas –Rafa giró y vociferó –. Lufa, tráeme un vaso con agua.
Lufa voló hacia la cocina. En menos de un respiro regresó con una taza llena de agua tibia.
Caltus tenía algunas plantas en su mano. Al recibir el recipiente, volcó todas las hierbas dentro y las removió con una varilla de madera. Un olor agridulce se esparció por el recinto.
Miena logró sentarse con la ayuda de Lufa, se llevó a la boca la medicina y lo bebió con avidez, pues sentía que podía terminar durmiendo si esperaba más tiempo.
Toda la gente presente fue testigo de cómo el color regresaba al rostro de la joven y sus pestañas pesadas recuperaron su vigor habitual.
En pocos minutos Miena se sintió recuperada y a la vez asombrada por la eficacia de las hierbas.
–Muchas gracias señor Caltus, es usted mi benefactor –expresó Lufa con una mirada de adoración –, cuando me necesite estaré allí para usted.
–No es nada, jovencito –respondió con humildad –. Mientras pueda ayudar a la gente lo haré sin necesidad de compensación.
¡Qué persona tan admirable!, estaba escrito en el rostro de los presentes.
Luego de algunas conversaciones más, los adultos se despidieron, manifestando que debían revisar a más pobladores.
Lufa agradeció algunas veces más a Caltus antes de que este desapareciera junto a Crinar entre toda la niebla.
Cuando no los vio más, su expresión repleta de felicidad cambió en un segundo.
Cerró la puerta de la casa y avanzó hacia la taza de madera, seguido de Abigail.
Con una cucharita hecha de roble, sacó las plantas una a una. Él las reconocía todas y sabía que ninguna tenía otras propiedades aparte de disminuir el dolor.
–Como pensé –murmuró.
A un costado Abigail miraba con curiosidad.
–Abi –dijo Lufa –, ¿puedes verificar si esta cosa tiene mana? –preguntó, empujando la taza a las manos de su amiga.