–¿Por dónde? –preguntó.
La casa de Abigail estaba justo en la entrada del pueblo, de camino al fortín y hacia el ducado Allen.
Parecía que Carlo y Kalissa no se encontraban en casa.
–Por allí –Ella apuntó con el dedo.
El lugar señalado estaba junto a su casa, entre los árboles.
El sol había desaparecido en su totalidad envolviendo al bosque en la oscuridad. Al estar alejados de la población, no había más luz que la estelar.
Los niños avanzaron a paso lento, moviéndose entre las ramas con cuidado.
–Lo siento aquí –murmuró. Su voz temblaba al igual que su cuerpo.
Lufa indagó entre las ramas, piedras, árboles y negó con la cabeza.
–Está justo aquí, estoy segura –Ella pisó con fuerza.
Lufa pensaba en seguir buscando por los alrededores cuando le llegó una idea.
Cogiendo una rama gruesa del suelo, hizo que Abigail retroceda algunos pasos y comenzó a cavar en el suelo.
El suelo arenoso fue fácil de remover debido a su humedad.
El palo golpeó una piedra blanca, empujándola un poco lejos.
–¡Eso! –Abigail gritó.
Lufa detuvo su trabajo y fue a recogerlo.
Al acercarlo a sus ojos, notó que se trataba de un diente molar que se asemejaba al de un hombre adulto. Tenía dibujado un círculo con palabras inscritas.
–Mana, absorción, vida y dirección –Lufa se relajó un poco.
Era un hechizo de absorción usada por magos oscuros, pero aún no entraba al nivel de maldición.
"Parece que Abi lo sintió solamente por estar inscrito sobre un diente", pensó. Con un movimiento de brazo lo arrojó.
La niña casi muere del susto cuando Lufa se lo lanzó.
Abigail se escondió detrás de Lufa, dejando la pieza en el suelo. Al volver a sus cabales comenzó a golpearlo.
–Tonto tonto. ¿Por qué me das esa cosa? ¿Quieres que me muera? ¿Eso quieres? ¡Tonto! -vociferó con enojo.
Lufa parecía divertido.
–Yo no tengo mana. No puedo borrarlo –mencionó.
Los puños de la niña fueron perdiendo fuerza hasta quedar estáticas en la espalda de Lufa.
–Usa mana y bórralo como te enseñé –Recogió el diente y lo puso en su mano.
Ansiosa, Abigail acercó su yema ligeramente brillante al molar hechizado.
Cuando su dedo se deslizó por encima sonó un crujido, quedando solo polvo en su palma.
–¡Ya no está! –Abigail lucía sorprendida.
El sentimiento desagradable que percibía con el hechizo se esfumó en un instante.
"Con el hechizo eliminado, la casa de Abi estará bien"
"Pero, ahora que lo pienso, ¿A dónde se fueron sus padres?"
Lufa dejó de reflexionar y miró a su amiga.
–Eres muy valiente –Lufa le acarició el cabello.
La niña parecía distraída, perdida en sus pensamientos.
–Oye, Lufa –lo miró con seriedad –¿Hay más de estas cosas? –preguntó, levantando la palma llena de arena blanquecina.
–Sí.
–¿Cómo sabías que estaban en el pueblo?
Abigail parecía determinada a encontrar respuestas.
–Solo lo sentí.
–Hay muchas preguntas que quiero hacerte ¿Cómo sabes magia?¿De dónde la aprendiste? ¡En los libros de la biblioteca no hay nada de eso! –Cada palabra tenía un tono más alto.
Lufa sentía que este día llegaría, pero no creía que fuera a llegar tan rápido. Solo le quedó lanzar un gran suspiro.
Sin desviar la mirada le dijo.
–Puedo decirte todo en este momento –curvó sus labios en una sonrisa forzada –, pero dejaría de hablarte y hasta podría desaparecer.
Abigail quedó estupefacta, antes de que una hilera de lágrimas cayera por su mejilla.
Cuando su vista se puso borrosa, ella bajó la cabeza y sollozó. Sus manos apretaban su falda con fuerza.
Lufa se acercó y le levantó el mentón hasta que sus miradas se cruzaran. Suavemente le limpió las lágrimas.
–Lo siento. No llores –dijo con una voz reconfortante –. Prometo contarte todo más adelante.
Ella asintió aun sollozando.
Lufa la llevó a su pecho, donde Abigail lloró a mares.
En la penumbra del bosque, dos niños avanzaban cogidos de la mano.
–A partir de mañana te ayudaré a buscar los dientes.
–Gracias –mencionó.
La niña se sintió un poco feliz.
–Abi. Es muy importante que no le digas a nadie sobre esto. Prométeme que no irás sola a buscarlos –Lufa apretó su agarre.
Al notar la seriedad de Lufa, ella aceptó.
Cuando llegaron a la casa de la niña no vieron rastro alguno de sus padres. Así que, ambos se sentaron afuera, en un tronco tumbado que servía como asiento.
El pueblo contaba con solo dos calles que formaban una cruz, así que desde su posición podían ver la mitad de las casas sin mucho esfuerzo.
Cada familia prendía la antorcha de su vivienda dependiendo de la fecha que le tocaba. Esto fue impuesto en consenso comunal, para que las calles pudieran ser visibles de noche.
A lo lejos, Lufa pudo ver un par de personas avanzando codo a codo.
Él pudo reconocer el cuerpo de la mujer por sus curvas pronunciadas.
–Mira Abi, es tu mamá.
Por alguna extraña razón, ella tuvo ganas de golpearlo.
La pareja de esposos demoró un par de minutos en llegar.
–Hola hija mia –Kalissa, tomó a Abigail entre sus brazos.
–Gracias por traerla, Lufa –Carlo mencionó de manera cortés.
–¿Qué pasó? –preguntó Kalissa, arrodillándose y tocando los párpados hinchados de su hija –¿Estuviste llorando?
Lufa sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Ambos padres giraron sus cabezas, dirigidas al niño.
–No fue su culp-pa –Abigaíl se trabó –Me caí. ¡Sí! Me c-ca, ¡ay! –terminó mordiéndose la lengua.
Lufa recordó cuan mala era mintiendo y actuando.
Carlo le dio un golpecito en la cabeza.
–Lo siento –dijo, con culpa.
–¡Papá! –Abigail habló con enojo –No lo golpees. Espera, ¿no estabas mal? ¿Cómo es que te curaste tan rápido?
Carlo tenía sentimientos encontrados. Su hija adorada acaba de gritarle por un golpe falso.
–Me curaron –Se acercó a su hija –Ven ven, dale un abrazo a tu padre. Empezó a frotar su corta barba en la carita de Abigail.
A Lufa le pareció raro. La pérdida de fatiga no podía curarse en poco tiempo.
–Tío, ¿quién te curó?
–El hombre detuvo su muestra de cariño fraternal y volteó con una expresión de sorpresa ligera.
–Caltus. Es un buen herbolista –mencionó, acariciando su mentón –. Con tomar un poco de la infusión que preparó me puse de pie. Es una suerte que haya llegado.
Lufa comprendió por qué el diente no tenía una maldición completa.
"Maldito perro astuto", expresó a sus adentros.