Los dedos de Abigail casi arrancan la piel del brazo de Lufa.
–¿Por qué la haces llorar? –preguntó enojada, mientras calmaba a Clorinde.
"Pero no hice nada". Lufa se sobó la parte pellizcada.
El abrazo de Abigail, más que calmar a la niña, hizo que incrementase su llanto.
Solo después de muchas palmaditas en la espalda y palabras reconfortantes provenientes de Abigail es que la niña se tranquilizó.
–Ahora, pequeña cloro, ¿puedes decirme por qué crees que es tu culpa? –preguntó Lufa.
Los ojos hinchados de la niña parecían dispuestos a seguir soltando lágrimas.
–¡Espera! La gente aquí siempre se enferma en invierno, así que no es tu culpa. –Lufa vociferó con rapidez, levantando las manos y con miedo a que retorne su lloriqueo.
Clorinde parecía entumecida, sin saber qué responder. Al caer en cuenta que podría no ser culpa de su familia y habiendo chillado durante tanto tiempo por ello, se avergonzó demasiado, escapando al abrazo de su amiga.
Sus orejas estaban teñidas de rojo.
A Lufa se le escapó una sonrisa. Desde siempre le producía felicidad observar los cambios drásticos en las expresiones de las personas, ya sea ira o vergüenza, y Clorinde era un artefacto de alteraciones faciales.
La fría mirada de Abigail envió escalofríos al cuerpo de Lufa.
Tosiendo un par de veces, se dispuso a sacar información.
–Bueno, pequeña cloro, ¿por qué pensaste que fue culpa tuya?
–Sí. ¿Qué pasó? –añadió Abigail.
Con ambos preguntando, Clorinde se alejó lentamente con desgana. Se notaba aun un pequeño rastro de vergüenza.
–Es que… la gente, allá, se enfermaron igual que aquí –mencionó, bajando la cabeza.
–Aquí siempre nos enfermamos por el frío invierno –respondió Abigail –. Pero todos sanamos después de unos días.
Clorinde desvió sus pupilas en dirección a Lufa y este asintió curvando los labios para tranquilizarla.
Pero por dentro pensaba diferente.
"La enfermedad del invierno no te deja tan exhausto hasta el punto de no poder salir de la cama".
Si era lo que él creía, entonces el pueblo se encontraba en grave peligro.
Lufa apretó los dientes con enojo pues recordó que no tenía mana y eso aumentaba la dificultad para resolver este problema.
Abigail y Clorinde subieron para acompañar a Miena mientras conversaban en voz baja.
Pasaron un par de horas.
Cuando Lufa ingresó a la habitación de Miena, encontró a Abigail sentada, cabeceando la pared y a punto de caer rendida en el mundo de los sueños.
Por otro lado, en algún momento desconocido, la otra niña se acurrucó junto a Miena y se quedó dormida.
Lufa avanzó con pasos ligeros y sin hacer ruido.
–Abi –susurró, moviéndola ligeramente –despierta.
–¿Emh? –balbuceó con los ojos desenfocados. Un poco de baba se derramó de su boca.
–Vamos.
Lufa tomó su mano y la llevó hacia la primera planta.
Luego de coger el vaso proporcionado por Lufa y tomar un sorbo de agua, fue cuando reaccionó.
–¿Ah? –observó alrededor confundida –¿No estaba cuidando a la hermana Miena? ¿Qué hago aquí?
–Eso no importa por el momento –rio Lufa –. ¿Aún sigues practicando magia? -preguntó.
Abigail asintió con orgullo, mostrando una expresión altanera.
Ella levantó la mano derecha y un guante celeste la cubrió. Los círculos mágicos eran tan pequeños que necesitabas acercarte a unos centímetros de su manita para notarlos.
Lufa lanzó un silbido de admiración.
–Bien hecho –mencionó, acariciándole la cabeza.
Abigail se acurrucó en la mano de Lufa con gusto, su sonrisa parecía más brillante que el mana saliendo de su cuerpo.
–¿Probaste la bola de fuego?
Ella negó con la cabeza.
–Debería ser fácil para ti –mencionó Lufa, con el rostro lleno de sorpresa.
–Sí. Pero esperaba que lo vieras primero. Prepárate –dijo. Su expresión parecía la de un niño travieso al enseñarle algo que aprendió a sus padres.
Abigail estiró la mano y separó ligeramente sus dedos. En su palma se dibujó un círculo nuevo a una velocidad casi instantánea. Desde su centro apareció un punto rojizo que fue creciendo poco a poco hasta tomar el tamaño de un puño.
Abigail tenía los ojos muy abiertos, no parecía creer lo que veía. Hizo una bola de fuego perfecta.
El calor incrementó la temperatura de la habitación.
Con la fluctuación de sus emociones, tanto su guante brillante como el círculo de fuego se desvanecieron.
Abigail seguía observando la palma de su mano, desconectada de la realidad.
–Bien hecho, Abi –Lufa le dio un golpecito en la cabeza a modo de felicitación –Lo hiciste muy bien.
Con aquel toque regresó a la tierra y se llenó de distintas emociones.
De un salto abrazó con fuerza a Lufa y plantó un beso en su mejilla.
–Muchas gracias –dijo, envolviéndolo con fuerza.
Lufa quedó pasmado por un segundo antes de devolver el abrazo. Él entendía el esfuerzo realizado por su amiga para lograr tal hazaña.
Los niños se mantuvieron abrazados por algún rato más. Cuando se separaron Lufa notó que había algunas lágrimas contenidas en los ojos de Abigail.
–¿Lloraste? –preguntó con burla.
Abigail hizo un puchero.
–¡Quién lloró! Tú eres el bebé llorón –curvó sus labios. Su buen humor le impedía molestarse.
–Jaja. Bueno, ahora que te convertiste en la maga más joven que conocí tienes que cuidarme –bromeó.
–No te preocupes. Me quedaré contigo para cuidarte –expresó Abigail con pasión.
Lufa no entendería el peso de esas palabras hasta mucho más adelante.
Abigail practicó unas cuantas veces más el hechizo de bola de fuego. Lufa, a un costado, soltaba consejos cada tanto. Siguiendo las instrucciones, ella logró manipularlo de distintas maneras en tiempo récord.
–Abi, necesito tu ayuda –mencionó.
–¿Mmh? –ladeó la cabeza.
–Sabes que tengo algunos problemas con el mana –añadió –quiero que me ayudes a revisar mi cuerpo.
Ella asintió sin pensarlo.
–¿Recuerdas la primera vez que te ayudé a sentir el mana?
–¿Cuándo pusiste tus manos en mi espalda? –recordó.
–¡Exacto! –Lufa se acercó a ella –Necesito que me pases un poco.
Lufa había estado pensando en esto desde el primer momento. Claro que no planeaba que Abigail funcione como una batería y le transfiriera su mana, pues eso era imposible.
La transferencia de mana era un hechizo de sexto nivel. Lo que planeaba hacer era usar un método burdo para pasar un poco de mana hacia su cuerpo, con suerte entraría al menos un filamento.
Lufa se paró al frente de Abigail. Solo se encontraban separados por algunos centímetros.
–Con tocar mi piel puedes pasar mana –suspiró –. Es la forma más ineficiente.
Abigail asintió, llevando su mano cerca al rostro de Lufa.
–Como esa manera toma mucho tiempo, entonces … –apretó los dientes, dudando –tienes que meter al menos un dedo dentro de mi boca, tocando mi lengua.
La mandíbula de la niña se separó.
No hubo tiempo de deliberación.
–Está bien –aceptó, manteniendo una expresión rara.
Con la aceptación de su amiga, Lufa perdió la vergüenza y separó los dientes lo suficiente como para que ingrese su pequeño dedo.
–Cuando toques mi lengua, tienes que circular tu mana y llevarlo a la punta de tu dedo, para luego empujarlo hacia mi cuerpo –dio instrucciones.
Con timidez, Abigail llevó su dedo índice al interior de la boca de Lufa.
Al no estar totalmente abierta, chocó con los blancos dientes del niño y su cuerpo se tensó.
Abigail intentó calmarse a sí misma dando un pequeño suspiro. Luego, continuó empujando hasta que su yema se hundió en la suavidad de su lengua húmeda.
Abigail miró a Lufa, para saber si hizo algo mal.
En ese instante sus ojos captaron la imagen de Lufa con los labios separados y su dedo dentro de su cavidad bucal. Los ojos del chico la veían fijamente, pero desde una posición baja debido a la diferencia de alturas.
El cuerpo de Abigail se tensó y comenzó a respirar con dificultad.
–¿A-hi? –Lufa no pudo hablar correctamente por su lengua inmovilizada.
Lufa sintió que algo iba mal al notar a su amiga sonrojada y jadeando.
Su cuero cabello se entumeció al ver que los ojos de Abigail se asemejaban a los de un cazador tratando con su presa.