Lufa encontró una Abigail enojada a mitad del camino.
Sus cejas estuvieron a punto de chocar entre ellas por la molestia. Su tez sonrojada, frente goteando ligeramente y respiración entrecortada indicaban que hizo todo lo posible por alcanzarlo y terminó exhausta.
–Abi –llamó con culpa.
La niña pasó de frente sin dirigirle la mirada.
Lufa dio muchas explicaciones y ella lo ignoró. No quería jugar con fuego, pero la situación lo ameritaba, así que pensó en llevarla como a Clorinde para disminuir su fastidio.
"No puedo cargarla", pensó, "La estética no me lo permite".
Abigail era más alta que Lufa por media cabeza.
Apretando los dientes la tomó de la mano.
Minutos después Abigail ingresó a la casa mostrando una radiante sonrisa.
Al ingresar, notaron un ovillo de mantas a un metro del fuego, meciéndose de un lado a otro; de este, dos cabezas sobresalían, una por encima de la otra. Miena y Clorinde parecían transmitirse calor entre ellas.
Los niños no regresaron a la biblioteca por la tarde a causa de la lluvia intensa. Así que dedicaron su tiempo a realizar actividades bajo techo. Las 3 mujeres estaban absortas en su conversación mientras Lufa revisaba los libros de su madre.
"¿Cómo es que hablan tanto?", se preguntó Lufa, al notar que Miena y Abigail acaparaban toda la charla, "No hay mucho que decir de este pueblo", negó con la cabeza.
Entrada la noche las gotas dejaron de caer, así que Lufa acompaño a sus amigas, dejándolas en sus casas.
Así culminó el día.
Temprano, al día siguiente, Lufa hizo sus estiramientos como de costumbre y bajó las escaleras.
El ambiente se sentía más gélido de lo normal. Al pasar a la siguiente habitación no encontró las brasas encendidas y tampoco a Miena, lo cual le pareció raro, pero no al punto de preocuparse.
"Debería dejarla dormir un poco más", pensó.
Lufa estuvo por salir, cuando se escuchó un golpe seco proveniente de los tablones de madera que funcionaban como piso de la segunda planta.
Lufa se lanzó sin pensarlo dos veces.
Al meterse a la habitación de Miena, notó que esta última se encontraba tendida en el piso con una respiración pesada.
Cuando Lufa la levantó, ella separó sus pestañas ligeramente.
–Lu-fa –llamó con fatiga –me siento un poco cansada, discúlpame.
–Tonta –suspiró –, solo descansa. No tienes que disculparte de nada.
Con aquel susurro, sus cejas se relajaron y cayó dormida.
Lufa acercó su palma al cuello de Miena y notó la baja temperatura de su cuerpo. Abrió el baúl de ropa, sacó algunas mantas livianas y las colocó sobre Miena.
En la cocina, Lufa puso un puñado de hojas secas bajo los tablones de madera, luego, cogiendo un par de piedras oscuras del costado las raspó hasta que las chispas salieran y encendieran la yesca.
Dejando el agua calentarse en la olla de barro. Lufa salió corriendo hacia la casa de Abigail.
Al llegar, golpeó la puerta un par de veces con urgencia. Momentos después apareció Kalissa bastante arropada.
–Niño –dijo sorprendida –Es un milagro verte por aquí.
–Señorita Kalissa –mencionó con una sonrisa.
La madre parecía contenta por el título.
–Abigail sigue dormida –respondió.
–Ah, no. Vine a pedirle prestadas un par de bolsas de cuero –añadió, actuando avergonzado –Miena está enferma.
Kalissa entrecerró los ojos, haciendo una expresión compleja.
–Carlo también se encuentra enfermo –mencionó con pesar –por eso solo te puedo dar un par de bolsas.
–Es suficiente –asintió con agradecimiento.
–Parece que este invierno será más frio que los anteriores –Se alejó para buscar los sacos.
Las enfermedades eran comunes en esta temporada. En otros pueblos y aldeas era difícil salir vivos por la falta de comida y ropa. Pero en el pueblo de los Noctas nadie llegaba a tal punto por la camaradería de su propia gente.
Lufa se sentía incómodo por alguna razón.
El niño salió con prisa al recibir las bolsas de cuero. Al llegar a su vivienda, fue directo a la cocina donde la tapa de la olla bailaba por la presión. Sacando el agua hervida con una taza, vertió el contenido hasta llenar las cuatro bolsas en sus manos.
La temperatura de Miena subió un peldaño gracias a los bolsos cálidos que fueron puestos cerca a sus extremidades.
Después de verificar el bienestar de Miena, Lufa fue a cocinar algo para calmar su hambre.
Todas las tinajas de agua estaban vacías así que Lufa se aventuró al exterior con una cubeta.
Al llegar al pozo, notó que había tres personas haciendo fila para sacar agua.
–¿Es cierto que no encontraron nada raro? –preguntó una señora pecosa.
–Mi marido me contó que los jabalís de ayer llegaban de uno en uno –mencionó la otra –. Así que no debería haber problemas.
–Eso es bueno –suspiró aliviada.
–Pero creo que Crinar debería entrenar más a mi marido –mencionó con el ceño fruncido de molestia –Hoy dijo que se sentía cansado y no quiso salir de su cama.
–Así son los hombres esta temporada –asintió la otra –Mi hijo estuvo igual y eso que no hizo nada en estos días.
–Tal vez sea cosa del frío –Una voz fuerte llegó desde atrás. El hombre llegó al mismo tiempo que Lufa así que escuchó la conversación de las señoras.
Las dos mujeres voltearon solo para darse cuenta de que había gente detrás de ellas.
Lufa asintió a modo de saludo y fue devuelto por la gente.
–Mi mujer también está en cama –añadió el hombre –. Ahora tengo que intentar cocinar para ella –parecía decaído.
Las señoras se burlaron de su desgracia, mencionando que así podría aprender a preparar algunos platos y no morirse de hambre cuando lo dejen.
Con algunas idas y vueltas, Lufa rellenó los tinajos de agua y preparó un suntuoso desayuno con los alimentos sin preparar que tenía.
El chico llevó un plato de comida fácil de digerir para Miena y la sostuvo entre sus delgados brazos mientras la ayudaba a comer. La jovencita parecía no pensar correctamente y se dejó atender, tal como una muñeca.
Lufa se sintió extraño al cuidarla de ese modo.
Horas más tarde llegaron sus amigas tomadas de la mano.
–Hola Lufa –saludó Abigail –. ¿Es cierto que Miena está enferma?¿Puedo verla? Mi madre mandó comida para ambos. –mencionó en menos de un segundo.
–Se encuentra un poco mal –respondió –Gracias por la comida –dirigió una sonrisa de agradecimiento.
Al ver que Abigail estuvo a punto de desdoblar las capas de tela que mantenían el calor de la comida la detuvo.
–Abi, espera. Miena ya comió. –agarró sus manos.
La pequeña detuvo sus acciones y mantuvo su mirada fija en Lufa.
–¿Cómo que ya comió? ¡No puede ser! ¿Hiciste que cocine estando enferma? Eres un mal tipo –increpó con enojo. Las historias de su cabeza se creaban a velocidades impresionantes.
–Claro que no –respondió –Cociné para ella –mencionó, apuntando a la cocina.
Los ojos de Abigail se turnaban entre Lufa y las ollas con comida.
–¡Imposible! –Ella corrió hacia las ollas y escarbó el contenido con una cuchara, para luego llevárselo a la boca.
Lufa notó que Clorinde estaba más callada e inmóvil de lo habitual. Además, su rostro se notaba sombrío y lleno de culpa.
–¿Que pasa pequeña Cloro? –preguntó, acariciándole la cabeza.
Con el gesto, los ojos de la niña se llenaron de lágrimas. Lufa se asustó.
–Lo siento –murmuró. Las gotas cayeron por su cara pálida.
–¿Qué pasó? –preguntó –No necesitas disculparte sin motivo.
–Es que… –Clorinde se sobó los ojos con el dorso de la mano – Nosotros trajimos la enfermedad.
Lufa comprendió qué era lo que lo tenía tan inquieto.