Al día siguiente, Lufa despertó temprano.
Después de algunos estiramientos, él bajó las escaleras toscas que lo llevaron al primer piso y se encontró con Miena envuelta en mantas multicolores. Parecía estar jugando con una varilla metálica, dando ligeros toques a la leña que se quemaba.
–Buen día, hermana.
Miena no pudo girar completamente su cabeza por la cantidad de abrigos que traía encima.
–Hola Lufa –sonrió.
Como de costumbre, él se sentó cerca al fuego, al costado de Miena.
–Ayer hubo 2 heridos en la cacería –inició la conversación.
Sí –suspiró Miena –. Fueron atacados por una manada de jabalís salvajes y los golpearon mucho.
A Lufa le sorprendió que Miena supiera eso, ya que había pasado solo una noche y ella no salió de la casa en ningún momento.
–Pero los jabalís del bosque no aparecen en manadas –Lufa comentó con duda.
–¡Exacto! –exclamó con preocupación –Eso es lo raro. Parece que hoy Crinar saldrá con algunos cazadores experimentados a verificar la situación.
El par conversó durante algún rato sobre cosas triviales. Su charla culminó con Lufa poniéndose de pie y dirigido hacia su práctica diaria en el bosque.
En lo más alto, una capa de nubes negras cubría el sol, extendiéndose hacia el horizonte y cubriendo todo el bosque con su sombra frígida.
Lufa tenía un entrenamiento organizado por tandas. Hacía diversos ejercicios que llevaban al límite todos los músculos de su cuerpo; debido a eso terminaba con fatiga extrema que solo se calmaba al remojarse como un pez en el riachuelo.
–Cada vez hace más frio –suspiró.
Si tuviera mana en su cuerpo no se preocuparía por enfermarse, pero, como no era el caso, entonces ahora tenía que evitar bañarse en el riachuelo, al menos durante el invierno.
Para mantener su buen humor decidió no pensar en ello.
Solo después de un largo descanso hizo un último esfuerzo para acostumbrarse a manejar su bastón rústico, completando así su trabajo físico diario.
Luego de revisar a los animales y dejar su "arma" escondida regresó al pueblo.
Como un dejavú del día anterior, divisó a un grupo de adultos acercándose desde el otro lado del sendero.
"Este escuadrón si infunde temor", pensó, lanzando un silbido que expresaba sorpresa.
Los hombres musculosos caminaban como un batallón dirigido a la guerra. Cada uno de ellos portaba un arco pegado a su espalda, una carcasa con flechas colgada a su cintura y, al lado de la misma, una funda de donde sobresalía el mango de una daga.
Crinar lideraba a todos ellos.
Al encontrarse con el niño, solo pasaron del largo, como si n existiera, solo Tudor asintió con la cabeza a modo de saludo.
Lufa no le tomó mucha importancia y siguió su camino.
De vuelta al pueblo, Lufa lo encontró desierto. Si no fuera por las chimeneas expulsando humo gris, bien podría pasar como una aldea fantasma.
–¿Eh? ¿No vino?
Lufa rodeó la biblioteca sin encontrar al viejo ZIgs.
Al ingresar, notó a dos pequeñas figuras juntas, compartiendo asiento.
La más pequeña de ellas estaba envuelta en una capa oscura y gruesa que cubría su vestido suave de una pieza.
Clorinde se encontraba colgada como un koala en el brazo de su amiga.
La prenda hecha de lana gruesa de Abigail cumplió con su función principal, calentándola en este mal tiempo, mientras que la ropa cara de Clorinde solo aportaba comodidad.
– ¿Tus padres no trajeron mucha ropa? –preguntó Lufa, apoyándose sobre la mesa.
Ninguna de ellas se dio cuenta de la llegada de Lufa. Abigail tuvo un ligero cambio en su expresión al verlo, mientras Clorinde solo giró la cabeza y siguió temblando, su cuerpo no tenía fuerzas para sorprenderse.
–Ella no tiene ropa abrigadora –mencionó Abigail, abrazándola –dice que vivía en un lugar caliente.
–Pequeña cloro, ¿cómo se llamaba tu pueblo?
–Alurifar –respondió en voz baja.
"¿Perdió el miedo con el frío?", se preguntó, divertido.
"Pero…Alurifar".
Lufa recordó que era una ciudad bastante grande y comercial. Quedaba justo al medio de las planicies bárbaras y el desierto Arúm. Su clima caliente y seco con carencia de lluvias hacía que la tierra fuera improductiva y la vida de los seres vivos sea complicada. Si no existiera un lago en medio de ese lugar, entonces nunca se hubiera desarrollado.
Lufa lanzó un suspiro de cansancio. En su memoria aquel lugar creció hasta prosperar y no hubo rastros de enfermedades o cuarentena.
"¿Fue una mentira de Caltus?¿el futuro había cambiado por la intervención en los planes de Porcus?", un dolor de cabeza invadió a Lufa, pero decidió no pensar en ello por el momento.
Con la mirada fija en Clorinde preguntó –Pequeña cloro, ¿por qué tu piel es tan blanca?¿No deberías estar bronceada?
La niña desvió la mirada hacia el dorso de su mano. Ella tiritó de frío y se acurrucó aún más en Abigail, para luego responder con dificultad.
–Yo no salía de mi c-casa. Así qu-ue nunca c-cambió el color d-de mi piel.
–¿Y el de tus padres?
–Ellos t-tenían la piel d-de otro c-color. Pero se qu-quedaron en casa por mucho tiempo antes de qu-que todos en el p-pueblo enfermaran, así qu-que volvieron a t-tener piel blanc-ca.
Lufa quiso ahondar más en el tema, pero se sintió mal después de verla tiritando sin cesar, así que pasó su brazo derecho por debajo de sus piernas y la levantó fácilmente.
–A este paso va a congelarse, vamos a mi casa –advirtió.
Los ojos de Abigail que observaba todo el suceso se estrecharon con sospecha y asintió de mala gana.
Lufa sintió que Clorinde estaba bastante fría, así que se apresuró.
–¿Tu madre sabe tejer? –Lufa bajó la cabeza.
La niña en sus brazos parecía un cadáver viviente, tenía miedo de que dejara de respirar en cualquier instante, así que habló con ella.
–No –respondió y se acurrucó aún más.
–Hablaré con Miena para que te de algunos abrigos –sonrió –Ella tejió muchos para Abigail pero creció muy rápido. Deberían ser de tu talla.
Clorinde asintió, o al menos así lo creía Lufa, pues era difícil diferenciarlo por el temblor extremo de la pequeña.
–Olvidé preguntarlo, pero ¿Cuántos años tienes?
–S-siete –respondió, casi siseando como una serpiente.
–Abigail y yo estamos a punto de cumplir 9 –mencionó –¿Cuándo cumpliste 7?
–Ha-hace algunas s-s-semanas.
–Algunas semanas…¿No estuviste viajando?
–S-sí –respondió con un tinte de tristeza.
–No te preocupes pequeña cloro, haremos una fiesta para ti –aseguró.
Tras soltar esas palabras, Lufa notó el brillo en los ojos de Clorinde, pero desapareció en el mismo segundo.
–No es necesario –dijo, con voz resuelta.
–Jaja. En ningún momento pregunté si lo querías, solo te estoy avisando con anticipación –lanzó un guiño.
Clorinde se quedó pasmada por aquel gesto.
–¿Recibiste algún regalo?
–Ah. Sí. Mi padre me dio un bonito vestido verde –respondió sin titubear.
A Lufa le agradaba bastante su variación de expresiones.
–Tu padre, eh. –suspiró –¿Habló contigo anoche?
–Mi padre no llegó a casa anoche –mencionó, ladeando la cabeza.
Lufa se detuvo porque habían llegado a la puerta de su casa. Acto seguido bajó lentamente a Clorinde.
–¿No llegó? –continuó cuestionando.
–Hoy no me despertó –puso un semblante triste y agraviado.
Al darse cuenta de sus acciones se puso un poco colorada.
Lufa parecía divertido, avanzó hacia la puerta y de un empuje brusco la abrió.
Miena se encontraba sentada cerca al fuego, envuelta con más prendas que en la madrugada. Al verlos los apresuró a sentarse cerca de ella.
–Por cierto Lufa –hablo Miena.
–¿Si?
–¿Dónde está Abigail?
Lufa cerró los ojos con pesar. En algún momento había perdido de vista a su amiga.