Rafa pidió la ayuda de algunos hombres robustos para sostener los cuerpos heridos.
–Presionen con fuerza sus extremidades –ordenó –No dejen que se mueva.
Cuando el más joven tuvo su cabeza, brazos y piernas sometidos, Rafa forzó la costilla fuera de lugar, trasladando los huesos a su posición original.
El chico mordía un trapo amarillento con locura buscando aguantar el sufrimiento. Las venas de su rostro saltaron y su cuerpo se movió involuntariamente con brusquedad, pero como varios lo sostenían no hubo contratiempos. Luego, al no poder soportar el dolor se desmayó.
El otro tipo tenía un corte profundo en la espalda y su torso deformado. Tanto el omóplato como los huesos conectados al brazo se encontraban en posiciones anormales.
No era una vista agradable.
Lufa giró la cabeza solo para ver a Clorinde y Abigail muy pálidas. "Parece que tendrán pesadillas esta noche", pensó. Con eso en mente, bloqueó la vision de ambas con las manos.
–Será mejor que vayan a casa –alentó en voz baja –. Todavía me quedaré.
Abigail separó levemente sus labios para decir algo, pero no salió sonido alguno. Con un semblante dubitativo asintió y se llevó a Clorinde.
Para ese entonces el sol había desaparecido y el pueblo se encontraba sumido en la oscuridad. Cuando las niñas avanzaron entre la gente, solo las antorchas alumbraban ligeramente su camino de regreso.
–Ugh –gimió el hombre. Sus huesos crujieron al ser reposicionados.
Rafa manipulo el brazo del hombre hacia distintas direcciones. Con cada crepitar la gente realizaba muecas de dolor como si lo sintieran en carne propia.
Algunas personas acostumbradas mantuvieron su semblante casi sin cambios. Lufa fue uno de ellos y parecía que Caltus también.
El niño se acercó lentamente al padre de Clorinde.
–¿Qué animal los atacó en el bosque? –preguntó.
Caltus giró hacia Lufa, aligerando su expresión.
–Chico –mencionó con calidez –No. Tu nombre es Lufa, ¿cierto?
–Sí señor. Me recuerda –sonrió.
–Los cazadores hablaron de ti. Tienes muchas historias interesantes –comentó en un tono burlón.
–Jaja me imagino.
En ese momento Rafa terminó de dar los primeros auxilios y pidió que trasladaran a los heridos hacia su vivienda para revisarlos con detenimiento.
La gente avanzó en procesión como hormigas, rodeando las camillas recién traídas. Algunos de ellos se acercaron a los cazadores con curiosidad y preguntaron qué había pasado en el bosque.
Lufa avanzó junto a Caltus con intención de sacarle información. Ambos se encontraban detrás de toda la multitud.
–Nunca antes habían llegado tan heridos.
–Ya veo –suspiró Caltus–fue una situación trágica.
–Entonces, ¿qué animales los atacaron? –preguntó nuevamente Lufa.
Caltus caminaba erguido, manteniendo sus manos en la espalda.
–Aun eres muy joven como para relacionarte con cosas tan violentas.
–Yo soy muy violento –mencionó –. ¿Los cazadores no le hablaron de eso?
Caltus ladeó la cabeza con curiosidad.
–Chico. No, Lufa –corrigió –¿Alguna vez te dijeron que te expresas como una persona adulta?
–Es la primera vez que alguien me lo dice –sus cejas se expandieron con asombro fingido.
–Eres un chico interesante –mencionó con una sonrisa amable –podrías llevarte bien con mi hijo Calmond. Estoy seguro de que serían buenos amigos.
La última frase casi hizo que Lufa comience a reír a carcajadas, pero se contuvo mordiéndose la lengua.
–Señor –dijo con seriedad –Hoy le di una paliza a su hijo.
Caltus se detuvo en seco.
–¿Mi hijo hizo algo? ¿Por qué pelearon? –preguntó, tratando de mostrar la serenidad de un adulto benevolente.
–Aunque no lo parezca, soy un protector de las mujeres.
Lufa se llevó las manos tras la espalda, imitando a Caltus.
–Su hijo trató mal a Clorinde delante mío así que no tuve más opción que intervenir.
Lufa negó con la cabeza, lanzando un suspiro cansado.
–Intenté detenerlo solo con palabras, pero no fue suficiente. Cuando su hijo se lanzó a golpearme tuve que actuar en defensa propia –mencionó mientras movía la cabeza de derecha a izquierda.
–Pero, no se preocupe –Lufa se golpeó el pecho y mostró una brillante sonrisa –Me contuve bastante. Así que solo lo abofeteé un par de veces para que aprenda a no ser tan impulsivo. Usted entiende. –Con la última frase soltó un guiño.
El relato de Lufa hizo que Caltus crispara la nariz. Por sus palabras, parecía que debería agradecerle por educar a su hijo.
–Ya veo –dijo, apretando los dientes –Tendré una conversación con Calmond y haré que se disculpe para que puedan arreglar sus diferencias.
–Es usted un buen padre señor Caltus –asintió Lufa.
El rostro de Caltus se arrugó anormalmente y forzó una sonrisa.
–Pareces llevarte bien con Clorinde –cambió de tema.
–Sí señor. Es una buena chica. Bastante diferente de su hermano de hecho. Hoy me contó muchas cosas sobre el exterior.
Lufa por fin llegó al tema principal, preparándose para empapar sus palabras con veneno.
–Es raro que ella se abra con alguien en tan poco tiempo –mencionó sorprendido.
–Es que somos buenos amigos –dijo con orgullo –. Quiero seguir llevándome bien con ella.
–Eso sería bueno –asintió Caltus.
–Pero…Hay un pequeño problema y quisiera que me ayude –El rostro de Lufa mostró un rastro de vergüenza.
–Claro, siempre que pueda te ayudaré –aseguró, volviendo a su papel de adulto confiable.
–Tengo miedo de que me suceda algo malo –Lufa negó lentamente.
–¿Por qué te pasaría algo malo? –preguntó, confundido.
–¿Qué?¿No lo sabe señor Caltus? –preguntó Lufa con los ojos abiertos –Quien hace daño a tus hijos termina convirtiéndose en un tonto.
El semblante de Caltus no mostró cambios al principio, pero, luego, al darse cuenta de a qué se refería Lufa, este perdió su máscara por un instante, transformándose en otra persona. Tal cambio no escapó de la astuta observación de Lufa, quien mantenía un rostro inexpresivo.
–¿De dónde escuchaste tal mentira? –preguntó, haciéndose al tonto.
–¿Eso no pasó? –preguntó Lufa provocativamente –No quiero convertirme en un tonto, señor Caltus.
Intentando mantener la compostura, el erudito curvó sus labios, mostrando una expresión benevolente y a la vez macabra.
–Esas cosas no suceden chico, tranquilo –mencionó con suavidad.
–Tiene razón, señor Caltus –suspiró Lufa –sería mucha coincidencia que ocurriese nuevamente.
Caltus apretó sus puños escondidos en su túnica.
–Gracias por sus palabras, señor Caltus. Ahora me siento más calmado.
Lufa se detuvo de improviso. Aunque su conversación pareció larga, no había pasado tanto tiempo. Además, faltaba un poco de caminata para llegar a la vivienda de Rafa.
–Bueno, me despido señor Caltus. Parece ser bastante tarde.
El viejo erudito asintió sin expresión.
Lufa avanzó en dirección contraria. Luego de tan solo un par de pasos, él giró y se encontró con la mirada impasible de Caltus.
–Olvidé mencionarle algo, señor Caltus. Tenga en cuenta que Clorinde es bastante expresiva y fácil de leer, así que, si alguien llegara a hacerle daño cualquiera lo notaría –al instante cambió a un tono burlón – Claro que ahora Calmond no intentaría nada por la golpiza que le di.
Lufa dio media vuelta y avanzó a paso firme.
–El pueblo de los Noctas es muy sobreprotector con las niñas pequeñas como Abigail, señor Caltus... y Clorinde no será la excepción –mencionó con voz fuerte mientras se iba.
Esas palabras fueron escuchadas por varios pobladores que voltearon con interés, solo para encontrarse con la espalda de Caltus, quien apretaba los dientes de ira y vergüenza.