Al acercarse lo suficiente, Calmond movió su puño derecho directo al rostro de Lufa.
Como era de esperarse, Lufa hizo retroceder su cabeza rápidamente, dejando que el puño de su agresor impacte a la nada. Acto seguido, movió sus palmas con fuerza hacia aquel torso desprotegido.
Clamond, quien se encontraba tratando de recuperar el equilibrio después del golpe fallido, sintió que su cuerpo era empujado hacia el suelo. Lo único que le quedó por hacer fue llevar sus manos hacia adelante para amortiguar su caída.
Las manos del chico se rasparon al chocar con la tierra. Después del breve instante de asombro, se levantó rápidamente. Su rostro mostraba ira y vergüenza. Sin pensarlo dos veces corrió nuevamente con la intención de golpear a Lufa.
Calmond intentó asestar un golpe, a lo que Lufa respondió desviándolo con un movimiento de mano. Al mismo tiempo su otra palma libre se movió en diagonal.
Paf.
Una bofetada sonó estruendosamente dejando a todos boquiabiertos.
Calmond, con el rostro enrojecido y la cabeza volteada, se quedó inmóvil, sin procesar lo que acababa de ocurrir.
–¿Quieres seguir? –preguntó Lufa con una sonrisa maliciosa.
El cuerpo de Calmond se sacudió por la vergüenza. Apretando los dientes con fuerza buscó pelea por tercera vez.
Plaf. Plaf. Plaf.
Cada intento de golpe terminó con una bofetada. Después de algún tiempo los cachetes de Calmond se convirtieron bultos rojos.
Quienes miraron la escena tenían sus mandíbulas cayendo.
Clorinde era la más sorprendida. Siempre vio a su hermano mayor abusando de los demás, incluso si estos eran adultos. Fue la primera vez que lo vio perdiendo, es más, siendo golpeado. Ni sus padres lo trataron tan mal.
La locura de Calmond hizo que perdiera la vergüenza.
–Que esperan –dijo, mirando a los otros niños aturdidos.
Todos salieron de su estupor con esas palabras, luego de mirarse entre ellos, corrieron con la intención de ayudar.
La sonrisa de Lufa se hizo más grande. Al tratar con Calmond podía controlarse e intentar no hacer tanto daño, pero si todos se unían contra él… lamentablemente no podía ser tan benevolente.
–Ay, pobre de mi –suspiró.
Una batalla campal comenzó en ese momento.
Abigail, que ya estaba acostumbrada a las peleas de Lufa, no parecía tan preocupada como Clorinde. Pero no quería que Lufa fuera golpeado severamente.
Puli fue el primero en lanzarse, intentando abrazar a Lufa del cuello. La palma de Lufa golpeó su frente con decisión, moviéndole el cráneo y haciendo que se mordiera la lengua.
Los otros niños lanzaron puños y patadas, a lo que Lufa esquivó moviéndose de lado a otro.
Lufa usaba sus manos como látigos, castigando a los niños desprotegidos. Al ser tantos, unos chocaban con otros por la descoordinación. Lufa aprovechó eso para agarrar a uno de vez en cuando y empujarlo sobre sus compañeros, aligerando su carga.
Algunos caían al suelo por los golpes para luego levantarse e intentarlo una vez más.
Lufa se contuvo, solo golpeando los músculos de los niños.
Quienes sufrieron más fueron Calmond y Puli, que aparte de recibir castigos en sus extremidades terminaron abofeteados.
La pelea terminó con la liga de niños molestos tendidos en el suelo con sus pechos subiendo y bajando por el cansancio.
Lufa inspeccionó a uno por uno. Los niños quienes cruzaban miradas con él desviaban sus ojos.
Solo Calmond mostraba su enojo, vergüenza y resentimiento sin miedo. Después de pensarlo un momento, su vista se desvió hacia su hermana quien miraba todo, anonadada.
Clorinte se estremeció. Su rostro perdió el color, entendía que su hermano no iba a dejarla libre.
Lufa caminó lentamente, interponiéndose entre el choque de miradas de los hermanos. Paso a paso se acercó a Calmond quien se encontraba arrodillado.
Lufa bajó su cuerpo, poniéndose de cuclillas. Acercó su rostro al de Calmond.
–Qué. ¿Acaso piensas seguir acosando a tu hermana? –preguntó.
La presión que emitía hizo que Calmond tuviera escalofríos.
–Oye, mocoso. Recuerda que no te encuentras en el palacio donde vivías anteriormente.
Las comisuras de la boca de Lufa se levantaron en una sonrisa, mientras que sus ojos demostraron frialdad.
Calmond retrocedió instintivamente.
–Si me llego a enterar que le hiciste algo a Clorinde –Lufa golpeó el suelo con el puño y el niño saltó con miedo. –Puedes esconderte detrás de tus padres, pero no siempre estarán contigo.
Con esas palabras, Lufa se levantó, dio media vuelta y se acercó a las niñas tomadas de la mano.
–¿Te sientes bien? ¿Te hicieron daño en alguna parte? Déjame ver tu cuerpo –mencionó Abigail.
–¿Estuviste dormida? –preguntó Lufa –Ni siquiera me tocaron –acarició la cabeza de su amiga.
Clorinde tenía los ojos muy abiertos. Su mirada en ningún momento se separó del rostro de Lufa, solo al notar que este último también la observaba retrocedió un paso, pero no dejó de verlo.
Lufa mostró sus dientes al reírse.
–Pequeña Cloro, me estás mirando demasiado. Me siento avergonzado –dijo.
El corazón de la niña latió más rápido que cuando corrió y se quedó sin aire. Su rostro se sobrecalentó y apretó su agarre. Al instante avanzó, dirigida a la biblioteca, llevándose a Abigail.
Fue la primera vez que iba delante de alguien.
Abigail se dejó llevar. Su cabeza volteó en dirección a Lufa, sus cejas demostraban su enojo.
Lufa ingresó, divertido y sin mirar a los niños que se retorcían de dolor.
El tiempo pasó.
Los estudios de la tarde fueron ineficaces gracias a la falta de atención por parte de las niñas.
Cuando el sol comenzó a ocultarse el trio salió de la biblioteca. El viejo Zigs nunca apareció.
Abigail y Clorinde caminaban de la mano.
Lufa observaba el pueblo con detenimiento, disfrutando de la vista. Sabía que estos momentos los recordaría con nostalgia más tarde. Al menos eso pasó en su anterior vida.
La luz naranja del atardecer coloreaba del mismo tono las casas contrastándose con la oscuridad verdosa de los lejanos árboles.
Algunas viviendas encendieron sus mecheros y velas, iluminando las ventanas amaderadas.
Las casas poseían 2 ventanas, una en el primer piso y otra en el segundo; lo cual, sumada a la puerta y las luces provenientes de dentro, hacía que parezcan una serie de cabezas con ojos deformes, provocando la risa de Lufa.
La paz del pueblo hizo que Lufa suspirara, cuando, de la nada, muchas antorchas se vieron a lo lejos, seguido de voces que parecían hablar con prisa.
Más y más gente se reunió formando un círculo.
Lufa avanzó con las niñas.
Crinar y Rafa llegaron corriendo, este último traía su kit médico.
Al acercarse lo suficiente se escucharon los susurros de la gente.
–Mira, ese hueso está salido.
–Esas heridas no se curarán en un buen tiempo.
–Pobre chico, recién acababa de casarse.
Lufa se acercó a Crinar, que conversaba en voz baja con Tudor.
–¿Me estás diciendo que los jabalís se volvieron locos? –Crinar tenía el ceño fruncido.
–Nos tomó desprevenidos –Respondió Tudor con tristeza.
Lufa vio a dos tipos tendidos en el suelo, gimiendo con pesar por las heridas graves que portaban. Sus huesos parecían fuera de lugar y tenían la piel abierta. Él estaba seguro de que ellos formaron parte en el grupo de caza del mediodía.
Lufa buscó a los miembros restantes con la vista. El resto parecía bien, solo con suciedad y sudor pegándose a sus cuerpos.
Cuando posó su mirada sobre Caltus verificó que este también se encontraba en las mismas condiciones. Parecía bastante desaliñado y triste a simple vista. Pero, en sus ojos había algo más. Lufa conocía muy bien esa mirada, pues trató con gente parecida en su vida anterior.
Ellos también parecían afligidos pero sus ojos no podían ocultar el éxtasis y la burla.