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Chapter 20 - Cosas de niños

Luego de algunas bromas más por parte de las niñas, estas salieron junto a Lufa de la biblioteca para llenar sus estómagos con la comida de Miena.

Ni bien se abrió la puerta, Lufa encontró algo fuera de lugar. Cada día a esa misma hora, cuando salía de la casa de madera encontraba al señor Zigs al frente, bajo la sombra de los árboles, protegiéndose del sol.

Dando algunos pasos, cruzó el umbral. De un vistazo rápido ubicó al viejo sentado en la misma posición en la que lo dejó.

Con el desplazamiento del sol, los rayos impactaban directamente al cuerpo haciendo que su piel arrugada se viera más seca que de costumbre.

­–¿Se murió? –preguntó Abigail, asomando su cabeza, sin pensarlo.

El cuerpo de Clorinde adquirió el color de un cadáver y se estremeció, aferrándose a la espalda de su amiga.

De un salto, Lufa llegó al cuerpo del anciano, acercó sus dedos a la nariz de este y, después de sentir la respiración constante, suspiró de alivio.

Con el ligero toque, los ojos blancos del abuelo giraron, posicionando sus pupilas negras en dirección a Lufa. En ese momento recuperó la cordura.

–Niño, eres tú ­–escupió, tocándolo con las manos temblorosas.

–Sí, señor –respondió con los ojos abiertos.

–¡Niñoooooo!

Lufa sintió un escalofrío recorrer su columna al sentir la emoción del viejo. Sus ojos se asemejaban a los de una persona hambrienta al ver comida después de tiempo.

Se preparó para huir.

­–Bueno, señor, mi mamá me busca –se alejó con cautela –Usted también debería visitar a su esposa –mencionó lo primero que se le vino a la mente.

Tomó la mano de Abigail y Clorinde con fuerza. Sin esperar más salió arrastrando a las niñas.

–Espera –El viejo tuvo dificultad para levantarse –¡Espera! –Su mano quedó estirada hacia el lugar por donde desaparecieron.

Lufa corrió durante un par de minutos. Solo se detuvo cuando sintió que se había alejado lo suficiente y la carga que llevaba en sus manos se hacía cada vez más pesada.

–Lu-Fa. Haaa haaa –Abigail intentaba recuperar el aire –Ya. Haaaa No más.

El cuerpo de Abigail se dobló, apoyando las manos en sus rodillas. Cerró los ojos con pesar mientras intentaba calmar su respiración.

Clorinde se desplomó, golpeando el suelo con las palmas y manchando su bonito vestido color vino. Incluso sus coletas bien peinadas se soltaron, dejando su cabello café hecho un desastre.

–¿Están bien? –preguntó Lufa.

Abigail arrugó la frente con molestia, levantó su puño a duras penas y lanzó un débil golpe al pecho de Lufa, quien lo tomó con gracia.

Las ventanas de madera de algunas casas se abrieron, dejando salir cabezas que observaron la situación con interés. Una de ellas, levantó una ceja al posar su vista sobre Clorinde quien se encontraba a punto de dar su último aliento.

Al saber que atrajo mucha atención indeseada, Lufa vociferó.

–Niñas, ¿cómo es que no pueden correr ni siquiera unos metros?

Con esas palabras, se acercó a la muchacha jadeando y la levantó, cargándola como una princesa.

El cerebro de Clorinde tardó en procesar los hechos, tal vez por la falta de oxígeno. Antes de darse cuenta, se encontraba en los brazos de Lufa. Ella quiso pedir que la bajara.

–No te muevas –Lufa cruzó miradas con ella.

Clorinde, quien nunca había estado tan cerca de alguien del sexo opuesto, aparte de su padre, se quedó inmóvil, tanto por la orden de Lufa como por la circunstancia abrupta. Hasta se olvidó de respirar.

–Avancemos –mencionó Lufa.

Abigail, habiendo presenciado las acciones de Lufa, hizo un puchero, claramente descontenta. Como el culpable ni se inmutó, procedió a demostrarle su molestia, esperando que se diera cuenta de sus intenciones.

Lufa, quien avanzaba lentamente, sintió un pinchazo al costado. Al girar la cabeza, vio a su amiga pellizcándolo con una expresión de enojo bastante linda.

–¿Qué? –preguntó con una sonrisa.

–Nada –desvió la mirada.

–Jajaja.

Lufa bajó la mirada solo para notar una Clorinde con los puños apretados fuertemente y sin expresión. Su mente parecía estar sobrecargada de información. Su cuerpo se encontraba más rígido que la madera seca.

­–Clorinde suena a cloro –mencionó con diversión.

El cuerpo de la pequeña tiritó al escuchar su nombre.

–Tal vez no lo sepas, pero el cloro es un elemento que es usado en otro lugar para desinfectar y blanquear ropa ­–Aquella información acababa de llegar al cerebro de Lufa.

–Suena parecido a tu nombre, ¿no crees? –Las comisuras de su boca se curvaron, exponiendo sus blancos dientes y dibujando una brillante sonrisa.

El rostro de Clorinde se alternaba entre pálido y rosa, evidenciando su tensión y sonrojo con la variación de pensamientos por los que pasaba a cada segundo.

–Jajaja exactamente así –mencionó Lufa –. Al ver lo blanca que te pones, bien podrías ser pequeña Cloro de ahora en adelante, ¿te parece?

La agitación que Clorinde sentía en ese momento la llevó a acurrucarse más en el abrazo de Lufa, estableciendo su tez en un color rojo brillante durante lo que quedaba de trayecto.

La fuerza del pellizco se intensificó en varios pliegues.

–¿Qué? –preguntó, manteniendo la vista hacia el frente.

–Nada –contestó Abigail, bastante enojada.

El castigo de Lufa continuó hasta llegar a su casa, específicamente hasta bajar a Clorinde.

Tras tocar el suelo, ella corrió a refugiarse en la espalda de Abigail. Manteniendo su rostro escondido le siguió el paso.

Después de saludar a Miena y tener algunas conversaciones triviales, ayudaron a preparar la mesa para comer.

La comida continuó de manera tranquila, descontando el mal humor de Abigail.

Como era habitual, el grupo de tres se movió de vuelta a la biblioteca.

A lo lejos, Lufa, como un halcón, trató de verificar si el viejo seguía emocionado, pero no lo vio.

Solo después de ingresar a la biblioteca y no encontrar al anciano suspiró de alivio. Al mismo tiempo le pareció raro pues aquel hombre nunca había faltado a su labor de guardián.

El mal humor de Abigail fue desapareciendo conforme pasaba el tiempo y Lufa bromeaba con ella. Para cuando llegó el atardecer la niña volvió a su vivacidad natural.

Quedando poco tiempo para salir del lugar, una voz arrogante provino desde fuera.

–¡Clorinde! ¡Sal ahora!

El cuerpo de la pequeña tembló.

Lufa vio como el rostro de la niña se puso pálido y puso una mirada de temor distinta a lo que había presenciado hasta ahora. 

Cerró el libro que tenía entre manos. Bajó rápidamente de su silla y, con pasos dubitativos, ella caminó hacia la puerta.

A medio camino, Abigail la tomó de la mano y avanzaron juntas, Lufa siguiéndolas.

Afuera se encontraba la liga de niños molestos encabezado por el hermano de Clorinde, Calmond.

Puli, el jefe relegado, se mantuvo de pie a un costado como su asistente lamebotas.

–Qué quieres –Abigail se adelantó.

–Hablo con la tonta de mi hermana, no contigo. Piérdete –mencionó Calmond con arrogancia.

–¡Sí! –¡piérdete! –Los niños hicieron eco de las palabras de su líder.

"Cada día se ven más como esbirros", pensó Lufa.

Abigail apretó el puño, enojada y lista para reprenderlos.

–Todavía tenemos cosas que hacer –Lufa se puso delante de sus amigas –La acompañaremos a casa más tarde, como siempre –mencionó.

La furia deformó el rostro de Calmond. Al presenciar eso, Lufa comprendió que aquel niño estaba acostumbrado a obtener todo lo que quería y cualquier negativa lo ponía de mal humor.

–¿Qué dijiste? –Calmond avanzó con una actitud amenazante.

–Lárgate –escupió Lufa. Su boca tembló, tratando de contener su risa.

Con esa palabra, el raciocinio se esfumó de la mente de Calmond y corrió con los puños levantados.

"Al fin puedo liberar mi estrés y verificar mi progreso".

Con los brazos abiertos en deleite Lufa se lamió los labios.