Lufa salió de casa cuando los gallos aún cantaban. Al cruzar por la puerta, la baja temperatura golpeó su rostro e hizo que su aliento fuera visible.
El frío puso a la población en un sueño más profundo de lo habitual, manteniendo las calles desiertas hasta horas más tarde cuando el sol abrigue la tierra y, con ello, devuelva la vida al lugar.
Después de una corta caminata llegó a los establos, cogió un par de cubetas y avanzó hacia el riachuelo cercano. Luego de llenar con agua los bebederos, alimentó a los caballos con heno y se dirigió al lugar de práctica.
Lufa esperaba mantener su tipo de entrenamiento físico por algún tiempo más, pero cambió de parecer con la llegada de Caltias. Tenía dudas de si este recién llegado era un mago oscuro, pero nunca estuvo de más prepararse, eso lo aprendió con la experiencia de su vida anterior.
También sabía que no podía pelear contra un mago oscuro en su estado actual, menos aún sin poseer magia. Tampoco estaba en sus planes enfrentarlo, pero tenía que mejorar su destreza por si algo llegara a pasar.
Necesitaba un arma.
Lufa se golpeó ligeramente la frente con el puño, pensando en cómo podría obtener un arma y cuál sería la mejor alternativa en este momento.
"Las armas que usé en mi vida pasada fueron el par de dagas por mi profesión de asesino", pensó.
–Espera –sus ojos se abrieron al máximo –¿Asesino? ¿yo?
Su ceño se frunció al máximo. Intentó ahondar en su memoria, pero solo encontró un bloqueo que no parecía querer abrirse.
–Ahora que recuerdo, en mis sueños usé una daga oxidada muchas veces.
Con su palma presionando su frente, trató de hacer memoria de sus sueños y solo encontró el mismo bloqueo mental.
Resignado, analizó su situación actual y comprendió que no sería fácil adquirir armas en este pueblo. Incluso si cogiera un cuchillo de cocina cualquiera notaría su "pérdida" por la necesidad.
Luego de considerar todos esos puntos se decidió.
Caminó entre los árboles observando las ramas con detenimiento hasta encontrar alguna que le sirviera. Pasó algún tiempo antes de hallar, entre todos los frondosos robles, una planta de dos metros de altura.
Lufa pudo envolver su palma cómodamente en el tallo. Además, como recién era una planta en crecimiento, no poseía la rigidez de los árboles viejos.
Usó algunas ramas y piedras a modo de asadas. Poco a poco fue desenterrando las raíces y luego de un agotador trabajo logró separarlas de la tierra.
Después de largas horas de pulido por la fricción del delgado tallo con las piedras del riachuelo, aquella planta se transformó en un bastón rústico.
Moviéndolo de un lado a otro con fuerza hizo un agradable sonido en su intento por cortar el viento.
–Está bien por el momento –mencionó Lufa. Levantó la cabeza hacia el cielo y, mirando la posición del sol en lo más alto, supo que Abigail y Clorinde ya llevaban algún tiempo en la biblioteca.
–Voy muy tarde –suspiró.
Escondió el bastón recién hecho cerca al establo y avanzó a paso lento hacia el pueblo.
En su camino de regreso vio que un grupo de gente se acercaba desde el lado contrario.
–Mocoso, dime de dónde vienes. –levantó la voz Tudor.
–Hola viejo –sonrió con burla Lufa –fui a dar de comer a los animales.
–No soy viejo, entiende –respondió con molestia fingida.
–Eres un chico responsable.
Al escuchar esa voz Lufa dirigió su mirada hacia Caltus quien estaba dentro del grupo de Tudor. No lo había notado.
Aquellas personas portaban arcos y flechas, así como también dagas y machetes, como si fueran ladrones experimentados. En contraste, el viejo erudito tenía una lanza descansando en su hombro, pareciendo fuera de lugar.
–¿De camino a cazar? –preguntó Lufa.
Tudor llevó su mano hacia el token de los Noctas que colgaba en su cinturón y le dio unos golpecitos.
–Sí. Pensamos en darle una buena bienvenida a nuestro pulcro amigo. Jaja –mencionó con gusto.
Los otros adultos palmearon la espalda de Caltus como haciendo hincapié de que se referían a él. Su cuerpo delgado no soportó los golpes "ligeros" y avanzó unos pasos hacia adelante.
Todos rieron con ganas, mientras Caltus asentía tontamente.
–Ya veo. Suerte –Lufa siguió su camino.
Cuando pasó por el lado de Tudor, éste acercó su palma a la cabeza de Lufa, dándole un golpe con el puño.
–Miena me pidió que te busque –lo miró con seriedad –. No sé qué te tomó tanto tiempo y tampoco me importa. Solo recuerda no alejarte del límite.
A Lufa solo le quedó asentir sobándose la coronilla.
"Que violento modo de preocuparse", pensó Lufa, "pobre de la mujer que se case contigo", su mirada estaba dirigida a Tudor.
El grupo de adultos desapareció entre los árboles.
Lufa llegó hasta la puerta de la biblioteca y se encontró con el rostro del viejo Zigs pegado al pergamino de siempre; lo tenía tan cerca, como si estuviera a punto de besarlo. Su ceño estaba tan contraído que sus ojos apenas eran visibles.
Lufa se paró a un costado, tratando de leer el texto, pero una cabellera gris bloqueaba su vista. Ni siquiera fue notado.
–Hola señor Zigs –saludó –¿otra vez con ese viejo pergamino?
El anciano salió del trance, volteó la cabeza y arrugó su rostro en una sonrisa. Algunos dientes faltaban.
–Hola niño –le acarició la cabeza –Ya sabes, los viejos necesitamos algo que hacer para no aburrirnos. Tratar de entender este texto es mi labor y también mi sufrimiento –gesticuló con dificultad.
–He leído algunos libros –mencionó –. Tal vez pueda ayudarte.
El anciano lanzó un suspiro burlesco y llevó su tembloroso dedo hacia el pergamino, mostrando un símbolo poco legible.
Lufa se llevó la mano al mentón como si estuviera en pensamiento profundo.
El anciano lo observó con diversión como tratando con su nieto.
–Solfias –mencionó –. Significa percepción.
La sonrisa del anciano se congeló.
–Podría confundirse con Soltrias, que significa acuerdo. –puso su dedo sobre el pergamino –La tinta está desapareciendo.
Los ojos del viejo se desenfocaron al ver el pergamino.
–La frase completa sería Solfias mun guvire, mencionando la percepción de alma.
Las palabras que soltó Lufa pusieron al viejo Zigs en trance.
Sin más que añadir, Lufa cruzó la puerta, dejando al decrépito humano meciéndose en su silla con el cuerpo inerte por la conmoción.
Al ingresar, las risas de Abigail y Clorinde hicieron eco en el pequeño espacio.
Clorinde era tan callada y tímida que incluso su manera de reír era de baja intensidad y podías confundirla con un murmullo.
–Hola señoritas –Lufa se acercó por la espalda.
Abigaíl volteó la cabeza sorprendida, mientras que Clorinde saltó de su asiento y acurrucó su cuerpo cerca de la mesa.
"¿Estaba punto de esconderse?", Lufa enarcó las cejas.
–¡Llegas muy tarde! –Abigail hizo un puchero.
Al instante sacó un cúmulo de telas apiladas que escondían alimentos dentro.
–La hermana Miena mandó tu desayuno, pero ya debe estar frío –se enojó aún más.
–Lo siento, me quedé practicando un poco.
Al escucharlo, Abigail se sintió un poco culpable, pues por su cercanía con Clorinde dejaron atrás el entrenamiento. Sus ojos mostraron tristeza durante un segundo para luego transformarse en miedo.
Abigail turnaba su mirada entre Clorinde y Lufa, a este último le pareció raro la actuación de su amiga.
–É-el se refiere a-al entren-namiento con caballos –Su cerebro parecía trabajar horas extra –Sí. Caballos –intentó creer sus propias palabras.
Lufa no pudo contenerse y rio a carcajadas.
Abigail había tomado muy en serio lo de ocultar su entrenamiento y por ello mintió torpemente.
Clorinde no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, solo tembló como de costumbre.
Con la mirada fija de ambos, Abigail se sintió muy avergonzada y sus mejillas se tiñeron de carmesí. Para salvar su pena, intentó cambiar de conversación.
–Lufa, sabes, Clorinde me contó que su papá puede volver tonta a la gente.
La sonrisa de Lufa se desvaneció de manera gradual.
–¿A qué te refieres? –preguntó.
Aún con la cara sonrojada, Abigail continuó –Un chico siempre la trataba mal y ella se quejó con su padre.
Clorinde se avergonzó y sus mejillas mostraron un ligero rubor. Ella corrió hacia Abigail y la jaló levemente. Fue una sorpresa para Lufa porque hasta el momento solo la vio ponerse pálida.
–Su padre dijo que el niño no la molestaría más –añadió – y luego se convirtió en un tonto al día siguiente Jaja.
–No digas más –murmuró Clorinde.
–Ella me dijo como lo vio babeando por las calles y comiendo barro. Jajaja. ¡Se puso a comer tierra! –Abigail rio recordando el relato de su amiga.
Clorinde trató de taparle la boca a una Abigail sonriente. Ambas niñas parecían llevarse muy bien.
Por otro lado, Lufa divagaba con la mente en otro mundo.
Para él, Caltus ya era un mago oscuro.