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Chapter 18 - Percepción de los llegados

–Al fin te tengo en mis manos.

El puño golpeó con fuerza la mandíbula del hombre demacrado haciendo que la sangre expulsada manche ropa de ambos.

Cuando estaba a punto de bajar el puño nuevamente, su mano se detuvo y tembló por la fuerza retenida. Empujando al tipo que no podía moverse hacia el suelo, volteó y caminó hacia su compañero.

–Lufa, haz que hable –mencionó –No quiero matarlo antes de sacarle información –continuó. El odio contenido se notaba en aquel murmullo. 

Su figura desapareció en la oscuridad de la noche.

Lufa se acercó lo suficiente como para percibir el hedor a muerte que emanaba del hombre vestido de túnica negra.

El rostro pálido y arrugado le recordaba a un abuelo enfermo. Sus ojos lánguidos lo hacían ver como un tipo desafortunado. Nada más alejado a la realidad.

Lufa pateó su estómago.

–Arthur no quiere matarte –escupió con enojo.

El viejo se retorció en el barro.

–Tienes mucha suerte de que sea yo quien trate contigo –Lufa lo levanto del cabello descolorado. –Al menos yo no conocía a quienes mataste.

Después de arrastrarlo por unos metros, amarró el esquelético cuerpo al tronco de un carbonizado pino, le sacó los zapatos y desenvainó su daga.

El tipo solo jadeaba con pesar, intentando recuperar el aliento. En todo el proceso de captura no soltó ni una sola palabra.

Lufa jugueteaba con su oxidada daga haciéndola girar en sus dedos. Lentamente la acercó hacia los pies desnudos del hombre.

–¿Sabías que una herida pequeña hace que tardes muchas horas en desangrarte? –acercó la punta entre la abertura del dedo pequeño y la uña. –Incluso, muchas veces, ni siquiera te desangras por la cicatrización.

De modo raudo, la daga cortó la uña por la mitad, incrustándose en la piel y chocando con el hueso.

–¡Ahhhhhhh! –gritó con una voz desgarradora.

La daga se movió hacia el siguiente dedo.

Al notar los ojos tranquilos de Lufa, el tipo comprendió que no servía de nada hacerse el duro con ese tipo de persona.

–¡Espera! ¡Hablaré! –contestó rápidamente –Te contaré los nombres de los magos oscuros de mi gremio y dónde encontrarlos. Solo por favor…

Otra uña se partió por la mitad.

–¡Ahhhggg!

 –Parece que malentiendes algo – Los ojos de Lufa se encontraron con los del mago –. Tarde o temprano me dirás la información que deseo.

La daga acarició suavemente otra uña.

–Así que… –Lufa presionó con fuerza el puñal. –continuemos con tu castigo. 

La sangre salpicó su rostro.

Lufa abrió los ojos con pesar. Parecía faltarle oxígeno así que jadeó durante algún tiempo.

Sus ojos barrieron la habitación. La poca visibilidad debido a la carencia luz demostraba que aún era temprano, 4 o 5 de la mañana tal vez.

Se llevó la mano a la frente solo para sentir el sudor pegándose a sus dedos, con un poco más de contemplación notó que su espalda también se encontraba empapada.

–Ya no podré dormir nuevamente –suspiró.

Con la llegada de la nueva familia comenzó a tener pesadillas recurrentes, o, mejor dicho, recuerdos vívidos a modo de sueño de su viaje con Arthur y el grupo durante la cacería de magos oscuros.

La sangre y vísceras de las escenas hicieron que el cuerpo infantil de Lufa tiemble por el pavor.

"Ya debería estar acostumbrado a estas situaciones. Entonces ¿Por qué?", se preguntó. Cogió un trapo y se limpió el sudor restante.

Los días siguientes al suceso del libro con piel humana, Lufa estuvo vigilante ante cualquier situación que pudiera ocurrir, casi al punto de caer en la paranoia.

Nada sucedió, los días pasaron y parecían normales, así como la vivencia de la familia de cuatro recién llegada. Ellos se amoldaron poco a poco a la vida del pueblo.

El padre se llamaba Caltias. Sus temas de conversación e historias de regiones aledañas al ducado fueron bien recibidos por los hombres adultos. En las reuniones de las tardes, todos jugaban a los dados y bebían jugos frutales fermentados mientras lo escuchaban.

Su esposa, Teodora, se congregó de modo sencillo con las personas del pueblo, a diferencia de su menor hija, ella parecía ser muy buena socializando. Lo cual la llevó a ser parte del grupo de las señoras chismosas.

Calmond, el hijo mayor, trataba a todos con desprecio. Abigail mencionó que peleó con Puli y ganó, haciendo que sea líder de la liga de los niños molestos.

En cuanto a la pequeña Clorinde, al notar que su madre pasaba mucho tiempo con una gran cantidad de personas, naturalmente la reemplazó por Abigail. Ahora, todos los días se pegaba a ella como si de su cola se tratase.

Con esa asignación, el dúo ya no podía realizar sus prácticas diarias alejados de la zona. Es por ello que se reunían en la biblioteca, donde la nueva niña aprendía a leer de Abigail.

Lufa cambió su ropa húmeda por prendas secas e hizo su estiramiento matutino durante algunos minutos. Luego bajó al primer piso donde Miena se encontraba cocinando.

"Es sorprendente que cuando baje, ella se encuentre trabajando".

 –Buen día, hermana –saludó.

Miena estaba envuelta en muchas capas de ropa. Era muy débil con el frío, Lufa no podía imaginar cómo sería cuando la temperatura decaiga más.

–Hola Lufa –respondió con su brillante sonrisa característica.

El niño se sentó junto a ella, acercando sus manos a la cocina de barro donde se quemaba la leña y crepitaba con fuerza para calentarse.

–Ten –dijo Miena, pasándole una patata humeante.

–Gracias.

–¿Hoy también saldrás a darle heno a los caballos?

–Sí –respondió, soplando el tubérculo –Ellos también necesitan comida y Abi despierta muy tarde.

–Jaja tienes razón.

Ambos se quedaron en silencio durante un largo momento, observando el baile ondeante del fuego.

–Hermana –preguntó –¿La señora Teodora contó algo sobre su vida?

Miena lo miró de reojo.

–Sabes que aquí la gente no habla del pasado.

–Solo tengo curiosidad –sonrió.

Miena parecía saber algunas cosas, pero era renuente a contarlas.

–Pasé toda mi vida en este pueblo –dijo con una mirada triste –, quisiera saber algunas cosas de fuera.

Las palabras de Lufa tocaron una fibra sensible en Miena. Después de un breve momento, comentó.

–Bueno… Teodora vino de una ciudad mediana llamada Bulonia. Queda a unos días del ducado. Al parecer su familia estuvo bastante bien en ese lugar.

­–¿Entonces no tenían motivos para venir aquí? –preguntó.

–Según lo que dijo, parece que hubo una epidemia en esa ciudad y mucha gente cayó enferma.

Al darse cuenta de la gravedad del asunto, Miena se alarmó.

–Ah, pero no creas que ellos podrían traer la enfermedad –movió sus manos de un lado a otro –La epidemia ocurrió hace meses y el duque Allen hizo que los médicos verificaran a su familia. Ellos están limpios.

–Ya veo –asintió Lufa.

Miena relató muchas cosas sobre la ciudad de Teodora, así como las situaciones que ella contó a la gente del pueblo. No hubo nada más que captara su atención.

Era tal como Lufa había imaginado: una familia noble que escapó de una ciudad perdida. Pero no podía asegurar que eso era todo, ya que, de sus recuerdos comprendió que una epidemia o enfermedad incurable era la forma en la que los magos oscuros operaban para sacrificar ciudades y obtener más poder.

Aparte de ello, la situación con Porcus fue el detonante para que ellos lleguen al pueblo de los Noctas, o al menos así lo creía.

Lufa cayó en pensamientos profundos mirando al fogón, la imagen de las brasas escarlata se superpuso con las pesadillas de noches anteriores, donde grandes ciudades quemaban los miles de cuerpos pútridos que fueron sacrificados por aquel gremio de magos inhumanos.

"Debería acelerar mi entrenamiento", Lufa pensó.