Hoy, al igual que días anteriores, Abigail se concentró en manipular su mana.
Solo le bastó media semana para controlar adecuadamente el hechizo de barrera y unos días más para crear múltiples círculos al mismo tiempo.
Fueron 15 días desde su primera práctica. Su control era de primera categoría, lo cual se podía verificar por el guante hecho de mana que envolvía su pequeña mano. Estos círculos mágicos eran tan pequeños que parecían puntos brillantes.
Abigail observaba con detenimiento su mano resplandeciente, moviéndola cada tanto desde distintos ángulos, contenta por el resultado.
–Lo hiciste bien –comentó un Lufa goteando.
Como era mediodía su práctica física había culminado, así que se fue a limpiar al riachuelo. Darse baños después de sudar se había convertido en un hábito para él.
–Con esto ya podrías ser capaz de soportar los hechizos –asintió Lufa.
Al escuchar esas palabras, Abigail se puso aún más feliz. Debido a la intensidad de sus emociones la barrera se disipó y, sin importarle, corrió a abrazar a Lufa.
–Jejeje –mostró verdadera felicidad.
Sin más que decir, Lufa acarició su cabello.
Ambos caminaron hacia los establos. Después de verificar que los caballos tenían comida y agua suficiente, el par avanzó hacia el pueblo.
La brisa que acariciaba las hojas era gélida. En poco tiempo iniciaría la temporada más fría del año.
-Abi. Recuerdo haberte dicho que no practiques estando en casa.
Ella asintió.
–Ahora que tu control es bueno, podrías seguir practicando la barrera. Serás una experta cuando los círculos sean diminutos y estén tan juntos que parezca tela de un solo color.
–Ujum – otra sonrisa se le escapó.
–Solo intenta que no lo noten tus padres. Puedes crear la barrera bajo tu ropa –explicó Lufa –No sé qué pasaría si un día tu madre te ve brillando. Jaja– soltó una risa seca.
Los labios de Abigail temblaron al imaginar la escena que harían sus padres. Se encontraba decidida a tener más cuidado de lo normal.
Mientras caminaban por el sendero escabroso, Lufa contaba historias graciosas y cada cierto tiempo Abigail soltaba carcajadas frotándose el estómago.
Cuando estuvieron a la altura de los tablones de madera que demarcaban al pueblo, Lufa notó el silencio y la falta de personas. Normalmente a esa hora siempre había algunos hombres adultos tomando el sol como si de plantas se trataran.
La pequeña también sintió algo raro.
Después de pasar algunas casas, a lo lejos, vieron a un grupo grande de personas en la plaza donde anteriormente se celebró la festividad de la cosecha.
Mientras más se acercaban, las conversaciones se hicieron más claras.
–Son una familia de cuatro. ¿Cuántos somos ahora?
–Con ellos llegaríamos a ser poco más de 300, creo.
–Se ven como buenas personas.
Lufa tomó la mano de Abigail y se metió entre la gente.
–Disculpe. Lo siento –avanzó empujando a algunos.
Cuando salieron del tumulto encontraron rostros nuevos.
La gente se encontraba rodeando una gran carreta tirada por cuatro caballos descansando. Algunos de los pobladores bajaban las cosas envueltas en telares multicolor, por la forma, parecían baúles, mesas, cajas y elementos básicos de una casa cualquiera.
Los soldados del duque conversaban con Crinar. Eran fáciles de reconocer por el escudo de un águila con las alas extendidas que llevaban en el pecho, el cual era propio del ducado Allen.
El dueño de las cosas traídas parecía ser aquel hombre mayor con porte de erudito. En ese momento se encontraba dándole un apretón de manos a Crinar. Al lado de este, una mujer de mediana edad tomaba la mano de un par de niños. El vestido rosa que se amoldaba sobre su cuerpo ondeaba con la brisa, claramente de seda.
El mayor de los niños tenía el ceño fruncido y observaba los alrededores con molestia, mientras que su hermana menor se aferraba a su madre con temor.
El ceño de Lufa coincidía con el niño, pero por razones distintas.
Lufa no recordaba a esta gente. Por las conversaciones llegó a entender que llegaron hace menos de una hora escoltados por los soldados del ducado Allen portadores del tóken de los Noctas.
Trató de hacer memoria, pero no recordó nada. Nunca se había encontrado con esa gente en su anterior vida.
Lufa maldecía a sus adentros. Sinceramente nunca llegó a pensar que sus acciones cambiarían tan rápido la historia que ya conocía.
"Al parecer ya no debo tomarme las cosas con tanta calma", suspiró.
Salió de sus pensamientos por el movimiento brusco de la mano que sostenía.
–Lufa mira. Es una niña, ¡una niña! Deberíamos hablar con ella. Vamos –Abigail lo jaló con fuerza.
Abigail estaba encantada. Su emoción era de esperarse pues era la única niña de su edad en el pueblo, nunca antes había tenido una amiga. Para ella Miena era más como una hermana mayor.
Sin vergüenza alguna se paró frente a la gente nueva –Hola tíos –saludó con una sonrisa angelical.
Ella saludó a uno por uno. El aura que tenía era tan pura que a nadie podía caerle mal.
Claro que siempre hay excepciones. El hijo mayor parecía irritado. Con un "Hmp", desvió su mirada con disgusto.
–Que linda señorita – comentó el padre.
La madre empujó a su pequeña hija –Clorinde, mira, una nueva amiga.
Para Clorinde, la intensa mirada de Abigail le provocó pánico. Además, al estar a la vista de todos los pobladores el pavor que sentía se elevó a las nubes.
La tes pálida de la niña perdió más color, casi convirtiéndose en un cadáver viviente. Sus pupilas marrones se movieron de un lado a otro con locura y su cuerpo se volvió de gelatina. Si no sostenía a su madre era obvio que colapsaría en el suelo.
Lufa sintió pena por la niña. Soltando la mano de Abigail, le dio un golpecito en la cabeza a esta última para calmarla.
–Buenas tardes distinguido caballero, bella dama –se inclinó ligeramente con cada saludo.
La atención del público se dirigió a él, dándole tiempo a la penosa niña para respirar y esconderse tras su madre.
–Tal vez ya lo escuchó del jefe Crinar, pero de igual manera lo repito ¡Bienvenidos al pueblo de los Noctas! –lanzó una gran sonrisa preparada –Espero que nos llevemos bien.
–Espero que nos llevemos bien –repitieron algunos pobladores, acercándose para darles la bienvenida.
Después de los saludos, Crinar dispuso a algunos aldeanos para mover a la familia a su vivienda temporal.
Como en una procesión de hormigas, las cosas fueron llevadas hasta la única casa libre de la zona. Coincidentemente fue el lugar que usaron para encarcelar a Porcus y sus secuaces. Después de una limpieza adecuada quedó sin rastros de sangre. Además, parecía tener otra habitación que fue recién construida.
Abigail caminaba detrás de la pequeña niña, soltándole palabra tras palabra sin cesar mientras esta última daba vueltas en círculo, rodeando a su madre.
"Realmente parece un cachorro", pensó Lufa, divertido con la vista.
Crack.
Una caja de madera cayó al suelo. Muchos libros se desparramaron.
–Lo siento – El joven que la dejo caer se disculpó al instante, bajando la cabeza.
Con una rapidez sobrehumana el padre se lanzó hacia un libro en específico y lo ocultó rápidamente entre su túnica.
Todos lo miraron con sorpresa.
–No pasa nada, tranquilo –soltó una sonrisa hacia el joven, dándole palmaditas en la espalda.
Abigail ayudó a levantar los libros caídos junto a la madre y demás personas.
Lufa se quedó de piedra.
Él logró ver el libro y más recuerdos fluyeron por su cabeza.
En su vida anterior incluso leyó algunos de esos tomos mágicos, así que de una sola mirada comprendió que el forro cosido que escondió aquel hombre no era cuero, sino piel humana.
–Mago oscuro –apretó los puños con fuerza.