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Chapter 15 - Resignación

Brufel. Capital del ducado Allen. Imperio Silvarium.

Frederic acababa de llegar a la puerta de su mansión. De un salto bajó del caballo blanco que montaba y divisó en la puerta a su esposa, Belora, que lo esperaba con ansias.

Belora avanzó a paso rápido e hizo una reverencia ligera cuando estuvo frente al duque.

–Esposo, bienvenido. –Las comisuras de su boca se levantaron en una dulce sonrisa.

Frederic la llevó a sus brazos. Un olor a flores inundó sus fosas nasales, le acarició el largo cabello dorado con delicadeza y luego de un fuerte abrazo se separó de ella.

–Estoy de vuelta –respondió.

–¿Cómo te fue en el viaje? –Belora preguntó con cortesía.

La tes de Frederic se oscureció. Su esposa, al darse cuenta de ello, se sorprendió. Estuvo a punto de preguntar el motivo cuando un grito desesperado la alarmó.

–¡Prima! ¡Ayuda por favor!

Belora no había visto nada más que a su esposo, después del ruido fue cuando observó detenidamente la caravana que llegó junto al duque.

Algunos de los caballos aún tenían gente sobre ellos. Pero no sentados de la manera convencional, sino echados en forma de "v" invertida. Observando con más detalle se dio cuenta que esas personas estaban amarradas de manos y pies.

Dentro de todo ese grupo, Belora observó una figura regordeta que se le hacía conocida.

–¡Porcus! –expresó con la boca abierta.

–Esposo, Porcus está atado –dijo ella, ansiosa, sin comprender nada.

El duque Frederic lanzó un suspiro lleno de cansancio.

–Déjalo de lado por el momento. Entremos. Te contaré lo ocurrido –la cogió de la mano y avanzó sin mirar atrás.

Belora no sabía que estaba pasando, pero, como buena esposa aristocrática, no dijo nada más y avanzó junto a su marido, obviando los rugidos lastimeros que lanzaba Porcus.

Llegados a la sala, la pareja de esposos se sentó en un gran sillón de terciopelo. Frederic movió la manó haciendo una señal a las criadas y estas salieron, dejándolos solos.

–Esposo, ¿que está pasando? –preguntó Belora con un toque de ansiedad. –Sé bien que Porcus no es una persona correcta, pero creo que ya es suficiente castigo dejarlo amarrado y arrastrarlo así frente a todos. Por favor, perdónalo –añadió, con lástima.

–Belora, escúchame atentamente –Frederic puso sus manos sobre las delicadas manos de su esposa y comenzó a relatarle lo que pasó en el pueblo de los Noctas.

Un breve momento de silencio.

–¡Imposible! –dijo ella. Su rostro se puso pálido –Porcus no. Él, no… no puede –exclamó aterrada.

–Él mismo lo aceptó sin darse cuenta –añadió Frederic con seriedad.

Belora cayó en los brazos del duque como una muñeca de trapo. Frederic la acercó a su cuerpo y le acarició la espalda.

–No puede ser –Aún se encontraba incrédula.

Su cuerpo tembló cuando recordó cuál era el castigo que impuso su marido a quienes cometían ese tipo de crímenes.

Con miedo preguntó. –¿Q-qué castigo recibirá Porcus? –Ya sabía la respuesta, pero aún mantenía un grano de esperanza.

Frederic Allen amaba mucho a su esposa y no quería hacerla sufrir, pero, esta situación era inevitable. No pudo mirarla a los ojos.

–Ya deberías comprender que le espera –dijo, con una voz casi inaudible.

El poco color que mantenía Belora en su rostro se escapó. Ninguna palabra cruzó por sus labios y solo temblaba.

Frederic tenía el ceño fruncido. Por su dignidad como duque no podía cambiar sus palabras, pero tampoco quería entristecer más a su esposa.

Belora entendía que no podía hacer nada. De reojo vio el semblante dubitativo de su esposo y se sintió arrepentida. Ella más que nadie sabía las veces que perdonaron a Porcus, así que, para no cargar con más problemas al ocupado duque, decidió cambiar de tema, olvidando de momento a su primo.

–Esposo. ¿Sabías que Randolph fue elogiado por sus maestros? –su voz resquebrajada trataba de sonar indiferente.

Frederic entendió lo virtuosa que era Belora con el cámbio de tópico.

Tenía que poner de su parte.

–¿En serio? –preguntó con expectativa –Escuché que está más adelantado que muchos jóvenes de su edad –mencionó con un tinte de orgullo.

–Exactamente. Conoce bastante bien los temas de matemática y… –hizo una pequeña pausa antes de levantar su mentón con suficiencia –domina la magia de bola de fuego.

–Increíble –murmuró el duque –A la corta edad de 11 años –la comisura de sus labios se elevó aún más. –Jajajaja. ¡Como se esperaba de mi hijo!

La duquesa continuó alabando a su hijo por algún tiempo más.

Frederic agrandaba su sonrisa con esas historias. Un momento después su felicidad fue congelada cuando recordó algo.

–Esposa. Sobre la niña.

Los labios de Belora fueron torciéndose y, como si hubieran tocado un tema tabú, se puso seria.

–Los últimos maestros ya no quieren trabajar con ella –suspiró –dicen que… sería mejor que dedique su tiempo a otras actividades que no implique usar el cerebro.

–¿Llegaron los médicos imperiales? ¿dijeron algo? –preguntó Frederic casualmente.

La duquesa suspiró nuevamente, incluso con más resignación.

–Dicen que es un problema con el mana. Trataron casos parecidos anteriormente, pero, no pudieron hacer nada más que mitigar sus dolores. Al final… –hizo una pausa sepulcral. Mordiéndose los labios continuó. –Parece que solo puede vivir hasta los 15 años como máximo.

El duque no reaccionó, su mirada se encontraba desenfocada.

Al instante siguiente, forzó una sonrisa.

–Tratemos de que viva como quiera durante este tiempo –añadió, resignado.

–Sí –asintió su esposa mientras caía en sus brazos, sollozando.

Ninguno de ellos se dio cuenta de que la conversación que tuvieron fue escuchada por una pequeña niña que esperaba tras la puerta. Ella pensó en ingresar a saludar a su padre después que este terminara de hablar con su madre.

Sus ojos dorados se opacaron. Se llevó ambas manos a la boca para no emitir sonido alguno, dio la vuelta y avanzó lentamente sin rumbo, dejando un rastro de lágrimas con cada paso.

El cielo tronó con fuerza, con ello, la pequeña se dio cuenta que se encontraba adentrándose cada vez más fuera de los jardines de la mansión. Al volver a sus cabales sintió un poco de miedo pues nunca se había alejado tanto.

Recordando las palabras de sus padres, su visión se puso más borrosa y soltó gemidos de dolor. Así, siguió su camino.

Ella comprendía muy bien las carencias que poseía. Con la poca memoria que su cerebro retenía, supo que sus padres la amaron demasiado cuando era más pequeña.

Todo cambió cuando enfermó a los 5 años y su cuerpo se debilitó lentamente después.

–Irá perdiendo sus capacidades motoras e intelectuales. Además, no podrá usar mana –decretó el médico en ese tiempo.

Pasaron tres años desde entonces.

Su cuerpo se encontraba demasiado débil, incluso en este momento jadeaba por el cansancio después de caminar solo unos minutos.

Estudiaba diariamente hasta altas horas de la noche, pero su cerebro no podía retener ni comprender nada de lo que leía.

Cuando las criadas de la mansión se enteraron, comenzaron a mirarla con lástima. Ahora, se siente como si trataran con una invitada: dándole el respeto suficiente, pero tratando de no congeniar con ella.

Mientras su hermano mayor sobresalía, ella era más ignorada, pero tenía la confianza de que sus padres y hermano aún la amaban.

Hoy, al escuchar la conversación, la última chispa de esperanza que le daba fuerzas se esfumó, hundiéndola en el abismo de la desesperación.

Sus pies no soportaron más y cayó de rodillas, lastimándose por el golpe.

El dolor que sentía en su corazón fue más fuerte que el físico. Solo se acurrucó como un animal herido, sollozando fuertemente.

La lluvia comenzó a caer con intensidad.

–Pensemos un nombre hermoso para mi pequeño ángel –dijo su padre, acariciándola con cariño al momento que nació. Tenía una sonrisa brillante en su rostro.

Era de los pocos recuerdos vívidos que poseía.

La lluvia provocó que su vestido blanco se manchara con el barro.

–Existe una palabra en silvarium antiguo que usaban mis abuelos para referirse a las mujeres fuertes –expresó su madre, débil por el parto, pero con una dulzura y felicidad desbordante.

La niña recordaba eso cada vez que se sentía muy triste.

Se acurrucó aún más, abrazando sus rodillas.

–No llores Brielle, no llores –se dijo a sí misma, con unos ojos carentes de vida y esperanzas.