-¿Abi? ¡ Abigail!- Lufa avanzó hacia la niña.
Cuando la alcanzó, ella hizo un puchero y volteó su rostro, decidida a no mirarlo.
Lufa sonrió de oreja a oreja al verla así, sin poder ocultar su felicidad.
Aunque no entendía muy bien que estaba pasando, se encontraba muy contento al ver a su amiga de la infancia.
No pasó mucho tiempo antes de que Abigail volviera a insultarlo. –¡Tonto!, siempre que escapas vas al establo. Sé que pareces un animal, pero no duermas con ellos… Incluso te peleaste con la tía Miena otra vez. ¡Hey! ¿me estás escuchando?
Lufa la miraba con entretenimiento mientras divagaba por otras razones.
"¿Qué pasó con Belkial? ¿Estoy muerto? ¿Este es un sueño? No, no puede ser un sueño", Lufa era un onironauta así que podía distinguir muy bien los sueños de la realidad.
"Todo se siente… muy real".
–Así que me ignoras. Bien, bien. ¡Te odio! –Con esas palabras Abigail aceleró, incrementando su enojo con cada paso.
Lufa suspiró.
"Sea un sueño, cielo, infierno o purgatorio debería disfrutar este momento con Abigail. Ya iré pensando en la situación después, en este instante nada más importa", pensó.
Lufa también aceleró para alcanzarla.
El chico aspiró una bocanada de aire fresco, evocando sentimientos vagamente entrañables. La luz se filtraba entre las ramas y hojas de los grandes pinos, trayendo consigo información directo a su cabeza.
Los recuerdos de Lufa se encontraban fragmentados. Intentó revisar su memoria una y otra vez, comprendiendo tras un tiempo que se encontraba en el bosque de los Noctas, lugar donde vivió durante su infancia.
La vista actual de los exuberantes árboles y el angosto camino se contrastaron con las imágenes de antaño que se encontraban escondidas en su memoria, volviéndose cada vez más nítidas.
La pequeña niña de cabello castaño y piel blanca lo miró con extrañeza.
-Oye, ¿Estás bien? Tu sonrisa da miedo. ¿Te golpeaste la cabeza? ¡No puede ser! ¿Fue el balde?- preguntó alarmada Abigail.
Lufa no pudo contenerse al ver su tierna angustia y soltó palabras sin pensarlo –Sigues tan linda como en mis recuerdos –dijo, mientras le dedicaba una brillante sonrisa.
-¿Haaaaa?- Exclamó Abigail.
Su piel nívea cambiaba drásticamente al sonrojarse y uno podía darse cuenta fácilmente de su vergüenza. Abría y cerraba la boca sin saber que decir. Claramente no esperaba esas palabras.
–Jajaja. Son demasiado pequeños para pensar en el romance –Una voz grave y fuerte provino de un costado, entre los troncos.
Quien habló era un hombre grande y musculoso, poseía una barba de leñador y piel cobriza. Este hombre de mediana edad tenía al menos 2 metros de altura y parecía un gigante humano, además, por su cabello negro y brillante no debía ser mayor a los 40 años.
Lufa vio que, en su espalda, este tipo cargaba dos jabalís muertos. Al ver las criaturas detenidamente parecían bestias mutadas, bastante gordas y con un peso aproximado de dos hombres adultos, pero el hombre los movía como si nada.
Con un salto se unió a ellos en su caminata.
–Tío, no digas eso –respondió Abigail, con una voz más aguda que de costumbre. Su vergüenza se expandió hasta sus orejas, tiñéndolas de carmesí.
–Jajaja –El tipo se rio aún más fuerte. Luego volteó la cabeza hacia Lufa, tratando de avergonzarlo de la misma manera que a la niña.
"Tal parece ser que le gustaba burlarse de la gente", recordó Lufa.
–¿Puedes repetir lo que dijiste? –preguntó aquel "tío" con una expresión de complicidad.
Contrarias a las perspectivas del viejo Tudor, Lufa comenzó a vociferar los puntos buenos que recordaba de Abigail, sin olvidar de realzar su belleza de manera exagerada como un trovador lo haría con su musa.
Abigail no sabía dónde esconder su rostro y el hombre barbudo tenía la boca completamente abierta. Con un movimiento brusco de cabeza, el viejo salió de su estupor y trató de cambiar de tema, pues con solo escuchar a Lufa, por alguna extraña razón, también sintió vergüenza.
–Mocoso, me contaron que otra vez hiciste un berrinche a Miena- comentó casualmente.
–¿Eh? –Con una mirada perpleja, Lufa ladeó la cabeza.
Lufa, quien recién acababa de despertar, no recordaba haber molestado a Miena, es más, no recordaba casi nada de sus primeros años.
–¡Así es! –agregó Abigail –La tía Miena dijo que Lufa tiró su cena, enojado, y escapó como siempre. Aunque dijo que entendía su enojo, estoy segura de que lo dice porque es muy buena con este tonto. ¡Hmp! ¡Como te atreves a molestar en este momento! –la pequeña le dirigió una mirada hosca.
Lufa solo pudo pensar detenidamente por un largo tiempo. Al sentir las miradas inquisitivas de ambos, puso una cara de culpa y asintió.
–Actué mal, debo disculparme con Miena –suspiró.
Tudor y Abigail se miraron con sorpresa. El viejo incluso acerco su palma hacia la frente de Lufa.
–No tienes fiebre, que raro –expresó con una ceja levantada.
Lufa puso los ojos en blanco.
–Muy raro –añadió Abigail, con una mirada similar al viejo. Claramente tenía pensamientos rudos.
"¿Es tan raro que me disculpe?" refunfuñó.
-¡Ah! –Él comprendió.
Recordó cómo era de niño y cómo era visto por el resto. Problemático era una palabra que podía definirlo de manera mínima. Arrogante, belicoso, mentiroso, desobediente, perverso, vil, bruto; con cada adjetivo que recordaba sentía un punzón en el pecho y se le ponía la piel de gallina.
Él intimidaba a los niños.
Ni siquiera respetaba a sus mayores.
Sus travesuras hicieron que la gente del pueblo tuviera que trabajar el doble en diversas temporadas.
Una vez, incluso robó la poción venenosa que guardaba celosamente el jefe del pueblo y todo porque a Lufa se le escapó un pez en el lago. Al final, logró capturarlo con ayuda de la poción, pero, el precio fue la extinción de toda vida en esa zona por la contaminación proveniente del veneno. Ni las plantas se salvaron.
Lo peor fue que tuvieron que llevar a un mago sanador pues Lufa también terminó envenenado.
A pesar de todos los daños nunca fue castigado severamente, esto gracias a su madre y Miena, pues los pobladores sentían mucho afecto por esas jóvenes. Por tal motivo, equilibraron el cariño por ellas con el odio por Lufa, exhortándolo de castigos severos.
Aprovechándose de eso, Lufa creció para ser una escoria de la sociedad que no tenía límites. No fue hasta la edad adulta que comprendió cuan estúpido actuó.
Lufa se cubrió la cara con ambas manos, intentando esconder su rostro de la vergüenza.
–Solo avancemos –murmuró.
La pequeña Abigail y Tudor cruzaron miradas y asintieron al sentir el humor extraño del niño.
El grupo de tres continuó por el camino. Después de unos minutos, los árboles desaparecieron dando paso a grandes extensiones de campos dorados de donde brotaban diversas plantaciones; todos estos se encontraban siendo cosechados con esmero por los pobladores.
Los saludos llegaron por parte de los agricultores.
Tudor y Abigail respondieron a las conversaciones, pero, cuando Lufa hizo lo mismo, ellos lo miraron con cautela, claramente alarmados.
Con una sonrisa irónica, Lufa agachó la cabeza, convenciéndose que no debía mirar a nadie más en todo el trayecto restante.
Mientras más avanzaban, aumentó la cantidad de pobladores que llevaban sus cultivos en carretas tiradas por animales de carga. Tal parecía ser que se encontraban en temporada de cosecha.
La senda por donde caminaban cruzaba por el medio de todos los campos; luego de recorrerlos, a lo lejos, se vislumbró humo saliendo de una serie de casitas de barro.
Esta aldea rural se encontraba cercado por tablones de madera colocados de manera uniforme, fuera del cerco natural provisto por el bosque.
El niño hasta ahora no entendía de qué protegían esas vallas. Tal vez era solo para mantener delimitado el terreno.
Los hogares rústicos parecían hechos del mismo molde, con un diseño simple de 4 habitaciones por casa, construidos con piedras y barro endurecido.
–El pueblo de los Noctas –murmuró Lufa.
–¡Nos vemos, pequeños! –dijo el viejo Tudor, al ingresar al pueblo. –No pierdan el tiempo y ayuden a sus padres, tenemos mucho trabajo.
Con esas palabras se alejó, perdiéndose entre los muchos pobladores que recorrían el lugar con prisa.
–Vamos con la tía –Abigail pellizcó las costillas de Lufa y avanzó, liderando el camino.
Lufa vio que toda la gente estaba demasiado ocupada llevando costales con trigo y trozos de carne, corriendo hacia la misma dirección que ellos.
Hasta los niños ayudaban llevando cosas no tan pesadas, pero con la misma prisa que los adultos.
Seguir a los demás los llevó a la plaza del pueblo donde las personas se agrupaban en dos lugares: las cocinas y la recepción de insumos.
Abigail aceleró el paso hacia el lugar donde las señoras avivaban el fuego para cocinar la montaña de alimentos que tenían al costado.
De un salto se paró tras una mujer delgada de cabello negro, y con una enérgica voz dijo: –¡Tia!, lo traje.
La joven volteó hacia Abigail con una dulce mirada, agradeciéndole, para luego observar a Lufa con tristeza.
Lufa se quedó de piedra al ver ese hermoso rostro.
Sus ojos enrojecieron instantáneamente y su corazón palpitó de manera anormal.
Él sabía que la encontraría aquí.
Se encontraba "preparado" para encararla, pero, al ver su delicado rostro cubierto de preocupación, no pudo contenerse, pues la culpa y agradecimiento se revolvían en todo su ser. Le debía tanto a ella, pero se portó como una completa basura por muchos años.
En sus recuerdos, solo al convertirse en adulto comprendió el esfuerzo que puso esta joven al criar un patán como él; así que, para mitigar su culpa, la buscó durante mucho tiempo.
Cuando por fin la encontró, ella se encontraba tendida sobre el suelo en una ciudad que fue asediada por demonios, su cuerpo completamente lleno de heridas secas, sin vida.
Ahora la tenía frente a él.
Sin pensarlo corrió con los brazos extendidos y, ante la mirada de sorpresa de los espectadores, la abrazó con fuerza mientras las lágrimas desbordaban por su rostro.
–¡Te extrañé Miena! !Te extrañé tanto!