Lufa echó un vistazo sus alrededores. En sus manos llevaba dos baldes repletos de agua cogidos de un pozo que se encontraba algo alejado de donde estaban cocinando. Él caminaba lentamente, analizando todo lo que veía.
Cuando Lufa regresó a la plazuela vio que muchos hombres musculosos cargaban costales llenos de trigo sobre sus hombros, todos formados en fila para entregar sus paquetes a quien parecía ser el jefe del pueblo.
El jefe del pueblo recogía estos cultivos y los apilaba a un costado. Cada vez que le llegaba un nuevo costal, él movía su pluma sobre los documentos que tenía a mano dando una señal de aprobación.
–¡Lo sabía! –dijo, observando este suceso.
"Me encuentro en la temporada de cosecha, justo antes de que ese cerdo comenzara a causar problemas al pueblo" pensó Lufa.
–¡Maldita sea!, debo preguntar cuándo será el día central de las festividades –apretó los dientes, acelerando el paso.
Lufa recordó que sus problemas comenzaron en la temporada de cosecha, cuando el cobrador de impuestos del Ducado Allen, donde residían actualmente, se las ingenió para llevarse a un par de muchachas del pueblo de los Noctas, atribuyendo que eran el intercambio por los impuestos, ya que no llegaron a la meta pactada.
"Con la cantidad de trigo es imposible no llegar a la meta".
La cantidad de bolsas apiladas era lo suficiente para llenar al menos un cuarto pequeño.
"Debió ocurrir algún incidente en ese entonces por el cual terminó de esa manera… ".
–!Ah! –sus ojos se abrieron con sorpresa.
En su vida anterior, Lufa solo se dio cuenta de lo que pasó semanas después, pues no le interesaba nada más aparte de sí mismo, solo llegó a enterarse porque todos los niños comentaban sobre eso.
–¡La fogata fue un desastre! ¡todo se quemó! –decían.
Lufa sabía que el incidente se dio en su infancia, pero no recordaba la fecha exacta, solo cuando Miena le habló sobre la carta de su madre entendió que sucedería en el año actual.
–Tal vez uno de estos días.
El tiempo del incidente coincidía con la carta.
La madre de Lufa no se encontraba en el pueblo, es más, ni siquiera se sabía si se encontraba en el ducado, ya que ella trabajaba con una caravana de comerciantes vendiendo diversos productos entre las naciones.
Con la falta de tiempo, ella normalmente volvía cada temporada de cosecha para ayudar a los pobladores y ver a su hijo.
Para la temporada de cosecha en la que el "maldito cerdo" causó problemas por primera vez, su madre envió una carta, en ella explicaba que no podía volver por un buen tiempo, pues la guerra iba a comenzar y era la mejor temporada para vender productos a quienes vivían en las fronteras.
Cuando Miena le leyó la carta, Lufa tuvo resentimiento contra ella y su madre.
Aunque se portaba como un delincuente, Lufa aún era un niño y amaba a su madre. Él tenía muchas ganas de volver a verla y por ello esperaba la temporada de cosecha con ansias. Al saber que su madre no volvería, se le rompió el corazón y terminó culpando a Miena.
Por ese motivo escapó de su casa, no sin antes tirar la comida en señal de protesta.
–Tch, ¡Que idiota! –Lufa se culpó, chasqueando su lengua con irritación.
Dejando los baldes con agua cerca de Miena, Lufa se acercó a Abigail para eliminar sus dudas.
–Hey Abi, ¿Cuándo es la fogata? –preguntó con una sonrisa.
–¿Ah? –ella volteó la mirada sin comprender. –Tú esperabas mucho este día –respondió con una ceja levantada.
–¿Hoy? –preguntó alarmado.
–¡Hoy! –asintió ella.
Lufa tenía vagos recuerdos sobre la fecha exacta. Pero Abigail le dio la confirmación que necesitaba.
"¡Maldita sea!" expresó a sus adentros.
…
El tiempo pasó rápidamente.
Al mediodía los pobladores dejaron sus labores en pausa para almorzar. Se acercaron al lugar donde se encontraban Miena, Abigail y las señoras.
Las tías sirvieron una ligera sopa que constaba de trigo, un poco de carne y más vegetales.
Lufa también se acercó a pedir un plato. Tenía los músculos adoloridos por acarrear agua. Se sorprendió gratamente al notar que su físico le permitía cargar cubetas por tantas horas y no sentir cansancio.
"Debería tener 8 años en este momento", Lufa frunció el ceño, "¿Un niño debería ser tan fuerte a esta edad? Con tal fuerza era de esperarse que intimidara a los demás niños y no sufriera represalias".
Al acercarse a pedir un plato de alimentos las señoras lo miraron con extrañeza, pero ya no eran las mismas miradas que recibió anteriormente, al menos ya no lo veían con asco.
La encargada incluso parecía amable, le sirvió un cuenco lleno, soltando un "disfrútalo".
Tal parece ser que su actuación rindió frutos.
Abigail y Miena aún estaban ocupadas, así que Lufa no tuvo más remedio que buscar dónde sentarse. Al girar la cabeza ubicó al gigante humano entre quienes parecían ser su grupo de amigos.
Lufa avanzó hacia él y se sentó sobre una piedra, al costado.
–Hola viejo –saludó.
El grupo de personas bronceadas que discutía fervientemente sobre algún tema aleatorio se quedó en silencio al escucharlo y pusieron rostros desagradables.
Lufa no se inmutó ante este tipo de miradas. Solo asintió y sonrió en señal de saludo, como si fuesen amigos cercanos.
–Oye mocoso… recién hace unas semanas acabo de cumplir 39, ¡39! –expresó Tudor con molestia fingida –No me llames viejo.
–Lo tendré en cuenta –respondió, sin darle importancia –Por cierto, antes vi que estabas apilando los costales de trigo ¿Aún falta mucho?
Se escucharon varios suspiros en el grupo.
–Ya estamos a punto de terminar, solo faltan unas cuantas familias –comentó Tudor con cansancio. –Pero luego debemos llevar todo el cargamento al fuerte –Sus hombros cayeron, rendidos.
–¿Tienen que mover todo? ¿El año pasado hicieron lo mismo? –preguntó Lufa con interés, pues no recordaba un evento así.
–No, no. El año pasado solo dejamos los sacos aquí –expresó otro adulto del grupo. –Pero este año es distinto, las familias aumentaron y los impuestos se multiplicaron. Si dejamos la carga en la plazuela no tendremos espacio para el evento principal, por eso ahora debemos mover todo.
–Suena a mucho trabajo –respondió casualmente.
Los adultos asintieron con vehemencia. Con un nuevo tema encontrado, se quejaron sobre lo difícil y agobiados que se sentían.
"La situación pinta un poco complicada", pensó Lufa.
Según sus borrosos recuerdos, los niños hablaron sobre las cosas quemadas y que todo fue un caos. Así que, Lufa creyó que ocurrió un incendio pues la fogata estaba muy cerca de los costales y podía fácilmente incendiar los impuestos materiales por un descuido.
La solución más sencilla era quedarse al lado de los sacos y evitar que suceda el incendio, pero, todo cambia si es que moverán la carga a otra parte.
–¿Eh?, Espera…Viejo, ¿Quién se quedará cuidando los sacos? –preguntó Lufa, cortando nuevamente la conversación que tenían.
–¡Que no soy vie…! Haaaa, olvídalo. ¿Cuidando?, supongo que algún tipo desafortunado.
–¿Después de tanto trabajo no nos toca divertirnos? Jajajaja –añadió otro adulto.
Todos estallaron en carcajadas, expectantes.
"Mmmm… ¿Podría ser premeditado?" pensó Lufa.
El fuerte se encontraba en la entrada del pueblo, a unos cuantos minutos de caminata ligera. Si es que todo comienza a quemarse, los pobladores tardarán en llegar o, en el peor de los casos, ni siquiera lo notarán por el ruido de la fiesta.
Lufa comenzó a sentir dolor de cabeza.
Lo que empeoraba la situación es que Lufa no podía interferir directamente, ¿Quién le creería a un niño que soltaba mentiras todo el tiempo?, además ¿qué podía decir? ¿Cuiden bien el trigo?, en el peor de los casos los pobladores pensarían que quería volver a hacer otra de sus travesuras, ¡Hasta podrían encerrarlo!
Lufa se decidió por hacer todo tras bambalinas, tal como estaba acostumbrado. Ideó una gran cantidad de planes y contramedidas, estaba casi 90% seguro de que podía salir de este problema, no, ¡tenía que hacerlo! ¡definitivamente!
Luego del almuerzo comunal, las señoras limpiaron los platos y comenzaron a dispersarse, mientras los demás se dispusieron a terminar con sus tareas.
Lufa se acercó a Miena y Abigail.
–¡Hey!, te estábamos buscando –Abigail avanzó con saltitos. –La tía vendrá a mi casa para ayudar a mi madre a cambiarme.
–Nos encontraremos en la casa Lufa, espérame para ayudarte –asintió Miena.
"Diablos ¡no!" Lufa tenía ganas de gritar. Para él ya era suficiente con haber regresado en el cuerpo de un infante, no quería avergonzarse más.
–No te preocupes hermana –dijo con una sonrisa. –Puedo hacerlo solo. Terminaré rápido y volveré para perder el tiempo hasta que comience la fogata –agregó.
Miena puso una cara de preocupación, pero al ver que Lufa no iba a ceder fácilmente, solo asintió a regañadientes. Así, se alejó junto a Abi, ambas tomadas de la mano.
Como se trataba de una festividad importante, las personas hacían gala de sus mejores prendas, claro que siendo un pueblito difería abismalmente de las fiestas nobles.
En este pequeño lugar, las mujeres vestían vestidos multicolores, con el cabello trenzado por flores rojas y maquillaje perfumado hecho de frutos que les daba un aroma hechizante. Por otro lado, en los hombres, la vestimenta no variaba mucho de lo habitual, la única diferencia es que cada uno portaba un poncho rojo que hacía juego con las flores.
Después de hurgar en su memoria, Lufa encontró su casa, se puso rápidamente su prenda roja y salió a revisar las calles, preparándose para la noche.
El sol cayó un par de horas después. El evento principal había comenzado.