El bandido ingresó por la puerta, en una de sus manos tenía una antorcha y en la otra una daga.
El tipo mostró sorpresa al ver a su líder con el rostro enrojecido y la comisura de su boca chorreando sangre.
–¡Mátalo! Mátalo para mi –Sus dedos temblando de odio apuntaban a Lufa.
Se sorprendió aún más al ver a un niño con la mirada fría protegiendo a la mujer sin mostrar ni una pizca de temor.
–Jefe, tenemos que irnos ahora, ya pasó demasiado tiempo y deben estar por llegar –replicó su subordinado. –Vamos a llevárnoslos, puede hacer con ellos lo que quiera después.
El gordo aceptó a regañadientes ya que entendía que se encontraba contra el tiempo.
Lufa miraba con cautela al recién llegado. Estaba completamente seguro de que no podía hacer nada contra alguien armado.
Con una mueca de suficiencia, el tipo envainó su daga y dejó la antorcha en un lado. Se tronó los nudillos y avanzó hacia él sin miedo.
Lufa tensó sus músculos, dispuesto a luchar.
En ese momento, como ayuda del cielo, más recuerdos fluyeron por su mente. En esos recuerdos muchas artes marciales que había aprendido en su vida anterior se imprimieron en su cabeza.
Con rápidos pensamientos optó por el arte marcial que podría ayudarlo, uno donde no importaba mucho la fuerza física y servía para protegerse de los ataques: Aikido.
Lufa se puso en guardia, preparado para interceptar al bandido. Esperaba ganar unos segundos más de tiempo.
El bandido avanzó con pasos rápidos, levantando su brazo, listo para dar un puñetazo.
Lufa reaccionó rápidamente, listo para desviar el puño.
Solo olvidaba un pequeño detalle: en este momento no contaba con grandes reflejos físicos, y mucho menos podría competir con la rapidez de un adulto.
Si bien golpeó al cerdo fue porque lo cogió desprevenido, además si hubiera tenido una batalla real, el gordo no hubiese hecho mucho por su cuerpo regordete, pero contra un adulto entrenado bien podía solo ceder la victoria.
Lufa se dio cuenta muy tarde. Solo vio como el puño se acercaba a su rostro en cuestión de milisegundos.
Su cerebro no pudo procesar el golpe que recibió, tan solo sintió a su cabeza moviéndose de manera anormal y su cuerpo empujado por una fuerza mayor, para después desplomarse en el suelo.
Tirado en el piso y con su visión oscureciéndose, escuchó decenas de pasos y voces acercándose desde lejos.
"Al menos hice el tiempo necesario", pensó mientras su mente se nublaba y caía en la oscuridad.
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Miena se sentía muy triste.
Todo pasó muy rápido. Buscando a Lufa fue golpeada y amarrada, ella no esperaba la serie de sucesos.
Su cuerpo temblaba por el miedo.
DING DING DING
Sonaron las campanadas.
"Lufa", Miena apretó los dientes, estaba segura de que fue él.
–¡Aggh!, vayan ustedes dos a atrapar a ese m-aldito –rugió la figura encapuchada, –!t-t-todos los demás quemen este lugar!, aún tenemos un poco de tiempo antes de que lleguen –añadió.
"¿Por qué querían quemar los alimentos?", se preguntó Miena. Los hombres dejaron la habitación para incendiar el lugar, tal pensamiento la hizo temblar aún más.
"Solo quedó su líder", ella vio esa figura encapuchada, "Lufa, escapa por favor".
Después de mirar a la figura por unos momentos sus ojos se abrieron de sorpresa al descubrir su identidad: el recaudador del ducado, Porcus.
"Cómo podría ser el Señor Porcus", se preguntó, pero no había duda, Miena no conocía a otra persona tan obesa como él.
El gordo, volteó hacia la joven y al darse cuenta de su sorpresa se bajó la capucha.
–Parece que ya descubriste quién soy –dijo, con una sonrisa de suficiencia –Exactamante, soy yo, Porcus –añadió con orgullo, tratando de ocultar su miedo.
Miena movía sus manos atadas, tratando de zafarse.
–Eres una chica bastante desafortunada –continuó –Si tan solo no hubieses venido, no t-tendrías que morir. Ah, estabas bastante bien para servirme –miró descaradamente su cuerpo mientras se acercaba.
Las lágrimas cayeron por las mejillas de Miena. "Mi destino está sellado", pensó, "Espero que Lufa haya escapado". Se sintió un poco mejor al saber que no le pasaría nada a él.
Porcus se acercó lentamente a Miena –ya que de todas maneras vas a morir, déjame tocar tu cuerpo una última vez –jadeó con lascivia.
Miena se retorcía con locura para no ser mancillada.
Porcus se molestó por su inútil pelea así que le dio una bofetada. Luego la agarró del cabello, levantándola para poner sus manos en los pechos de la joven.
Miena no pudo hacer mucho por el dolor, tan solo se rindió ante su cruel destino.
Cuando pensaba en su triste final, vio como el recaudador obeso rodó por el suelo por una patada directa en la cabeza.
Abrió mucho los ojos al ver a Lufa. Ella se sintió feliz cuando llegó a su rescate, solo para después caer en la desesperación al recordar la situación en la que se encontraban.
Sus ojos se pusieron más rojos y ya no pudo detener sus lágrimas. Gimió bastante tratando de decirle que se vaya, pero no podía por la mordaza. Tan solo recibió una sonrisa por parte del niño.
–Todo va a estar bien –le dijo con calma.
Momentos después observó como Lufa lanzaba muchos platos a Porcus, dejándolo aún más molesto.
Miena contaba los segundos, esperando que los pobladores lleguen y salven a Lufa.
Su tez se puso blanca cuando uno de los bandidos ingresó por la puerta.
Era el tipo que la amarró y golpeó, así que sabía de su fuerza; además, traía una daga entre manos. Solo le quedó moverse aún más con la esperanza de deshacer el nudo.
Se encontraba dispuesta a proteger a Lufa con su propia vida.
Porcus gritó con odio para que el bandido matara a Lufa, pero él replicó para que se los llevaran.
Con la conversación, Miena pasó por mucha tensión.
En ese momento Lufa se puso en guardia, parecía listo para protegerla.
"Lleguen ya, por favor, por favor" imploraba ella en su cabeza.
El tipo de negro avanzó rápidamente hacia Lufa y dio un golpe con fuerza.
Miena vio como Lufa trató de defenderse mas no pudo. Su mente se quedó en blanco al verlo caer al suelo y su cabeza rebotando en el duro piso de piedra.
–Mmmmmggg –gimió al intentar gritar, arrastrando su cuerpo, tratando de acercarse al niño inerte.
Miena sintió dolor en el corazón. "Por mi culpa. Por protegerme".
El hombre se acercaba a Lufa. Miena se movió con brusquedad, dirigiéndole una mirada llena de odio al tipo.
Tac tac tac
Se escucharon decenas de pasos provenientes de afuera.
Los pobladores habían llegado.
–No, no –el gordo tembló como gelatina.
Los demás bandidos se reunieron en el cuarto con prisa.
–Jefe, ya no podemos escondernos –dijo el hombre que golpeó a Lufa –Sería mejor coger a estos dos como rehenes y escapar –sugirió.
–¡Claro! –dijo el gordo, con los ojos brillantes al encontrar una salida.
Así, arrastraron a Miena, Lufa y el guardia olvidado hacia el portón.
Al salir, vieron a todos los pobladores con ropa festiva portando antorchas, palos, picos, rastrillos y todo tipo de instrumentos que podían usar como arma, rodeando el fortín, esperándolos. Sus semblantes no eran nada alegres.
Porcus se tapó el rostro con la capucha, con fe de que no lo reconozcan.
–Lord Porcus, ¿Qué significa esto? –preguntó Tudor con molestia.
Las piernas del gordo se volvieron gelatina. –Y-yo llegué un poc-co antes pppara la festividad –tartamudeaba.
–Estábamos en camino a la festividad, pero nos acercamos al ver humo saliendo del fortín –mintió sin miedo el tipo que era la mano derecha de Porcus.
–¡Sí! –se relajó el recaudador obeso –E-entramos y encontramos a-a esta gente quemando lo-los sacos –asintió, continuando la mentira de su subordinado.
Los otros bandidos se adelantaron y mostraron los cuerpos de Lufa, Miena y el tipo sin importancia.
–¡Lufa! –gritó Abigail al verlo desmayado. Trató de correr hacia él, pero fue detenida por el agarre de Kalissa.
–Cálmate Abi, no hagas nada tonto –le dijo con seriedad.
Tudor vio la cara golpeada de Lufa, luego, se sorprendió al ver a Miena con los ojos enrojecidos de rabia, dirigiendo su odio al tipo que habló anteriormente.
–Entiendo –se escuchó la voz del líder del pueblo que acababa de llegar con otro grupo de gente bien armada –lo principal es salvar los alimentos, luego podemos juzgar al culpable –agregó.
Los pobladores tenían miradas hoscas, con muchas preguntas, pero siguieron las órdenes del líder.
–Espera –el bandido mayor dio un paso más cerca del gordo.
–A qué te refieres –el líder del pueblo rechinó los dientes con enojo.
El subordinado giró su cabeza hacia Porcus sin tomar importancia a las palabras anteriores –Lord Porcus, ¿Sabe cuál es la ley del Imperio para aquellos que ocasionan daños a los alimentos de la población?
Como si hubiera comprendido, Porcus abrió los ojos –¡Sí!, !debemos matar a estos traidores!
Con la frase de su subordinado Porcus entendió que la única manera en que no los descubran es no dejar cabos sueltos así que debían eliminar los testigos.
–Decapiten a los traidores –ordenó Porcus.
El tipo que tenía a los rehenes desenvainó su daga, listo para cortar cuellos.
–¡No! ¡NO! –los gritos hicieron eco.
Cuando el hombre estaba a punto de acabar con la vida de Lufa, una flecha voló, impactando con precisión la mano que sostenía esa daga.
–Aghhhh –gimió el tipo. Dejó caer su daga.
–¡Porcus! ¡Qué crees que estás haciendo! –vociferó Tudor con ira.
Su subordinado era quien había lanzado la flecha.
Porcus se llenó de valor, dirigiéndose al líder –Crinar, ¿Quieres desobedecer las leyes imperiales? –expresó en voz alta, bastante alterado.
Crinar, el jefe del pueblo, sentía desde antes que había algo raro, y lo confirmó con la orden de asesinato. –Lord Porcus, las leyes explican que primero se necesita un juicio. ¡Cómo te atreves a venir a este pueblo y dar la orden de matar! –replicó con fuerza.
El gordo se puso pálido, se le habían acabado las ideas.
–Jefe, solo tenemos que escapar con estos rehenes –le susurró el bandido.
Porcus asintió pálido y con renuencia.
Si tan solo Porcus hubiera investigado a Lufa, sabría que bastaba con culparlo y todo el pueblo le creería, pues ese niño era un vil mentiroso.
–¡Todos quietos si no quieren ver morir a estos dos! –gritó un Porcus decidido, preparado para escapar con sus rehenes.