Pope, aún aturdido por la explosión que acababa de provocar, respiró pesadamente mientras sus ojos recorrían el cuarto. La esquina donde el rayo de luz impactó ahora era un desastre: astillas de madera y fragmentos de metal cubrían el suelo. El silencio se sintió denso por un segundo, pero se rompió rápidamente cuando Hilda se levantó con una expresión de shock absoluto en su rostro.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —repitió con una mezcla de miedo y enojo—. ¿Qué acabas de hacer?
Pope apenas lograba enfocar su vista, todavía sin entender del todo lo que sucedió. La luz seguía parpadeando en sus manos, como si su cuerpo estuviera a punto de descontrolarse otra vez. Se miró la mano, tratando de recordar cómo había lanzado ese rayo, pero todo era confuso. No había sentido control alguno.
—No lo sé… yo… no quise… —respondió con voz apagada, mirando fijamente su propia mano que aún brillaba con una tenue luz blanca.
Galia, que hasta entonces había estado callada, se acercó con cautela, manteniendo las manos alzadas como si intentara calmar a un animal salvaje.
—Oye, tranquilo… —dijo suavemente—. Tal vez sea mejor que te sientes. No podemos ayudarte si sigues haciendo… esto.
—¿Qué me está pasando? —murmuró Pope, bajando lentamente su mano mientras la luz empezaba a menguar—. No recuerdo haber hecho algo así antes. ¿Qué es esta… energía?
Hilda se puso de pie de golpe, con los brazos cruzados, mirando a Pope como si fuera una bomba a punto de explotar de nuevo.
—Es bastante obvio que no eres alguien ordinario —espetó, caminando alrededor de la habitación—. Y créeme, aquí no tenemos tiempo para lidiar con gente que no puede controlar lo que tiene.
Pope intentó ponerse de pie otra vez, pero una punzada de dolor en su costado lo obligó a volver a recostarse en la camilla. La herida, aunque parcialmente cerrada por las suturas, aún dolía como si le estuvieran clavando un puñal.
—Escucha, no sé qué es lo que me pasa —dijo entre dientes, aguantando el dolor—. Pero sé que necesito encontrar a mis amigos. Algo está mal, muy mal… y no tengo tiempo que perder aquí.
Hilda dejó escapar un bufido de frustración.
—¿Tus amigos? —preguntó, claramente sin paciencia—. Si no puedes controlarte, vas a hacer que los problemas sean aún peores.
—Tal vez podamos ayudarte —interrumpió Galia, mirando a su hermana con reproche—. Si te calmas, podemos tratar de entender lo que está ocurriendo contigo. No eres el primero que viene aquí… herido… confuso.
Pope la miró con curiosidad.
—¿Qué quieres decir con que no soy el primero? —preguntó, una chispa de interés en su tono.
Galia vaciló un momento, como si se preguntara si debería compartir más información, pero finalmente continuó.
—Este lugar… no es solo una granja. Aquí… hemos encontrado a personas antes, heridas y con… habilidades extrañas. La mayoría eran fugitivos, gente que escapaba de algo. A algunos ni siquiera los volvimos a ver después de que se fueron. Creemos que algo más grande está ocurriendo en este territorio.
—¿Cómo que más grande? —insistió Pope, sintiendo que algo en esta conversación podía darle una pista sobre el paradero de sus amigos.
Hilda resopló nuevamente, impaciente.
—Mira, no tenemos las respuestas que buscas, pero si sigues lanzando rayos de luz cada vez que te despiertas, seguro que no duraremos mucho tiempo aquí. Esto no es un lugar seguro. Y menos ahora, con las patrullas del este buscando por todas partes.
Galia miró a su hermana con seriedad y luego volvió su atención a Pope.
—Déjanos ayudarte a recuperarte —sugirió con más suavidad—. Quizás puedas aprender a controlar esa energía antes de que termines matándonos a todos.
Pope respiró profundo, todavía confundido y angustiado. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo, pero también se dio cuenta de que estaba lejos de estar en condiciones de seguir adelante solo. Miró a ambas chicas, pensando en lo que acababa de ver en su mente: las visiones de sus amigos, el cristal de Dann bloqueado por esa figura oscura. Algo o alguien no quería que los encontrara.
Pope: (forzando las palabras) "¿Dónde... estoy exactamente?"
Hilda: (mirándolo con desdén) "En Kingsbury. ¿Eso te dice algo?"
Pope: (negando con la cabeza) "No. No sé qué es eso."
Galia: (interviniendo) "Kingsbury es uno de los reinos más grandes de esta región. Está en medio de alianzas delicadas, como con la Cordillera de Wright, la Ciudad Barrera de Coral, y ahora están en negociaciones con la Selva Viva. No es un lugar cualquiera."
Hilda: (con tono cortante) "Y desde que cayeron las estrellas, todo está patas arriba. Una de esas estrellas cayó justo aquí... tú. La política está alborotada, y la gente se está poniendo nerviosa."
Galia: (agregando) "Y eso no es todo. Hace poco, la Cordillera de Wright anunció que tiene un heredero... cuando nadie sabía que había uno. Pero aún no lo han presentado oficialmente."
Pope absorbió esa información, tratando de entender las piezas del rompecabezas. Mientras pensaba en sus amigos, empezó a notar algo raro. A su alrededor, pequeñas ondas parecían salir del foco parpadeante y de las voces de las gemelas.
Mientras tanto, Hilda y Galia siguieron hablando, sus voces se volvían más tensas.
Hilda: (en voz baja, pero molesta) "No sé por qué lo estamos ayudando. No sabemos nada de él. Todo esto de las estrellas caídas ha puesto al reino en una situación delicada, y ahora, con Goldwater..."
Galia: (mirando a su hermana) "Lo sé, lo sé. Desde que Goldwater desapareció de las comunicaciones, todos están nerviosos. No hay señales del príncipe Frisk, la princesa Chara, ni del rey Don o la reina Gilda."
Hilda: (frunciendo el ceño) "Y esos informes que llegaron de los espías... dicen que vieron la nave caza de la princesa Chara despegar del hangar mientras le disparaban. Y ese rayo..."
Galia: (interrumpiendo, en voz más baja) "Sí... un rayo de energía negra disparado desde la plaza principal de la ciudad. Algo está muy mal allá. Si Goldwater ha caído, podría haber consecuencias graves para toda la región."
Pope escuchaba todo con atención mientras intentaba concentrarse en las ondas que veía. Sabía que debía mantenerse alerta y descubrir qué estaba pasando. Aunque la información sobre Goldwater y los rumores de la nave de Chara eran inquietantes, lo que más lo sorprendía era que podía ver las ondas de sonido cuando las gemelas hablaban, y de luz provenientes del foco.
Cerró los ojos y levantó su mano, apuntando al foco. Concentrándose, trató de manipular esas ondas de luz. ¿Podría hacer que cambiara algo? pensó. De repente, el foco parpadeó.
Pope abrió los ojos con sorpresa, observando cómo lo había logrado. Lo intentó de nuevo, y la luz parpadeó otra vez. Un pequeño destello de poder se agitó dentro de él, su cristal también brillaba, casi como si le quisiera decir algo.
Pope respiro, resignado, al igual que cuando vio los cristales, en solo quería dormir de nuevo, tal vez lo resolvería mañana, de todos modos, al parecer había tiempo para eso.
. . .
Pope despertó al día siguiente con una mezcla de curiosidad y preocupación. A pesar de la herida en su costado, que aún dolía cada vez que respiraba profundamente, la sensación de energía en su interior era innegable. Había algo que no comprendía del todo, pero lo que pasó en la habitación el día anterior le dejó claro que algo estaba cambiando en él. Al salir de la cabaña, Galia y Hilda ya estaban afuera, esperándolo.
—Creo que he descubierto un poco más sobre lo que puedo hacer —comenzó a decir Pope, mientras caminaba hacia el centro del campo donde había estado entrenando el día anterior—. No estoy muy seguro, pero parece que puedo controlar las ondas de luz y sonido. Lo de ayer fue un accidente, pero hay algo ahí, algo que puedo sentir.
Las gemelas lo miraron con cautela, especialmente Galia, quien cruzó los brazos.
—Lo que sea que hagas, solo asegúrate de no destruir más cosas —dijo con un tono serio—. Recuerda que volaste parte de la esquina de la habitación con esa explosión. Antes de que te vayas, vas a tener que reparar eso.
Pope sonrió con un toque de culpabilidad y asintió.
—Lo sé. No me iré sin arreglarlo. Es lo menos que puedo hacer después de casi hacer volar la mitad del lugar.
El segundo día fue más complicado de lo que Pope esperaba. A pesar de haber estado concentrado en estabilizar las ondas de luz y sonido, el control seguía escapándosele en los momentos clave. Su herida, todavía fresca, no ayudaba, recordándole constantemente su fragilidad cada vez que intentaba concentrarse en sus poderes. Mientras practicaba, emitía destellos de luz cegadora, y los sonidos que generaba se descontrolaban con facilidad, rebotando en las paredes y creando ecos estruendosos.
Galia y Hilda observaban desde una distancia segura, pero se mantenían atentas a su progreso. Pope respiró hondo y se permitió un momento para reflexionar.
—Es más difícil de lo que parece —murmuró mientras se tomaba un descanso.
Hilda se acercó con una botella de agua, su tono era relajado, pero con un toque de empatía.
—Nadie dijo que sería fácil —comentó, dándole la botella—. Pero has hecho progresos, aunque sean pequeños.
Pope bebió un sorbo y, mientras lo hacía, recordó algo.
—Jugué en un equipo de basket, cerca de mi casa. Aprendí a ser paciente y constante. Creo que esto no es muy diferente. Conocí a uno de mis amigos más cercanos en ese equipo.
Ese pensamiento trajo una oleada de preocupación a su mente. Recordó a sus amigos, en este caso a Floppa, que era al que había conocido en el equipo, cuando ambos tenían 17 y 16 respectivamente, 1 año antes de todo, y cómo todos se habían separado al llegar a este extraño mundo. Tenía que encontrarlos. Su entrenamiento no era solo para controlar sus poderes, sino para poder reunirse con su grupo. Necesitaba pensar en un plan.
El tercer día, Pope continuó entrenando, pero también comenzó a participar más en las tareas domésticas. La vida en la granja, aunque sencilla, le daba la oportunidad de mantener su mente ocupada en algo más que sus poderes. A pesar de su herida, se ofreció a reparar parte de una cerca rota y recogió algunos huevos en el gallinero. Las gemelas lo observaban desde la ventana, intercambiando sonrisas.
Por la tarde, mientras todos cenaban, el ambiente era ligero, y Galia rompió el silencio.
—¿Cómo va el entrenamiento?
—Lento pero seguro —respondió Pope, entre bocados de comida—. Aún tengo que mejorar antes de intentar algo grande. Y claro, tengo que asegurarme de no destruir más cosas.
Hilda rió.
—Bueno, al menos no has roto nada hoy.
Pope sonrió, sintiéndose agradecido por esos pequeños momentos de normalidad.
El cuarto día trajo consigo pequeños avances. Pope logró emitir una onda de sonido sin que explotara o creara un desastre. Las gemelas lo observaban desde la distancia, y aunque él seguía teniendo dificultades, sus esfuerzos comenzaban a dar frutos. Cada día, su control mejoraba, y aunque todavía era rudimentario, Pope sabía que iba por el buen camino.
Durante una pausa en su entrenamiento, Galia se le acercó y lo golpeó suavemente en el hombro.
—¿Sabes? A pesar de todo, estás mejorando. Solo trata de no volar nada más.
Pope rió.
—Sí, creo que lo peor ya pasó… o eso espero.
El domingo llegó. Pope se sentó en el porche, mirando el horizonte mientras pensaba en todo lo que había pasado. El sol ya se estaba poniendo y las pequeñas lamparas de aceite en la granja ya estaban iluminando, podía ver a algunas de las vacas a lo lejos. El caer del cielo en una granja, con poderes que apenas entendía... toda la situación le parecía irónica. Soltó una risa y murmuró en voz baja:
—Es irónico, ¿no? Caí del cielo en una granja, tengo poderes y soy peligroso... Si esto fuera un cómic, sería como Superman.
Galia, que pasaba cerca, lo escuchó y se acercó con curiosidad.
—¿Superman? ¿Quién es ese?
Pope se enderezó y la miró con una sonrisa.
—Superman es un personaje de mi mundo. Es un héroe de un cómic. Al igual que yo, cayó del cielo en una granja, pero tiene poderes mucho más impresionantes que los míos. La cosa con Superman es que, a pesar de ser tan poderoso, él representa lo mejor de lo que podemos ser. Es bueno, pero no todos lo aceptan. Lo interesante de él es que tiene tanta convicción en lo que cree, que aunque le pasan cosas terribles, nunca se vuelve malo. Superman representa ante todo, esperanza.
Galia lo miró intrigada.
—¿Y por qué simboliza esperanza?
Pope se encogió de hombros, reflexionando.
—Porque siempre que aparece, sin importar lo malo que sea el momento, él está ahí para hacer lo correcto. Eso es lo que simboliza Superman. Siempre hay algo por lo que vale la pena luchar.
Y asi, la primera semana en esa granja termino
3 dias después, Pope se encontraba en el campo, el sol brillaba intensamente mientras se concentraba en las ondas que emitía el pequeño radio de transistores que había encontrado en la casa. Desde que había comenzado a entrenar sus poderes, había notado que podía sentir las ondas de sonido que lo rodeaban, como si cada vibración fuese un hilo que podía tocar. Su herida, aunque aún visible, ya estaba casi cicatrizada, lo que le permitía esforzarse más en sus intentos por controlar sus nuevas habilidades.
—Es increíble lo que puedo sentir —murmuró para sí mismo, mientras miraba el radio que tenía en sus manos. Se preguntaba qué pasaría si intentara manipular esas ondas. Con un gesto decidido, comenzó a concentrarse, intentando redirigir las vibraciones que emanaban del pequeño dispositivo.
Un ligero zumbido llenó el aire, y Pope sintió una especie de corriente en su interior. A medida que sus manos se movían, notó que podía moldear la onda de sonido en algo que se parecía a lo que él imaginaba. Sin embargo, se dio cuenta de que su control no era tan preciso como esperaba, y el radio crujió antes de estabilizarse.
—Esto es más complicado de lo que parece —se dijo, mientras se pasaba una mano por el cabello, frustrado pero decidido a seguir intentando.
Fue entonces cuando se le ocurrió una idea. Alzó la voz, llamando a Hilda, quien estaba dentro de la casa.
—¡Hilda! ¿Podrías encender el radio que tenemos adentro?
Hilda salió al porche, con una ceja levantada, visiblemente confundida.
—¿Por qué? ¿Qué planeas hacer?
—Confía en mí, por favor. Quiero probar algo.
Después de unos momentos de titubeo, Hilda se encogió de hombros y volvió a entrar. Unos minutos después, el sonido del radio se coló por la ventana, un suave murmullo de música que llenó el aire. Pope sintió que la energía comenzaba a fluir a su alrededor.
Concentrándose, comenzó a "redireccionar" la onda que salía del radio. Con un esfuerzo adicional, se imaginó como un director de orquesta, guiando las ondas sonoras en una dirección específica, creando su propia frecuencia. Al hacerlo, se sintió más conectado con el entorno, como si todo fluyera a través de él.
—Hilda, ¿puedes intentar encontrar una frecuencia extraña? Algo diferente a lo que estamos escuchando.
Hilda, aún un poco escéptica pero intrigada, comenzó a girar la perilla del radio. Tras varios intentos fallidos, finalmente ajustó la frecuencia, y de repente, una mezcla de estática y claridad emergió. Pope cerró los ojos, sintiendo cómo su propia frecuencia resonaba con la de Hilda.
—¡Ahí! —exclamó ella—. ¡Lo tengo!
A medida que el sonido se estabilizaba, algo sorprendente comenzó a suceder. Pope se dio cuenta de que, al mismo tiempo, sus pensamientos se estaban transmitiendo a través de la radio. Eran fragmentos de su alegría, de su determinación y la idea que había estado en su mente desde que llegó a este mundo.
—¡Esto es increíble! —gritó, casi sin poder contener su emoción—. ¡Hilda, creo que puedo hablar con mis amigos!
A través de la frecuencia, su voz resonó, llena de esperanza y claridad. Las palabras fluían con facilidad, compartiendo su deseo de reunirse con ellos. La idea de que, si sus amigos aún tenían radios, podrían escucharlo lo llenaba de energía.
—¡Emitiré una señal tan fuerte que todos los que sigan lo que aprendieron en el mundo anterior deberían escucharlo! —dijo Pope, el brillo en sus ojos reflejando su entusiasmo.
—No puedo creerlo —respondió Hilda, impresionada por la habilidad que estaba mostrando.
Pope continuó ajustando su frecuencia, experimentando con diferentes patrones de sonido, creando un mensaje que iría más allá de la distancia. Estaba ansioso, casi nervioso, pero la emoción de poder comunicarse con su grupo le dio la fuerza que necesitaba.
—Pronto estaré con ellos —murmuró—. No puedo quedarme aquí para siempre.
La mañana siguiente, Pope se despertó con el sol filtrándose a través de las cortinas de la habitación. Se incorporó en la cama, notando que su herida en el costado ya no dolía tanto, aunque todavía había una ligera molestia. Era el momento de hacer frente a las consecuencias de su explosiva llegada a la granja.
Después de un desayuno ligero, se armó de valor y se dirigió a la esquina de la habitación que había destruido. La madera estaba astillada, y había fragmentos de yeso esparcidos por el suelo. Galia y Hilda entraron, sus miradas de preocupación mezcladas con un leve destello de expectativa.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Galia, cruzándose de brazos, observando con atención los daños.
—No, creo que puedo hacerlo —respondió Pope, sintiendo que necesitaba hacer esto por su cuenta. Se arremangó y comenzó a recoger los escombros, su mente se centraba en la tarea. A cada golpe de martillo y cada clavo que colocaba, sentía que estaba cerrando un capítulo de su vida en la granja, pero al mismo tiempo, estaba listo para abrir otro.
Mientras reparaba la esquina, recordó las risas compartidas en la mesa y los momentos de tranquilidad. Se preguntó cómo sería el mundo fuera de la granja.
—¿Te acuerdas de la explosión? —dijo Hilda, rompiendo el silencio mientras observaba a Pope trabajar—. Fue impresionante.
—Sí, un poco demasiado —replicó él, sonriendo al recordar su propia sorpresa.
—Lo bueno es que ahora sabes cómo controlarlo —agregó Galia, inclinándose hacia adelante, con un brillo de orgullo en sus ojos.
Finalmente, después de un par de horas, Pope terminó la reparación. Se alejó para observar su trabajo y asintió satisfecho. La esquina estaba como nueva, y el acto de reconstrucción le dio una sensación de logro.
—Hecho —anunció, limpiándose las manos en los pantalones.
—Bien hecho, Pope —dijo Hilda, con una sonrisa—. Ahora solo quedan dos últimas comida antes de que te vayas.
Esa noche, la cena fue más abundante. Las gemelas prepararon una sopa caliente y una ensalada fresca, mientras que el aroma de las verduras salteadas llenaba la casa. Las tres se sentaron a la mesa, compartiendo risas y anécdotas, saboreando el último momento juntos.
—Mejor que la comida de la escuela —bromeó Pope, levantando su tazón en un brindis improvisado.
—Y más sana —respondió Galia, riendo. El ambiente se tornó un poco más serio cuando Hilda rompió el silencio.
—¿Te sientes listo?
—Creo que sí —respondió Pope, aunque la verdad era que la ansiedad comenzaba a crecer
Más tarde esa noche, mientras Pope se preparaba para dormir, Galia y Hilda comenzaron a empacar una mochila para él. Habían decidido que, dado que Pope iba a enfrentarse a lo desconocido, necesitaba algo de equipo.
—Así que esto es lo que hemos preparado —dijo Hilda, sacando una katana del armario que ninguna de ellas sabía usar—. Creemos que esto podría ayudarte.
—¿Una katana? —preguntó Pope, mirando el arma con asombro—. ¡Esto es increíble!
—Lo encontramos en un closet —dijo Galia, sonriendo—. No sabemos usarla, pero tú probablemente sabrás qué hacer con ella.
Además de la katana, empacaron botellas de agua, comida, un botiquín y un mapa de Kingsbury y Desolea. También incluyeron una carta escrita a mano, donde expresaban su gratitud por su estancia, su ayuda y su deseo de que volviera pronto.
Finalmente, le agregaron algo de dinero—no más de cinco Reyes—y la radio que Pope había utilizado para canalizar sus poderes.
—Recuerda que tienes cinco Reyes en tu mochila —dijo Hilda—. Puedes usarlos para comprar lo que necesites en Kingsbury. Si llegas a necesitar más, siempre puedes cambiarlos por mem-points cuando salgas del reino.
—¿Mem-points? —preguntó Pope, frunciendo el ceño.
—Sí, son la moneda estándar de Desolea —explicó Galia—. Son útiles si te encuentras con algo que te interese o necesites después de salir de aquí. Así que, siéntete libre de usarlos como mejor te parezca.
—Y esto —dijo Galia, sacando una chaqueta blanca con negro y dorado, junto a pantalones de mezclilla y una bufanda azul—. No puedes salir sin un poco de estilo.
Pope rió mientras examinaba la ropa.
—Esto es perfecto. Gracias.
Las gemelas terminaron de empacar y se retiraron a sus habitaciones. Pope se quedó mirando la mochila, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. La decisión de partir estaba tomando forma, y aunque iba a dejar a Galia y Hilda, sabía que su viaje apenas comenzaba.
Mientras se acomodaba en la cama, una sonrisa cruzó su rostro al pensar en lo que le esperaba. La noche había caído, pero en su interior, la esperanza brillaba más que nunca.
. . .
La ultima mañana en la granja comenzaba, l a luz del sol se filtraba a través de las ventanas del pequeño comedor, donde Pope se sentaba a la mesa junto a las gemelas, Galia y Hilda. El aroma del pan recién horneado y el café fuerte llenaban el aire, creando una atmósfera cálida y reconfortante. A medida que el desayuno avanzaba, el ambiente se tornaba más emotivo.
—Pope, gracias por todo lo que hiciste en estas dos semanas —dijo Hilda, mientras llenaba su taza de café. Su tono era sincero, y sus ojos brillaban con gratitud.
—Sí, ha sido increíble tenerte aquí —añadió Galia, sonriendo con una mezcla de nostalgia y alegría—. No solo por las enseñanzas, sino por tu compañía. Te extrañaremos.
—No hay de qué. Me alegra haber podido ayudar —respondió, comiendo un trozo de pan con mermelada—. Pero, ¿qué ha pasado mientras estuve entrenando?
Galia intercambió miradas con Hilda antes de hablar.
—Oh, muchas cosas han ocurrido. Primero, el heredero de la cordillera de Wright decidió enviar a su diplomático en su lugar. El tipo le dijo al rey que el príncipe no quiere presentarse todavía porque quiere conectarse más con la gente —comenzó Galia, mientras Hilda asentía.
—Sí, el diplomático es un tipo bastante… gordo-mamado —dijo Hilda, riéndose un poco—. Pero lo más curioso es que el príncipe es bastante nervioso, aunque está interactuando bien con la gente. Es el primer miembro de la realeza en mucho tiempo que se acerca así al pueblo. También le gusta leer mucho.
—¿De verdad? —preguntó Pope, intrigado. El concepto de un príncipe nervioso que leía libros le pareció curioso—. Suena interesante.
—Y eso no es todo. Según el diplomático, el príncipe parece tener habilidades extrañas también. Se teletransporta y corre a supervelocidad. Además, tiene un extraño interés por el bosque de la corrupción —dijo Galia, mirando a Pope con una mezcla de curiosidad y asombro.
Pope frunció el ceño, recordando lo que había escuchado sobre el bosque de la corrupción y su toxicidad.
—Eso suena… muy familiar —pensó para sus adentros. Esa descripción del príncipe resonaba con su amigo Floppa, que también era nervioso y siempre estaba a la expectativa de lo que pudiera interesarle, ya fuera una planta extraña o algo inusual. Sin embargo, no podía evitar sonreír al imaginar a Floppa desmayándose al ser convertido en un miembro de la realeza de la cordillera—. Aunque, me cuesta creerlo. Floppa se desmayaría si de repente se viera convertido en príncipe.
Pope solto una risita
"Pobre pendejo" pensó el
—Hablando de la ciudad, hubo un equipo de chicos en Ciudad Barrera de Coral que arrasó con los marcadores de los torneos de combate de pecera y en las rondas de exterminio en la costa. La líder de ese equipo es una chica muy peculiar —continuó Hilda, emocionada—. Nadie sabe de dónde sacó un pepino de mar del gobierno y un fusil de carga de hace 100 años, pero lo que importa es que ella y su equipo son los campeones.
—¿Un fusil de carga? ¿Eso no es un arma antigua? —preguntó Pope, levantando una ceja. La idea de que una chica usara tal arma le parecía casi cómica.
—Sí, pero parece que funciona —aseguró Galia—. La chica tiene un aire de competencia, y se las arregla para hacer que todo funcione. Es increíble lo que pueden lograr.
—Es genial saber que hay nuevos campeones, pero suena un poco… desbalanceado —comentó Pope, pensativo.
Hilda sonrió.
—Y luego, en Ciudad Lumia, han comenzado a transmitir un programa nuevo y extraño. Un chico, junto con sus amigos y lo que parece un fantasma, dirige un divertido programa de cocina. Es ridículo porque siempre se lastiman o les ocurre alguna desgracia, pero siempre les sale la receta.
—¿Un fantasma? ¿Qué tipo de programa es ese? —preguntó Pope, divertido por la idea.
—No lo sé exactamente, pero al parecer, el chico que siempre cocina es gordo y, por alguna razón, siempre aparece vestido extravagantemente —dijo Galia, con una risa contenida.
—¡Eso es mucho decir para Ciudad Lumia! —exclamó Hilda, el comentario le dijo a Pope que ese lugar debia de ser muy extraño.
Las gemelas rieron, y Pope no pudo evitar unirse a su risa, imaginándose la escena.
—Los otros dos chicos son… peculiares —continuó Hilda—. Pero eso es lo divertido. Se las arreglan para hacer todo tipo de recetas extrañas, y a la gente le encanta.
En ese momento, Pope sintió un repentino interés por saber más sobre esos chicos.
—¿Sabes quiénes son? —preguntó, comiendo un poco más rápido, sintiendo que debía saber más sobre esta nueva locura.
—Sí, uno de ellos es un chico que parece un poco… raro. Pero no sabría decirte más, sólo que es muy enérgico y siempre tiene una sonrisa. El otro es un poco más serio —dijo Galia—. Pero, ¿por qué te interesa tanto?
Pope frunció el ceño, recordando su primer encuentro con Jura y su forma de actuar.
—Solo tengo una idea de quiénes son, y me gustaría saber si estoy en lo correcto —respondió, con una sonrisa cómplice.
Tras un rato de charlas y risas, las gemelas empezaron a prepararse para despedirse de Pope.
—Antes de que te vayas, tengo algo para ti —dijo Galia, buscando en un cajón cercano. Sacó una máscara de gas y se la entregó a Pope—. Es por si decides ir a la cordillera de Wright.
Pope levantó una ceja, intrigado.
—¿Máscara de gas? ¿Por qué?
—Porque la cordillera ha anunciado que están buscando a ocho individuos con habilidades especiales. Si consideras que las tienes, deberías ir a la cordillera —le explicó Galia, su expresión seria—. Sin embargo, tendrás que cruzar el bosque de la corrupción, que es tan tóxico y peligroso que no puedes sobrevivir más de cinco minutos sin una máscara.
Pope sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar eso. La idea del bosque de la corrupción siempre le había parecido aterradora.
—¿Y qué hay de los animales? —preguntó, un poco preocupado.
—Tendrás que tener cuidado, especialmente con los chanchopoyos. Son bastante agresivos —respondió Hilda, sonriendo—. Pero si sigues las recomendaciones, estarás bien.
Galia continuó, su mirada seria.
—Y, además, en lo alto de la barrera montañosa de Kingsbury hay una vieja antena que ya nadie utiliza. Puedes usarla para amplificar tu señal y llegar a tus amigos.
Pope asintió, sintiéndose un poco más seguro con la información que le estaban dando.
—Gracias, realmente significa mucho —dijo, mirando a las gemelas con gratitud.
Ambas se acercaron para abrazarlo. El abrazo fue cálido y lleno de emociones, y Pope sintió un nudo en el estómago.
—¡Buen viaje! ¡Y vuelve pronto! —dijeron al unísono, sonriendo.
Pope se separó y se despidió, sintiendo que había creado lazos valiosos en ese corto tiempo. Se dirigió hacia la salida, con la máscara de gas en una mano y su mochila en la otra.
Después de caminar un rato por la ciudad, cruzando un puente sobre el que pasaba un tren, Pope llegó a las orillas de la ciudad. Ante él, se extendía un gran río que serpenteaba hasta perderse en el horizonte, donde se erguían las majestuosas montañas que Galia le había mencionado.
Se acercó a un pastor que estaba junto a su carreta.
—¿Podrías llevarme hacia allá? —preguntó, señalando las montañas.
El pastor lo miró y asintió.
—Claro, aunque solo llegaré hasta antes de las montañas. No puedo entrar más allá —dijo, mientras se acomodaba en la carreta.
Pope se subió en la parte trasera, sosteniendo su mochila frente a él, sintiendo una mezcla de emoción y nervios.
—No te preocupes. El lugar al que voy está mucho más allá de esas montañas —le aseguró el pastor.
Mientras la carreta avanzaba, Pope contempló el paisaje que lo rodeaba. La ciudad se desvanecía detrás de él, y un sentimiento de aventura comenzaba a tomar forma en su interior. Sabía que estaba dando un paso hacia lo desconocido, y eso le llenaba de una extraña emoción.
El viaje prometía ser largo, y aunque el futuro era incierto, Pope estaba decidido a encontrar su camino, a descubrir qué significaba realmente ser parte de este mundo lleno de sorpresas.