Lista de Música:
1-Tag—takahiro Obata
2-The legend of the wind—Joe Hisashi (cualquier version jala)
3-Mehve—Joe Hisashi (Archivo que voy a dejar por aquí, porque está en privado el video)
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Floppa se quedó en shock por un instante, con la mente tratando de procesar lo que acababa de oír. El Maestro Joseph permanecía arrodillado, su mirada fija en el suelo como si aguardara con paciencia. Floppa se llevó las manos a la cabeza, buscando algo que pudiera darle sentido a todo esto.
—¿Príncipe...? ¿Cómo...?
El Maestro Joseph levantó lentamente la mirada y, con una leve sonrisa, habló con voz tranquila.
—Entiendo que esto puede ser abrumador, joven Floppa. Pero déjeme explicarle. Verá, el Rey de Wright no tiene herederos directos. Hace muchos años, los sabios de la cordillera predijeron que, cuando las estrellas caigan del cielo, un nuevo príncipe sería elegido por los cielos mismos para guiarnos en tiempos de necesidad.
Floppa dio un paso atrás, asimilando cada palabra mientras recordaba las imágenes del tapiz en la habitación. La estrella roja que caía sobre las montañas, el camino dorado...
—¿Las estrellas...? —murmuró Floppa.
—Sí —respondió Joseph, poniéndose de pie—. Hace dos noches, cuando usted cayó del cielo, el rey lo reconoció como la estrella fugaz que se había predicho. No fue una coincidencia, joven Floppa. El rey vio en usted la señal de que era el elegido.
Floppa parpadeó incrédulo, tratando de encontrar algo que refutara esa explicación, pero nada venía a su mente.
—Pero yo no... no soy de aquí. Ni siquiera sé cómo terminé en este mundo. ¿Cómo podría ser yo...?
El Maestro Joseph soltó una risa cálida y paternal.
—Las estrellas no siempre pertenecen al cielo al que llegan, pero eso no las hace menos importantes. Usted ha sido traído aquí por un motivo. Y ahora, como príncipe, su deber es guiar a nuestra gente y proteger la Cordillera de Wright.
Floppa sintió un nudo en el estómago. ¿Guía? ¿Protector? Apenas entendía dónde estaba o qué significaba todo eso.
—Pero... ¿qué pasa con el rey? —preguntó Floppa, todavía buscando alguna manera de entenderlo.
Joseph asintió con tristeza.
—El rey ha estado enfermo durante algún tiempo. No podrá gobernar por mucho más. Wright necesita a alguien que lo suceda, alguien fuerte y capaz... y ese alguien es usted.
Floppa se dejó caer en una de las bancas del jardín, su mente volviéndose un torbellino de pensamientos. Apenas unas horas antes, solo trataba de sobrevivir en este nuevo y extraño mundo, y ahora... ahora era un príncipe. Tenía un reino que lo esperaba, un pueblo que ya lo veía como su futuro gobernante.
—No puedo hacer esto... —dijo en voz baja, mirando sus manos.
El Maestro Joseph se acercó y colocó una mano sobre su hombro.
—Nadie espera que lo haga solo, joven príncipe. Estaremos aquí para ayudarlo, para enseñarle todo lo que necesita saber. Pero debe aceptar su destino. El reino depende de usted.
Floppa levantó la mirada, sus ojos llenos de dudas y miedo, pero también de una pequeña chispa de determinación que apenas comenzaba a encenderse.
—Lo intentaré... —murmuró, sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
La brisa fresca recorría el amplio jardín de la Cordillera, donde las flores de colores vibrantes contrastaban con el imponente horizonte montañoso. El sol comenzaba a descender, proyectando sombras largas sobre el césped, mientras Floppa caminaba junto al maestro Joseph, el hombre llevaba expresión seria, pero con una chispa de amabilidad en los ojos. Floppa aún sentía la desorientación de estar en un mundo tan distinto al suyo, pero Joseph le transmitía algo de calma.
Joseph (con una voz profunda pero tranquilizadora):
—Príncipe Floppa, antes de que continúen las introducciones, es fundamental que conozcas a algunos de los jóvenes que estarán a tu lado. Ellos son vitales para nuestra Cordillera, y estoy seguro de que los vas a entender en chinga.
A lo lejos, tres figuras se acercaban. Al principio, parecían apenas siluetas entre las flores, pero conforme se aproximaban, Floppa pudo distinguir mejor sus rostros. Cada uno de ellos irradiaba una energía única, pero no había reverencias ni formalidades exageradas en sus posturas. Se trataba de jóvenes, casi de su edad.
El primero en dar un paso adelante fue Dickson, alto y de cabello largo y negro, que lo llevaba atado en una coleta. Sus manos estaban algo sucias, marcadas por el trabajo constante en los talleres, pero no mostró ningún signo de incomodidad. Floppa lo reconoció por las historias: el armero de la Cordillera, y, como pronto descubriría, un genio en la construcción de naves.
Joseph (presentando a Dickson):
—Este es Dickson, nuestro armero e ingeniero. Se especializa en la creación de naves caza, y está trabajando en un proyecto especial que creo te interesará.
Dickson esbozó una sonrisa ligera mientras se acercaba. No había formalidad en su saludo, simplemente inclinó la cabeza levemente.
Dickson:
—Estoy trabajando en un planeador, lo llamé "Sparrow". Una réplica del que usaba el rey antes de ti. Debes de aprender a usarlo, después de todo es el vehiculo distintivo de la cordillera
Floppa lo miró con curiosidad.
Floppa:
— Por favor, solo dime Floppa, me chocan las formalidades asi que..¿Una réplica? ¿Del planeador del rey?
Dickson (asintiendo con orgullo):
—Así es. No es exactamente igual, pero creo que te va a gustar. Está hecho para velocidad y precisión, aunque aún estoy ajustando algunas cosas. No puedo darle suficiente potencia al motor... aún. Pero pronto lo lograré.
Floppa sonrió. En su mundo, había sido un experto en mecánica, biología y química. El lenguaje técnico de Dickson le resultaba familiar.
Floppa:
—Alomejor puedo tirar paro, llegue a trabajar con maquinaria de ese tipo en mi mundo.¿Cómo estás midiendo la potencia?
Los ojos de Dickson se iluminaron, encantado de que Floppa supiera de lo que hablaba.
Dickson:
—Uso una unidad de medida que inventé, los "erastos". Lo que necesito es una fuente de energía que no solo sea potente, sino constante.
Floppa asintió, reconociendo el desafío.
Joseph (interviniendo):
—Con el tiempo, podrás trabajar con Dickson en los ajustes del planeador. Pero aún hay más que debes conocer.
El siguiente joven era Arthur, de cabello corto y lentes que brillaban bajo la luz del atardecer. Aunque su estatura era más baja que la de Floppa, irradiaba una inteligencia feroz. El símbolo alquímico que llevaba en la muñeca era una clara señal de su maestría mágica.
Joseph (presentando a Arthur):
—Este es Arthur, mago alquimista. No solo manipula los elementos, sino que también trabaja con compuestos químicos para potenciar nuestras armas y defensas.
Arthur empujó sus gafas con un dedo y le dirigió a Floppa una mirada calculadora, pero amigable.
Arthur:
—Hah, tu eres el príncipe no? Cuando me dijeron se me hizo una mamada pero meh, ya veremos que puedes hacer, chance y hasta ayudas, por lo que pudimos encontrar entre tus cosas, parece que antes trabajabas en un laboratorio, chance y eres de utilidad
Floppa (con una sonrisa):
—sip, les prometo que voy a ser util
Finalmente, Momox dio un paso al frente. Era un joven robusto un poco gordo, de piel bronceada y una sonrisa despreocupada llevaba una barba gruesa y estaba rapado. Era el diplomático de la Cordillera, pero su actitud era todo menos formal. Parecía más un amigo cercano que un emisario de la realeza.
Joseph (señalando a Momox):
—Y aquí tenemos a Momox, nuestro diplomático. Él es quien ha mantenido los tratados de paz entre las diferentes regiones de la Cordillera.
Momox (con un tono bromista):
—No te preocupes, Floppa. No soy todo palabras y sonrisas. También sé cómo pilotar las naves caza, y puedo enseñarte un par de trucos.
Floppa (sonriendo, ya sintiéndose más relajado):
—Parece que hay mucho que aprender aquí.
Floppa se sorprendió al darse cuenta de lo cómodos que se sentían con él. No lo trataban como un príncipe distante, sino como uno más del grupo. Había una calidez en ellos, le recordó a los amigos que había dejado atrás en su propio mundo.
De repente, Floppa notó a otro joven que se mantenía algo apartado, casi escondido detrás de Dickson. No lo habían presentado todavía.
Floppa (frunciendo el ceño):
—¿Y él? ¿Quién es el cuarto chico?
Joseph soltó una risa suave antes de responder.
Joseph:
—Ese es Luis, el pegote de Dickson. Siempre está siguiendo a Dickson a todas partes, aunque no es oficialmente parte del equipo.
Luis, algo avergonzado, saludó rápidamente, intentando no llamar demasiado la atención. Parecía más reservado, pero claramente respetaba mucho a Dickson.
Floppa (sonriendo):
—Está bien, un equipo nunca está completo sin un pegote.
Los tres chicos rieron, y Momox le dio una palmada en la espalda a Floppa.
Momox:
—Vamos, tenemos que enseñarte cómo pilotar nuestras naves. Dickson y Arthur te enseñarán a volar la nave caza, y yo te mostraré cómo usar el planeador Sparrow, cuando esté listo.
Mientras caminaban por el jardín hacia el hangar, Floppa se dio cuenta de algo: aunque estaba en un mundo nuevo y extraño, ya no se sentía solo ni abrumado
Después de haber conocido a Dickson, Arthur, y Momox, Floppa sentía una mezcla de familiaridad y confusión. Había algo en la manera relajada en que se comportaban con él que le hacía olvidar momentáneamente su título real, aunque seguía sintiéndose algo desorientado por todo lo que estaba ocurriendo.
El maestro Joseph se detuvo un momento y, con una sonrisa tenue, le hizo un gesto a Floppa para que lo siguiera.
Joseph:
—Príncipe Floppa, aún hay más que ver. Si me acompañas a la sala de estrategias, hay algo que debemos entregarte.
Floppa asintió, aunque su mente seguía llena de preguntas.
Momox:
—Así que, ¿qué opinas hasta ahora? Seguro pensabas que todo sería más… formal, ¿verdad?
Floppa sonrió, aliviado por la broma.
Floppa:
—No voy a mentir, lo esperaba. Pero esto es mucho mejor. Es… más relajante.
Dickson (riendo):
—No te preocupes, no tenemos tiempo para toda esa ceremonia innecesaria. Aquí trabajamos, y rápido.
El grupo continuó caminando, y Floppa no pudo evitar sentirse cada vez más conectado con ellos.
Finalmente, llegaron a la Sala de Estrategias, un espacio amplio con mapas detallados de la Cordillera y varios puntos de referencia. Sin embargo, antes de que pudieran discutir nada de estrategias, un hombre delgado y pulcro los esperaba en la entrada. Su porte elegante lo delataba: era uno de los sastres de la Cordillera.
Sastre (con una sonrisa respetuosa):
—Ah, Príncipe Floppa, bienvenido. Hemos preparado algo para usted.
El sastre hizo una seña, y varios ayudantes entraron en la sala con una serie de prendas y accesorios perfectamente organizados. Floppa frunció el ceño, desconcertado por la cantidad de ropa que le estaban presentando.
Floppa (mirando a los chicos con confusión):
—¿Cómo es que tienen mi ropa? Nunca me tomaron medidas.
Antes de que el sastre pudiera explicar, Momox soltó una carcajada ligera y lo interrumpió.
Momox:
—Te midieron mientras estabas inconsciente. Tienes que acostumbrarte a eso, Príncipe. Aquí nos adelantamos.
Floppa se rascó la cabeza, algo incómodo ante la idea, pero al ver la ropa con más detenimiento, su curiosidad fue mayor. El primer conjunto que le entregaron consistía en un pantalón blanco que era ligero, pero resistente, lo suficientemente flexible para moverse con agilidad. La camiseta azul con bordes rojos, de lo que parecía ser lana, tenía un diseño simple pero práctico. Las texturas eran suaves al tacto, pero claramente hechas para el desgaste del combate o las aventuras.
Dickson (con una sonrisa):
—Ese tejido es especial. Es lana tratada con técnicas que nuestra gente ha perfeccionado durante generaciones. Te mantendrá cálido, pero también es increíblemente resistente.
Floppa levantó las cejas, impresionado por el nivel de detalle. Le entregaron también un par de botas altas, que al principio reconoció de inmediato: eran sus botas del mundo anterior, pero algo había cambiado.
Floppa (examinándolas):
—¿Estas son mis botas? Se ven… diferentes.
Arthur (sonriendo con orgullo):
—Las hemos modificado un poco. Eran buenas, pero las hicimos mejores. Ahora tienen protección extra y te ofrecerán más estabilidad en terrenos irregulares.
Floppa sonrió mientras se las ponía. Las botas le quedaban como un guante, y pudo notar las modificaciones: más ligeras y firmes, pero con una flexibilidad que le permitía moverse libremente. Mientras ajustaba las botas, uno de los ayudantes le entregó sus antiguos goggles, pero ahora estaban reparados y mejorados. Para su sorpresa, los goggles estaban ahora unidos a un gorro, con lentes que parecían distintas a las anteriores.
Floppa (probándose los goggles):
—¿Qué les hicieron? Las lentes se ven diferentes.
Dickson (cruzando los brazos con una sonrisa):
—Las mejoramos, por supuesto. Ahora te permitirán ver con claridad incluso en condiciones de baja visibilidad. Y el gorro... bueno, digamos que es más cómodo de lo que parece, tiene amortiguadores de sonido para cuando vueles.
El siguiente artículo fue un par de guantes con pequeñas piezas de armadura que cubrían sus antebrazos. Floppa los colocó y sintió una sorprendente combinación de ligereza y protección.
Finalmente, le entregaron una especie de casco, aunque más bien parecía una pieza de metal que solo cubría su frente y que se ajustaba perfectamente al gorro.
Momox (tocando la parte metálica con un dedo):
—No es para protección total, pero ayuda a mantener tu cabeza a salvo en caso de impactos menores.
Floppa rió
-XD-
En el hombro de la camiseta, notó algo peculiar: un gorrioncito bordado con las alas abiertas, el mismo símbolo que había visto en el mapa del libro.
Floppa (tocando el bordado):
—Este símbolo... lo vi en un mapa.
Joseph (asintiendo):
—Es el símbolo de nuestra casa. Te marca como parte de nosotros, como uno de los nuestros.
El último objeto que le entregaron fue su bolsa lateral, la misma que había traído de su mundo, pero ahora reparada y con múltiples bolsillos adicionales. Además, estaba sujeta a un cinturón que ayudaba a asegurar el pantalón.
Arthur:
—Añadimos algunos compartimientos para que puedas llevar más cosas contigo. Y ajustamos el cinturón para que todo quede firme en su lugar.
Floppa se vistió completamente, notando que todo le quedaba a la perfección. Mientras ajustaba la correa de su bolsa, miró a los chicos y sonrió. A pesar de estar en un mundo extraño y lleno de incertidumbre, se sentía más cómodo y preparado que nunca.
Floppa, con su nueva vestimenta ajustada, seguía a Joseph, Dickson, Arthur y Momox a través del amplio jardín. El frío aire de la Cordillera lo hacía sentir despierto, pero cada prenda que llevaba —la ropa nueva, las botas modificadas, los googles ahora integrados a un gorro— parecía cargar con más peso de lo que cabía en su físico. Sentía como si cada pieza fuera una especie de símbolo que lo arrastraba hacia un destino que aún no comprendía del todo. Lo habían vestido para algo más grande que él mismo.
Al salir al jardín, el amplio balcón ante ellos ofrecía una vista imponente del valle bajo la Cordillera, un mar de montañas que parecía eterno. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Floppa no fue el paisaje, sino la multitud de aldeanos reunidos debajo del balcón. No eran más de 250 personas, pero cada una de ellas lo miraba como si esperaran una señal divina. Había una mezcla palpable de alivio, esperanza y expectación en sus rostros, emociones que Floppa no podía ignorar.
Dickson, con su porte firme y voz autoritaria, dio un paso al frente y extendió los brazos hacia la multitud.
Dickson (alzando la voz):
—¡Aldeanos de la Cordillera! ¡Hoy, ante ustedes, presentamos a nuestro nuevo príncipe! ¡El heredero de la voluntad de nuestros ancestros y el protector de estas tierras que amamos! ¡Les presento a Floppa!
Los gritos que siguieron fueron ensordecedores. No eran solo de aprobación; había algo más, un grito de alivio, como si finalmente pudieran respirar tranquilos. Floppa sintió que el sonido lo abrumaba por un momento. Observó a las personas vitoreando, aplaudiendo, algunas incluso con lágrimas en los ojos, como si él fuese el salvador que habían esperado.
Floppa (pensando):
—No sé cómo se supone que soy la solución a sus problemas. ¿Cómo puedo liderar a esta gente si ni siquiera entiendo qué está pasando?
Sentía el sudor acumulándose en las palmas de las manos. Dio un paso adelante, con el estómago revuelto por la combinación de nervios y duda. No podía ofrecerles grandes promesas, no en su estado actual. Pero no podía quedarse callado.
Dickson le lanzó una mirada de apoyo, como diciéndole sin palabras que hablara desde el corazón. Floppa asintió, aunque todavía nervioso, y se adelantó hasta el borde del balcón. Miró al pueblo y levantó una mano para llamar su atención. Los gritos comenzaron a desvanecerse, reemplazados por un silencio expectante.
Floppa tragó saliva. Sentía el peso de las miradas sobre él. Respiró hondo y, con un ligero temblor en su voz, comenzó a hablar.
Floppa:
—Eh… Yo… —Hizo una pausa, intentando organizar sus pensamientos—. Sinceramente, no sé cómo llegué aquí. —Su voz se quebró levemente, pero continuó—. No sé por qué me han elegido a mí. No soy un príncipe en mi mundo. —Miró al suelo por un segundo, incómodo por las miradas intensas, pero luego continuó—. En mi mundo, era... un simple mecánico. Y biólogo. Un médico. Nunca fui alguien importante, al menos no como ustedes me ven ahora.
Algunas personas en la multitud comenzaron a murmurar, pero no parecía una reacción negativa. Floppa podía notar que lo estaban escuchando atentamente. Se obligó a no detenerse.
Floppa:
—Pero sé lo que es la responsabilidad. —Ahora sus palabras eran más firmes, aunque el nerviosismo seguía latente—. Y sé lo que significa trabajar por algo más grande que uno mismo. Sé lo que es no tener todas las respuestas y aun así seguir adelante. —Se pasó una mano por el cabello, incómodo con lo que iba a decir—. No les puedo prometer que siempre haré lo correcto. No les puedo prometer que seré el príncipe que ustedes esperan. —El nudo en su garganta se hizo más presente, pero tomó aire y continuó—. Pero sí les prometo una cosa: haré todo lo que esté en mi poder para proteger esta Cordillera, para aprender de ustedes, para estar a la altura del cargo que me han dado.
Se escucharon algunas exclamaciones de aprobación en la multitud. Floppa, sorprendido por el apoyo, comenzó a sentirse más relajado, aunque todavía con la presión de estar en el centro de todo.
Floppa:
—No sé si estaré aquí por mucho tiempo, ni sé qué desafíos enfrentaré. Pero si me aceptan… si creen que puedo ayudar… entonces haré todo lo posible por ser digno de su confianza.
Un silencio reverente se instaló en el lugar por unos segundos. Luego, como si una señal invisible se hubiera dado, los aldeanos comenzaron a aplaudir. Pero esta vez, no eran gritos ensordecedores de alivio o desesperación; era un aplauso firme y honesto. Aceptaban la humildad y sinceridad de Floppa, tal como era.
Dickson, viendo que el discurso había terminado, se acercó a él con una pequeña sonrisa y sacó de entre sus ropas un objeto que hasta ese momento había mantenido oculto. Floppa lo miró con curiosidad cuando Dickson sostuvo en alto un mango de espada.
Era un mango simple, funcional, no ostentoso como las espadas ceremoniales que Floppa había visto en su vida. El material era oscuro, pulido pero sobrio, y su diseño práctico, con un agarre sólido y bien balanceado. No había adornos innecesarios, solo una empuñadura hecha para ser usada, no exhibida.
Dickson:
—Este es el mango de la espada de la realeza. Una herramienta, no un símbolo vacío. Aún no tiene su hoja, porque esa parte depende de ti. —Dickson lo miró directamente a los ojos—. Para convertirte en nuestro príncipe de pleno derecho, deberás pasar una prueba. Y esa prueba es forjar la hoja de tu espada con el caparazón del chanchopoyo, un animal que te mostraré más adelante.
Un murmullo recorrió a la multitud, un ruido reverente y lleno de respeto al escuchar el nombre de la criatura. Algunos aldeanos incluso se persignaron o murmuraron plegarias. Claramente, cazar un chanchopoyo no era algo que cualquiera pudiera lograr.
Dickson colocó el mango de la espada en las manos de Floppa, que lo sostuvo con respeto, sintiendo el peso simbólico del objeto. No era solo una espada; era un paso más hacia convertirse en lo que esa gente esperaba de él.
Dickson (con solemnidad):
—Muéstrasela al pueblo, Príncipe Floppa. Si ellos te aceptan, entonces comenzaremos a prepararnos para tu prueba.
Floppa respiró profundamente, apretando el mango con más fuerza de la necesaria. Se acercó al borde del balcón, levantando la empuñadura para que todos pudieran verla. Los aldeanos lo observaron en silencio por un momento, evaluando, juzgando.
El corazón de Floppa latía con fuerza. No estaba seguro de qué pasaría, pero de repente, el silencio se rompió con un solo golpe de pie en el suelo. Luego, otro. Pronto, el sonido se multiplicó hasta que toda la multitud estaba golpeando el suelo al unísono. Un ritmo firme y poderoso que resonaba como un tambor de guerra. Cada golpe parecía una afirmación, un sí rotundo a su papel.
Y entonces vinieron los gritos de aprobación, voces que resonaban en el aire como un coro unificado.
Momox, sonriendo de oreja a oreja, le dio una palmada en el hombro.
Momox:
—Eso significa que lo aprueban, Príncipe. Pronto enfrentarás la prueba del chanchopoyo.
Floppa, aún con el mango de la espada en las manos, miró a la multitud. Su corazón seguía acelerado, pero ahora, en lugar de temor, sentía una creciente determinación.
Floppa (murmurando para sí mismo):
—No les fallaré.
Mientras los gritos continuaban, Floppa bajó el mango de la espada, consciente de que el camino que tenía por delante sería difícil, pero ahora más seguro de que estaba dispuesto a enfrentarlo.
Despues del discurso, el maestro Joseph y los demás le pidieron a floppa que los acompañara al hangar, una vez en el hangar las puertas metálicas se arbieron.
Al entrar al hangar, Floppa vio primero la nave caza de la Cordillera, que destacaba por su estructura parecida a la de un halcón. Las alas, extendidas por ahora, parecían listas para replegarse cuando la nave estuviera estacionada. Eran compactas, pero aerodinámicas, pensadas para dar precisión y velocidad en vuelo. Bajo ellas, las ruedas se escondían, casi invisibles, pero perfectamente diseñadas para plegarse dentro del cuerpo de la nave una vez despegaba.
La cabina del piloto, que estaba en el centro de la nave, tenía una ventana frontal amplia, un parabrisas que proporcionaba visibilidad máxima hacia adelante, aunque los laterales estaban abiertos, sin protección, dejando el resto de la cabina descubierta. Era una característica inusual, que permitía al piloto sentir el viento mientras maniobraba. Casi en la cola de la nave, un poco antes, había un segundo asiento. Este asiento adicional tenía un pequeño parabrisas para proteger al pasajero del viento, pero de nuevo, los laterales estaban al aire libre. Allí, el artillero podía ayudar a controlar las armas, permitiendo al piloto concentrarse completamente en el vuelo. La nave, aunque pequeña, irradiaba un aura de velocidad y agilidad. Estaba claro que había sido diseñada para ser rápida y precisa, más un depredador que un tanque volador.
Floppa (en voz baja, admirando la nave):
—Es como un halcón listo para lanzarse en picada.
Arthur (con orgullo):
—Así es. Esta caza no es la más grande ni la más pesada, pero es rápida. Y cuando se trata de velocidad, nadie la supera.
Floppa asintió, pero sus ojos ya habían pasado al otro objeto en el hangar. A su lado, una estructura más pequeña, más esbelta y minimalista captó su atención: el Sparrow.
El Sparrow tenía una estructura extremadamente simple en comparación con la nave caza. Era de un color blanco puro, casi etéreo, como si fuera una extensión del cielo mismo. Sus alas, al igual que las de la caza, eran plegables, pero mucho más pequeñas y delgadas. Lo que destacaba era su ligereza. A diferencia de la caza, no había una cabina. En su lugar, solo tenía dos pequeñas barandas, donde el piloto podía sujetarse. Estas barandas parecían tan simples como prácticas, y un cinturón de cuero estaba instalado para que el piloto pudiera reclinarse durante vuelos largos, manteniéndose seguro mientras volaba.
Floppa (curioso, acercándose más):
—¿No tiene controles?
Dickson (riendo suavemente):
—El Sparrow depende casi completamente de cómo muevas tu cuerpo. Es una nave que sigue tus movimientos. Las barandas ayudan, pero el equilibrio y la destreza son lo que realmente importa.
Para ponerlo en marcha, Floppa notó un pedal en la base del aparato. No había botones ni interruptores visibles, solo el pedal. Pero Dickson se apresuró a señalar la limitación más grande de la nave.
Dickson (tocando el pedal con el pie):
—Este pequeño chiquitín debería encenderla. Pero… aún no hemos encontrado una fuente de energía lo suficientemente potente. La potencia se mide en una unidad que llamo erastos, y necesitamos más de lo que hemos podido conseguir hasta ahora.
Arthur (frunciendo el ceño):
—He intentado con todo: magia, productos químicos, nada parece generar la energía suficiente para que vuele como debe.
Floppa (impresionado, pero también confundido):
—Parece más complicado de lo que parece.
Momox (sonriendo con una bata en la mano):
—Lo es. Pero no te preocupes, hoy empezaremos con lo básico. Aquí tienes tu bata.
Floppa miró la bata que le ofrecían. Era similar a las que llevaban los chicos, pero con detalles rojos y azules que la hacían destacar. En el hombro, el gorrión bordado con las alas abiertas, el mismo símbolo que había visto en el libro.
Floppa (sorprendido):
—¿A quién pertenecía?
Arthur (encogiéndose de hombros):
—Al rey. Pero parece que te queda perfecto, ¿no crees?
Floppa levantó una ceja, perplejo.
Floppa:
—¿El rey solía trabajar en talleres y laboratorios?
Dickson (riendo):
—Sí, claro. Incluso nuestros padres trabajaron con él. Aquí no hay tiempo para títulos ni para estatus cuando hay trabajo por hacer.
Floppa se sentía cada vez más a gusto con los chicos. Parecían menos centrados en su posición y más interesados en lo que podían construir juntos. Mientras se ponían a trabajar en el motor del Sparrow, Floppa comenzó a aprender detalles que le eran totalmente nuevos. Pasaron un buen rato ajustando piezas, probando conexiones, pero no conseguían hacerlo funcionar.
Después de varios intentos fallidos, se tomaron un descanso, y Dickson sacó un libro. Floppa lo reconoció al instante: era el mismo libro de biología que había visto en la habitación donde despertó. Arthur hojeó rápidamente las páginas hasta encontrar una imagen.
Arthur (mostrando el libro a Floppa):
—Aquí está. Esto es un chanchopoyo.
Floppa quedó atónito al ver el dibujo. Un gato gigantesco con ocho patas y cuatro ojos, cubierto por un inmenso caparazón. Era una criatura como ninguna que hubiera visto en su vida. Según la escala, el gato podía medir hasta ocho metros de altura, aunque Arthur mencionó que algunos podían crecer incluso más.
Arthur (sonriendo):
—Mudan su caparazón cada cierto tiempo y, cuando lo hacen, crecen. Esos caparazones son casi indestructibles y se usan para forjar las espadas de la realeza.
Floppa aún estaba asimilando la información cuando Dickson, con orgullo, señaló el Sparrow.
Dickson:
—Este pequeño está hecho enteramente de uno de esos caparazones. Lo encontramos en el almacén del castillo, era una coraza que había sido guardada hace tiempo.
Floppa (mirando el Sparrow y luego el dibujo, incrédulo):
—¿Y se supone que debo… cazar uno de estos?
Fue entonces cuando Momox intervino, aclarando la situación.
Momox (serio, pero con una sonrisa comprensiva):
—Cazar chanchopoyos está prohibido. Es ilegal en la Cordillera. Les tenemos un gran respeto, y por eso nunca los cazamos. Lo que hacemos es esperar a que muden sus caparazones de forma natural.
Arthur (asintiendo):
—Exacto. Los caparazones que usamos son los que encontramos después de que los chanchopoyos los dejan atrás.
Dickson (bromeando):
—Así que, Floppa, no te preocupes. No tendrás que cazar uno, solo encontrar un fragmento. Eso sí, si lo consigues, tendrás tu espada. Si no… bueno, entonces tendrás que conformarte con algo más común.
Floppa asintió, un poco aliviado de no tener que enfrentarse a semejante criatura. Sin embargo, la idea de tener que encontrar un caparazón seguía siendo todo un reto, especialmente en un lugar tan desconocido.
El descanso para comer termino, y entonces, siguieron con su trabajo, probando soluciones y calculando algunas cosas, Momox y Dickson se concentraron en el motor del sparrow, mientras Floppa y Arthur probaban mezclas de químicos
Después de varios intentos fallidos y tras mezclar diferentes productos químicos, Floppa comenzó a sentir frustración. A pesar de todos los esfuerzos suyos y de Arthur, nada parecía funcionar para encender el Sparrow. Mientras Momox y Dickson discutían cómo reducir la potencia del motor para hacerlo más manejable, Floppa decidió probar algo más arriesgado.
Miró su cristal, el cristal rojo con azul que había encontrado en una cueva en su mundo original, junto a los cristales de sus amigos. Había sentido desde el principio que tenía algo especial, pero nunca había sabido exactamente qué hacía. Por curiosidad, lo acercó a uno de los matraces que había preparado junto a Arthur. En cuanto el cristal estuvo lo suficientemente cerca, el matraz comenzó a electrificarse. Pequeñas chispas de electricidad se movían dentro del matraz, como si una reacción inesperada estuviera ocurriendo.
Floppa se quedó mirando con asombro. Entonces, una idea le cruzó la mente. Sin perder más tiempo, le hizo un gesto a Arthur para que tomara el matraz.
Floppa (urgente):
—Arthur, agarra esto.
Arthur lo miró con una ceja levantada, desconcertado, pero obedeció y tomó el matraz cuidadosamente mientras las chispas seguían danzando dentro.
Arthur (sorprendido):
—¿Qué demonios es esto? ¿Por qué está reaccionando así?
Floppa (sonriendo levemente, como si estuviera armando el rompecabezas):
—Eso es lo que vamos a averiguar.
Ambos se acercaron a Momox y Dickson, quienes estaban enfrascados en una discusión técnica sobre los ajustes del motor.
Momox (hablando rápido):
—Si bajamos la potencia en un 20%, tal vez las turbinas funcionen sin perder empuje, pero necesitamos algo más estable que...
Floppa interrumpió la conversación antes de que Momox pudiera terminar su idea.
Floppa:
—Dickson, abre el tanque del combustible.
Dickson (con una mezcla de desconcierto e intriga):
—¿Qué? ¿Por qué?
Floppa (resuelto):
—Solo hazlo, creo que tenemos algo.
Dickson intercambió una mirada con Momox, quien alzó los hombros en señal de aceptación, y finalmente abrió el tanque. El sonido metálico de la tapa reverberó en el hangar.
Floppa (mirando a Arthur):
—Vierte el líquido.
Arthur (titubeando, pero siguiendo el plan):
—De acuerdo... espero que esto no haga volar todo.
Arthur inclinó el matraz y el líquido electrificado cayó lentamente dentro del tanque de combustible. Las chispas seguían brillando mientras el líquido se mezclaba con los otros componentes que habían añadido antes.
Floppa, sin vacilar, se quitó su cristal del cuello y lo acercó a los electrodos dentro del tanque. En ese instante, el motor pareció cobrar vida, y pequeñas corrientes de energía empezaron a recorrer el tanque.
Momox, Dickson y Arthur lo observaron en silencio, con los ojos muy abiertos.
Momox (con tono de sorpresa):
—Espera... ¿ese no es...?
Dickson (reconociendo el cristal):
—El Cristal Estrella del rey Porfirio... ¡lo hemos dado por perdido durante más de cien años!
Floppa (frunciendo el ceño, confundido):
—¿De qué están hablando? Lo encontré en una cueva, en mi mundo, junto a otros cristales como este. No tiene nada que ver con un rey...
Dickson (con una sonrisa que denota respeto):
—Floppa, eso es lo que te convierte en la estrella. Ese cristal tiene un legado que está ligado a la realeza de la cordillera.
Floppa (con cierta incomodidad, quitando la importancia al asunto):
—Bueno, hablemos de eso después... parece que el líquido ya está electrificado. ¿Por qué no probamos si esto funciona?
Dickson asintió y cerró el tanque del combustible. Con un gesto, indicó a Floppa que subiera al planeador.
Floppa tomó aire profundamente, subió al Sparrow y se colocó frente al pedal. Al presionarlo, el Sparrow cobró vida. Una de las turbinas brillaba en azul, la otra en rojo, ambas con un resplandor suave que iluminaba el hangar. Sin embargo, el motor emitía un zumbido casi silencioso, como si funcionara con una energía más refinada.
Los cuatro se quedaron quietos por un momento, incapaces de creer lo que acababan de lograr.
Arthur (rompiendo el silencio, emocionado):
—¡Awebo, ya prendio esta chingadera!
Momox (sacudiendo la cabeza, impresionado):
—No solo eso, el motor está funcionando de manera silenciosa. Te mamaste con el diseño chiquitobebé
Dijo Momox mientras nalgueaba a Dickson
Floppa entonces les lanzo una mirada a Dickson y a Momox que denotaba una confusión enorme, tan grande que casi se ahoga en su propia saliva
Dickson (con una sonrisa de triunfo):
—Sabía que lo lograríamos. Y tu puta, deja de decirme asi, al menos dile a Floppa que es mame, sino va a creer que somo putos.
Floppa (manteniendo el pie en el pedal, observando las luces de las turbinas):
—Entonces... esto es lo que se necesitaba.
Con una sonrisa satisfecha, mantuvo presionado el pedal por unos segundos más, asegurándose de que el motor seguía funcionando a pleno rendimiento, antes de soltarlo lentamente, apagando el Sparrow.
Todos soltaron un suspiro de alivio y satisfacción.La emoción de encender el planeador fue tal, que Dickson inmediatamente dijo que lo probaran
Dickson (con entusiasmo):
—¡Vamos a probarlo, pero a la voz! —sin darle tiempo a Floppa de reaccionar, dobló las alas del Sparrow, lo agarró de las agarraderas inferiores y, con una energía casi contagiosa, salió del hangar por la puerta interna del castillo.
Arthur y Momox soltaron una carcajada de sorpresa y emoción.
Arthur (riendo):
—¡Esperate tantito cabron no mames!
Sin pensarlo mucho, Arthur y Momox siguieron corriendo detrás de Dickson. Floppa, sin embargo, se quedó atrás por un momento, observando el enorme hangar a su alrededor. Algo captó su atención: en un área más alejada del hangar, casi como si intentaran ocultarlas, había varias naves caza similares a la del hangar, pero estaban desmanteladas, esparcidas como restos de un pasado glorioso.
Floppa (pensativo, murmurando para sí):
—¿Qué es todo esto? ¿Por qué tantas naves aquí...?
Sus ojos se dirigieron al fondo del hangar, donde había una puerta metálica semioculta. Algo en su instinto le decía que debía acercarse.
Justo cuando dio un paso hacia la puerta, Arthur le gritó desde la distancia.
Arthur (enérgico, sacándolo de su trance):
—¡Oye, Floppa! ¡Eso lo vemos después, ahorita tenemos que volar! ¡Vamos a la torre más alta!
Floppa soltó una pequeña risa, sacudiendo la cabeza ante su propia curiosidad, y luego gritó de vuelta.
Floppa (con una sonrisa):
—¡Ya voy, ya voy!
Los alcanzó rápidamente, y todos subieron por las escaleras amplias del castillo, cada paso resonando en las paredes de piedra. Mientras ascendían, el aire fresco del atardecer se colaba por las ventanas abiertas, el sol del ocaso bañaba el pasillo con tonos dorados.
Floppa miró hacia una de las torres opuestas y, desde allí, pudo ver claramente su propia habitación. La ventana estaba entreabierta, y la cama en la que había despertado esa misma mañana aún permanecía desordenada, como un eco de lo rápido que todo había cambiado desde que abrió los ojos en ese extraño mundo.
Finalmente, llegaron a la cima de una de las torres. Allí, dos molinos de viento gigantes dominaban el paisaje, sus aspas girando lentamente bajo la brisa suave. Momox, siempre entusiasta por explicar las cosas, no perdió la oportunidad.
Momox (con tono didáctico):
—Estos molinos no solo generan electricidad para el castillo, sino que también extraen agua limpia del subsuelo. Es impresionante, ¿verdad?
Floppa (asintiendo, con genuino interés):
—Vaya, nunca había visto algo así.
Mientras hablaban, Dickson ya estaba ocupado asegurando el Sparrow a la plataforma de lanzamiento, una especie de resortera gigante que parecía improvisada pero efectiva. Estaba claro que estos chicos eran expertos en hacer que las cosas funcionaran, aunque fuera con métodos poco convencionales.
Floppa, sin querer, dejó que su mirada se deslizara por el borde de la torre. Notó que en todo el borde crecían unas plantas extrañas, enredadas y robustas, pero una de ellas tenía algo diferente: un pequeño panel incrustado en su base. Dickson lo vio también, y tras inspeccionarlo, alzó la mano.
Dickson (con voz tranquila):
—Los vientos están bastante calmados. A diferencia de esta mañana, podemos hacer la prueba de vuelo sin problemas.
Floppa (curioso, mientras se subía al planeador):
—¿Qué es esa planta, Dickson?
Arthur, entusiasmado por la pregunta, intervino rápidamente antes de que Dickson respondiera.
Arthur (emocionado):
—Son los bio-detectores del castillo. Algo así como un sonar orgánico. Detectan las corrientes de aire, la humedad, cualquier cosa que pueda afectar el vuelo.
Floppa asintió, impresionado por la tecnología. Mientras tanto, Dickson y Momox se aseguraban de que los resortes estuvieran bien tensos y el mástil listo para lanzar.
Dickson (rápido y eficiente):
—Momox, verifica los resortes y la tensión del mástil.
Momox (con tono afirmativo):
—Todo está listo. Los resortes están en su punto.
Dickson giró hacia Floppa y comenzó a explicarle rápidamente lo básico del vuelo con el Sparrow.
Dickson (explicativo):
—Cuando arranques el Sparrow con el pedal, acomódate. Puedes recargarte total o parcialmente en las barandillas. Si necesitas más potencia, presiona el pedal de nuevo, ya sea con las manos o los pies. Eso depende de si estás de pie o recargado en las barandillas. Además, las barandillas tienen una sección que puedes mover para ajustar los alerones y tomar mejor las corrientes de aire.
Floppa asintió con una mezcla de nervios y emoción mientras se ajustaba su gorro y los goggles que le habían dado. Los lentes estaban diseñados para proteger sus ojos del sol del atardecer, y le permitían ver con claridad.
Arthur (gritando con entusiasmo):
—¡¿Listo, Floppa?!
Floppa (con una sonrisa nerviosa):
—¡Al chile no, pero mejor intentémoslo ya!
Antes de que pudiera decir algo más, Dickson quitó el seguro de la resortera sin previo aviso, y el Sparrow fue lanzado hacia el cielo con un impulso sorprendente.
Floppa (gritando mientras era lanzado):
—¡Ay, cabr...!
Rápidamente, Floppa presionó el pedal, y las turbinas del Sparrow se encendieron con un zumbido familiar. Sintió cómo el planeador tomaba las corrientes de aire, pero al principio le costó estabilizarse. Estaba de pie, tratando de mantener el equilibrio, pero el Sparrow daba varias vueltas, y en más de una ocasión estuvo a punto de caer.
Desde la torre, Arthur, Dickson y Momox lo miraban entre gritos de emoción y risas nerviosas.
Arthur (riendo a carcajadas):
—¡Casi se cae otra vez!
Dickson (gritando de emoción):
—¡Aguanta, Floppa! ¡Lo estás logrando!
Tras unos minutos de lucha, Floppa finalmente logró estabilizar el planeador. Aunque aún no se había acostumbrado del todo, ya tenía el control de las corrientes. Después de volar un rato, decidió probar algo más cómodo y se acostó en el planeador, recargándose en las barandillas y asegurándose con el cinturón de cuero.
Todo parecía ir de maravilla, hasta que, sin darse cuenta, Floppa apoyó una mano en el pedal equivocado y apagó accidentalmente las turbinas del Sparrow. Al principio no lo notó, ya que seguía planeando gracias a las corrientes de aire, pero cuando vio a los chicos haciéndole señas frenéticas desde la torre, comprendió lo que había pasado.
Floppa (murmurando para sí):
—¿Por qué están tan...?
Cuando se inclinó hacia adelante para revisar las turbinas, notó que estaban completamente apagadas. En un impulso de pánico, sin pensarlo, usó su teletransportación y apareció en unos arbustos cercanos, dejando al planeador seguir volando suavemente en la corriente hasta que cayó con delicadeza no muy lejos.
En ese momento, Floppa se dio cuenta de algo importante: sus poderes no dependían del cristal.
Desde la torre, Arthur, Dickson y Momox observaban con asombro.
Dickson (murmurando para sí, impresionado):
—Es él... es la estrella. No cabe duda.
Arthur (sonriendo, pero conteniendo el entusiasmo):
—Sí... pero no se lo diremos todavía.
Floppa respiraba agitado entre los arbustos, mirando el cielo con una mezcla de asombro y cansancio. El planeador, que momentos antes parecía estar completamente bajo control, flotaba ahora suavemente hacia el suelo, desplazado por las corrientes de aire. Sintió el latir acelerado de su corazón mientras su mente procesaba lo que acababa de suceder: se había teletransportado sin pensarlo dos veces. Sin la ayuda de ningún cristal. Esto era algo grande.
Floppa (en voz baja, para sí mismo): "No necesito el cristal..."
En ese instante, escuchó gritos que venían desde la torre. Dickson, Arthur y Momox bajaban corriendo por las escaleras, llamándolo con una mezcla de emoción y preocupación.
Dickson (riendo y jadeando al llegar a Floppa): "¡Amigo, casi te matas pero volaste! ¡VOLASTE! Eso fue increíble. Aunque... bueno, también casi pierdes el Sparrow."
Arthur (golpeando a Dickson suavemente en el brazo): "Deja de bromear, Dick. Lo importante es que está bien."
Floppa se puso de pie lentamente, sacudiéndose las hojas de los arbustos.
Floppa: "Sí... estoy bien. Aunque lo del aterrizaje... bueno, lo dejaremos para la próxima vez."
Momox (con una sonrisa de aprobación): "Lo hiciste bastante bien para ser tu primer vuelo. Aunque casi te caes un par de veces... pero te estabilizaste al final. Eso es lo importante. El planeador respondió perfecto a tus movimientos."
Floppa, aún un poco aturdido, miró al grupo y luego al planeador que estaba a unos metros de distancia, intacto.
Floppa: "Siento que, con un poco más de práctica, podría... bueno, hacerlo sin casi matarme la próxima vez."
Arthur (riendo): "Eso espero. Mañana vas a necesitar esos reflejos para algo más grande. El rey quiere conocerte, y después de lo que pasó hoy, creo que te va a proponer algo importante."
Floppa: "¿El rey? ¿Por qué? Solo estoy aprendiendo a volar un planeador."
Momox (cruzándose de brazos, con una mirada seria pero amable): "No eres cualquier chico, Floppa. Todos lo vemos, incluso si no te lo crees aún. Mañana volarás una nave caza, y eso no es cualquier cosa. El rey ha estado observando."
Floppa alzó la vista hacia la torre donde, a lo lejos, vio la silueta del rey Joohn, observando desde una de las ventanas en su silla de ruedas. Aunque el rey estaba a una gran distancia, podía sentir su presencia, una figura imponente, a pesar de su fragilidad física.
Floppa: "Así que el rey... me estaba observando."
Dickson (con una sonrisa maliciosa): "Claro que sí. Él lo ve todo. Y después de lo que hiciste hoy... bueno, creo que ya tienes un lugar en la cordillera asegurado."
Floppa no sabía cómo procesar todo aquello. En cuestión de horas, había volado por primera vez, casi se había estrellado, y ahora el rey lo estaba esperando para conocerlo. Las piezas de algo mucho más grande comenzaban a encajar en su mente, pero aún no podía comprender completamente qué significaba.
Arthur (dándole una palmada en el hombro): "Vamos, tenemos que cenar. Mañana será un día largo. Después del encuentro con el rey, te llevaremos a la nave caza. Primero como artillero, y luego como piloto."
Floppa asintió, siguiéndolos de vuelta hacia el castillo. Aún sentía la adrenalina corriendo por sus venas, pero una emoción más profunda comenzaba a surgir en su pecho. Si lo que había hecho hoy era solo el comienzo, no podía esperar para ver lo que vendría después.
Mientras el grupo subía de nuevo las escaleras y se adentraba en el castillo, en lo alto de la torre, el rey Joohn observaba en silencio, con una leve sonrisa en su rostro.
Rey Joohn (en voz baja, para sí mismo): "Este chico... hará maravillas con la cordillera. Lo siento en mis huesos."
En su mente, el rey visualizaba un futuro brillante para Floppa y el destino de la cordillera de Wright.
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A 500 kilometros, en Goldwater Chara no podía dejar que el caos y la desesperación la dominaran. Su mirada se desvió hacia la puerta de su habitación, y su mente comenzó a trabajar en una solución. Sabía que no podía quedarse allí, esperando que las cosas se resolvieran solas. Si ese chico ya había controlado a gran parte de su pueblo y convertido a su gente en peones sin voluntad, tenía que actuar rápido.
Lo primero que necesitaba era ver a sus padres, y tal vez con suerte encontrar a su hermano. La única salida clara era a través del pasadizo oculto que conocía bien, uno que conectaba varias partes del castillo. Se acercó a la pared de piedra, movió un ladrillo suelto y presionó un mecanismo oculto que abrió una pequeña puerta. Apenas cabía, pero lo suficiente para que pudiera deslizarse y comenzar su escape. El aire frío y húmedo del túnel la hizo estremecerse.
Con cuidado y en silencio, Chara avanzó entre los corredores hasta llegar a las mazmorras. Se detuvo frente a la celda donde, con horror, encontró a sus padres, el rey Don y la reina Gilda. Estaban encerrados, con las manos atadas, pero, para su alivio, no tenían máscaras en el rostro.
—¡Mamá! ¡Papá! —susurró Chara con urgencia.
Ambos se sobresaltaron al verla.
—Chara… ¿Cómo lograste salir? —preguntó su madre, pero la preocupación en sus ojos fue evidente de inmediato.
—Eso no importa ahora —respondió rápidamente—. ¿Dónde está Frisk?
La expresión de sus padres se tornó aún más sombría.
—Se lo llevaron hace unas horas —respondió su padre con voz quebrada—. Ya no pudimos hacer nada.
El peso de esas palabras cayó sobre Chara como una losa, pero no podía detenerse a llorar en ese momento. Debía actuar. Respiró hondo y preguntó:
—¿Cómo salgo de aquí? Necesito mi caza.
Su madre, aunque agotada, mantenía su firmeza.
—En la sala del consejo están las piezas que necesitas. Puedes construir un dispositivo de retroalimentación que causará una interferencia en la señal del chico que tomó la ciudad. Si logras obtener esas piezas, podrás modificar tu nave para hacerle frente.
Chara asintió, y su padre agregó:
—Ve, hija. No podemos detenerlo sin esa nave, y no podemos permitir que te atrape. Somos su presa ahora, pero tú… tú eres nuestra única esperanza.
Con un último vistazo a sus padres, Chara prometió regresar. Su corazón latía rápido, pero su mente estaba clara.
El próximo paso era infiltrarse en el hangar.
El hangar estaba protegido por guardias, cada uno de ellos con esas horribles máscaras blancas. Chara, moviéndose con sigilo, usó las sombras y los pasillos ocultos para acercarse. Sabía que no podía enfrentarlos directamente. Cuando llegó a la zona de mantenimiento, vio su caza, una nave ágil y rápida, perfecta para su escape.
No pudo evitar una sonrisa nerviosa al verla intacta, pero sabía que el momento más difícil estaba por llegar. Necesitaba activar los controles sin alertar a los guardias. Se deslizó por los conductos de ventilación hasta el centro de mando del hangar y, utilizando las contraseñas que recordaba, comenzó el proceso de encendido remoto.
La nave emitió un suave zumbido. El ruido fue lo suficientemente bajo como para no llamar la atención de inmediato, pero los sistemas del hangar se activaron.
—Vamos, vamos… —murmuró, nerviosa.
Una vez que los motores estuvieron listos, se escabulló de nuevo hacia el piso del hangar, pero fue entonces cuando uno de los guardias la vio.
—¡Ahí está! —gritó.
En cuestión de segundos, una alarma resonó por todo el hangar. Chara no tenía tiempo para ocultarse. Corrió hacia su caza, esquivando disparos y proyectiles de energía que comenzaban a inundar el lugar. Sus músculos se tensaron mientras saltaba a la cabina, cerraba la escotilla y activaba los sistemas de despegue.
—¡Vamos, despega! —exclamó, apretando los controles.
Su caza rugió al encenderse completamente, y Chara tiró de los controles para levantarla del suelo justo cuando uno de los guardias lanzaba un rayo de energía contra ella. La nave esquivó por poco el impacto mientras ascendía rápidamente.
Pero no estaba fuera de peligro. Al salir del hangar, más naves, controladas por el chico de la máscara, aparecieron en su radar. Chara los reconoció: eran las naves del escuadrón de élite del reino, ahora en manos enemigas.
—No voy a perder aquí —dijo entre dientes.
Chara aceleró, realizando maniobras evasivas mientras los disparos la seguían. Giró bruscamente hacia la derecha, luego descendió en picada antes de realizar un giro rápido que desorientó a sus perseguidores. Uno de los cazas enemigos pasó demasiado cerca y fue derribado por el fuego cruzado de sus propios compañeros.
—Si consigo salir del espacio aéreo de Goldwater, estaré a salvo… por ahora.
A pesar de su habilidad, el número de enemigos era abrumador. Las luces de sus disparos iluminaban el cielo nocturno, pero Chara, con nervios de acero, continuaba esquivando y devolviendo el fuego cuando podía.
Finalmente, tras lo que parecieron horas de persecución, Chara logró abrirse paso y dejar atrás a los cazas. Cruzó la frontera de su reino y el silencio se instaló en su cabina. La nave se sacudió, pero seguía en buen estado.
—Lo logré… —susurró, con la respiración agitada, pero aliviada.
Chara miró hacia el horizonte, sabiendo que la misión más importante de su vida acababa de comenzar.
Chara (pensando): "Frisk... Padre, Madre, lo lograré. Conseguiré esa pieza. Y después... Después acabaré con ese invasor."
Mientras volaba en dirección a la Selva Viva, sus pensamientos se desviaron hacia la estrella que había visto caer en la Cordillera de Wright. Por un momento, se preguntó si el chico que había visto podría ayudarla. Sin embargo, la urgencia del arma y la situación en su reino pesaban más.
Chara (pensando): "Primero debo conseguir la pieza. Luego, si es necesario, investigaré sobre las estrellas."
Con esa decisión en mente, aceleró hacia su destino, lista para enfrentarse a lo que fuera necesario en la Selva Viva.