Meses habían pasado desde que Dante puso en marcha su negocio de seguro médico, y todo estaba funcionando de maravilla. La caja fuerte que había creado con su magia seguía acumulando montones de monedas mientras los ciudadanos pagaban mes tras mes por la ilusión de seguridad que él les vendía. No tenía que mover un dedo; el sistema funcionaba de manera automática, y él continuaba disfrutando de su vida de lujo y despreocupación.
Sin embargo, las noticias que llegaban de más allá de la ciudad no eran tan tranquilizadoras. Los rumores sobre los demonios habían comenzado a intensificarse. Al principio, se hablaba de pequeñas incursiones y batallas en las fronteras de algunos reinos. Pero ahora, las historias que llegaban eran mucho más oscuras. Los demonios habían arrasado varios reinos, dejando una estela de destrucción y caos a su paso.
Sentado en su despacho, con una copa de vino en la mano, Dante escuchaba distraídamente a uno de sus sirvientes mientras le informaba sobre los últimos eventos.
—Mi señor —dijo el sirviente, inclinándose ligeramente—, los demonios han destruido el Reino de Velthar. Se dice que no dejaron ni una aldea en pie. También se rumorea que la heroína ha intentado detenerlos, pero sus esfuerzos han sido en vano.
Dante bebió un sorbo de su vino, sin mostrar mucha reacción. El Reino de Velthar no le importaba demasiado, pero era interesante ver cómo la situación escalaba. Sabía que eventualmente, las consecuencias de la guerra llegarían a las puertas de la ciudad. Pero, por el momento, todo estaba lo suficientemente lejos como para no preocuparse demasiado.
—La heroína, ¿eh? —dijo Dante con una sonrisa burlona—. Intentando cumplir con las expectativas de su diosa, supongo. ¿Y cómo le va en esa tarea? ¿Ha logrado detener a alguno de esos demonios?
El sirviente bajó la mirada, algo nervioso.
—Parece que no, mi señor. A pesar de sus esfuerzos, los demonios continúan avanzando. Cada reino que intentan defender cae poco después de su llegada. Los reinos cercanos ya están comenzando a reforzar sus fronteras, pero... las cosas no pintan bien.
Dante soltó una carcajada seca.
—Por supuesto que no lo ha logrado. ¿Qué esperaban? ¿Que una sola persona pudiera detener a todo un ejército de demonios? —dijo con sarcasmo—. Díselo a su maldita diosa. Seguro que ella tiene una solución para todo esto, ¿no?
La verdad era que Dante no sentía ninguna simpatía por la heroína o por la causa que intentaba defender. Sabía que la diosa, en su desesperación, había puesto todas sus esperanzas en ella, pero eso no le importaba. De hecho, lo divertía pensar en cómo las cosas seguían yendo mal para aquellos que confiaban en el poder de la divinidad. La diosa que lo había invocado no era más que una figura que él despreciaba, y verla fallar una vez más solo le confirmaba lo que siempre había pensado de ella: que era incompetente.
—¿Y qué dicen las noticias sobre la ciudad? —preguntó Dante, cambiando de tema—. ¿Están asustados? ¿Creen que los demonios llegarán hasta aquí?
El sirviente se movió incómodo.
—Hay mucha preocupación, mi señor. Los rumores sobre la destrucción de los reinos cercanos están empezando a asustar a la gente. Algunos nobles están pensando en fortificar sus propiedades, y otros... bueno, simplemente están huyendo.
Dante se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, observando la ciudad desde lo alto. El viento movía las hojas de los árboles, y la vida en las calles parecía continuar como si nada estuviera pasando. Pero sabía que el miedo se extendía en los corazones de las personas, y eso podría ser algo que, eventualmente, también afectaría su negocio.
—Si los demonios llegan hasta aquí, habrá caos —pensó en voz alta—. Pero aún tenemos tiempo. Y mientras tanto, la ciudad seguirá pagando... por su seguridad, o al menos por la ilusión de ella.
Una sonrisa cruzó su rostro mientras se giraba hacia el sirviente.
—Haz que preparen todo. Quiero que la gente siga creyendo que su seguridad está garantizada. Que nadie piense que pueden huir sin consecuencias. Al final, todos terminan pagando, de una forma u otra.
El sirviente asintió y salió rápidamente de la habitación. Dante volvió a sentarse, apoyando los pies en la mesa mientras bebía otro sorbo de su vino.
—Que la heroína y su diosa sigan luchando. Al final, todos acaban dándose cuenta de lo inútil que es tratar de cambiar el destino.
Justo cuando Dante se recostaba en su silla, disfrutando de la tranquilidad que su oficina le ofrecía, escuchó un golpe en la puerta. Frunció el ceño ligeramente, molesto por la interrupción.
—¿Qué pasa ahora? —gruñó, sin levantar la vista.
La puerta se abrió lentamente, y uno de sus sirvientes apareció, visiblemente nervioso.
—Mi señor... —empezó a decir, titubeando—. La reina ha enviado un mensajero. Está en la sala principal, esperando hablar con usted.
Dante alzó una ceja, sorprendido por la repentina mención de la reina. La última vez que tuvo algún tipo de contacto con ella fue en su mansión, cuando se descubrió que era la reina con la que había estado en su fiesta. Desde entonces, no había sabido nada de ella y, francamente, tampoco le había importado.
—¿La reina? —dijo con un toque de escepticismo—. ¿Y qué quiere esa mujer ahora?
El sirviente se inclinó ligeramente, sin levantar la vista del suelo.
—No lo sé, mi señor. Solo que ha enviado un mensajero solicitando su presencia.
Dante se levantó de su silla con una sonrisa burlona en su rostro. "Esto va a ser interesante", pensó mientras ajustaba su túnica.
—Llévame con él —dijo, saliendo de la oficina y siguiendo al sirviente hasta la sala principal.
Al llegar, vio a un hombre bien vestido, claramente un mensajero real, esperando pacientemente con una postura formal. Al ver a Dante, el hombre se inclinó respetuosamente.
—Mi señor Dante, la reina solicita su presencia en el castillo. Hay un asunto urgente que desea discutir con usted personalmente.
Dante se cruzó de brazos, mirando al mensajero con curiosidad.
—¿Urgente? —preguntó, con un tono entre divertido y desconfiado—. ¿Y por qué pensaría la reina que yo, de entre todos, estaría interesado en cualquier "asunto urgente" que tenga?
El mensajero levantó la cabeza lentamente, sin apartar la vista de Dante.
—La situación con los demonios se está deteriorando rápidamente, mi señor. La reina cree que su... especial perspectiva puede ser de gran ayuda en estos tiempos tan inciertos. No me corresponde a mí explicar los detalles, pero le ruego que acuda al castillo. La reina está esperando.
Dante observó al mensajero durante unos segundos, evaluando la situación. "Así que los demonios están creando problemas incluso para la reina", pensó con una sonrisa. Esto podía ser interesante. Después de todo, siempre le gustaba cuando las personas que se creían invencibles empezaban a sentir el peso de la realidad.
—Muy bien —dijo finalmente—. Dile a la reina que estaré allí. No porque me importe demasiado lo que pase, pero tengo curiosidad por ver qué tipo de desastre se está cocinando.
El mensajero asintió agradecido y salió rápidamente, dejándolo a solas en la sala.
Dante se quedó en silencio por un momento, pensando en lo que podría querer la reina de él. No tenía intención de involucrarse en la guerra con los demonios, pero si la reina lo necesitaba para algo, eso significaba que él tenía cierta ventaja. Podría usar esa situación a su favor, como siempre.
—Parece que los demonios están haciendo su trabajo mejor de lo que esperaba —murmuró para sí mismo, sonriendo de nuevo—. Veremos qué quiere la reina, pero al final, todo se reduce a lo mismo: ¿qué gano yo con esto?
Con esa idea en mente, Dante salió de su mansión, preparándose para la reunión en el castillo.