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Chapter 21 - Capítulo 21: Encuentro con la reina

Dante avanzó por el gran salón del castillo, con una sonrisa burlona en su rostro, disfrutando de la tensión palpable en el aire. Sabía que la reina lo necesitaba desesperadamente, y aunque las circunstancias eran serias, él no podía evitar convertir todo en un juego personal. Ya la había conocido de manera íntima antes, pero ahora, la situación era diferente. No estaba aquí por placer, sino porque ella necesitaba algo de él.

Sentada en su trono, la reina intentaba mantener la compostura. Sabía que Dante no se dejaría convencer fácilmente, pero la situación con los demonios era tan crítica que no podía permitirse el lujo de elegir a sus aliados. Dante era su mejor opción, aunque sabía que su ayuda vendría acompañada de demandas... peculiares.

Dante se detuvo frente al trono, observándola con esa sonrisa que tanto la irritaba.

—Vamos a ahorrarnos la charla, reina —dijo Dante, sin rodeos—. Sabemos que me necesitas. Los demonios están arrasando todo, y tú estás quedándote sin opciones. Pero la pregunta es... ¿qué me das a cambio?

La reina, acostumbrada a los juegos de poder en la corte, no estaba preparada para el tipo de negociación que Dante tenía en mente. Intentó mantener su expresión neutral, pero sabía que él no era alguien fácil de manejar.

—Lo que sea necesario para proteger este reino —respondió ella, con un tono firme pero cauteloso—. Tengo recursos, poder... puedo ofrecerte lo que desees.

Dante se rió suavemente, inclinándose un poco hacia adelante, acercándose a ella.

—Lo que desee, ¿eh? —dijo con tono juguetón—. Está bien. Te lo diré. Dame una japonesa.

La reina frunció el ceño, claramente desconcertada.

—¿Una... japonesa? —repitió ella, sin comprender del todo—. No sé a qué te refieres. No existen tales mujeres en este mundo.

Dante se rió con más fuerza, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Claro que no existen —dijo con una sonrisa que se ensanchaba aún más—. Verás, en mi mundo, las japonesas son especiales. Hermosas, exóticas, y... bueno, no me detendré en los detalles. Pero la cuestión es que una diosa de mierda me impidió cumplir el único deseo que realmente tenía: acostarme con una de ellas. Era lo único que pedía, y me lo arrancaron de las manos en el último momento. Así que, querida reina, quiero que me consigas una japonesa.

La reina lo miró durante unos segundos, intentando entender si estaba bromeando o si hablaba en serio. Finalmente, suspiró, manteniendo la calma.

—No hay mujeres como esa en este mundo —replicó con firmeza—, pero puedo conseguirte una esclava elfa. Hermosa, joven, sumisa... todo lo que desees.

Dante torció la boca en un gesto de desinterés.

—¿Una elfa? —dijo, con un tono casi aburrido—. No me malinterpretes, la idea de "ir de compras" por esclavos tiene su atractivo, pero un elfa no me interesa. Un coño es un coño, y puedo conseguir eso cuando quiera. Lo que quiero es algo más... exótico. Algo que solo mi mundo podía ofrecer. Pero claro, ya que tu querida diosa decidió joderme, supongo que estoy condenado a no tener lo que realmente deseo.

La reina respiró hondo, claramente irritada por la forma en que Dante trataba la situación, pero mantuvo su compostura.

—Si no puedo ofrecerte eso —dijo, tratando de recuperar el control de la conversación—, ¿qué es lo que deseas entonces?

Dante la miró con un destello travieso en los ojos y, con un tono de burla, dijo:

—Si no puede ser una japonesa... entonces que seas tú. Dame tu cuerpo, cuando y donde quiera, sin más condiciones. Piénsalo, podría ser divertido.

El silencio que siguió fue denso. Los ojos de la reina se estrecharon, pero Dante se limitó a reír.

—Relájate, solo bromeo... en parte —dijo, levantando las manos en un gesto conciliador—. Pero si quieres algo real a cambio, te diré qué puedo hacer por ti. Podría crear un escudo mágico que delimite el territorio alrededor de la ciudad. Algo tan poderoso que los demonios no puedan atravesarlo. No importa lo que hagan, no podrán entrar.

La reina lo miró con cautela, sabiendo que detrás de su tono despreocupado había un verdadero poder. A pesar de lo irritante que era su comportamiento, no podía ignorar que Dante tenía habilidades que ningún otro mago en el reino poseía.

—¿Un escudo mágico? —preguntó ella, con una mezcla de interés y desconfianza—. ¿Realmente puedes hacer algo así?

Dante sonrió.

—Oh, claro. Podría hacerlo sin ningún problema. La cuestión es... ¿estás dispuesta a cumplir con tu parte del trato?

Dante, siempre juguetón y provocador, dejó que su sonrisa se ampliara aún más ante el silencio de la reina. Sabía que su propuesta no era algo común, y precisamente por eso la había hecho. Le encantaba poner a la gente en situaciones incómodas, forzándolos a lidiar con sus deseos más oscuros y con las consecuencias de su desesperación.

—Te lo he dicho, reina —repitió Dante, su tono lleno de burla—. Si no puedes darme una japonesa, lo único que me interesa es tener tu cuerpo. Sin más. Cuando yo quiera, donde yo quiera. Así de simple.

La reina apretó los labios, su expresión endurecida por la audacia de la demanda. Aun así, intentaba mantener su compostura, a pesar de lo inusual y grotesco de la situación. Sabía que Dante no era alguien con quien se pudiera negociar como con los demás magos o nobles de su reino. Él no jugaba con las mismas reglas, y eso lo hacía peligroso. Pero también lo hacía valioso.

—Estás pidiéndome lo imposible, Dante —respondió, con un tono que intentaba sonar firme, pero que traicionaba una ligera vacilación—. No soy una mercancía, ni un objeto para tus deseos.

Dante alzó las manos, fingiendo una disculpa.

—¿Lo imposible? Vamos, reina. Te pedí una japonesa, y resulta que aquí no hay. Así que no estoy pidiendo lo imposible, solo lo más razonable. Ya sabes, adaptarse a las circunstancias —su sonrisa se amplió, disfrutando claramente de la incomodidad que causaba—. Y no lo olvides, no es tan complicado. Solo dame lo que quiero, y a cambio, te ofrezco algo que puede salvar tu ciudad de la destrucción total.

La reina lo miró, luchando por mantener el control de la situación. Sabía que estaba entre la espada y la pared. Los demonios estaban avanzando rápidamente, y sus magos y soldados no estaban logrando contenerlos. Las opciones se agotaban. Y Dante, a pesar de lo insoportable que era, le ofrecía una solución que ningún otro podría brindar: un escudo mágico que mantendría a los demonios fuera de la ciudad.

—¿Realmente crees que puedes salirse con la tuya con algo así? —preguntó, intentando ganar tiempo, mientras evaluaba la posibilidad.

Dante se inclinó un poco más hacia ella, su voz baja, casi susurrante, pero cargada de seguridad.

—Claro que puedo, y lo sabes —dijo—. Si no puedes cumplir con este pequeño favor, no tienes nada que ofrecerme que no pueda conseguir por mi cuenta. —Su tono se volvió ligeramente más frío, su sonrisa permanecía—. Así que sí, reina. O me das tu cuerpo cuando yo lo quiera, o te las arreglas sola para salvar este reino.

La reina se quedó en silencio. Sabía que la oferta de Dante no era algo que pudiera aceptar fácilmente, pero la alternativa era aún peor. La ciudad estaba al borde de un ataque inminente, y ella no podía darse el lujo de perder la oportunidad de proteger a su pueblo, por más humillante que fuera la propuesta.

—Si acepto esto, Dante —dijo ella, con los ojos fijos en los suyos—, será bajo mis términos. No soy una esclava a la que puedas usar y desechar a tu antojo. Haré este trato porque no tengo otra opción, pero no te equivoques: yo también sé jugar a este juego.

Dante rió suavemente, claramente complacido de ver que la reina estaba dispuesta a ceder, aunque intentara mantener una apariencia de control.

—Por supuesto, majestad —respondió, su tono goteando sarcasmo—. Puedes llamarlo como quieras. Al final del día, ambos sabemos lo que este trato significa. Tú me das lo que quiero, y yo te doy lo que necesitas. Todos ganamos.

La reina asintió lentamente, con el rostro tenso. Estaba tomando una decisión difícil, pero era una decisión que, de no tomarla, podría condenar a su ciudad a la destrucción.

—Hazlo —dijo, con voz firme—. Crea ese escudo y protege esta ciudad. Cumpliré mi parte del trato... aunque preferiría no tener que hacerlo.

Dante se inclinó, disfrutando cada segundo del momento.

—Así me gusta, reina. Directa al punto —dijo con una sonrisa triunfante—. Me pondré a trabajar en el escudo de inmediato. Y no te preocupes... seré muy paciente a la hora de disfrutar de mi recompensa.

Con una última mirada provocadora, Dante se dio la vuelta y salió del salón, sabiendo que había ganado. Para él, todo esto no era más que otro juego, y la reina acababa de perder una de sus fichas más importantes.

Dante salió del gran salón con una sonrisa de satisfacción que no se borraba de su rostro. No solo había conseguido lo que quería, sino que ahora tenía la certeza de que la reina, con todo su poder y autoridad, estaba completamente bajo su control. Sabía que a ella le costaría cumplir con su parte del trato, pero para Dante, eso solo hacía que el juego fuera aún más entretenido.

Afuera, el aire de la ciudad estaba tenso. Los rumores sobre el avance de los demonios se propagaban por las calles como un fuego incontrolable. Los ciudadanos hablaban en susurros sobre las caídas de los reinos vecinos, y el miedo a que su ciudad fuera la siguiente era palpable. Pero Dante no estaba preocupado. Su plan era simple: crear un escudo mágico que protegiera la ciudad de cualquier amenaza demoníaca. Y si lo hacía bien, no solo consolidaría su poder, sino que disfrutaría de los beneficios que le prometió la reina.

—Es hora de empezar —se dijo a sí mismo mientras caminaba por las calles en dirección a las afueras de la ciudad, donde el terreno sería ideal para construir la barrera mágica.

Una vez que llegó a las murallas, se detuvo y cerró los ojos, sintiendo el aire a su alrededor. Sabía que la magia necesaria para crear un escudo de esta magnitud requería precisión y fuerza, pero no era algo que lo preocupase. Después de todo, su poder era mucho más grande de lo que los demás podían imaginar, incluso la reina.

Extendió las manos frente a él, y poco a poco comenzó a canalizar su energía. A su alrededor, el aire se volvió más denso, cargado de una electricidad que parecía venir de otro mundo. Los guardias que estaban patrullando las murallas lo observaron desde la distancia, sin atreverse a interrumpir. Para ellos, solo era un mago más que la reina había convocado, pero Dante sabía que lo que estaba a punto de hacer cambiaría todo.

—Vamos a hacerlo simple —murmuró para sí mismo mientras la energía mágica comenzaba a manifestarse en el suelo a sus pies.

El escudo que imaginaba sería invisible, una barrera de energía pura que rodearía toda la ciudad, impenetrable para cualquier ser demoníaco. Ninguna fuerza oscura podría atravesarlo, ni siquiera los demonios más poderosos. Y lo mejor de todo era que, aunque parecía simple desde el exterior, en su interior estaba cargado de trampas y sorpresas para cualquiera que intentara probar su resistencia.

A medida que Dante continuaba canalizando su magia, un resplandor etéreo comenzó a formarse a lo largo de las murallas de la ciudad. El escudo tomaba forma, extendiéndose como una red invisible que se curvaba hacia arriba, envolviendo la ciudad por completo. Los pocos que estaban lo suficientemente cerca para verlo comenzaron a murmurar, asombrados por lo que estaba ocurriendo, aunque no entendían del todo lo que presenciaban.

Después de unos minutos, el proceso estaba completo. El escudo estaba en su lugar, invisible pero potente. Ningún demonio podría atravesarlo, y la ciudad estaría protegida... al menos por ahora.

Dante abrió los ojos lentamente, una sonrisa de satisfacción en su rostro. Sentía el poder de la barrera resonando a su alrededor, y sabía que había cumplido con su parte del trato. Ahora, la reina estaría a salvo, pero más importante aún, él tendría todo el control sobre lo que vendría después.

—Listo —dijo en voz baja, admirando su obra—. Ahora que la ciudad está protegida, es momento de ver cómo la reina cumple su parte.

Con el escudo en su lugar, Dante se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso al castillo. Sabía que este era solo el principio. La verdadera diversión aún estaba por comenzar.

Dante, satisfecho con la barrera mágica que acababa de desplegar alrededor de la ciudad, caminaba de regreso al castillo con una sonrisa de pura satisfacción. No solo había cumplido su parte del trato, sino que lo había hecho con una facilidad que subrayaba lo inútil que resultaba todo lo que la reina había intentado hasta ahora. Los demonios no podrían cruzar esa barrera, de eso estaba seguro, y ahora era el turno de la reina de cumplir con su promesa.

Al llegar al castillo, fue recibido por los guardias que, aunque desconcertados por su actitud relajada, le permitieron pasar sin problemas. Dante no tardó en dirigirse nuevamente al gran salón, donde la reina lo esperaba, claramente impaciente. Sabía que ella no podía ignorar lo que acababa de hacer por la ciudad.

Al entrar en el salón, la reina lo observó desde su trono, pero esta vez había una mezcla de preocupación y algo de resignación en su mirada. Sabía que Dante era implacable cuando se trataba de conseguir lo que quería.

—El escudo está hecho —anunció Dante con una sonrisa triunfante, sin molestarse en hacer ninguna reverencia—. La ciudad está protegida, los demonios no podrán cruzar esa barrera. Así que... —hizo una pausa deliberadamente, disfrutando del momento—, es hora de que cumplas tu parte del trato.

La reina se enderezó en su trono, sus manos aferrándose a los brazos de la silla con más fuerza de la que probablemente se daba cuenta. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía más fácil de aceptar.

—Lo has hecho... rápido —dijo, manteniendo su tono lo más neutral posible.

Dante dio un par de pasos más hacia el trono, acercándose lentamente mientras la sonrisa en su rostro no disminuía.

—Por supuesto que lo hice rápido. Soy eficiente. Pero ahora, tú y yo tenemos algo pendiente. Recuerda, tu parte del trato era simple. Así que, dime, reina... ¿cuándo cumples con lo prometido?

El silencio en la sala era denso. Los guardias y sirvientes presentes intentaban no prestar atención, pero era imposible no notar la tensión entre ambos. La reina respiró hondo, claramente luchando por mantener su compostura ante una situación que no había imaginado, o quizás había intentado convencerse de que no llegaría tan pronto.

—Cumpliré lo que prometí —respondió ella, con un tono más bajo pero firme—. No rompo mis tratos, Dante.

Dante se inclinó un poco, su mirada fija en la de ella, disfrutando del control que ejercía en ese momento.

—Entonces... dime cuándo. Después de todo, un trato es un trato, ¿no?

La reina mantuvo su mirada, aunque era evidente que estaba tratando de ganar algo de tiempo. Finalmente, se puso de pie, sin romper el contacto visual con Dante.

—Lo cumpliré cuando yo lo considere adecuado —respondió ella, con una frialdad calculada—. Pero no ahora, no aquí. Haré lo que prometí, pero bajo mis propios términos.

Dante sonrió, divertido por la pequeña muestra de resistencia que la reina todavía intentaba mantener.

—Tus propios términos, ¿eh? —dijo, ladeando la cabeza como si considerara la propuesta—. Muy bien, reina, me gustan los juegos. Pero no te equivoques... no me gusta esperar demasiado.

La reina lo miró un segundo más antes de apartar la vista y asentir ligeramente.

—No te haré esperar mucho, Dante —respondió, volviendo a sentarse en su trono—. Lo que he prometido se cumplirá. Solo necesito... tiempo.

Dante se encogió de hombros, sin mostrar ninguna preocupación.

—Lo tomaré como una promesa —dijo, dando media vuelta para salir del salón—. Pero no te olvides, reina. Un trato es un trato.

Y con eso, Dante salió del castillo, dejando a la reina sola con sus pensamientos. Sabía que había ganado, y que tarde o temprano, ella tendría que cumplir lo que le había prometido.