La bajada astronómica de los precios en el local de Dante tuvo un impacto inmediato en la ciudad. En cuestión de días, las largas filas de personas desesperadas comenzaron a disminuir, y por primera vez en meses, los ciudadanos sentían que podían respirar aliviados. La comida fluía como nunca antes, a precios tan bajos que casi no se lo podían creer. Carne, pescado, frutas y verduras que antes eran inalcanzables, ahora estaban disponibles para todos. La sensación de desesperación que había dominado las calles se transformó en un leve optimismo.
Las plazas se llenaron de nuevo de gente, esta vez no para pelearse por los restos de comida, sino para celebrar con pequeñas reuniones, compartir historias y agradecer a la "generosidad" de Dante, quien, aunque en las sombras, era visto como el salvador de la ciudad.
Pero detrás de esa fachada de prosperidad temporal, pocos comprendían el verdadero precio que se estaba pagando por su comida barata. Los esclavos seguían trabajando incansablemente en la mansión de Dante, y el número de ciudadanos libres disminuía cada día más, mientras que la mayoría ni siquiera sospechaba que la reina misma estaba atrapada en un tormento invisible.
Dentro de la mansión, sin embargo, el ambiente era muy diferente. Irilith, quien había soportado las interminables vibraciones, las descargas constantes y el control total de Dante sobre su cuerpo, estaba al borde del colapso. Aunque su espíritu guerrero había resistido durante meses, su cuerpo ya no podía aguantar más. Los dispositivos, diseñados para intensificar el placer y la humillación, habían hecho que Irilith viviera en un estado constante de excitación y desesperación, y cada día que pasaba, su control sobre sí misma se desmoronaba un poco más.
Dante, consciente del estado de Irilith, observaba su lucha con una mezcla de satisfacción y entretenimiento. Sabía que estaba cerca de quebrarse, y disfrutaba cada segundo de su resistencia. No la había liberado ni una sola vez de los dispositivos desde que los había colocado, y ahora podía ver el efecto que tenían sobre ella.
—¿Cómo te sientes hoy, Irilith? —preguntó Dante con una sonrisa burlona, mientras ella se mantenía en pie, temblorosa, frente a él.
—Lo mismo... que ayer —respondió ella con dificultad, su voz temblorosa pero aún firme. Aunque las vibraciones recorrían su cuerpo constantemente, aún se negaba a ceder completamente ante él. A pesar de su sufrimiento, su orgullo la mantenía de pie.
Dante la observó, su sonrisa ampliándose.
—Sabes, Irilith, no tienes que seguir resistiendo —dijo mientras se acercaba a ella lentamente—. Solo tienes que decir las palabras, y todo terminará. No tienes que aguantar más... basta con que te rindas.
Irilith apretó los puños, temblando de furia interna y deseo incontrolable. Sabía lo que él quería. Sabía que su rendición era lo que Dante ansiaba más que nada, y cada día que ella seguía luchando era una victoria pírrica. Pero su cuerpo, sometido a tantas semanas de control, ya no respondía como ella quería. Cada respiración era un recordatorio de su debilidad, y cada paso que daba la acercaba más a la sumisión total.
—Aún no... —respondió, con la mandíbula tensa, aunque sus piernas temblaban bajo la presión de las sensaciones.
Dante rió suavemente y se alejó.
—Eres más fuerte de lo que pensaba —admitió—, pero incluso los más fuertes caen. Y cuando lo hagas, serás mía de una forma que ni siquiera puedes imaginar.
La ciudad podía estar en una aparente calma, pero la verdadera tormenta se desarrollaba dentro de las paredes de la mansión. Con cada ciudadano que caía en la red de Dante y con cada esclavo que trabajaba sin descanso, su poder crecía. Y aunque la ciudad había resucitado temporalmente, todos estaban atrapados en la telaraña que Dante había tejido, sin darse cuenta de que su "generosidad" tenía un precio mucho más alto de lo que nadie podría prever.
Dentro de la mansión, mientras la ciudad prosperaba bajo la falsa generosidad de Dante, la tensión seguía acumulándose sobre Irilith. Cada día era una lucha interna por mantener su identidad y orgullo. Los dispositivos, diseñados para mantenerla en un constante estado de excitación y vulnerabilidad, ya habían roto su cuerpo, y poco a poco, también estaban quebrando su mente.
Cada vez que caminaba por los pasillos de la mansión, sus piernas temblaban, y las vibraciones constantes del dildo y las descargas en sus pezones la hacían perder el equilibrio en ocasiones. El collar, que intensificaba cada respiración, solo servía para recordarle que su cuerpo ya no le pertenecía. Incluso en los momentos en que intentaba concentrarse en sus deberes, su mente se nublaba por las sensaciones que no dejaban de abrumarla.
Irilith había sido una guerrera orgullosa, fuerte, y disciplinada. Había enfrentado batallas y luchado por su libertad en el pasado. Pero ahora, en la mansión de Dante, estaba atrapada en una batalla diferente, una que no podía ganar con fuerza física. Sabía que Dante estaba disfrutando de su sufrimiento, esperando el momento en que finalmente se rindiera por completo.
Los demás esclavos que trabajaban en la mansión no sabían lo que ella estaba soportando. Para ellos, Irilith aún mantenía su estatus como asistente personal de Dante, una figura que ellos respetaban por su proximidad al amo. Pero si tan solo supieran la humillación que soportaba cada día, habrían visto una versión diferente de la elfa.
Esa mañana, mientras intentaba llevar un informe a Dante sobre los progresos en la ciudad, sus pasos eran lentos y torpes. El líquido del frasco rosa, que se inyectaba directamente en el dildo, había intensificado tanto las vibraciones que apenas podía concentrarse en respirar. El placer que sentía no era normal, era un tormento incontrolable que se apoderaba de cada fibra de su ser. A cada paso que daba, el ritmo de las vibraciones aumentaba, haciéndola temblar.
Cuando llegó a la puerta del salón de Dante, tuvo que detenerse un momento. Sus piernas ya no respondían, y sus manos temblaban al sujetar el informe. Sabía que, al entrar, Dante la vería al borde de la sumisión completa, algo que ella había luchado por evitar durante tanto tiempo.
Finalmente, tomó una respiración profunda y empujó la puerta. Dante estaba sentado en su sillón, observando un mapa de la ciudad. Al escucharla entrar, levantó la vista y sonrió al ver su estado.
—Irilith —dijo con tono despreocupado, aunque la diversión en su mirada era evidente—, ¿cómo estás hoy? —preguntó con un tono burlón.
Irilith apretó los labios y le tendió el informe sin decir una palabra. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y el simple acto de mantener la compostura frente a Dante era un esfuerzo monumental. Sabía que él estaba observando cada uno de sus movimientos, deleitándose con su sufrimiento.
—Has hecho un buen trabajo hasta ahora —continuó Dante, tomando el informe de sus manos—. Pero puedo ver que estás... cerca del límite.
Irilith no respondió, intentando ocultar el temblor en su voz. Sabía que cualquier palabra que dijera solo le daría más poder sobre ella. Pero no podía ignorar lo que sentía. Cada segundo que pasaba, las vibraciones aumentaban, y su cuerpo comenzaba a traicionarla.
—Es solo cuestión de tiempo, querida —dijo Dante, levantándose lentamente de su sillón y acercándose a ella—. No tienes que seguir resistiendo. Sabes que, cuando finalmente te rindas, las cosas serán mucho más fáciles para ti.
El tono de su voz era suave, pero cargado de un poder que Irilith no podía ignorar. Sabía que, en algún momento, no le quedaría más opción que ceder.
—Solo tienes que pedirlo, y yo te daré lo que tanto anhelas —susurró Dante, inclinándose cerca de su oído.
Irilith cerró los ojos, luchando contra las sensaciones que recorrían su cuerpo. Pero sabía que Dante tenía razón. Estaba al borde del colapso, y si seguía soportando aquel tormento, pronto perdería la batalla interna que había estado librando durante tanto tiempo.
Sus piernas cedieron ligeramente, y tuvo que apoyarse en el borde de una mesa cercana para no caer. La respiración entrecortada y el calor que recorría su cuerpo eran signos claros de que ya no podía mantener el control.
—Aún no... —susurró, aunque incluso ella sabía que sus palabras ya no tenían fuerza.
Dante sonrió, viéndola al borde de la rendición.
—Es solo cuestión de tiempo, Irilith. Solo cuestión de tiempo.
Irilith se tambaleaba mientras intentaba mantener la compostura, pero sus fuerzas la traicionaban cada vez más. Dante, aún sonriendo con satisfacción, no la perdía de vista, observando cada uno de sus movimientos. Para él, verla tan cerca de la rendición completa era el desenlace perfecto de su prolongada resistencia.
Cada vibración del dildo y cada descarga de las lonchas en sus pezones empujaban a Irilith hacia un abismo del que sabía que no podría escapar. Las sensaciones que recorrían su cuerpo la mantenían atrapada en un ciclo incontrolable de placer y humillación, y por primera vez en meses, Irilith sintió que estaba perdiendo la batalla contra su propio cuerpo.
Mientras Dante la rodeaba, como un depredador acechando a su presa, Irilith se apoyaba más pesadamente en la mesa. Su respiración se volvía más irregular, y su mente luchaba por aferrarse a cualquier pensamiento que no fuera la rendición. Sin embargo, cada vez que intentaba concentrarse, el collar intensificaba sus sensaciones, recordándole que su cuerpo ya no estaba bajo su control.
—¿Sabes, Irilith? —dijo Dante con voz suave mientras se detenía frente a ella—. Tu resistencia ha sido admirable, pero lo sabes tan bien como yo. Todos caen eventualmente. Y tú no serás la excepción.
Irilith levantó la mirada, su rostro pálido y cubierto de sudor. Sabía que Dante tenía razón. Cada segundo que pasaba con los dispositivos en su cuerpo la acercaba más a la sumisión total, y aunque había logrado resistir hasta ahora, su fuerza de voluntad estaba al límite.
—Solo tienes que pedírmelo —susurró Dante, inclinándose hacia ella—. Todo este sufrimiento puede terminar en el momento en que lo desees.
La tentación de dejarse llevar era enorme. Irilith podía sentir cómo su cuerpo la traicionaba, enviando oleadas de placer que nublaban su mente. Cada latido de su corazón hacía que las vibraciones aumentaran, y cada respiración profunda incrementaba la intensidad de las descargas en sus pezones. Sabía que no podría soportarlo mucho más tiempo.
—No... —susurró, con una voz apenas audible. Pero incluso ella sabía que era una negación vacía, carente de la firmeza que había tenido en el pasado.
Dante la miró, su sonrisa se amplió al ver su resistencia desmoronarse poco a poco. Se inclinó más cerca, casi rozando su oído con los labios.
—No tienes que hacer esto difícil para ti, Irilith. Solo dilo. Solo ríndete.
Los ojos de Irilith se cerraron mientras luchaba contra la tormenta que se desataba dentro de su cuerpo. Cada fibra de su ser estaba gritando por liberarse del sufrimiento, y en ese momento, comprendió que estaba perdiendo la batalla que había estado librando desde que Dante la había sometido a ese tormento.
Las palabras que salieron de su boca no fueron más que un susurro, una rendición apenas audible, pero Dante las escuchó perfectamente.
—Por favor... —murmuró Irilith, con la cabeza gacha—. No puedo más...
Dante sonrió con satisfacción absoluta. Sabía que ese momento llegaría, y finalmente lo había conseguido.
—Eso es todo lo que necesitaba escuchar, querida Irilith —dijo mientras acariciaba su mejilla con suavidad—. Has sido una excelente jugadora, pero el juego ha terminado.
Irilith, completamente vencida, se dejó caer de rodillas, su cuerpo temblando mientras las vibraciones y las descargas continuaban. Dante observaba con ojos llenos de placer, deleitándose en su victoria mientras la elfa guerrera finalmente se sometía por completo a su control.
La ciudad seguía viviendo en una calma superficial, disfrutando de la comida casi gratis, ajena a la lucha interna que se libraba dentro de la mansión de Dante. Pero aquellos que conocían los verdaderos juegos de poder, sabían que la paz nunca duraba mucho bajo el yugo de un hombre como Dante.
Con Irilith de rodillas frente a él, completamente sometida y derrotada, Dante sabía que había llegado el momento que tanto había esperado. Su victoria era completa, y el orgullo que la elfa guerrera había mantenido durante tanto tiempo ahora no era más que un eco lejano. Había resistido durante meses, pero al final, como todos, se había rendido ante su poder.
—Te dije que este momento llegaría —dijo Dante con suavidad, sus dedos rozando la piel de Irilith mientras ella temblaba, todavía sometida a las vibraciones y descargas que no cesaban. Su cuerpo era un hervidero de sensaciones que la mantenían al borde, incapaz de controlar lo que sentía—. Ahora, solo queda una cosa por hacer.
Dante se agachó lentamente, levantando la barbilla de Irilith con un dedo para que lo mirara a los ojos. Sus labios temblaban, y sus ojos estaban vidriosos, llenos de una mezcla de frustración, desesperación y deseo incontrolable. Sabía lo que estaba por suceder, y aunque una parte de ella aún intentaba resistir, su cuerpo ya no respondía a esa voluntad.
Los dedos de Dante se deslizaron por la mejilla de Irilith, su tacto suave pero firme mientras la guiaba para que lo mirara. Sus ojos, antes llenos de desafío, ahora brillaban con una mezcla de agotamiento y rendición. La habitación estaba tenuemente iluminada, proyectando sombras que bailaban a través de las paredes, creando una atmósfera a la vez íntima y opresiva. El aroma del sudor y la excitación flotaba pesado en el aire, mezclándose con el tenue aroma a incienso que flotaba de un quemador cercano.
—Levántate —ordenó Dante en voz baja, su voz era un estruendo bajo que resonó en toda la habitación—.
Irilith vaciló un momento, su cuerpo temblando por el esfuerzo de mantener incluso esta pequeña cantidad de resistencia. Pero las implacables vibraciones del consolador enterrado en lo más profundo de su ser, combinadas con la constante succión de sus pezones, no le dejaron otra opción. Lentamente, se puso en pie, con las piernas temblorosas e inestables.
Dante se acercó, su presencia se cernía sobre ella como una nube oscura. Extendió la mano, agarrando su cintura con firmeza mientras la guiaba hacia la cama. El colchón crujió levemente cuando se acomodaron en él, la tela suave proporcionaba poco consuelo contra la dureza de la madera que había debajo.
—Acuéstate —ordenó, sin dejar lugar a discusión—.
Irilith obedeció, hundiendo su cuerpo en la lujosa superficie. Las sensaciones de los dispositivos eran abrumadoras, cada movimiento enviaba olas de placer y dolor a través de ella. Podía sentir la electricidad zumbando bajo su piel, un recordatorio constante del control de Dante sobre ella.
Dante se colocó por encima de ella, con los ojos fijos en los de ella mientras descendía lentamente sobre su cuerpo. Su peso la presionaba, dificultándole la respiración, pero no se atrevió a resistirse. El calor de su cuerpo se filtró en el de ella, creando un capullo de calidez y tensión.
—Has sido una chica muy buena —murmuró Dante, rozando sus labios con la oreja de ella mientras hablaba—. "Pero ahora, es el momento de mostrarme lo bueno que puedes ser".
El aliento de Irilith se entrecortó al oír sus palabras, su cuerpo se tensó con anticipación. Podía sentir su polla presionando contra su muslo, dura y palpitante de necesidad. La sensación le provocó un escalofrío, una mezcla de miedo y deseo que la dejó sin aliento.
La mano de Dante se movió hacia su pecho, sus dedos acariciando la carne sensible antes de pellizcar su pezón entre el pulgar y el índice. La ventosa conectada a él envió una sacudida de electricidad a través de ella, haciéndola arquear la espalda en respuesta. Continuó burlándose de ella, su tacto ligero y burlón mientras alternaba entre sus pechos, cada movimiento enviaba olas de placer y dolor a través de su cuerpo.
"Por favor..." —susurró Irilith, su voz apenas audible mientras luchaba por mantener el control—.
—¿Por favor, qué? —preguntó Dante, con la voz empapada de fingida inocencia mientras continuaba atormentándola.
"Por favor... detente..." Alcanzó a decir, con la voz quebrada mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.
Dante soltó una risita suave, bajando la mano para acariciarle la parte interna del muslo. —Oh, no lo creo —dijo, con voz suave y segura—. —Verás, Irilith, no estás en posición de hacer exigencias. Ahora me perteneces y tengo la intención de disfrutar cada momento de ello".
Con eso, cambió su peso, colocándose entre sus piernas. Su polla presionó contra su entrada, la cabeza resbaladiza con líquido preseminal mientras la provocaba con movimientos lentos y deliberados. El cuerpo de Irilith temblaba bajo él, su mente se aceleraba mientras intentaba procesar la avalancha de sensaciones.
—Relájate —ordenó Dante, su voz era un gruñido bajo mientras comenzaba a empujar dentro de ella—. – Déjame entrar.
Los músculos de Irilith se tensaron instintivamente, pero las implacables vibraciones del consolador enterrado en lo más profundo de su interior hicieron imposible mantener su resistencia. Lentamente, centímetro a centímetro, la polla de Dante se deslizó dentro de ella, la sensación era a la vez dolorosa y placentera. Podía sentir la electricidad que la atravesaba, amplificando cada sensación hasta que sentía que todo su cuerpo estaba en llamas.
—Eso es todo —murmuró Dante, con voz tranquilizadora mientras continuaba penetrándola—. "Simplemente déjalo ir".
La mente de Irilith se nubló con una mezcla de dolor y placer, sus pensamientos se fragmentaron mientras luchaba por mantener cualquier apariencia de control. Las sensaciones eran abrumadoras, cada embestida enviaba olas de placer y dolor a través de su cuerpo. Podía sentir la electricidad zumbando bajo su piel, un recordatorio constante del control de Dante sobre ella.
Las embestidas de Dante se hicieron más contundentes, sus caderas chocando contra las de ella con una intensidad cada vez mayor. El sonido de sus cuerpos encontrándose resonó en la habitación, un golpeteo rítmico que coincidió con los latidos de su corazón. La respiración de Irilith llegó en jadeos cortos y entrecortados, su cuerpo temblando por el esfuerzo de mantener incluso esta pequeña cantidad de resistencia.
—Mírame —ordenó Dante, con voz aguda y autoritaria mientras le agarraba la barbilla, obligándola a mirarla a los ojos—. "Quiero que me observes mientras te follo".
Los ojos de Irilith se abrieron de par en par, su visión se nubló con lágrimas mientras lo miraba. Su rostro era una máscara de concentración y placer, sus ojos se oscurecían de deseo mientras continuaba penetrándola. Al verlo, tan poderoso y en control, le provocó un escalofrío, una mezcla de miedo y deseo que la dejó sin aliento.
—Buena chica —murmuró Dante, suavizando su voz a medida que continuaba penetrándola—. "Lo estás haciendo muy bien".
—Buena chica —murmuró Dante, suavizando su voz a medida que continuaba—
Los dedos de Dante se clavaron en la suave carne de las caderas de Irilith mientras la penetraba con implacable intensidad. La habitación estaba tenuemente iluminada, proyectando largas sombras que danzaban a través de las paredes, reflejando el ritmo de sus cuerpos. El aire estaba cargado con el aroma del sudor y el sexo, una mezcla embriagadora que hizo nadar los sentidos de Dante. Podía sentir la electricidad corriendo por sus venas, un recordatorio constante de su poder, mientras surgía a través de su polla y entraba en Irilith.
El cuerpo de Irilith temblaba bajo él, sus piernas se envolvían fuertemente alrededor de su cintura, tirando de él más profundamente con cada embestida. Su espalda se arqueó, presionando sus pechos contra el pecho de él, y su respiración llegó en jadeos entrecortados. La sensación de su polla electrificada dentro de ella era abrumadora, una mezcla de dolor y placer que la dejaba sin aliento. Podía sentir cómo la magia se alimentaba de sus reacciones, amplificando las sensaciones hasta que eran casi insoportables.
"¡Más profundo!" Ella jadeó, con la voz ronca por los gritos. "¡No pares!"
Dante sonrió, sus ojos oscuros por la lujuria mientras la veía retorcerse debajo de él. Podía ver la desesperación en sus ojos, la forma en que se aferraba a él como si fuera su salvavidas. Solo alimentó su deseo, haciendo que quisiera empujarla más allá, hacerla rogar por más.
Se inclinó hacia adelante, sus labios rozando su oreja mientras susurraba: "¿Quieres más, esclava?"
Irilith asintió frenéticamente, sus manos arañando su espalda mientras intentaba acercarlo. —Sí, amo —suspiró—. "¡Quiero más!"
Dante apretó sus caderas con más fuerza, sus dedos se clavaron en su carne mientras aumentaba la intensidad de sus embestidas. Podía sentir la electricidad surgiendo a través de su polla, enviando olas de placer a través de su cuerpo. Podía ver la forma en que su cuerpo se convulsionaba a su alrededor, la forma en que sus músculos se contraían y soltaban con cada movimiento. Era embriagador, una ráfaga de poder que hizo que su corazón se acelerara.
"¡ chupamela ahora más profundo!", ordenó, con voz áspera y exigente.
Irilith gimió, sus ojos le suplicaban que se detuviera. Pero Dante era implacable. Le obligó a bajar aún más la cabeza, hundiendo su polla más profundamente en su garganta. La electricidad se disparó, enviando olas de placer a través de su cuerpo. Podía sentir el calor que se acumulaba, la intensidad de la magia que le hacía sentir un cosquilleo en la piel.
El cuerpo de la chica se puso rígido, su garganta espasmódica alrededor de su polla mientras luchaba por respirar. El humo del cigarro llenó sus pulmones, haciéndola toser y ahogarse. Pero a Dante no le importó. Lo único que le importaba era la sensación de su boca apretada y húmeda alrededor de su polla, la forma en que su garganta se apretaba y soltaba con cada embestida.
Con una última y poderosa embestida, clavó su polla profundamente en su garganta, manteniéndola allí mientras ella jadeaba por aire. El cuerpo de la muchacha se convulsionó, sus manos se aferraron a sus muslos mientras intentaba alejarse. Pero el agarre de Dante era inflexible, sus dedos se clavaron en la carne de su cuello mientras la mantenía en su lugar.
El cuerpo de la chica se quedó inerte, su garganta se relajó alrededor de su polla mientras se entregaba a las sensaciones. haciéndola toser y ahogarse. Pero a Dante no le importó. Lo único que le importaba era la sensación de su boca apretada y húmeda alrededor de su polla, la forma en que su garganta se apretaba.
Tiempo después ella caía medio desmayada en el suelo mientras desde su vagina se salía todo el semen que había inyectado durante horas. su cuerpo tembloroso todavía bajo el control de las vibraciones y las sensaciones que no cesaban. Dante, satisfecho con lo que había logrado, la observaba desde su lugar, con esa mirada triunfante que tanto la había atormentado.
Dante se levantó lentamente de la cama, observando el cuerpo agotado de Irilith. Los dispositivos seguían activos, las vibraciones constantes y las descargas que todavía la mantenían al borde del placer. Sabía que ahora su cuerpo pertenecía a él en cada sentido posible.
—Esto es solo el principio, Irilith —dijo Dante, mientras la miraba con esa mezcla de superioridad y satisfacción—. No solo eres mía, sino que tu lugar aquí está completamente asegurado.
Irilith no dijo nada. Apenas podía moverse. Sabía que Dante no mentía, que sus palabras eran más que promesas: eran una realidad de la que no podía escapar. Cada intento de rebelarse solo la llevaría a más humillación, y cada vez que trataba de resistirse, su cuerpo la traicionaba una vez más, entregándose a los deseos que Dante había implantado en ella.
Con un gesto de su mano, Dante desactivó temporalmente los dispositivos, dándole a Irilith un breve respiro. Aunque sabía que ese descanso era solo una tregua, era algo que su cuerpo necesitaba desesperadamente. Respiró profundamente, intentando calmarse, pero las sensaciones aún recorrían cada parte de su ser, como si el eco de los dispositivos siguiera ahí, recordándole que nunca volvería a ser la misma.
—Descansa por ahora —dijo Dante, mientras se alejaba—. No será la última vez que necesite tu... dedicación.
La elfa no respondió, pero en sus ojos se podía ver la aceptación de su nueva realidad. Dante había ganado, y ahora ella era suya, un peón más en su creciente imperio de poder.
Mientras Dante salía de la habitación, el sonido de la puerta cerrándose detrás de él resonó como un eco en el silencio de la estancia. Irilith, sola en la cama, se quedó mirando el techo, su mente aún luchando por procesar lo que había sucedido. Sabía que nunca más volvería a ser la misma, y que la sumisión que Dante había forjado en ella era algo que no podría romper.
Y mientras el mundo afuera continuaba moviéndose, dentro de la mansión, Irilith se encontraba atrapada en un ciclo interminable de placer y desesperación, su voluntad destruida y su vida controlada por el hombre que había logrado someterla.