Chereads / Arruinado en Otro Mundo / Chapter 29 - Capítulo 29: El precio de la indiferencia

Chapter 29 - Capítulo 29: El precio de la indiferencia

La ciudad vivía bajo una aparente prosperidad gracias a la generosidad casi absurda de Dante. La comida, prácticamente regalada, mantenía a los ciudadanos tranquilos y agradecidos. Sin embargo, la realidad era mucho más caótica fuera de las murallas. Los demonios continuaban avanzando, los reinos caían uno tras otro, y los refugiados se agolpaban en las puertas de la capital. Pero para Dante, nada de eso importaba.

Sentado en su mansión, Dante observaba la ciudad sin interés real. Había hecho todo lo que le apetecía. Había bajado los precios, había llenado la ciudad de comida y, en el proceso, había atrapado a muchos en su red de deudas. Pero todo eso lo había hecho simplemente porque le había dado la gana, no porque tuviera algún interés en el poder o en dominar a nadie.

—¿Poder? —se había reído cuando uno de sus sirvientes intentó sugerirle que su control sobre la ciudad era absoluto—. No me interesa el poder. Solo hago lo que quiero. Que la ciudad esté bajo mi control es solo una consecuencia.

Dante no veía nada emocionante en gobernar a un montón de personas que apenas podían mantenerse de pie sin su ayuda. Todo lo que había hecho, lo había hecho porque le resultaba entretenido en ese momento. Si mañana decidía subir los precios o cerrar su local, lo haría sin dudarlo. Su humor cambiaba de forma impredecible, y la ciudad entera vivía a merced de esos caprichos.

La ciudad, por su parte, seguía viviendo en esa calma frágil, agradeciendo cada día que Dante seguía regalando comida. Pero lo que no sabían es que para Dante, todo esto era un juego sin sentido. No tenía ningún objetivo más allá de satisfacer su propia diversión temporal.

Irilith, completamente sumisa y sin vestigio alguno de la guerrera que había sido, cumplía sus funciones mecánicamente. No había ni siquiera un destello de resistencia en ella. Se había convertido en un objeto más para los caprichos de Dante, y su mente ya estaba perdida en la sumisión total. Para ella, no quedaba más que seguir sirviendo, sin esperanza de cambiar su destino.

Mientras tanto, las calles de la ciudad comenzaban a llenarse de más refugiados. Los que lograban entrar lo hacían desesperados, buscando un refugio seguro, ajenos a la realidad de que dentro de las murallas, solo dependían de los caprichos de un hombre al que nada le importaba. Y los nobles, incapaces de hacer nada, seguían observando desde sus posiciones privilegiadas, con la esperanza de que Dante continuara siendo generoso.

Pero Dante, mirando el caos desde su mansión, solo se encogía de hombros. ¿Qué importaba todo esto? Para él, la ciudad, los nobles, los refugiados y los demonios eran solo una distracción temporal. Si algún día se aburría de jugar, los dejaría a todos a su suerte sin pensarlo dos veces.

A pesar de la abundancia de comida, la tensión en la ciudad seguía aumentando. Los refugiados, que llegaban en oleadas cada vez más grandes, sobrecargaban la capacidad de la ciudad para mantener el orden. Los mercados seguían abiertos y la gente seguía comprando, pero los rostros de preocupación eran cada vez más evidentes. La comida era barata, sí, pero todo lo demás empezaba a escasear. Los precios de bienes esenciales como la medicina y las herramientas habían alcanzado niveles absurdos, y la incertidumbre se sentía en el aire.

Las plazas, que una vez estuvieron llenas de conversaciones despreocupadas, ahora eran el epicentro de discusiones sobre el futuro incierto. Los comerciantes se quejaban en voz baja, los nobles se mantenían al margen, y los refugiados traían consigo historias de horror sobre lo que les esperaba más allá de las murallas de la ciudad. Algunos incluso comenzaban a cuestionar la estabilidad de la barrera mágica que los protegía de los demonios.

Dante, por su parte, lo observaba todo desde la distancia. Sabía que la ciudad estaba al borde de la desesperación, pero no le importaba. Si todo colapsaba, sería solo porque él lo permitía. Podía detener la catástrofe si quería, pero ¿para qué? A sus ojos, el caos que se avecinaba no era más que otra forma de entretenimiento.

De hecho, estaba considerando nuevas formas de divertirse. La llegada masiva de refugiados le ofrecía una oportunidad tentadora para hacer lo que le diera la gana. Quizás abrir otro negocio, uno que aprovechara aún más la desesperación de la gente. O tal vez simplemente ignorar todo, como solía hacer, y ver cómo se desmoronaba el mundo a su alrededor.

En las calles, la gente comenzaba a notar que los guardias estaban cada vez más tensos, luchando por mantener el orden. Ya habían surgido algunos altercados entre los refugiados y los ciudadanos locales, y aunque los disturbios habían sido menores, era solo cuestión de tiempo antes de que todo explotara. La reina, encerrada en su castillo, también sentía la presión. Sabía que sin la intervención de Dante, la ciudad no resistiría, pero al mismo tiempo, era consciente de que depender de un hombre tan impredecible era arriesgado.

Dante, ajeno a todas esas preocupaciones, continuaba con su vida despreocupada, sin importarle lo que sucediera afuera. Y mientras el caos crecía, él seguía observando con una sonrisa.

Dante observaba el caos creciente en la ciudad desde una de las ventanas de su mansión. Al principio, toda la situación había sido entretenida para él. La gente dependiendo de sus caprichos, los nobles mirándolo con recelo, los refugiados desesperados por comida que él regalaba casi por deporte… pero ahora, todo esto empezaba a aburrirle. Lo que había comenzado como un simple juego ya no tenía la misma gracia.

Además, los demonios seguían acercándose, y aunque la barrera que había creado seguía en pie, sabía que tarde o temprano tendría que hacer algo al respecto, porque si los demonios lograban atravesarla, toda la ciudad caería en cuestión de días. Y claro, eso significaría que los malditos nobles y la reina volverían a molestarle una vez más, suplicándole por su ayuda, cuando lo único que quería era que lo dejaran hacer lo que le diera la gana sin tener que escuchar sus constantes problemas.

—Joder... —murmuró Dante para sí mismo, mientras se pasaba una mano por el pelo—. Ni siquiera puedo estar en paz en esta ciudad de mierda.

Había pasado demasiado tiempo haciéndose pasar por un noble gilipollas, y lo que en su momento le sirvió para mantener a la gente bajo control, ahora se estaba volviendo una molestia. Si seguía así, pronto estarían todos rogándole por soluciones, y lo último que necesitaba era ser el salvador de estos humanos primitivos que apenas sabían contar hasta diez.

—Tengo que encontrar una manera de mandar a esos demonios a tomar por culo... —dijo en voz alta, aunque no había nadie más en la sala.

Lo que más le molestaba era que la situación lo obligaba a pensar. Y pensar en cómo solucionar este problema no era algo que le apeteciera hacer. Si tan solo pudiera deshacerse de los demonios de una vez por todas, podría seguir con su vida, sin que nadie le molestara. Pero claro, no era tan sencillo. Estos demonios no eran tan idiotas como la gente de la ciudad, y simplemente invocar algún truco barato no los haría desaparecer.

Se levantó del sillón y comenzó a caminar por la habitación, irritado por la situación. Sabía que tenía el poder para deshacerse de los demonios, pero tenía que encontrar la manera más sencilla y efectiva, sin tener que involucrarse demasiado.

—Podría crear alguna especie de barrera impenetrable y que no me jodan más —pensó en voz alta—. O mejor aún, inventar algún tipo de señuelo para que los muy cabrones se vayan a otro lado...

La idea le resultaba atractiva. Si lograba desviar la atención de los demonios hacia otro objetivo, podría quitárselos de encima sin tener que mover un dedo más de lo necesario.

—Sí... que se vayan a joder a otro sitio y me dejen en paz —murmuró con una sonrisa socarrona.

Mientras seguía dándole vueltas a la idea, comenzó a planear cómo podría engañar a los demonios, haciéndoles creer que había algo más interesante que la capital que estaban a punto de asediar. Sabía que no sería fácil, pero la simple idea de quitárselos de encima ya lo hacía sentirse mejor. Al final, lo único que quería era continuar con su vida, sin tener que estar constantemente resolviendo los problemas de esta gente estúpida.

Dante suspiró, dejando caer su peso sobre el respaldo de un sillón.

—Al final siempre me toca a mí arreglar todo... —dijo con sarcasmo, mirando el techo.

Pero esta vez, lo haría a su manera. Encontraría la forma de hacer que todos lo olvidaran y, con suerte, los demonios también.