Dante observaba desde la ventana de su mansión, mirando cómo la ciudad se movía bajo la luz del sol. Sabía que, aunque la barrera mágica protegía la ciudad de los demonios, las intrigas en la corte y las tensiones entre los nobles seguían creciendo. Pero él no estaba particularmente preocupado por eso. Ahora tenía una nueva distracción.
Irilith, su nueva asistenta personal, se movía por la habitación con la elegancia y la fuerza de una guerrera, aunque su nuevo rol era bastante diferente al que había tenido en su vida anterior. A pesar de la situación humillante, mantenía su porte firme y su actitud desafiante. Los dispositivos que Dante había creado para ella, el pequeño dildo y las lonchas de plástico que emitían vibraciones y descargas controladas, estaban siempre presentes, una constante e inescapable parte de su nueva realidad.
Dante, sentado cómodamente en un sillón, observaba a Irilith con una mezcla de entretenimiento y curiosidad. Sabía que, a pesar de su actitud exterior, los efectos de sus "juguetes" estaban comenzando a manifestarse lentamente. Cada vez que ella trataba de relajarse, las vibraciones aumentaban, manteniéndola en un estado de alerta constante. Aunque intentaba disimularlo, Dante podía notar los pequeños gestos, los sutiles movimientos que revelaban su incomodidad.
—Te estás adaptando bien, Irilith —dijo Dante, con una sonrisa perezosa mientras cruzaba las piernas—. Me pregunto cuánto tiempo más podrás mantener esa fachada de fuerza.
Irilith, que estaba organizando unos documentos en un escritorio cercano, no respondió de inmediato. Sus manos se movían con precisión, pero Dante sabía que estaba luchando por mantener la compostura. Finalmente, se volvió hacia él, su mirada verde intensa clavada en la suya.
—Soy una guerrera, no una esclava complaciente —respondió con voz firme—. No importa lo que me pongas, no lograrás doblegarme.
Dante soltó una risa suave, claramente disfrutando de su resistencia. Era lo que más le entretenía de ella. Sabía que su fuerza de voluntad era lo que la hacía interesante, y ese desafío constante era parte del juego.
—No necesito que te doblegues, Irilith —respondió, mientras se recostaba más en el sillón—. Solo necesito que sigas haciendo tu trabajo. Pero... eso no significa que no pueda divertirme mientras lo haces. —Hizo una pausa, disfrutando del momento—. Después de todo, una asistenta personal debe cumplir su rol a la perfección, ¿no es así?
Irilith lo miró por un segundo más, luego asintió brevemente antes de volver a sus tareas. Sabía que no podía escapar de los dispositivos que él le había puesto, pero su orgullo como guerrera la mantenía firme, incluso mientras las vibraciones suaves en su cuerpo seguían recordándole que ya no estaba en control de sí misma.
—Por cierto —dijo Dante, como si de repente hubiera recordado algo—, pronto voy a hacerte un nuevo uniforme. Algo más... apropiado para tu nuevo rol.
La mirada de Irilith se endureció por un breve instante, pero no dijo nada. Sabía que cualquier intento de resistencia solo serviría para alimentar el ego de Dante, y aunque no lo mostraría, la idea de llevar un uniforme creado por él la irritaba profundamente. Sin embargo, ella mantenía su enfoque, decidida a no darle el placer de verla alterada.
Dante, por su parte, no podía esperar a ver cómo Irilith se adaptaba a su nueva apariencia. Tenía claro que su próximo movimiento sería diseñar un uniforme descaradamente provocador, algo que mantuviera la apariencia de una sirvienta de alta clase, pero con un toque completamente pornográfico. Ya estaba pensando en los detalles: tela ajustada, cortes reveladores, y por supuesto, los dispositivos seguirían siendo parte integral de su atuendo.
—Oh, no te preocupes, Irilith —añadió Dante con una sonrisa sarcástica—. Te aseguro que te verás... espectacular.
Irilith no respondió, pero sus manos temblaron ligeramente mientras continuaba con sus tareas, una señal clara de que, aunque mantenía su actitud desafiante, los efectos de la situación comenzaban a calar en su interior. Dante lo notó, y eso solo lo hizo sonreír aún más.
La tarde avanzaba lentamente, el sol descendía en el horizonte mientras una luz anaranjada iluminaba suavemente la mansión de Dante. Sentado en su estudio, con los pies apoyados en un escritorio lleno de pergaminos y libros antiguos, Dante disfrutaba del silencio momentáneo. Sabía que Irilith, siempre a su disposición, estaba ocupada con las tareas que le había encomendado, pero su mente ya estaba enfocada en su siguiente "proyecto": el uniforme.
Sonrió para sí mismo, saboreando la anticipación de lo que estaba a punto de crear. Si bien Irilith seguía siendo una guerrera firme y orgullosa, era el tipo de mujer a la que Dante disfrutaba doblegar de manera sutil, jugando con su dignidad sin romperla del todo. El uniforme sería una extensión de ese juego, una herramienta más para mantener el control.
—Bien, hora de crear algo... memorable —murmuró para sí mismo.
Con un simple movimiento de su mano, comenzó a invocar las prendas de ropa que formarían el nuevo atuendo de su asistenta personal. Primero, una blusa ajustada, hecha de una tela fina y traslúcida, lo suficientemente ajustada como para moldear su figura, pero lo suficientemente reveladora como para dejar poco a la imaginación. Las mangas eran cortas, con delicadas cintas que rodearían sus brazos. El escote, profundo y provocador, terminaba en un lazo que apenas mantenía la prenda en su sitio.
—Perfecto, esto debería mantener su actitud bajo control —dijo Dante con una sonrisa maliciosa mientras creaba la falda.
La falda era corta, demasiado corta para ser práctica, hecha de la misma tela traslúcida que dejaba entrever su piel. Cinturones de cuero oscuro adornaban las caderas, dándole un toque agresivo, pero sexy, como si cada elemento del uniforme intentara balancear la provocación con la fuerza que caracterizaba a Irilith. Por supuesto, no faltaron los detalles adicionales: una liga apretada que rodeaba su muslo, con pequeñas correas que conectaban con la falda, dando la impresión de que todo estaba diseñado para realzar su feminidad y al mismo tiempo, recordarle su nueva condición.
—Ahora, lo que realmente importa —murmuró Dante, pensando en los dispositivos que ya había puesto en Irilith.
Con un chasquido de dedos, modificó los pequeños objetos que ya había pegado en su cuerpo. El dildo que llevaba dentro sería invisible bajo la falda, pero sus efectos seguirían siendo igual de intensos. Lo ajustó para que respondiera no solo a sus latidos, sino también a sus movimientos; cada vez que se inclinara, caminara o hiciera cualquier esfuerzo físico, el dispositivo aumentaría su intensidad. Las lonchas en sus pezones, siempre pegadas a su piel, vibrarían ligeramente con cada paso que diera, un recordatorio constante de que estaba bajo el control de Dante, por mucho que intentara mantener su compostura.
Una vez satisfecho con el diseño del uniforme, Dante convocó a Irilith al estudio. No tardó mucho en llegar, su andar elegante pero firme. Su expresión, aunque serena, mostraba el mismo desafío de siempre, una resistencia silenciosa que nunca dejaba de intrigar a Dante.
—He terminado de crear algo especial para ti —dijo él, recostándose en su silla y observándola con detenimiento—. Tu nuevo uniforme. Creo que te encantará... o al menos, me encantará a mí.
Irilith no respondió inmediatamente. Su mirada recorrió las prendas que Dante había invocado, y aunque no dijo nada, la rigidez en su postura lo decía todo. Era una guerrera orgullosa, y ahora, Dante la obligaba a vestir algo que transformaría su imagen completamente. Pero él sabía que su fuerza no residía solo en sus habilidades físicas; era su mente la que aún resistía, y eso lo hacía disfrutar aún más de la situación.
—Póntelo —ordenó Dante, sin moverse de su asiento—. Quiero ver cómo te queda.
Irilith lo miró por un momento, sus ojos verdes reluciendo con una furia contenida. No obstante, sabía que desobedecer no era una opción. Con un leve suspiro, tomó las prendas de la mesa y se giró para ponerse el uniforme en silencio.
Dante, observando cada movimiento, sonrió para sí mismo. Sabía que para ella, cada segundo de esto era una humillación, y eso solo hacía que el momento fuera aún más dulce. Cuando finalmente Irilith se giró para enfrentarlo, vestida con el uniforme que él mismo había creado, Dante se permitió admirar su trabajo.
—Perfecta —dijo en voz baja, sus ojos recorriendo el cuerpo de Irilith de arriba abajo—. Justo lo que esperaba.
La blusa ajustada y la falda corta acentuaban su figura, pero era la tensión en su mirada lo que más le fascinaba. A pesar del control que él ejercía sobre ella, Irilith aún se mantenía firme, sin quebrarse ante la humillación.
—Ahora, querida Irilith, veamos cómo manejas tus tareas diarias... con esto puesto. —Dante se levantó, acercándose lentamente—. Y recuerda, estos dispositivos que llevas puestos son solo para asegurarme de que te mantengas... enfocada.
Irilith asintió, apretando los puños, pero manteniendo su compostura. Dante sabía que, con el tiempo, los efectos se harían más evidentes, y su resistencia se erosionaría poco a poco.
—Perfecto. Esto va a ser... muy entretenido —dijo Dante mientras se alejaba, dejándola sola en la habitación para que comenzara con sus deberes.
Irilith, vestida con el uniforme descaradamente revelador que Dante le había diseñado, se mantenía de pie, aún digna y altiva a pesar de la humillación que acababa de pasar. El dildo y las lonchas seguían emitiendo sus vibraciones controladas, pero la elfa, con una determinación implacable, se esforzaba por no mostrar ninguna reacción. Para ella, esto era un combate más, uno diferente a los que estaba acostumbrada, pero igual de crucial para su honor.
Dante la observaba con una mezcla de satisfacción y diversión. Sabía que la verdadera batalla no era física, sino psicológica. Cada pequeña incomodidad, cada mínima reacción contenida de Irilith era una victoria para él. No obstante, no tenía prisa. Disfrutaba de este juego a largo plazo.
—Bien, Irilith —dijo, mientras caminaba hacia ella, inspeccionándola como si fuera una obra de arte en exhibición—, veo que el uniforme te queda... como un guante. Debo decir que te ves perfecta. Aunque claro, eso era de esperarse.
Irilith lo miró, sus ojos verdes llenos de fuego, pero se mantuvo en silencio. Sabía que cualquier palabra en ese momento podría ser usada en su contra, así que optó por no darle esa satisfacción. Dante sonrió, sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo. El silencio de Irilith no era una victoria para ella, sino una táctica para resistir su humillación. Pero él, paciente como era, sabía que el tiempo estaba de su lado.
—Vamos a ver qué tan bien puedes manejarte ahora —dijo Dante mientras se recostaba en un sillón cercano, cruzando los brazos detrás de la cabeza—. Empieza por limpiar esta sala. Quiero que todo esté impecable. Y asegúrate de hacerlo bien, ¿entendido?
Irilith asintió lentamente, apretando los labios para contener cualquier comentario mordaz que pudiera surgir. Era una guerrera, entrenada en el arte del combate, pero ahora se encontraba obligada a servir como una simple asistenta, con un uniforme que insultaba su dignidad. Sin embargo, a pesar de todo, su espíritu seguía siendo indomable.
Sin decir una palabra, comenzó a trabajar. Tomó los implementos de limpieza que Dante había dejado a su disposición y se movió con una gracia fluida, limpiando cada rincón de la sala. Cada paso que daba, cada vez que se agachaba o inclinaba, las vibraciones del dildo y las lonchas se intensificaban, recordándole que no tenía control total sobre su cuerpo. A pesar de su intento por ignorar esas sensaciones, Dante podía ver cómo sus manos temblaban ligeramente cuando se apoyaba sobre el suelo, o cómo sus respiraciones se volvían un poco más profundas de lo normal.
—Vaya, Irilith, parece que te cuesta un poco concentrarte, ¿no? —comentó Dante desde su cómodo asiento, disfrutando del espectáculo—. Pero no te preocupes, estoy seguro de que lo harás bien. Solo sigue trabajando... y trata de no pensar demasiado en lo que llevas puesto.
Irilith no le dirigió la mirada, pero él sabía que estaba resistiendo el impulso de confrontarlo. Las vibraciones aumentaban y disminuían al ritmo de sus movimientos, jugando con su resistencia mental y física. A cada paso que daba, era como si su propio cuerpo estuviera en su contra, y aunque intentaba ignorarlo, el control que Dante tenía sobre la situación la frustraba más de lo que jamás admitiría.
Pasaron varios minutos de silencio, con Irilith enfocada en su tarea y Dante observándola con esa mirada perezosa pero atenta. A pesar de la humillación, la elfa mantenía su postura digna, moviéndose con precisión y elegancia. Pero Dante sabía que, con el tiempo, esos pequeños detalles se acumularían. No era un hombre de prisas, y estaba dispuesto a disfrutar de cada momento.
—Sabes —dijo Dante después de un rato, rompiendo el silencio con su tono despreocupado—, creo que podrías hacerlo un poco más... entretenido. —Se inclinó hacia adelante, con una sonrisa burlona en los labios—. Vamos, Irilith, ¿qué tal si haces esto con un poco más de entusiasmo? Hazlo para mí, y tal vez te recompense.
La elfa se detuvo por un breve segundo, sus manos apretadas sobre el trapo que sostenía. Sabía que no podía negarse sin consecuencias, pero el simple hecho de seguir sus órdenes ya la irritaba profundamente. Aun así, decidió mantener la calma, optando por no responder a su comentario.
—Nada que decir, ¿eh? —Dante se rió suavemente—. Está bien, puedo esperar. A fin de cuentas, esto es solo el principio. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Irilith continuó con su trabajo, su cuerpo sometido a una lucha constante entre el control de su voluntad y las sensaciones que le imponían los dispositivos. Pero ella no se rendiría tan fácilmente. A pesar de la incomodidad, la humillación y el control que Dante ejercía sobre ella, su espíritu seguía resistiendo, como siempre lo había hecho.
Dante, satisfecho con su victoria momentánea, la dejó continuar con sus tareas. Sabía que este juego apenas estaba comenzando, y que con cada día que pasara, Irilith se vería más y más atrapada en su red de manipulaciones. Y eso era lo que realmente lo mantenía entretenido.
—Sigue así, Irilith —dijo finalmente, recostándose de nuevo en su sillón—. Eres una excelente asistenta. Y yo soy un hombre paciente. Veamos cuánto tiempo puedes durar.