La ciudad, ya golpeada por la desesperación, comenzó a hundirse aún más en el caos tras la apertura del nuevo local de Dante. En cuestión de días, la noticia de que existía un lugar donde podían conseguir alimentos frescos se extendió como un reguero de pólvora por las calles. Los ciudadanos, hambrientos y desesperados, se agolpaban frente al establecimiento, pero rápidamente se dieron cuenta de que solo unos pocos privilegiados podrían permitirse comprar algo.
Las puertas del local estaban custodiadas por guardias contratados por Dante, asegurándose de que solo los que tenían dinero suficiente, o estaban dispuestos a firmar la temida póliza, pudieran entrar. Las multitudes de plebeyos se arremolinaban fuera, suplicando, gritando, y en algunos casos, ofreciendo cualquier cosa por un pedazo de comida.
Desde su mansión, Dante observaba con satisfacción cómo la ciudad comenzaba a fracturarse aún más. Sabía que este caos solo incrementaría su control, y con cada ciudadano que firmaba una póliza, su poder crecía. Los nobles intentaban mantener su estatus, comprando grandes cantidades de comida para asegurarse de que ellos no sufrían las penurias que afectaban a los demás, pero incluso ellos comenzaban a sentir la presión.
Irilith, encargada de supervisar el funcionamiento del local, no pudo evitar sentir una punzada de culpa mientras observaba las caras hambrientas de las personas que no podían acceder a la comida. Sabía que lo que Dante estaba haciendo era cruel, pero, como siempre, estaba atada a su papel. Aun así, su conciencia no la dejaba en paz.
—Todo está... funcionando como esperabas —dijo Irilith cuando volvió a la mansión de Dante para informarle del progreso. Su cuerpo, todavía bajo el control de los dispositivos que Dante le había colocado, luchaba por mantener la compostura mientras hablaba—. Muchos han firmado las pólizas, y los que no pueden pagar... simplemente se han ido.
Dante asintió, sonriendo con satisfacción.
—Era de esperar. Sabía que, tarde o temprano, todos cederían —dijo mientras jugueteaba con una copa de vino en la mano—. La desesperación es una herramienta muy útil. ¿Y cuántos han aceptado convertirse en esclavos? ¿Alguno interesante?
Irilith tomó una respiración profunda, sintiendo el collar en su cuello pulsar suavemente, aumentando su incomodidad.
—No muchos todavía... pero la situación empeora día a día. Pronto, muchos más acudirán a ti, sin otra opción.
Dante rió suavemente, disfrutando de cada palabra.
—Eso es exactamente lo que quiero oír. Pronto, la ciudad entera se arrodillará ante mí. Y la reina... bueno, incluso ella tendrá que admitir su derrota cuando vea que controlo todo.
Las palabras de Dante resonaban con una seguridad abrumadora. Él sabía que tenía el control total de la ciudad; no había forma de que alguien escapara a su red. Mientras los nobles y los plebeyos seguían luchando por sobrevivir, él se deleitaba en la idea de que, tarde o temprano, todos estarían bajo su poder, directa o indirectamente.
—Debes seguir vigilando el local —ordenó Dante, mientras su mirada se oscurecía—. No quiero sorpresas, y menos ahora que estamos tan cerca del objetivo final. Y recuerda, si alguien no puede pagar... es mío.
Irilith asintió lentamente, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba ante el mandato de Dante. Sabía que su poder sobre la ciudad estaba alcanzando niveles peligrosos, y aunque parte de ella deseaba rebelarse, sabía que estaba atrapada en su juego.
Mientras la noche caía sobre la ciudad, las sombras del hambre se extendían por cada rincón. Las familias seguían sufriendo, los ciudadanos seguían desesperados, y Dante, desde la seguridad de su mansión, continuaba observando todo como un titiritero, tirando de los hilos de la vida de cada persona que se encontraba bajo su sombra.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. El caos que Dante había desatado en la ciudad comenzó a tener efectos devastadores. La mayoría de los ciudadanos, incapaces de pagar las exorbitantes sumas de dinero o de cumplir con los términos de las pólizas usureras, se vieron obligados a firmar su libertad. Muchos de ellos fueron convertidos en esclavos y trasladados a la mansión de Dante, donde perdieron su estatus de ciudadanos y pasaron a formar parte de su creciente red de sirvientes.
En la mansión, la dinámica había cambiado. Lo que antes había sido un lugar tranquilo, lleno solo de opulencia y el control de Dante sobre Irilith, ahora se había convertido en un centro de actividad frenética. Los nuevos esclavos, completamente sometidos, trabajaban sin descanso. Algunos cuidaban los extensos jardines, otros limpiaban los salones o cocinaban, y muchos se ocupaban de las tareas más duras, como mantener el orden y abastecer el local de alimentos.
Dante, por supuesto, no tenía ningún interés en los detalles de la vida de los esclavos. Para él, eran simplemente peones en su gran juego de poder. Mientras observaba desde las alturas de su mansión cómo los recién llegados trabajaban con desesperación, no podía evitar sonreír ante su éxito. Había logrado lo que se proponía: controlar no solo la ciudad, sino también las vidas de cientos de personas.
—¿Cuántos más han llegado hoy? —preguntó Dante un día, mientras observaba desde una ventana a un grupo de nuevos esclavos ser escoltados dentro de los terrenos de su mansión.
Irilith, quien aún lidiaba con las constantes sensaciones de los dispositivos que llevaba, respondió con calma, aunque su cuerpo temblaba ligeramente.
—Hoy han llegado veinte más —dijo, con un tono que intentaba ocultar la repulsión que sentía por la situación—. Todos ellos han firmado las pólizas, y como no pudieron pagar sus deudas, ahora están aquí para trabajar.
Dante asintió, complacido con la noticia.
—Perfecto. Con cada día que pasa, mi poder sobre esta ciudad crece. Y estos esclavos no solo trabajarán para mí, sino que me recordarán el control que tengo sobre todos ellos. —Se giró hacia Irilith, sus ojos llenos de malicia—. ¿No es hermoso ver cómo la desesperación de las personas los lleva a entregarse completamente a mí?
Irilith apretó los labios, sabiendo que no había nada que pudiera decir para cambiar la situación. Desde su lugar, podía ver a los nuevos esclavos trabajando en los jardines bajo la supervisión de otros esclavos más antiguos, todos marcados por la derrota en sus miradas. Eran personas que, en otro tiempo, habían sido ciudadanos libres, pero ahora sus vidas estaban totalmente bajo el control de Dante.
A pesar de la creciente actividad en la mansión, Dante mantenía un nivel de despreocupación absoluto. Sabía que todo iba según lo planeado, y cada nuevo esclavo era una confirmación de su éxito. Para él, no había nada más satisfactorio que ver cómo su control sobre la ciudad aumentaba sin que nadie pudiera detenerlo.
—Pronto, no quedará nadie en esta ciudad que no esté bajo mi control —dijo Dante, mientras volvía a su sillón—. Los que no son esclavos aún se convertirán en uno tarde o temprano. Incluso los nobles terminarán cayendo en mis redes.
Los días seguían pasando, y la mansión de Dante se llenaba cada vez más de esclavos. Para los ciudadanos, la ciudad ya no era un refugio seguro; era una prisión donde, poco a poco, todos estaban destinados a perder su libertad. Mientras tanto, Dante, desde su trono de poder, continuaba expandiendo su control, disfrutando de la desesperación de aquellos que habían caído bajo su dominio.
Después de meses de resistencia, la reina finalmente se presentó ante Dante para cumplir el trato. La situación en la ciudad era insostenible: el hambre y la desesperación se habían extendido por todos los rincones, y la mayoría de los ciudadanos ahora veían a Dante como el verdadero poder detrás del suministro de alimentos. Con el peso de la derrota sobre sus hombros, la reina sabía que ya no tenía margen para negociar.
Cuando entró en la mansión de Dante, el aire estaba cargado de tensión. Dante, recostado en su sillón habitual, la recibió con una sonrisa fría, disfrutando del momento que había esperado tanto tiempo. Sabía que, por fin, la reina estaba completamente a su merced.
—Así que al fin has decidido aparecer —dijo Dante, su voz impregnada de sarcasmo—. ¿Vienes a cumplir tu promesa después de tantos meses? ¿O simplemente has venido a ofrecerme alguna otra excusa? —Dante la miraba con desdén, sabiendo que la reina estaba atrapada.
La reina, a pesar de la situación, mantuvo la compostura, aunque su semblante reflejaba la presión a la que estaba sometida.
—Estoy aquí para cumplir mi parte del trato —dijo con firmeza—. Tú has mantenido la barrera, y yo vengo a saldar mi deuda.
Dante se levantó de su asiento y comenzó a caminar lentamente alrededor de la reina, disfrutando del poder que ejercía sobre ella. La ciudad estaba bajo su control, y ahora la propia reina estaba a punto de caer en su red.
—Has tardado demasiado —dijo Dante, deteniéndose frente a ella—. Y eso tiene consecuencias. No me basta con que ahora estés dispuesta a cumplir. Quiero más.
Con un chasquido de dedos, Dante hizo aparecer los mismos dispositivos que ya había usado con Irilith: el pequeño dildo, las lonchas vibrantes para los pezones y el collar que intensificaba las sensaciones con cada respiración. Pero había un añadido. En su mano apareció un pequeño frasco rosa, conectado a un tubo fino que se dirigía al dildo.
—Esto es lo que sucederá —continuó Dante, mientras observaba la reacción de la reina—. Llevarás estos juguetes, igual que Irilith. Pero debido a tu demora, estarás un mes entero con ellos sin poder quitártelos. —La reina intentó ocultar su nerviosismo mientras Dante se acercaba más—. Este frasquito —dijo, levantando el frasco rosa— contiene un líquido especial. Cada vez que te excites, el líquido fluirá y hará que tus sensaciones se intensifiquen... hasta que no puedas más.
La reina tragó saliva, comprendiendo el castigo al que estaba siendo sometida. No solo debía cumplir su promesa, sino que Dante la estaba forzando a pasar por un tormento continuo antes de que pudiera siquiera pensar en saldar su deuda.
—Y hay algo más —añadió Dante, su voz tomando un tono aún más siniestro—. Mientras lleves esto puesto, bajaré los precios de mi local al mínimo, casi gratis. De esa forma, toda la ciudad podrá comer sin sufrir más hambre. —Se inclinó ligeramente hacia ella, disfrutando de su expresión—. Pero no devolveré a los esclavos que ya tengo. Ellos siguen siendo míos.
La reina lo miró, sus ojos llenos de conflicto. Sabía que aceptar ese trato significaba su rendición completa, pero al mismo tiempo, la ciudad necesitaba desesperadamente el alivio que Dante estaba ofreciendo. Y ahora él la tenía completamente atrapada. Si se negaba, su pueblo seguiría sufriendo, pero si aceptaba, ella misma quedaría sometida a su poder de una forma que jamás habría imaginado.
—Tendrás que soportar esto durante un mes —dijo Dante, disfrutando cada palabra—. Y cuando ese mes termine, vendrás a mí... suplicando. Solo entonces cumplirás completamente tu parte del trato.
La reina, sin más opciones, asintió lentamente. Sabía que su poder había desaparecido por completo. Dante, con una sonrisa triunfante, colocó los dispositivos sobre ella, ajustándolos perfectamente. El líquido del frasco rosa comenzó a fluir, y la reina sintió inmediatamente cómo su cuerpo reaccionaba. Cada respiración incrementaba las sensaciones, y aunque intentaba mantener el control, sabía que ese mes sería un verdadero infierno.
Dante se apartó, mirándola con satisfacción.
—Así será —dijo, volviendo a su sillón—. Durante este mes, la ciudad tendrá comida. Podrán pensar que estoy siendo generoso, pero tú sabrás la verdad. Todo esto es gracias a ti... y tu sufrimiento.
Con esas palabras, la reina salió de la mansión, sintiendo cómo el control que había tenido sobre su vida y su reino se había desvanecido. Sabía que Dante no era alguien que olvidara las deudas, y que su rendición solo era el comienzo de algo mucho peor.
Cuando la reina abandonó la mansión de Dante, a simple vista nada parecía haber cambiado. A los ojos de los guardias y cualquier otro observador, su porte seguía siendo el mismo: digno y majestuoso. Sin embargo, lo que nadie podía ver eran los dispositivos que ahora llevaba puestos, invisibles a los ojos humanos pero extremadamente presentes para ella.
Al entrar en el carruaje, todo parecía normal... hasta que las vibraciones comenzaron. De repente, un pequeño pulso recorrió su cuerpo, activando los dispositivos que Dante había colocado en ella. El dildo comenzó a vibrar suavemente, las lonchas adheridas a sus pezones emitieron pequeñas descargas, y el collar que rodeaba su cuello intensificó cada respiración, haciéndola mucho más consciente de cada inhalación que tomaba.
La reina sintió una oleada de sorpresa y temor al darse cuenta de lo que le esperaba. Cada movimiento que hacía en el asiento del carruaje enviaba nuevas sensaciones por su cuerpo. Había intentado mentalmente prepararse para lo que Dante le había dicho, pero ahora, al experimentar la realidad de su situación, entendió lo difícil que sería soportarlo.
Intentó relajarse, pero cada intento de calmarse solo hacía que las sensaciones aumentaran. Recordó las palabras de Dante: durante el tiempo que llevara los dispositivos, la comida en la ciudad sería casi gratis, asegurando que el hambre no sería un problema. Sabía que no solo era por un mes, como había pensado inicialmente, sino que mientras los dispositivos permanecieran activos en su cuerpo, la ciudad estaría abastecida. Su sacrificio era el precio que había que pagar para salvar a su pueblo de la miseria, y eso le dio algo de fuerza para resistir.
Sin embargo, cada vez que pensaba en su pueblo y en lo que había ganado con su sufrimiento, el frasco rosa conectado al dildo hacía su efecto, enviando un líquido excitante que aumentaba la intensidad de todo lo que ya sentía. Su cuerpo reaccionaba, y aunque intentaba mantener su dignidad, sabía que estaba luchando una batalla interna que no podría ganar fácilmente.
El carruaje avanzaba lentamente por las calles de la ciudad, y la reina, oculta tras las cortinas, apretó los dientes, tratando de no mostrar su sufrimiento. No podía dejar que sus guardias o cualquier otra persona viera lo que estaba ocurriendo. Para todos, ella seguía siendo la reina, la figura de poder y control, pero en su interior, las sensaciones que la recorrían amenazaban con desmoronarla.
Mientras el carruaje avanzaba hacia el castillo, la reina sabía que su tormento no había hecho más que empezar. Cada día que pasara con los dispositivos colocados sería un recordatorio de su debilidad ante Dante. Y aunque había asegurado el bienestar de su pueblo, se preguntaba cuánto tiempo más podría aguantar antes de sucumbir por completo. Sabía que, cuando ese momento llegara, sería ella quien regresara a Dante, rogándole por su liberación.