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Chapter 25 - Capítulo 25: La escasez en la ciudad

El reino estaba devastado. Aunque los demonios seguían asaltando los territorios vecinos, no destruían todo por completo; dejaban ruinas y caos a su paso. La mayoría de las ciudades y poblados del reino donde Dante se encontraba habían caído, y los pocos supervivientes se habían refugiado en la capital. La barrera mágica que protegía la ciudad, imposible de romper a menos que Dante decidiera bajarla, seguía en pie, pero el verdadero problema no era la seguridad, sino la comida.

Con la mayoría de los comerciantes ya desaparecidos y las rutas comerciales destrozadas, el abastecimiento de alimentos era casi inexistente. Los mercados, que una vez estaban llenos de vida y productos frescos, ahora se veían vacíos. La población, cada vez más desesperada, comenzaba a pelearse por las escasas provisiones que aún quedaban. Aunque algunos comerciantes seguían intentando llegar a la ciudad, más del 80% ya no lo hacía, temerosos de los ataques demoníacos.

Dante, desde su mansión, veía cómo la ciudad se desmoronaba lentamente bajo el peso de la escasez. Pero, a diferencia de los demás, él no estaba afectado. No tenía preocupaciones, porque Dante podía crear lo que quisiera. Si necesitaba comida o vino, simplemente lo invocaba de la nada. Mientras el resto de la ciudad luchaba por sobrevivir, él seguía viviendo con todos los lujos a los que estaba acostumbrado.

—Es curioso ver cómo la gente se destruye a sí misma cuando falta algo tan básico como la comida —dijo Dante en voz alta, mientras miraba por una ventana las calles vacías y los rostros hambrientos que deambulaban por la ciudad.

Irilith, a su lado, seguía cumpliendo con sus tareas, pero el efecto de los dispositivos que llevaba —el dildo, las lonchas en sus pezones, y ahora el collar— seguían haciendo estragos en su cuerpo. Cada respiración incrementaba las vibraciones, y aunque intentaba resistir, el constante estímulo estaba comenzando a desgastar su autocontrol.

—La ciudad está al borde del colapso —dijo Irilith, su voz firme a pesar de las sensaciones que recorrían su cuerpo—. Si los comerciantes no regresan, la gente empezará a morir de hambre.

Dante, sin apartar la vista de la ventana, sonrió.

—Oh, querida Irilith —respondió, con ese tono despreocupado que tanto la irritaba—, eso no es mi problema. Yo puedo crear lo que necesito. No me importa si el resto de esta ciudad cae en la miseria. De hecho, es bastante entretenido verlos destruirse unos a otros por un pedazo de pan.

Irilith apretó los puños, sabiendo que Dante decía la verdad. A él no le importaba lo que sucediera fuera de los muros de su mansión. Mientras él pudiera seguir viviendo cómodamente, el destino del resto del reino era irrelevante. Sin embargo, ella no podía ignorar el sufrimiento que veía cada día.

—Si la situación sigue así —continuó Dante, con una sonrisa ladina—, tal vez permita que los demonios entren un poco, solo para ver qué ocurre. Imagina el caos. Podría ser... divertido.

Irilith lo miró, con una mezcla de furia y frustración. Sabía que Dante disfrutaba del caos, y la idea de que pudiera bajar la barrera solo por diversión la enfurecía. Pero, al mismo tiempo, sabía que no podía hacer nada para detenerlo. Dante tenía el control absoluto.

—Mientras tanto, creo que seguiré con mis planes —dijo Dante, girándose hacia Irilith—. Si la reina no cumple con su parte, no me importará bajar la barrera por unos segundos. Solo lo suficiente para darles un pequeño susto.

Irilith asintió, sabiendo que la situación era más complicada de lo que parecía. Mientras Dante podía crear todo lo que necesitaba, el resto de la ciudad no tenía esa opción. La reina debía tomar una decisión pronto, o la desesperación llevaría a la capital al borde del colapso.

—Ahora, querida Irilith, tenemos otras cosas que atender —dijo Dante, recostándose en su sillón con una expresión satisfecha—. Esta crisis no afectará a mi comodidad, pero será interesante ver cómo todos los demás intentan sobrevivir. Es un juego que, por supuesto, yo ya he ganado.

Dante observaba las calles desde la seguridad de su mansión, consciente de que, aunque el reino se desmoronaba, su vida no cambiaría en lo más mínimo. Mientras tanto, la reina debía decidir cómo responder al mensaje que le había enviado. De una manera u otra, la ciudad dependía de él, y ese poder le daba toda la ventaja que necesitaba para seguir jugando su propio juego.

Dante, recostado en su cómodo sillón, observaba a Irilith mientras ella intentaba mantener la compostura, a pesar de los efectos incesantes de los dispositivos que llevaba. Sabía perfectamente que las vibraciones del dildo, las lonchas en sus pezones y el collar la estaban llevando al límite, pero disfrutaba viéndola luchar. Mientras tanto, la conversación se centraba en uno de los negocios más recientes de Dante: el seguro médico.

—El... seguro médico... —comenzó Irilith, su voz entrecortada por las oleadas de sensaciones— está funcionando como... lo planeaste.

Dante sonrió con satisfacción. El seguro médico que había implementado no era como los demás. Su genialidad radicaba en el sistema de evaluación que había creado. Cada ciudadano que intentaba obtener el seguro debía someterse a una prueba diseñada por él: una máquina que, mediante métodos mágicos, evaluaba la personalidad, el carácter y el comportamiento de la persona. Según el resultado, la máquina determinaba cuánto debía pagar el ciudadano. Los más "honrados" pagaban menos, mientras que aquellos que Dante consideraba "gilipollas incompetentes" eran forzados a pagar sumas exorbitantes.

—¿Y cuántos imbéciles han pasado por la máquina ya? —preguntó Dante, con una sonrisa perezosa, disfrutando del informe que Irilith le estaba dando a duras penas.

Irilith, luchando por mantenerse en pie, respondió con dificultad mientras su cuerpo temblaba por las vibraciones.

—La mayoría... de los plebeyos... han acudido a la máquina... —dijo, su respiración cada vez más agitada—. Muchos... desesperados por la atención médica. Y... como predijiste... los que han sido evaluados como incompetentes... están pagando mucho más.

Dante rió suavemente. Sabía que la crisis había hecho que los ciudadanos estuvieran dispuestos a pagar cualquier precio por seguridad. El sistema que había implementado era perfecto para mantener el control y, al mismo tiempo, aprovecharse de la desesperación de las masas.

—Perfecto —dijo Dante, recostándose aún más en su sillón—. No hay mejor momento para explotarlos que cuando están más asustados. ¿Y los nobles? ¿Han caído en la trampa también?

Irilith asintió con dificultad. Sabía que debía seguir informando, pero las vibraciones y el collar estaban haciendo que su cuerpo se doblegara ante el placer incontrolable.

—Los nobles... han comenzado a interesarse... también... —dijo, con una voz casi rota por las sensaciones—. Muchos... creen que, al ser evaluados... como personas "honorables"... pagarán menos.

Dante soltó una carcajada.

—Ah, los nobles... siempre tan ingenuos. ¿No se dan cuenta de que la máquina no juzga por "honor"? Juzga según mi criterio. Si actúan como gilipollas, pagarán como gilipollas, sin importar sus títulos —dijo, complacido con el progreso de su plan.

Mientras hablaban, las vibraciones en el cuerpo de Irilith se intensificaban. Sus rodillas comenzaban a temblar, y su respiración era cada vez más rápida. Sabía que estaba al borde de un nuevo orgasmo, pero se negaba a ceder. A pesar de las sensaciones, intentaba seguir con su informe, pero Dante ya había notado su lucha interna.

—¿Te cuesta un poco concentrarte, querida? —preguntó, con una sonrisa burlona—. No te preocupes, sigue así. Me estás haciendo un excelente trabajo.

Irilith, con el rostro enrojecido, intentó mantener el control, pero su cuerpo finalmente cedió. Un orgasmo la sacudió por completo, haciéndola temblar mientras trataba de no caerse. Sus manos buscaron apoyo en una mesa cercana, y su respiración se volvió irregular. Las vibraciones, lejos de detenerse, siguieron incrementándose, alargando el placer y llevándola al límite.

Dante la observaba con esa mirada satisfecha que tanto la irritaba. Sabía que, aunque Irilith intentara resistir, al final siempre cedía.

—Bien hecho, Irilith —dijo Dante, su tono cargado de burla—. Parece que el sistema del seguro médico está funcionando de maravilla. Y tú, querida, lo estás llevando todo a la perfección.

Irilith, todavía temblando por el orgasmo, no dijo nada. Sabía que, por mucho que luchara, Dante siempre encontraría una forma de humillarla. Pero su orgullo como guerrera seguía intacto, y mientras pudiera, seguiría resistiendo, aunque fuera solo para no darle el placer de verla completamente derrotada.

—Descansa un poco, querida —dijo Dante, con una sonrisa maliciosa—. Aún nos queda mucho por hacer, y este es solo el principio.

Dante, sentado en su sillón y observando el caos que se desataba en la ciudad, comenzaba a impacientarse. La reina, con todo el tiempo que había pasado, aún no había cumplido su parte del trato. A pesar de las insinuaciones y amenazas que él había lanzado, la monarca no había tomado ninguna acción concreta para saldar su deuda. Y para Dante, eso era inaceptable.

—Si ella no cumple... entonces yo me encargaré de empeorar las cosas —murmuró para sí mismo, con una sonrisa fría formándose en sus labios.

Dante sabía que tenía el poder absoluto sobre la barrera, pero no necesitaba recurrir a los demonios para presionar más a la ciudad. Ya había visto cómo el hambre y la desesperación estaban erosionando la moral de los ciudadanos, y ahora era el momento perfecto para aprovechar esa situación en su propio beneficio.

—Vamos a divertirnos un poco más, ¿no crees, Irilith? —dijo, mientras se giraba hacia la elfa, que lo observaba en silencio, luchando todavía contra las sensaciones constantes de los dispositivos que la mantenían bajo control.

Dante se levantó de su asiento y comenzó a pasear por la sala, su mente ya maquinando el siguiente paso. Había una manera simple de aumentar su control sobre la ciudad, y sabía exactamente cómo hacerlo. Cagar dinero no era un problema para él; con su magia podía crear riquezas a voluntad, así que decidió comprar un local en una de las zonas más estratégicas de la ciudad.

Este local sería diferente a los demás. No solo vendería comida, sino que sería el único lugar en toda la capital donde los ciudadanos podrían encontrar carne, pescado, fruta, verdura y otros productos frescos. Mientras el hambre seguía extendiéndose y las rutas comerciales se cerraban, Dante se aseguraría de que su local fuera la única fuente fiable de alimentos en la ciudad.

—Pero claro, no pienso vendérselo a cualquiera —dijo con una risa baja, mientras sus ojos brillaban con malicia—. Si alguien quiere comida, tendrá que pagar cantidades exorbitantes de dinero... o firmar una póliza.

La póliza no sería diferente a los contratos de los usureros más despiadados. Permitía a los ciudadanos pagar en plazos, pero con intereses absurdos que, con el tiempo, se acumularían a niveles inalcanzables. Aquellos que no pudieran saldar sus deudas serían convertidos en esclavos, y Dante sabía que, con la desesperación que ya había en la ciudad, el número de esclavos bajo su control aumentaría drásticamente.

—La gente no tendrá otra opción —continuó Dante, saboreando la idea—. Los pobres harán lo que sea por un trozo de pan o un poco de carne. Y cuando no puedan pagar, serán míos.

Irilith lo observaba en silencio, sabiendo que no había forma de detenerlo. Aunque odiaba la crueldad de sus acciones, no podía hacer nada más que cumplir con su rol de asistente y observar cómo el caos se intensificaba.

Dante hizo un gesto con la mano, invocando el dinero necesario para comprar el local sin ningún esfuerzo. En cuestión de minutos, ya tenía el control sobre el establecimiento más codiciado de la ciudad. Ahora, todo lo que quedaba era poner su plan en marcha.

—Quiero que todo esté listo para mañana —ordenó Dante a Irilith, mientras le lanzaba una mirada satisfecha—. Asegúrate de que los mejores productos estén a la venta. Carne, pescado, fruta, verdura... todo lo que la gente desesperada querrá. Pero recuerda, solo los que puedan pagar mis precios absurdos o firmar la póliza tendrán acceso.

Irilith asintió, aunque en su interior luchaba por no sucumbir a la frustración. Sabía que este nuevo plan solo aumentaría el sufrimiento en la ciudad, pero no podía detenerlo. Dante siempre encontraba la manera de retorcer la realidad a su favor.

—Y no olvides preparar todo lo necesario para las pólizas —añadió Dante, con una sonrisa—. Quiero ver cuántos de estos idiotas estarán dispuestos a convertirse en esclavos por un pedazo de comida.

Con ese último comentario, Dante se recostó nuevamente en su sillón, satisfecho de haber tomado otra medida para consolidar su poder en la ciudad. La reina seguía sin cumplir su parte del trato, pero él no necesitaba esperar más. Ahora tenía el control sobre la comida, y pronto, tendría el control sobre las vidas de cientos de ciudadanos.

—Veremos qué hacen ahora —murmuró, mientras observaba el cielo oscurecerse desde su ventana—. Mientras ellos luchan por sobrevivir, yo seguiré jugando con sus destinos.