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Chapter 22 - Capítulo 22: El precio de una japonesa

El día había comenzado como cualquier otro en la vida de Dante, envuelto en un aburrimiento insoportable y la constante frustración de no haber conseguido aún lo que más deseaba: una mujer japonesa. Mientras observaba desde la ventana de su mansión, viendo a los ciudadanos moverse por las calles como hormigas insignificantes, decidió que necesitaba hacer algo para distraerse. El pensamiento de ir a la subasta de esclavos más grande de la región surgió como una chispa de entretenimiento. No porque creyera que encontraría lo que buscaba, sino porque la posibilidad de estar rodeado de personas desesperadas por comprar y vender vidas le proporcionaría, al menos, una forma de diversión pasajera.

La subasta era conocida en toda la región por ofrecer todo tipo de "mercancías humanas". Desde elfas hasta guerreros capturados en batallas lejanas, pasando por sirvientes obedientes que serían perfectos para las casas nobles. Pero Dante no estaba interesado en ninguna de esas opciones comunes. Lo que él quería era algo mucho más raro, algo que parecía imposible en este mundo.

Al llegar al salón de subastas, un edificio imponente de piedra y hierro, Dante notó la vibración en el aire, ese tipo de emoción contenida que solo existía cuando la codicia y el poder se mezclaban. Los mercaderes, nobles y aristócratas se movían de un lado a otro, todos murmurando y negociando por las mejores ofertas, tratando de comprar esclavos que les dieran ventaja en sus propios juegos de poder.

Dante se adentró en la sala sin prisa, su andar relajado contrastando con el bullicio a su alrededor. Era consciente de las miradas que recibía, aunque no porque lo reconocieran como el hombre que había protegido la ciudad con su barrera mágica. La mayoría no tenía ni idea de quién era en realidad. Para ellos, Dante era solo un mago más, uno entre tantos. Pero su porte, su actitud despreocupada y su sonrisa ladeada atraían la atención de cualquiera que lo mirara.

Mientras caminaba entre las filas de esclavos expuestos, sus ojos vagaron con aburrimiento. Los elfos, que para muchos eran criaturas exóticas y deseadas, le resultaban monótonos. Sus cuerpos delgados y etéreos, sus rostros perfectos y llenos de una serenidad casi antinatural no hacían más que irritarlo. ¿Cómo podía alguien excitarse con algo tan... predecible? Los humanos, en su mayoría plebeyos y campesinos, eran aún menos interesantes. Ninguno se acercaba a lo que él buscaba.

"¿No hay ni una maldita japonesa en este mundo?" pensó con frustración, pasando junto a un grupo de esclavos con la mirada perdida. Sus manos se metieron en los bolsillos de su túnica mientras continuaba recorriendo la subasta, cada vez más convencido de que su visita había sido un desperdicio de tiempo.

Finalmente, sus ojos se posaron en el hombre esclavista que dirigía la subasta. Un hombre robusto, con una sonrisa calculadora, vestido con ropajes elegantes que apenas disimulaban su verdadero carácter. Dante se detuvo frente a él, mirándolo como si estuviera evaluando a un insecto.

El esclavista notó su presencia inmediatamente y se inclinó ligeramente, en un gesto automático de respeto hacia cualquiera que pareciera tener dinero suficiente.

—¿Puedo ofrecerle algo especial, señor? —dijo el esclavista, su voz impregnada de servilismo. Era un comerciante de almas, pero sabía cómo hacer que todo sonara como un trato de lujo—. Tenemos de todo: elfas, guerreros, sirvientes exóticos. Lo que desee.

Dante soltó una pequeña risa, negando con la cabeza. "Qué predecible", pensó mientras veía cómo el hombre trataba de venderle algo que, a todas luces, no tenía ningún valor para él. Pero decidió seguir el juego por un momento.

—No me interesan tus elfas ni tus guerreros —respondió Dante, su tono afilado como una navaja mientras cruzaba los brazos—. Lo que quiero es algo que no vas a encontrar en ninguna de estas jaulas.

El esclavista frunció el ceño, claramente desconcertado, pero no se atrevió a mostrarlo del todo. Sabía que cualquier hombre con el aire de confianza que Dante tenía, y con las monedas que seguramente traía en su bolsa, no debía ser tomado a la ligera.

—¿Y qué es lo que busca exactamente, señor? —preguntó el hombre, sus palabras cuidadosamente medidas, como si estuviera tratando de caminar sobre un fino hilo.

Dante lo miró directamente a los ojos, disfrutando del momento en que finalmente diría lo que realmente estaba buscando. Hizo una pausa, saboreando el desconcierto en el rostro del esclavista antes de responder.

—Lo que quiero es una mujer japonesa —dijo Dante, en tono firme—. Y antes de que abras la boca para decirme que no tienes idea de qué estoy hablando, escucha bien.

El esclavista no dijo nada, pero sus ojos se abrieron un poco más, intrigado y confundido. Nunca había oído hablar de mujeres japonesas, pero el tono de Dante le indicó que cualquier error en su respuesta podría costarle caro.

Dante sonrió levemente antes de continuar, sus palabras lentas, detalladas, como si estuviera describiendo una obra de arte.

—Mujeres delgadas, piel pálida como el mármol, ojos rasgados que brillan con misterio, cabello negro y lacio que cae hasta su espalda. Exóticas. Perfectas. —Hizo una pausa, observando cómo el esclavista asimilaba la información—. Consígueme una, y te daré lo que quieras. Dinero, tierras, poder. Lo que sea. Pero quiero una japonesa.

El esclavista, aún desconcertado, asintió lentamente. Sabía que no había visto nada parecido a lo que Dante describía, pero también entendía que una oferta como esa no se hacía todos los días.

—Haré lo posible, señor —dijo finalmente, su tono cargado de respeto—. Si alguna vez encuentro algo como lo que describe, será suyo.

Dante le dio una palmada en el hombro, sonriendo con frialdad.

—Más te vale encontrarla —respondió antes de girarse y caminar hacia la salida.

Pero antes de irse por completo, Dante se detuvo un momento en la puerta del salón de subastas. Su mente trabajaba rápidamente, pensando en una forma de asegurarse de que su deseo no cayera en oídos sordos. Entonces, se giró hacia el salón lleno de compradores y vendedores, levantando la voz para que todos lo escucharan.

—A cualquier persona que me traiga una mujer japonesa, viva y en buen estado, le daré la cantidad de dinero que desee —anunció con voz clara, dejando que sus palabras resonaran en el ambiente—. No hay límite. Lo que pidan, lo tendrán.

Los murmullos se extendieron por el salón, y Dante no pudo evitar sonreír mientras salía, dejando a todos con esa última imagen de él.

Dante se disponía a salir del salón de subastas tras hacer su anuncio sobre las mujeres japonesas, cuando algo llamó su atención. No era que de repente hubiera encontrado lo que buscaba, eso ya lo sabía, pero algo en el ambiente lo hizo detenerse. Miró de reojo una plataforma cercana, donde una elfa permanecía de pie, su postura orgullosa a pesar de su situación.

A diferencia de las otras elfas que había visto antes, esta no tenía esa serenidad que tanto le disgustaba. Había algo más en su mirada, una chispa de desafío mezclada con una elegancia natural. Su cabello era largo y plateado, cayendo en cascada sobre sus hombros, y sus ojos, de un verde profundo, parecían observarlo con curiosidad, pero sin sumisión.

Dante nunca había sido un hombre de impulsos con respecto a lo que buscaba en compañía, pero algo en esa elfa le pareció... diferente. No era una japonesa, claro, pero había algo en ella que despertaba un interés pasajero. Si no podía tener lo que realmente deseaba en ese momento, al menos podría darse un capricho temporal.

—¿Qué pasa con esa? —preguntó Dante en tono casual, señalando a la elfa con un leve movimiento de la cabeza.

El esclavista, que aún seguía cerca, se apresuró a darle una respuesta, ansioso por no perder la atención de Dante.

—Oh, esa... es especial, señor. Una elfa guerrera de una región lejana. No es como las otras que vendemos aquí. Tiene... ciertas habilidades y un temperamento que la hace un poco difícil de manejar, pero nada que no pueda ser domado con el tiempo.

Dante levantó una ceja, observando a la elfa con más detenimiento. Ella lo miró de vuelta, sin el menor rastro de miedo en sus ojos, y eso lo intrigó aún más.

—Difícil de manejar, dices... —murmuró, sin apartar la vista de ella—. Me gusta eso.

Se acercó lentamente a la plataforma donde estaba la elfa, sus ojos recorriendo cada detalle de su figura. A pesar de la situación, ella no apartaba la mirada, manteniendo una postura firme y desafiante. Esa actitud era lo que más le llamaba la atención; no parecía aceptar su condición de esclava, lo que en cierto modo la hacía más interesante.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Dante, su tono despreocupado pero con un interés apenas disimulado.

La elfa mantuvo el silencio por un momento, como si estuviera evaluando si merecía la pena responder. Finalmente, habló, su voz firme pero suave.

—Mi nombre es Irilith.

Dante sonrió, inclinando la cabeza ligeramente, como si estuviera considerando su nombre.

—Irilith, ¿eh? —repitió, saboreando el sonido de cada sílaba—. Suena bien. Mucho mejor que algunas otras opciones que he visto por aquí.

Dio un paso atrás, cruzando los brazos mientras seguía observándola. Era un capricho, nada más, pero un capricho que, en ese momento, le resultaba entretenido.

—Me la llevo —dijo de repente, dirigiéndose al esclavista—. Quiero a esta elfa. Y espero que valga la pena.

El esclavista asintió rápidamente, sin atreverse a mostrar sorpresa. Sabía que una venta a Dante sería beneficiosa, y no se atrevía a contradecirlo en lo más mínimo.

—Por supuesto, señor. Haré que los papeles estén listos de inmediato.

Mientras el esclavista se apresuraba a organizar la transacción, Dante volvió a mirar a Irilith. Había algo en su quietud que lo intrigaba, esa calma tensa que parecía esconder un mar de emociones bajo la superficie. Sí, no era una japonesa, pero por ahora, tendría que conformarse con ella.

—No te preocupes —le dijo en voz baja, con una sonrisa que no mostraba ninguna calidez—. No soy tan mal amo, si sabes mantenerme entretenido.

Irilith no respondió, pero su mirada seguía siendo firme, sin rastro de sumisión. Dante lo notó, y eso solo lo hizo sonreír más.

—Perfecto —murmuró para sí mismo, mientras el esclavista volvía con los documentos—. Esto podría ser divertido.

Firmó los papeles sin siquiera mirarlos dos veces, y cuando terminó, el esclavista le entregó las cadenas que sujetaban a Irilith. Dante las tomó, pero en lugar de arrastrarla como hacían otros con sus esclavos, las dejó caer suavemente, sin siquiera mirarla.

—Puedes caminar por ti misma —dijo, dando media vuelta para salir del salón—. No necesito verte encadenada. Solo no me hagas arrepentirme de esto.

Sin decir más, Dante salió del salón, confiado en que Irilith lo seguiría. La subasta había sido más interesante de lo que esperaba, aunque su búsqueda de la japonesa ideal continuaba siendo un anhelo frustrado. Por ahora, sin embargo, tenía un nuevo entretenimiento.

Mientras caminaban por las calles de la ciudad, los pensamientos de Dante volvieron a su frustración constante. Una elfa era un entretenimiento pasajero, pero no solucionaba el problema que lo atormentaba desde que llegó a este mundo. Sabía que, tarde o temprano, tendría que encontrar una forma de satisfacer ese deseo.

Pero por ahora, su mente se distraía con la figura que caminaba detrás de él. Irilith era un enigma, y Dante siempre había sido amante de los enigmas. Y aunque en su interior el deseo por una japonesa seguía latiendo con fuerza, en ese momento decidió que podría disfrutar de este nuevo juego

Dante caminaba por las calles de la ciudad con una sonrisa traviesa en su rostro, mientras Irilith, la elfa guerrera que acababa de adquirir, lo seguía en silencio. Aunque la situación era incómoda para la elfa, no había mostrado ni una pizca de sumisión, lo que a Dante le resultaba aún más entretenido. Para él, la resistencia de Irilith no era más que una invitación a jugar, y tenía una idea en mente que haría de esta adquisición mucho más interesante.

Al llegar a su mansión, Dante la condujo directamente a una de las habitaciones del piso superior, una amplia sala decorada con un estilo elegante pero minimalista. Se detuvo en el centro de la habitación y se giró hacia Irilith, quien lo miraba con esa expresión desafiante que tanto lo intrigaba.

—Bien, Irilith —dijo Dante, cruzando los brazos y observándola detenidamente—. Me pregunto, ¿cómo se siente una guerrera de tu calibre al estar en esta situación? —Hizo una pausa deliberada, disfrutando de la tensión en el aire—. No te preocupes, no soy como los demás. No me interesa verte sufrir... al menos no de la forma en que otros lo harían.

La elfa lo observó sin decir nada, sus ojos verdes brillando con esa determinación inquebrantable. Dante sonrió, sabiendo que su silencio era solo una forma de resistir su nueva realidad. Pero él ya había decidido cómo manejaría la situación.

—Hoy, vamos a hacer las cosas divertidas —continuó Dante, con una sonrisa más amplia—. Y quiero que seas mi... entretenimiento personal. Después de todo, tienes un cuerpo impresionante para ser una guerrera. ¿No sería una lástima desperdiciar todo ese potencial?

Con un simple gesto de su mano, Dante invocó lo que en su mundo anterior era un "dildo" pequeño, un juguete diseñado para el placer, pero con modificaciones mágicas muy particulares. La suave y elegante pieza apareció flotando en el aire frente a Irilith, mientras ella lo miraba con una mezcla de confusión y desdén.

—Esto, querida Irilith, es algo que te mantendrá entretenida. No lo subestimes por su tamaño. —Dante levantó una ceja, y con un movimiento sutil, también invocó dos pequeñas lonchas de plástico, finas como la seda, que comenzaron a flotar hacia los pechos de la elfa—. Estas bellezas son un complemento perfecto. Se pegarán a ti, justo en los pezones, y emitirán pequeñas vibraciones y descargas eléctricas... no demasiado intensas, solo lo suficiente para mantenerte siempre... atenta.

Las dos piezas de plástico se adhirieron delicadamente a los pezones de Irilith, y de inmediato, comenzaron a vibrar levemente al ritmo de su propio pulso. El dildo flotó hacia sus manos, pero Dante lo detuvo antes de que ella pudiera reaccionar.

—Oh, no te preocupes, esto no es solo un juguete común. —Dante hizo una pausa, disfrutando del desconcierto en la mirada de Irilith—. Estas cosas se sincronizan con tus latidos. Cuando te relajes, aumentarán la intensidad, calentándote. Pero si intentas mantener la calma... bueno, ya verás lo que pasa. —Rió suavemente—. Quiero que lleves esto todo el tiempo. Como una buena sirvienta de alta clase.

Irilith frunció el ceño, pero no dijo nada. La idea de luchar contra algo tan ridículo parecía absurda, pero Dante sabía que, con el tiempo, esos pequeños dispositivos tendrían su efecto. No se trataba solo de controlarla físicamente; era un juego mental. Ver cómo ella intentaría mantener su compostura mientras las descargas suaves y las vibraciones la llevaban al borde de su resistencia era lo que realmente le divertía.

Dante se acercó a ella, mirándola fijamente a los ojos.

—Eres una guerrera —dijo, su voz ahora baja y cargada de un tono más oscuro—. Veamos cuánto tiempo puedes mantener esa fachada de fuerza. ¿Qué tan difícil será luchar contra algo que ni siquiera puedes ver?

Irilith se tensó, pero Dante ya había dado un paso atrás, cruzando los brazos de nuevo, como si la escena frente a él fuera solo un espectáculo privado hecho a su medida.

—Puedes marcharte ahora —dijo con una sonrisa fría—. Y no te preocupes, me aseguraré de que siempre lleves puesto este "regalo". Así que no intentes deshacerte de él. —Dante hizo un gesto con la mano, liberándola de su presencia—. Ve y sigue con tus deberes. Pero no olvides que, a partir de ahora, serás mi entretenimiento personal.

Con cada paso que daba Irilith, las pequeñas vibraciones y descargas comenzaban a trabajar en su cuerpo, siguiendo el ritmo de sus latidos. Dante, satisfecho con su creación y con la certeza de que este nuevo "juego" sería todo lo que necesitaba para divertirse, la observó salir de la habitación sin perder la compostura... al menos, por ahora.