Dante no era del tipo que salía a dar paseos sin una razón de peso. La ciudad, con su mugre, su gente y sus olores, le provocaba una repulsión constante. Cada vez que pensaba en salir, solo podía imaginar las calles llenas de suciedad, los comerciantes gritando sus ofertas y la multitud de ciudadanos sin sentido moviéndose de un lado a otro, como hormigas sin propósito. Para alguien como él, que había construido su propio paraíso personal en su mansión, no había necesidad de mezclarse con esa "basura", como solía llamarlos mentalmente.
Sin embargo, ese día era distinto. Hacía buen tiempo, el viento soplaba con fuerza y, por alguna razón, parecía que el viento se llevaba consigo el habitual mal olor de las calles. No solo eso, sino que la ciudad parecía más limpia de lo normal, lo cual sorprendía a Dante. "¿Habrán limpiado o es solo que el viento me está engañando?", pensó con escepticismo mientras se asomaba por una de las ventanas de su mansión.
Observó cómo el viento levantaba ligeras nubes de polvo a lo largo de la calle, pero el hedor habitual, esa mezcla de sudor, excrementos y comida podrida, no era tan intenso como de costumbre. Quizá era el viento, quizá algo más, pero lo cierto es que ese día parecía más soportable.
—Supongo que no me matará salir por un rato —dijo en voz baja, ya comenzando a mentalizarse para el paseo.
Se levantó de su trono, estirando los brazos con desinterés, y caminó hacia la puerta principal. A pesar de que el buen tiempo lo tentaba a salir, no podía evitar sentir una ligera irritación por tener que lidiar con la ciudad en sí. "Si fuera por mí, quemaría la mitad de estas calles solo para hacerlas más limpias", pensó mientras bajaba los escalones de mármol que llevaban a la entrada de su mansión.
Dante detestaba la suciedad, y eso se reflejaba claramente en cómo manejaba las cosas en su hogar. Obligaba a sus sirvientes a lavarse todos los días, sin excusa alguna. Si uno de ellos aparecía con un ligero aroma a sudor, lo mandaba inmediatamente al baño, sin tolerar la más mínima desviación en su orden. Para él, la higiene era una señal de poder y control, y no podía entender cómo alguien podía vivir en el estado lamentable en el que muchos ciudadanos lo hacían.
Al salir, el viento lo golpeó con fuerza en el rostro, despejando cualquier posible rastro de los olores desagradables de la ciudad. El aire fresco era casi una bendición, y aunque seguía siendo reacio a mezclarse con la multitud, algo en ese día le hizo querer experimentar un poco más de lo que normalmente toleraba.
La calle, aunque aún sucia en comparación con lo que Dante consideraba aceptable, parecía haber sido limpiada ligeramente. "O al menos habrán barrido lo más obvio", pensó con desdén. Los adoquines, aunque desgastados y llenos de grietas, no estaban cubiertos de basura como de costumbre, y el sonido de los comerciantes y los ciudadanos a lo lejos le daba una sensación diferente, como si el caos habitual de la ciudad se hubiera calmado un poco.
—¿Será que estoy en otra ciudad? —se preguntó en tono sarcástico mientras avanzaba.
Caminó sin rumbo, dejando que el viento lo guiara. A cada paso, su mirada se detenía en los detalles de las calles, en la gente que pasaba junto a él. Aunque la limpieza superficial le resultaba agradable, no podía evitar pensar que todo esto era una mera ilusión, que bajo esa ligera mejora seguía existiendo la misma podredumbre de siempre. "Seguramente se habrá limpiado por algún evento o algo. Esta gente no cambia", se decía a sí mismo, mientras esquivaba pequeños charcos y evitaba los puntos donde el viento aún no había hecho su trabajo.
A lo lejos, un grupo de comerciantes conversaba, y aunque normalmente no se acercaría a esa clase de personas, el buen humor que el viento fresco le había traído lo empujó a acercarse un poco más. Observó cómo las conversaciones giraban en torno a rumores de la guerra, del estado de las fronteras, y aunque no le interesaba mucho lo que decían, se mantuvo escuchando por curiosidad.
—Parece que la guerra se está poniendo fea —dijo uno de los hombres—. Cada vez llegan menos soldados a la ciudad.
Dante se quedó quieto por un momento, observando cómo la conversación seguía. Los demonios, la guerra, la diosa... todo seguía siendo parte de un mundo que, aunque le molestaba, no podía ignorar completamente. Pero, por ahora, prefería centrarse en disfrutar del paseo inusual que se había permitido.
—Al menos hoy no huele tan mal —murmuró para sí mismo, mientras seguía caminando, disfrutando de una ciudad que, aunque le disgustaba, parecía menos repulsiva bajo el viento fresco de la mañana.
Dante siguió caminando, su humor cada vez más sarcástico a medida que se acercaba a la zona más pobre de la ciudad. No era un lugar que visitara a menudo, ni siquiera por accidente. Las calles estrechas y malolientes, llenas de gente desesperada por sobrevivir, eran lo opuesto a lo que él consideraba aceptable. Pero esa mañana, el viento parecía llevarse parte del hedor y, por alguna razón, Dante decidió seguir adelante.
A medida que avanzaba, se topaba con más y más personas que lo miraban con una mezcla de curiosidad y envidia. No era común ver a alguien con su apariencia en esa parte de la ciudad, y mucho menos a alguien que caminara con la arrogancia que Dante mostraba. Un par de niños descalzos lo observaron desde una esquina, mientras un hombre de aspecto miserable mendigaba cerca de una tienda.
—¿Sabes leer? —preguntó Dante con desprecio, dirigiéndose al mendigo.
El hombre lo miró, confuso, sin saber qué responder. Dante se rió en silencio.
—No, claro que no —murmuró para sí mismo, con una sonrisa irónica—. Normal, así estás en la puta calle. Aprende algo, y tal vez endereces tu vida de mierda.
Siguió caminando, ignorando las miradas de aquellos que no tenían nada mejor que hacer que observar a alguien mucho mejor vestido que ellos. En su mente, comenzaba a girar una idea. No le gustaba mezclarse con los pobres, pero había algo en esa situación que le hacía pensar. ¿Cómo podría aprovecharse de esa gente? No solo de los pobres, sino de todos en general. Había algo en la manera en que la gente lo miraba, esa mezcla de resentimiento y desesperanza, que despertaba en él una chispa creativa.
"Vamos, Dante, ¿qué gilipollez podemos hacer ahora?", pensó mientras su mente empezaba a cocinar ideas.
Primero pensó en comprar un local y llenarlo de prostitutas. Era una idea obvia, pero al mismo tiempo efectiva. Ganaría dinero fácil, proporcionaría placer a los idiotas que no sabían cómo encontrarlo por sí mismos, y además, controlaría un aspecto más de la ciudad. Pero luego lo descartó. "Demasiado obvio", pensó. "Aunque interesante y placentero, claro."
Siguió dándole vueltas a la idea. ¿Qué podía hacer que fuera inesperado, algo que no solo le diera poder, sino que también le permitiera ganar dinero de una manera que la gente no pudiera resistir?
—¿Una escuela? —pensó, y soltó una carcajada que resonó en la calle—. Jajajajaja, buena idea, Dante, una puta escuela para estos desgraciados. Qué gracia.
Pero la idea de algo que pudiera aprovecharse de las masas seguía presente en su cabeza. Algo que no solo fuera placentero para él, sino que además le permitiera controlar a las personas de una forma más sutil. Algo que los hiciera depender de él sin que se dieran cuenta.
Y entonces, la chispa se encendió.
—¡Ya lo tengo! —exclamó, hablando en voz alta como si estuviera en medio de una conversación con alguien—. Un maldito seguro médico.
La idea lo golpeó como un relámpago. Un seguro médico sería perfecto. La gente estaría obligada a pagarle todos los meses, y él no tendría que mover un dedo. Aún mejor, se aprovecharía de los más pobres, quienes normalmente no tendrían acceso a un buen seguro, pero en su sistema, podrían pagar dependiendo de si eran buenas personas o unos gilipollas incompetentes.
—Voy a crear una máquina que determine cuánto pagas al mes dependiendo de lo bueno o malo que seas —murmuró, su sonrisa ampliándose mientras caminaba—. Si eres un imbécil, pagarás más. Si eres decente... bueno, pagarás menos. Pero todos pagarán.
La idea era brillante. No solo ganaría dinero de aquellos que estaban sanos, sino que si alguien se enfermaba, Dante se aseguraría de que los curaran rápidamente. ¿Por qué? Porque si estaban sanos, seguirían pagando mes a mes. En su mente, todo encajaba perfectamente.
—Es la puta eficiencia total —se dijo a sí mismo, casi admirando su propia genialidad—. Ganas dinero incluso si estás sano. Y si no lo estás, te vuelves sano para seguir pagando.
Ya podía imaginar el local que compraría, un edificio lo suficientemente grande como para acomodar a cientos de ciudadanos desesperados por un seguro que "les garantizara su bienestar". Pero todo el sistema estaría diseñado para que la gente pagara sin darse cuenta de que, al final del día, todo volvía a las manos de Dante. Se aseguró de que en el fondo del local hubiera un área especial, un lugar donde la gente pudiera recibir tratamientos rápidos y eficientes, solo para asegurarse de que siguieran siendo clientes fieles.
—Y lo mejor es que, si te estafan... al menos lo harán con clase —añadió, riendo para sí mismo mientras seguía caminando.
Dante había encontrado su próximo proyecto. Algo que lo haría ganar dinero sin esfuerzo, mientras manipulaba a la gente de la manera que mejor sabía hacer. Un seguro médico... ¿Quién lo hubiera pensado? Pero, por supuesto, Dante no era cualquier persona.
Dante seguía caminando por las calles de la ciudad, aún riéndose de la brillantez de su idea. Un seguro médico que le permitiera ganar dinero mes tras mes mientras la gente seguía pagando, ya sea por salud o por simple desesperación. Pero cuanto más lo pensaba, más claro tenía que debía hacerlo sin tener que estar presente. No podía imaginarse supervisando cada pequeño detalle o, peor aún, interactuando con los idiotas que contratarían el seguro.
"Todo tiene que funcionar por sí solo", pensó. "No voy a andar jugando a ser el jefe. Quiero que este negocio funcione sin mí. Que se autoalimente."
Dante tenía un don para crear sistemas que, una vez establecidos, seguían funcionando por pura inercia. Así que sabía exactamente cómo iba a diseñar todo. Primero, la máquina. La clave era asegurarse de que nadie pudiera engañarla. Su idea de una máquina que determinara lo que la gente debía pagar por el seguro según su carácter era esencial. Tenía que medir la moral de las personas, su nivel de responsabilidad, su honestidad... pero también su grado de incompetencia. Cuanto más inútil o desagradable fueran, más pagarían.
"Una evaluación rápida, precisa y sin posibilidad de discusión", pensó. La máquina podría medir algo tan intangible como la honestidad o la moralidad, y eso le daba una ventaja que nadie podría refutar. Para asegurarse de que todo fuera perfecto, usaría su magia para crearla. Así evitaría cualquier fallo humano o intento de estafa.
"Una vez que pasen por la máquina, el resto será sencillo", reflexionó. "Entrarán, se someten al chequeo, pagan la cantidad que les toque... y listo. Ni siquiera necesito estar ahí."
Dante sabía que su idea tenía que ser atractiva para todos, incluso para los más pobres. Así que haría que el local pareciera un refugio de seguridad y salud. Un lugar donde la gente creyera que, sin importar su estatus, tendrían acceso a un sistema justo, aunque detrás de todo estuviera la fría realidad de su manipulación.
Pero el verdadero reto era cómo manejar el tema de las curas. No iba a contratar médicos tradicionales ni dejar todo en manos de gente incompetente. Necesitaba que el proceso fuera rápido, eficiente y automático. Algo que pudiera curar a las personas sin que él tuviera que supervisar personalmente. "No quiero tener que lidiar con enfermos o escuchar quejas. Todo tiene que ser fluido."
Fue entonces cuando otra idea se le ocurrió. Podía usar la misma magia que empleaba para curarse a sí mismo, modificada para que las personas recibieran los tratamientos de forma casi instantánea. "Una sala al fondo del local, diseñada con máquinas que los curen al instante. Una vez evaluados, simplemente pasan, se curan y vuelven a pagar mes tras mes. No hay pérdida."
La magia haría el trabajo sucio, y él solo tendría que asegurarse de que las máquinas estuvieran bien calibradas. Curar enfermedades, reparar lesiones... todo se haría de manera casi automática. "Y si alguien es demasiado inútil para mantenerse sano", pensó, "mejor para mí. Más tendrán que pagar."
Ahora lo único que le faltaba era el local. No iba a ser cualquier sitio. Necesitaba algo grande, pero no tan ostentoso como para llamar la atención. Un lugar lo suficientemente discreto para atraer a las masas, pero con un toque de elegancia que hiciera que la gente confiara en el servicio.
Dante comenzó a caminar por las zonas comerciales de la ciudad, buscando con la mirada los edificios vacíos o los negocios que parecían al borde del cierre. Quería un sitio en una buena ubicación, pero que no estuviera demasiado en el centro. Algo estratégico, lo suficientemente accesible para que todos pudieran llegar, pero no tan obvio como para levantar sospechas.
Finalmente, sus ojos se posaron en un edificio de aspecto antiguo pero sólido, en una esquina de una calle transitada. El cartel de "se vende" colgaba en la puerta. "Perfecto", pensó. El lugar tenía dos pisos, amplio espacio para la máquina de evaluación, la sala de curación al fondo y suficiente área para que los ciudadanos esperaran su turno sin causar aglomeraciones.
—Este será mi nuevo proyecto —dijo en voz baja, mientras se acercaba al edificio, imaginando cómo transformaría ese lugar en el epicentro de su próximo imperio.
La máquina, las curas, el sistema de cobro automático... todo empezaba a encajar. Dante no necesitaba estar presente. Solo tenía que poner todo en marcha, y el dinero fluiría mes a mes sin esfuerzo.
—Todo está listo —murmuró, sonriendo para sí mismo—. Ahora, a ver cómo estos imbéciles caen en la trampa.