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Chapter 15 - Capítulo 15: Decidiendo el tipo de fiesta

Dante estaba sentado en su imponente sillón, con las piernas cruzadas y una copa de vino en la mano. La mansión estaba completamente limpia, los sirvientes habían hecho un trabajo impecable en solo un par de días, y ahora todo estaba en perfecto estado. "Un noble sin sirvientes no es un noble", pensó nuevamente, mientras observaba con orgullo su creación. La capital bullía más allá de las ventanas, pero él no tenía prisa por involucrarse en la vida común y aburrida de los demás.

Sin embargo, algo lo inquietaba. Su mansión era ahora un símbolo de poder, lujo y opulencia, pero estaba vacía. "Necesito algo más", pensó, mientras daba un sorbo a su copa. "Una fiesta." La idea lo golpeó como un relámpago. Sí, una fiesta sería el complemento perfecto para mostrar su estatus, burlarse de los nobles y disfrutar de las absurdas reacciones de los invitados.

Pero no cualquier fiesta. "Tiene que ser algo especial, algo que los deje hablando durante semanas... o traumatizados de por vida", se dijo con una sonrisa traviesa en los labios. Se recostó en su sillón, considerando sus opciones.

Primero, pensó en una fiesta de máscaras. Había algo interesante en la idea de que todos ocultaran sus rostros tras elaboradas máscaras, fingiendo ser algo que no eran. "Podría ser divertido observar cómo se comportan cuando creen que están ocultos", reflexionó. Podría atraer tanto a nobles como a plebeyos, hacer que todos interactuaran sin saber con quién estaban hablando realmente. "Una excelente forma de sembrar caos social", pensó, su sonrisa ampliándose.

Luego, la idea de una fiesta sexual se cruzó por su mente, y no pudo evitar soltar una ligera risa. Imaginó los escándalos que se desatarían si los nobles llegaran a su mansión y, poco a poco, se vieran envueltos en un ambiente de desenfreno, atraídos por los placeres que Dante podía ofrecerles con su magia. El mero pensamiento de usar sus habilidades eléctricas para amplificar el placer de los invitados lo hizo reír aún más. "Sería un absoluto caos", se dijo, satisfecho con la imagen que su mente había creado.

Finalmente, una fiesta de baile parecía la opción más tradicional, pero aún así, podría ser interesante. Podía mezclar la formalidad de un baile elegante con toques sutiles de su humor retorcido. Hacer que los invitados se movieran al compás de la música, solo para luego desorientarlos con giros inesperados. "Claro, un baile parece aburrido, pero yo sé cómo convertir algo aburrido en un espectáculo", pensó, imaginando las caras de sorpresa de los nobles cuando sus expectativas de una velada elegante se rompieran en mil pedazos.

Con cada idea, Dante se sentía más y más inspirado. Cada una de las opciones tenía su propio encanto, y todas ellas prometían diversión y caos. La pregunta era: ¿cuál elegir?

Se levantó del sillón, caminando hacia una de las ventanas que daban al jardín trasero. Los sirvientes estaban trabajando, ajenos a sus pensamientos. Él, por su parte, ya estaba visualizando la decoración, el ambiente, los invitados... todo lo que haría que esa fiesta fuera legendaria.

"Una fiesta de máscaras traería sorpresas, una fiesta sexual escándalos, y un baile… bueno, un baile sería solo el principio", murmuró para sí mismo.

Sabía que tenía el poder de transformar cualquiera de esas ideas en algo grande, pero aún no había decidido cuál le traería más diversión.

Dante se detuvo frente a la ventana, disfrutando del viento suave que movía las cortinas de la mansión. Una sonrisa astuta cruzó su rostro cuando llegó a la conclusión: ¿por qué elegir solo una opción cuando podía combinarlas? Un baile de máscaras, donde las identidades de los invitados quedaran ocultas tras elaboradas máscaras, mezclado con el desenfreno de una fiesta sexual. Era perfecto. Un evento donde el caos, el placer y la intriga se entrelazaran a la perfección, y donde él, por supuesto, sería el anfitrión supremo.

Imaginó la escena con lujo de detalle. Los nobles y plebeyos entrarían en su mansión, todos cubiertos con máscaras elegantes, creyendo que asistían a un simple baile. Las luces tenues, los reflejos en los espejos, y la música suave los envolverían en un aire de misterio. Pero poco a poco, con cada copa de vino, cada toque insinuante y cada sonrisa furtiva, la tensión en la sala crecería, hasta que las máscaras cayeran... tanto literal como figurativamente.

"Sí, esto será divertido", murmuró Dante, mientras su mente elaboraba los detalles.

Se giró y llamó a uno de los sirvientes que estaba trabajando en la mansión. Era un hombre delgado, de aspecto cansado, que se apresuró a obedecer.

—Necesito que prepares la mansión para una fiesta —dijo Dante, sin molestarse en explicar más—. Quiero que cada rincón esté impecable, que la decoración sea extravagante, pero no demasiado ostentosa. Mantén las luces tenues, algo que inspire... misterio.

El sirviente asintió, nervioso, sin hacer preguntas, y se retiró rápidamente para cumplir las órdenes. Dante se recostó nuevamente en su sillón, ya imaginando cómo sería la noche.

Había algo delicioso en la idea de jugar con las expectativas de la gente. Un baile de máscaras traía consigo una falsa sensación de control, de poder ocultar quién eras realmente. Pero Dante sabía que, al final, lo único que revelaría esa noche sería la naturaleza más básica y primitiva de cada uno de los asistentes.

"Dejaré que se pierdan en el placer, en el anonimato de sus máscaras, y veré cómo se traicionan a sí mismos", pensó con una sonrisa de satisfacción. Nadie sería el mismo después de esa noche. No importaba si eran nobles o plebeyos, todos caerían en la trampa que él preparaba.

El siguiente paso era la invitación. No podía hacer una fiesta de este calibre sin atraer a los "mejores" de la sociedad. Sabía exactamente a quién invitar. Los nobles más arrogantes, aquellos que se creían por encima del resto, serían los primeros en caer en la tentación. Y también, claro, algunos de los plebeyos más astutos, aquellos que pretendían ser invisibles, pero que no podían resistirse a una invitación a algo tan exclusivo.

—Será una noche inolvidable —murmuró, mientras comenzaba a redactar mentalmente las invitaciones. Cada una debía insinuar lo que realmente sería la fiesta, sin revelar demasiado. Eso mantendría el interés alto y el misterio aún mayor.

Sabía que una vez dentro, el vino fluiría libremente, y su magia ayudaría a desinhibir a los invitados. Usaría la misma técnica que empleaba para amplificar el placer de las mujeres, pero esta vez, lo aplicaría a todo el ambiente. Una ligera corriente de energía, apenas perceptible, recorrería la sala, intensificando cada sensación, cada roce, cada susurro.

"Será una fiesta de máscaras donde nadie se reconocerá al final", pensó, satisfecho. El caos sería absoluto. Y él estaría en el centro de todo, observando, disfrutando y, por supuesto, controlando el espectáculo.

Se levantó con energía renovada, chasqueando los dedos para convocar a uno de los sirvientes, un joven nervioso que corrió hacia él casi tropezando.

—Quiero que prepares las invitaciones más extravagantes y absurdas que se te ocurran —dijo Dante sin molestarse en dar más explicaciones—. Y no escatimes en detalles. Papel dorado, sellos, cualquier cosa que haga que esos estúpidos nobles piensen que están siendo invitados a la gala del siglo. —El sirviente asintió, temblando ligeramente ante la intensidad de las órdenes—. Pero no te olvides de hacer otras versiones para los... menos afortunados.

El sirviente, confundido, lo miró con ojos de incertidumbre.

—Señor, ¿a quién quiere que enviemos estas invitaciones? —preguntó, con cuidado de no sonar irrespetuoso.

Dante soltó una carcajada, disfrutando del desconcierto en el rostro del joven.

—A todos —dijo con una sonrisa maliciosa—. Nobles, comerciantes, plebeyos, mendigos, ladrones... hasta la maldita realeza si cuela. Quiero que todo el mundo sepa que Dante ha llegado a la ciudad. No me importa si tienen un título o si viven en la calle, quiero a todo tipo de gente bajo mi techo. —Hizo una pausa, disfrutando del desconcierto en el sirviente—. Ah, y asegúrate de que las invitaciones para los mendigos y plebeyos sean igual de elaboradas. No quiero que nadie piense que estoy haciendo distinciones.

El sirviente salió rápidamente a cumplir con la orden, aún sin entender del todo el plan de Dante, pero sabiendo que era mejor no hacer preguntas.

Dante volvió a sentarse en su sillón, satisfecho. Quería que la ciudad entera supiera que estaba allí, y más importante aún, quería demostrar su "superioridad intelectual" a todos, sin importar su clase social. Claro, los nobles pensarían que la fiesta era solo para ellos, pero cuando llegaran y vieran a plebeyos y mendigos codeándose con ellos, la sorpresa sería monumental. Y esa era precisamente la idea.

"Que vean que no hay diferencia entre ellos", pensó, con una sonrisa socarrona. "Les mostraré que, al final del día, todos son igual de idiotas."

Ya podía imaginar las reacciones. Los nobles horrorizados por la mezcla de clases, intentando mantener su dignidad mientras compartían espacio con personas a las que normalmente nunca dirigirían la palabra. Y, por supuesto, los plebeyos, quienes se sentirían desconcertados, quizás intimidados al principio, pero prontos a aprovechar el vino y la comida que Dante les ofrecería.

El mensaje detrás de todo esto era claro para él: "Estoy aquí para llenaros de conocimiento y neuronas". Aunque, en realidad, Dante sabía que la mayoría de ellos no tenía esperanza. Para él, todo era un gran experimento social, un espectáculo diseñado para demostrar que él estaba por encima de todos, sin importar su clase o su educación.

Los nobles intentarían mantener sus máscaras de sofisticación. Los plebeyos, quizás, intentarían fingir que pertenecían. Pero al final, todos caerían bajo el influjo de su fiesta, de su magia, de su juego de seducción y caos. Y Dante, como el maestro de ceremonias, disfrutaría viendo cómo todos, sin excepción, revelaban su verdadera naturaleza.

—Va a ser una noche muy divertida —murmuró para sí mismo, mientras un sirviente volvía con las primeras invitaciones, todas con detalles dorados y sellos elaborados.

Dante las tomó, las revisó con una sonrisa de aprobación y añadió una última instrucción:

—Y asegúrate de que esas ratas de la nobleza sepan que esta es la única invitación que recibirán. Si no vienen, sabrán que se han perdido la fiesta del siglo... y posiblemente sus pocas neuronas útiles también.

El sirviente se apresuró a marcharse para comenzar a distribuir las invitaciones por toda la ciudad. Mientras tanto, Dante se reclinó una vez más, satisfecho de saber que había sembrado la semilla del caos en la capital. Su fiesta no solo sería inolvidable, sería el comienzo de su dominio sobre la ciudad, no por la fuerza, sino por el control absoluto de las mentes y deseos de todos los que pusieran un pie en su mansión.