Nave: Veritas Imperii
Destino: Estacionado en órbita sobre el Planeta Draxos
El ambiente dentro de la Veritas Imperii se había vuelto irrespirable. No era solo el aire viciado por la maquinaria, ni el hedor constante de los cuerpos que pasaban por las cámaras de reciclaje. Había algo más, una presencia intangible que llenaba cada rincón de la nave, como si una sombra oscura estuviera arrastrándose por los pasillos, acechando a quienes estaban dentro.
Rivon, junto con su familia, permanecía en su compartimiento, intentando ignorar los rumores que se filtraban desde el exterior. Los gritos de los esclavos que habían sido purgados seguían resonando en los corredores, y aunque los Inquisidores del Núcleo continuaban su caza implacable, había una sensación creciente de que algo más terrible estaba por venir.
Las luces en los pasillos parpadeaban de manera irregular, y el zumbido constante de las alarmas creaba una atmósfera de tensión inaguantable. Rivon, cansado después de otro día agotador en las cámaras de reciclaje, no podía sacarse de la cabeza lo que había visto: la marca pulsante en el cadáver, los gritos del adorador de la Sombra, y la creciente sensación de que la corrupción no solo estaba en Draxos, sino que se había extendido dentro de la Veritas Imperii.
— No puedo más — murmuró Sera, su hermana, en voz baja desde su rincón. Sus ojos estaban vidriosos, llenos de miedo y agotamiento.
Rivon no respondió. No había palabras que pudieran aliviar el terror que sentían todos. Korran, su padre, se mantenía en silencio, como siempre, pero su rostro estaba más tenso de lo habitual. Lyra, su madre, intentaba mantener una fachada de calma, pero incluso sus manos temblaban levemente mientras repasaba sus pocas pertenencias.
De repente, el zumbido de las alarmas cambió. Un sonido agudo y metálico llenó el aire, un ruido que Rivon nunca había escuchado antes, pero que instintivamente sabía que significaba peligro. Se puso en pie de inmediato, y su cuerpo se tensó mientras observaba cómo las luces comenzaban a parpadear más intensamente. Las sombras en el compartimiento parecían alargarse, como si estuvieran vivas, y algo en el aire cambió. Un frío helado se deslizó por su espina dorsal.
— ¿Qué es eso? — preguntó Lyra, su voz apenas un susurro.
Rivon no tuvo tiempo de responder antes de que el suelo bajo sus pies temblara violentamente. Un sonido distante, como un estruendo de metal retorciéndose, reverberó a través de las paredes. Unos segundos después, el aire en la nave se volvió aún más denso, casi irrespirable. El zumbido se convirtió en un rugido, y el metal de la nave crujió como si algo invisible estuviera presionando desde dentro.
— ¡Rápido, levántense! — gritó Rivon, su voz llena de urgencia. Sabía que quedarse en el compartimiento no era seguro. Algo estaba ocurriendo, algo más allá de lo que habían enfrentado hasta ahora.
Sin esperar una respuesta, Rivon ayudó a Sera a ponerse en pie, y Korran y Lyra lo siguieron, aunque con movimientos lentos y torpes. Justo cuando salían del compartimiento, el aire a su alrededor se distorsionó. Unos metros más adelante, el pasillo se retorció como si la realidad misma estuviera siendo desgarrada. Un portal oscuro se abrió en la pared, girando lentamente, y desde él comenzaron a emerger figuras sombrías.
Los ojos de Rivon se abrieron de par en par mientras observaba cómo los primeros cuerpos surgían del portal. Eran humanos, pero algo en ellos estaba terriblemente mal. Sus ojos eran pozos negros vacíos, y sus cuerpos parecían deformados, como si hubieran sido consumidos por la oscuridad misma. Entre ellos había soldados ascendidos, con sus armaduras desgastadas y llenas de marcas oscuras que latían con una energía inquietante. La Sombra había llegado a la Veritas Imperii, no solo como una idea o una amenaza distante, sino como una realidad física, tangible, que caminaba entre ellos.
— ¡Corre! — gritó Rivon, su voz cargada de miedo.
Junto con su familia, corrieron por el pasillo, pero no eran los únicos. Otros esclavos también huían, sus gritos llenando el aire mientras las figuras oscuras emergían de más portales que se abrían a lo largo de la nave. Los Custos Automa, que solían patrullar implacablemente, parecían incapaces de detener a las criaturas de la Sombra. Algunos fueron aplastados o derribados con facilidad por las figuras sombrías, mientras otros simplemente se apagaban, como si la presencia de la Sombra drenara su energía.
Rivon sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras corría junto a Korran, Lyra, y Sera por los laberintos de la nave. Sabía que no podían esconderse para siempre, pero en ese momento, todo lo que podían hacer era huir y evitar ser alcanzados por las criaturas que los seguían.
A medida que avanzaban, el caos dentro de la nave aumentaba. Los soldados ascendidos que aún no habían sido corrompidos luchaban desesperadamente contra las criaturas de la Sombra, pero muchos caían, sus cuerpos siendo devorados por la oscuridad. La Veritas Imperii, que antes había sido una fortaleza impenetrable, ahora se estaba convirtiendo en un campo de batalla infernal.
Mientras giraban por otro corredor, una explosión sacudió la nave, lanzando a Rivon y su familia al suelo. El metal del techo se retorció y una ráfaga de fuego llenó el pasillo. Las luces parpadearon violentamente antes de apagarse por completo, dejando todo sumido en la penumbra.
Rivon se levantó lentamente, con el cuerpo dolorido por el impacto. Miró a su alrededor, tratando de localizar a su familia en la oscuridad. Korran estaba unos metros más adelante, ayudando a Lyra a ponerse de pie, mientras Sera tosía débilmente desde el suelo.
— ¡Tenemos que seguir! — gritó Rivon, pero su voz se perdió entre el ruido de la batalla que rugía a su alrededor.
El aire estaba lleno de gritos, disparos y el incesante crujido del metal. La Veritas Imperii se estaba desmoronando bajo el asalto de la Sombra, y Rivon sabía que no había muchas opciones. Tenían que encontrar un lugar seguro, pero con los portales abriéndose por toda la nave, no estaba seguro de si existía tal lugar.
A lo lejos, escuchó el sonido de más pasos. Las figuras oscuras avanzaban lentamente, como depredadores acechando a sus presas. Rivon miró a su familia y sintió una oleada de desesperación. Sabía que las probabilidades estaban en su contra, pero no podían detenerse. Debían seguir adelante.
Rivon, con el cuerpo aún adolorido por la explosión, ayudó a su familia a ponerse de pie. El caos que los rodeaba no era solo físico, sino psicológico. Mientras corrían por los oscuros pasillos de la Veritas Imperii, las sombras parecían jugar con sus mentes, susurrando cosas que solo ellos podían escuchar. La Sombra no corrompía como una fuerza brutal e inmediata, sino como una presencia constante, una tentación silenciosa que encontraba los rincones más oscuros del alma humana.
A medida que avanzaban, Rivon comenzó a notar pequeños cambios en el ambiente. No eran las criaturas las que llenaban de temor su corazón, sino el ambiente opresivo, las voces que comenzaban a susurrar en su mente. Las sombras se alargaban, y aunque no había una fuente directa de peligro visible, sentía cómo su mente comenzaba a tambalearse, como si algo invisible tratara de seducirlo, llevándolo hacia un abismo que no alcanzaba a comprender.
— Rivon... — susurró una voz en su mente, familiar y extraña a la vez.
Rivon se detuvo un instante, mirando a su alrededor. No era la voz de nadie cercano. Sera y Korran estaban adelante, avanzando con cuidado. La voz se repitió, suave pero cargada de una dulzura peligrosa.
— No tienes que seguir corriendo. Todo puede terminar. — La voz se volvió más clara, más tentadora, mientras algo oscuro se revolvía en el fondo de su mente.
Sacudió la cabeza, tratando de disipar esa sensación, pero era como intentar sacarse de encima una red invisible. Sabía que la Sombra trabajaba así, no consumiendo a las personas de golpe, sino filtrándose en sus pensamientos, ofreciendo soluciones fáciles a sus miedos y desesperación. Era la tentación de abandonar todo, de rendirse a una fuerza mayor.
Korran se detuvo unos metros más adelante, notando que Rivon se había quedado atrás.
— ¡Vamos! — gritó, su voz dura como el acero. Sabía que detenerse ahora era una sentencia de muerte, pero también sabía que algo estaba afectando a su hijo.
Rivon forzó sus pies a moverse, alejando las voces. Podía sentir la presión de la Sombra alrededor de su mente, pero luchaba por no ceder. Sabía que la Sombra no se apoderaba de las personas a la fuerza; las tentaba, las atraía con promesas de liberación del sufrimiento, y luego las hundía en la corrupción más profunda.
Mientras corrían por el pasillo, pasaron junto a un grupo de soldados ascendidos. Algunos de ellos estaban quietos, casi inmóviles, con sus cabezas bajas, como si estuvieran escuchando algo que solo ellos podían oír. Rivon vio cómo uno de ellos, un soldado con una armadura destrozada y manchas oscuras en su rostro, murmuraba algo incoherente, sus ojos vacíos, perdidos en pensamientos que no parecían suyos.
— Todo es... inútil... — susurraba el soldado, mientras su cuerpo temblaba, como si estuviera al borde de la rendición. La Sombra lo había alcanzado, no de golpe, sino con el tiempo, con palabras dulces que ofrecían una salida a la desesperación. El soldado no había sido consumido físicamente, pero su mente estaba rota, ya no era un guerrero del Imperio, sino un cascarón vacío que había sucumbido a la tentación de la Sombra.
Rivon, con una sensación de urgencia creciente, arrastró a su familia por otro corredor. Sabía que la Sombra no tenía prisa. La batalla en la Veritas Imperii no era solo por la carne, sino por las almas. Cada paso que daban era más difícil, no por el cansancio físico, sino por la lucha interna que libraban contra esa constante sensación de desesperanza que se cernía sobre ellos.
De repente, un estruendo resonó más adelante. Los portales que la Sombra había abierto seguían liberando a los corrompidos, pero ahora la batalla había llegado a su puerta. Rivon escuchó el sonido de los disparos de energía y los gritos de los soldados que luchaban desesperadamente contra los invasores. Sabía que no podían escapar de esa guerra interna. Estaba en todas partes, y ellos eran solo una pequeña parte de un conflicto mucho mayor.
Cuando llegaron al siguiente cruce, vieron a varios soldados del Imperio que aún no habían sucumbido. Estaban luchando ferozmente contra los corrompidos, disparando ráfagas de energía que iluminaban los pasillos oscuros. Rivon pudo ver cómo los soldados, aunque firmes y disciplinados, comenzaban a mostrar signos de debilidad. Sus movimientos eran más lentos, y algunos de ellos, incluso mientras disparaban, parecían estar luchando contra algo interno, como si las palabras de la Sombra estuvieran haciendo mella en sus corazones.
Uno de los soldados ascendidos se volvió hacia Rivon cuando pasó corriendo, sus ojos llenos de ira y miedo.
— ¡No puedes escapar! — gritó el soldado, su voz cargada de una mezcla de desesperación y furia. — ¡Nos está tentando a todos! ¡No le escuches!
El soldado volvió su atención a los corrompidos, pero Rivon sabía que el mensaje no era solo para él, sino para todos. La Sombra no necesitaba más que una pequeña fisura en el alma de una persona para colarse dentro. No atacaba directamente; ofrecía un respiro, una forma de liberar el dolor. Pero ese respiro era mortal, porque una vez que la Sombra se asentaba, ya no había vuelta atrás.
El sonido de pasos resonó detrás de ellos, y Rivon supo que no podían detenerse. Empujó a su familia hacia adelante, su mente concentrada en un solo objetivo: sobrevivir. Sabía que no podía permitirse ceder a la tentación, ni siquiera por un segundo. No importaba lo dulce que fuera la voz de la Sombra, no podía escucharla. No podía dejar que lo atrapara.
Cada rincón de la nave estaba siendo invadido por una batalla diferente. Los soldados luchaban tanto contra los corrompidos como contra sus propios miedos, mientras los esclavos, como Rivon, corrían buscando refugio, aunque sabían que no había un lugar completamente seguro.
Los portales seguían abriéndose, y con cada uno que se materializaba, más personas caían bajo la influencia de la Sombra. No porque fueran débiles, sino porque la Sombra sabía exactamente qué ofrecerles: alivio en medio de la desesperación. Para muchos, esa oferta era imposible de resistir.
La carrera hacia el refugio era una lucha contra el tiempo. Rivon apenas podía escuchar los gritos y las explosiones a su alrededor; el ruido era ensordecedor, mezclado con el rugido de los disparos y el chillido del metal retorciéndose. A cada paso, los pasillos de la Veritas Imperii estaban cubiertos de restos sangrientos, cuerpos destrozados que habían sido brutalmente masacrados. Las criaturas de la Sombra no solo mataban, sino que desmembraban, dejando un rastro de vísceras y carne aplastada en cada rincón.
El aire estaba impregnado del olor acre a sangre y metal caliente, mientras Rivon y su familia se acercaban al refugio asignado. Sera jadeaba detrás de él, tambaleándose por el esfuerzo y el miedo. Lyra tenía los ojos fijos en el camino, pero su expresión reflejaba el horror de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Korran lideraba el grupo, moviéndose con una precisión fría, como si el caos a su alrededor no lo afectara.
Mientras corrían por un pasillo estrecho, un estallido cercano sacudió las paredes, lanzando pedazos de metal y escombros al aire. Rivon se cubrió la cabeza instintivamente, pero cuando miró hacia arriba, vio algo que lo dejó paralizado. Un grupo de Custos Automa yacía destrozado en el suelo, sus cuerpos metálicos desgarrados como si hubieran sido triturados por una fuerza imparable. Junto a ellos, los restos de los esclavos que trabajaban en la sección eran apenas reconocibles: sus extremidades arrancadas, sus torsos abiertos y vacíos, como si las criaturas los hubieran vaciado de toda vida.
Rivon sintió que su estómago se revolvía, pero no había tiempo para detenerse. Sabía que si se quedaban allí mucho tiempo, ellos serían los siguientes. Con un esfuerzo desesperado, empujó a Sera hacia adelante, sus pies chapoteando en el charco de sangre que cubría el suelo. El sonido de huesos triturados bajo sus botas le recordaba que en la Veritas Imperii, la muerte no era rápida ni misericordiosa.
Finalmente llegaron al refugio asignado. Las puertas metálicas estaban a punto de cerrarse cuando Rivon golpeó el panel de control, y con un gemido mecánico, las puertas se abrieron justo a tiempo para dejarlos entrar. Una vez dentro, las puertas se cerraron de golpe, sellando el lugar con un chasquido frío.
El refugio no era más que una pequeña sala de metal blindado, su interior oscuro y desprovisto de cualquier comodidad. Pero era seguro, al menos por el momento. Rivon se dejó caer al suelo, el cansancio golpeándolo como una ola. Sentía los músculos tensos y el corazón latiendo en su pecho como un tambor incesante.
Sera se acurrucó en una esquina, sus brazos temblorosos envolviéndose alrededor de sus rodillas. Lyra estaba en silencio, pero sus ojos mostraban un vacío aterrador, como si su mente estuviera atrapada en las imágenes de los cuerpos destrozados que acababan de dejar atrás. Korran, imperturbable, se apoyó contra una de las paredes, respirando profundamente mientras vigilaba la entrada.
— ¿Estamos a salvo...? — susurró Sera, su voz apenas audible entre el zumbido de la nave.
Rivon asintió con dificultad, aunque sabía que la seguridad en la Veritas Imperii era una ilusión. Lo que habían presenciado no era el final, sino solo una pausa en el caos que los rodeaba.
De repente, un estruendo masivo resonó en la distancia, seguido de una serie de vibraciones que recorrieron la estructura del refugio. Rivon se levantó con esfuerzo y caminó hacia el pequeño panel de monitoreo que estaba integrado en la pared. Al activar la pantalla, vio lo impensable.
A través de la ventana externa, el espacio alrededor de la Veritas Imperii estaba plagado de destrucción. Naves del Imperio, enormes y poderosas, caían una tras otra. Rivon observó con horror cómo la Aquila Nox, una de las naves insignia del Imperio, explotaba en una tormenta de fuego y escombros. Los restos de la nave flotaban en el vacío del espacio, chocando contra otras naves más pequeñas que también eran destruidas por la embestida implacable.
Los cuerpos que flotaban en el espacio, soldados y tripulantes, eran atrapados por las explosiones y desgarrados por la presión del vacío. Algunos cuerpos, aún moviéndose, parecían retorcerse de dolor antes de ser reducidos a nada por el impacto de los escombros.
Rivon vio cómo una nave más pequeña, la Aeternum, era partida en dos, con su casco desgarrado como si fuera papel. Los gritos de auxilio resonaban en las comunicaciones de emergencia, pero no había nadie que pudiera responder. Las naves del Imperio, una vez imponentes y majestuosas, ahora eran meros juguetes en manos de la Sombra, sus tripulantes arrastrados hacia la muerte de la forma más brutal imaginable.
Korran se acercó al panel, observando la carnicería con una expresión de amarga resignación.
— Esto es solo el principio — dijo en voz baja, mientras veía cómo las naves caían una tras otra. La Sombra no solo nos ataca físicamente... Está destrozando nuestras mentes.
Rivon sintió una oleada de ira y desesperación al ver la destrucción de las flotas del Imperio. Los soldados, algunos de los mejores guerreros del Imperio, eran masacrados sin piedad. Sus cuerpos eran aplastados, destrozados y lanzados al vacío sin sentido alguno. El espacio alrededor de Draxos estaba lleno de restos flotantes, manchas de sangre que se evaporaban en el frío infinito, y partes de naves que aún ardían con fuego fantasma.
La Veritas Imperii, aunque aún en pie, había resistido por pura tenacidad, pero las pérdidas a su alrededor eran insoportables. Cada nave que caía era un recordatorio de que la Sombra no solo estaba en las mentes de aquellos que sucumbían, sino también en la brutalidad con la que los destrozaba físicamente.
Las luces en el refugio parpadearon, y el silencio volvió a llenar el espacio. Rivon sabía que el peligro inmediato había pasado, pero lo que habían perdido en esa batalla era incalculable. No solo en términos de vidas, sino de humanidad. Habían sido testigos de una masacre en su forma más cruda, y el Imperio, a pesar de su poder, estaba siendo desmantelado.