El espacio era inmenso, indiferente. Para muchos, el vacío infinito era un lugar sin esperanza, un destino final donde las vidas se apagaban como débiles estrellas en la oscuridad. Pero para Rivon, el vacío ya no era una prisión ni un lugar de muerte. Ahora, era un territorio que podía recorrer con la misma facilidad con la que antes caminaba por el suelo de la Veritas Imperii.
Se movía con rapidez y sin esfuerzo, dirigiéndose hacia donde había visto partir la cápsula de escape de Sera. No sabía si realmente estaba viva o si la cápsula había resistido el caos de la explosión de la nave, pero algo dentro de él se negaba a aceptar que su hermana hubiera muerto. Esa conexión familiar, el lazo que los unía, aún palpitaba débilmente en su interior, como un eco lejano que lo guiaba en la oscuridad.
Rivon no sentía el paso del tiempo de la misma manera que antes. La sensación de su nuevo ser lo embriagaba. Aunque no entendía completamente lo que le había sucedido, sabía que el universo lo había cambiado de una forma que no podía revertir. Las sombras — aquellos seres etéreos que lo habían arrastrado a este destino — lo habían transformado en algo más que humano.
El silencio del vacío lo rodeaba, pero no lo perturbaba. El frío que antes lo hubiera matado ahora solo era un leve recordatorio de su antigua vulnerabilidad. Rivon sentía su cuerpo lleno de poder, pero no sabía cómo usarlo. Aún. Las palabras de los seres resonaban en su mente: le habían dado fragmentos de información, pero no la clave completa para desatar lo que había en él. Sabía que había más por descubrir, más poder por desatar, pero aún no sabía cómo alcanzarlo.
La cápsula de escape de Sera era su único objetivo por ahora. A medida que se deslizaba por el espacio, sus pensamientos giraban en torno a ella. Había sobrevivido demasiado como para perderla también. Aunque sus emociones parecían atenuadas por su nueva condición, el amor fraternal seguía ahí, un remanente de su antigua humanidad que se negaba a ser suprimido.
Finalmente, después de lo que parecían horas, Rivon vio un destello a lo lejos. Algo brillaba débilmente entre los escombros y las estrellas distantes. La cápsula. Aceleró su marcha, moviéndose con una agilidad antinatural hacia el objeto que flotaba sin rumbo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo verlo claramente: una cápsula de escape, intacta, pero golpeada por los restos del campo de batalla.
Su corazón — o lo que quedaba de él — dio un vuelco. Sera. ¿Estaría dentro? ¿Estaría viva?
Con un simple movimiento de su mano, Rivon manipuló la escotilla exterior de la cápsula. El metal crujió, y la puerta se abrió lentamente, dejando escapar un débil silbido de aire. Dentro, la vio. Sera estaba acurrucada en un rincón, aún viva, aunque inconsciente. Su pecho subía y bajaba lentamente, su respiración apenas audible. Había sobrevivido.
Por un momento, Rivon se quedó mirándola, una mezcla de alivio y asombro en su interior. Ella había sobrevivido, pero no sabía cuánto tiempo más podría resistir en esa cápsula en deterioro. Debía sacarla de ahí, debía encontrar una manera de llevarla a un lugar seguro.
Rivon extendió la mano y, con cuidado, levantó a su hermana. Sera estaba débil, pero seguía viva. Ella no era como él. Ella aún necesitaba aire, aún necesitaba protección contra el frío del espacio. Pero él… él ya no era humano, al menos no completamente. El vacío no lo afectaba de la misma manera, y ahora debía encontrar una solución para mantenerla a salvo.
Con Sera en sus brazos, Rivon se impulsó de nuevo hacia el vacío, moviéndose sin esfuerzo. Debía encontrar un lugar seguro, alguna nave cercana o una estación. No tenía un plan claro, pero sabía que no podía quedarse en ese campo de escombros por mucho tiempo. Aunque el espacio no lo mataría, el tiempo seguía corriendo para su hermana.
Mientras avanzaba, su mente volvía a los recuerdos de su transformación. Las sombras le habían dado algo, un poder que aún no comprendía completamente. Podía sentirlo fluyendo en su interior, pero cada vez que intentaba concentrarse, el poder se desvanecía como un eco en la distancia.
Las estrellas brillaban en la distancia, pero ninguna de ellas le ofrecía una respuesta clara. Rivon, aún adaptándose a lo que ahora era, sabía que su vida y la de su hermana nunca volverían a ser las mismas. Pero también sabía que él tenía el poder de cambiar su destino, de moldear la realidad a su voluntad. Solo necesitaba aprender cómo.
Con su hermana a salvo en sus brazos, Rivon aceleró hacia la vastedad del espacio, en busca de un refugio en medio de la oscuridad. Su transformación era solo el principio, y aunque no comprendía todo lo que eso significaba, una cosa estaba clara: nunca volvería a ser el esclavo que fue.
El frío del espacio envolvía a Rivon mientras avanzaba, llevando a Sera en sus brazos. Sabía que su cuerpo ya no necesitaba aire ni protección contra el vacío, pero su hermana, en su estado humano, no tendría la misma suerte. Mientras la sostenía, sintió un impulso profundo dentro de él, algo que le indicaba cómo mantenerla a salvo.
Sin pensarlo mucho, extendió su voluntad, concentrándose en el aire alrededor de Sera. No estaba seguro de cómo lo hacía, pero un campo etéreo comenzó a formarse a su alrededor, envolviéndola como una burbuja invisible. Podía sentir cómo el campo mantenía la atmósfera dentro de él, permitiendo que su hermana respirara, incluso en el vacío del espacio.
Este poder era nuevo, pero no del todo desconocido. Las sombras etéreas le habían insinuado que podía hacer cosas más allá de lo que comprendía, y ahora comenzaba a descubrir esas capacidades. El campo de protección que había creado para Sera era prueba de ello. Ella respiraba con tranquilidad, aún inconsciente, pero a salvo.
Rivon se movía con rapidez entre los restos de la Veritas Imperii, impulsado por su propia voluntad. Sabía que su hermana no podía permanecer en este campo por siempre. Necesitaba encontrar un lugar seguro, una nave o una estación cercana donde pudiera cuidar de ella y obtener respuestas sobre su nueva situación.
Mientras avanzaba, las estrellas parecían observarlo, silenciosas y distantes. La vasta negrura del espacio ya no lo intimidaba. Rivon sentía que, de alguna manera, el vacío respondía a su control, pero esa sensación venía con una incertidumbre inquietante. ¿Qué más podía hacer? ¿Cuánto poder albergaba realmente?
Miró a Sera en sus brazos, envuelta en el campo que él había creado. Aunque no lo comprendía del todo, sabía que ese poder era solo una pequeña muestra de lo que estaba por venir. Las sombras habían despertado algo en él, y aunque todavía no entendía el alcance total de sus habilidades, podía sentir la magnitud de lo que le esperaba.
De repente, a lo lejos, una luz titilante rompió la oscuridad del espacio. Rivon concentró su vista y se dio cuenta de que no eran solo estrellas, sino el reflejo de una estructura artificial. Una estación o quizás una nave. Sin dudarlo, se dirigió hacia ella, acelerando con cada segundo. Sabía que si había vida allí, quizás podrían ayudarlo a salvar a Sera o al menos darle más tiempo.
El campo que rodeaba a Sera seguía estable, pero Rivon no sabía cuánto tiempo más podría mantenerlo. Aunque el poder fluía dentro de él, mantener el campo requería concentración, y las dudas sobre sus propios límites comenzaban a acechar su mente. Debía llegar a la nave antes de que algo fallara.
Mientras se acercaba, la luz se volvió más intensa, y finalmente, Rivon pudo ver la estructura con claridad: una nave espacial de tamaño mediano. Parecía haber sobrevivido a la destrucción de la Veritas Imperii, pero flotaba a la deriva, casi desactivada. Los paneles de su casco estaban dañados, y parte de su estructura mostraba signos de haber estado en combate, pero aún estaba intacta.
Rivon flotó hacia la nave, buscando una manera de entrar. Sabía que el tiempo era crucial, y aunque su cuerpo podía resistir el vacío del espacio, Sera no podía. Debía actuar rápido. Se acercó a una de las compuertas exteriores de la nave y, con un gesto, utilizó su poder para forzar la entrada. El metal cedió bajo su control, y la puerta se abrió lentamente, permitiendo que los dos entraran.
Al cruzar el umbral, el aire frío y reciclado de la nave llenó sus pulmones. No lo necesitaba, pero Sera sí. El campo etéreo se desvaneció en cuanto entraron, permitiendo que su hermana respirara de manera natural. Todavía estaba inconsciente, pero a salvo por el momento.
Rivon observó el interior de la nave. Parecía desierta, pero todavía había señales de vida. Las luces de emergencia parpadeaban débilmente, y un leve zumbido resonaba a lo largo de los pasillos. Si alguien estaba a bordo, no se mostraban, al menos no de inmediato. El tiempo le había dado una oportunidad para planear su siguiente movimiento.
Colocó a Sera en un rincón seguro, asegurándose de que estuviera cómoda. Su respiración seguía siendo débil, pero constante. Sabía que pronto despertaría, y cuando lo hiciera, tendría que enfrentarse a una realidad que él mismo apenas comenzaba a entender.
Las palabras de las sombras regresaron a su mente. Le habían dado poder, pero también lo habían marcado con una responsabilidad que aún no comprendía completamente. No era solo un ser capaz de moverse en el espacio o de controlar campos etéreos. Había algo más profundo, algo que lo hacía diferente a todo lo que había sido antes.
Mientras los sonidos de la nave resonaban a su alrededor, Rivon sabía que el tiempo del esclavo había quedado atrás. Ahora era algo más, aunque todavía no sabía qué tan lejos lo llevaría ese poder.
Rivon caminaba con decisión por los pasillos desiertos de la nave. Las luces de emergencia titilaban de manera irregular, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes metálicas. El eco de sus pasos resonaba en el vacío, y a medida que avanzaba, el olor acre de la muerte empezaba a envolver el ambiente. Los cuerpos de la tripulación estaban esparcidos por el suelo, algunos degollados, otros con sus cuerpos explotados por las explosiones internas de la nave. Sangre y restos manchaban las paredes y los techos, un recordatorio brutal de la batalla que había tenido lugar.
Pero Rivon apenas les dedicó una mirada. La muerte ya no le provocaba temor. De alguna manera, sentía que había pasado por algo peor y que ahora estaba por encima de la fragilidad humana. Lo que antes habría sido un espectáculo grotesco y perturbador, ahora era solo un obstáculo en su camino.
Llegó a la sala de control. Los monitores parpadeaban con una luz tenue, y los sistemas estaban en modo de emergencia, pero aún funcionaban. Rivon se sentó frente a una de las terminales, sintiendo cómo el conocimiento le fluía de manera natural. Era como si el poder que las sombras le habían otorgado también incluyera una capacidad innata para manipular la tecnología. Lo que antes habría requerido aprendizaje ahora parecía simple. Sus dedos se movían rápidamente sobre el panel, ajustando los controles y accediendo a los sistemas principales de la nave.
Lo primero que hizo fue restaurar el oxígeno en la sección donde él y Sera se encontraban. Sabía que, aunque él no lo necesitaba, Sera aún dependía del aire para sobrevivir. El zumbido de los sistemas se activó, y en cuestión de segundos, el aire comenzó a fluir nuevamente por los conductos. El olor a muerte no desapareció, pero al menos ahora su hermana estaría a salvo.
Rivon se levantó momentáneamente y observó los monitores de seguridad. Las cámaras mostraban imágenes borrosas y parpadeantes de otras partes de la nave, pero todo lo que quedaba eran cuerpos muertos y más escombros. No había señales de vida, y eso le daba una ventaja. La nave estaba completamente desierta, lo que significaba que nadie interferiría en su próximo movimiento.
Con un gesto calculado, activó la baliza de ayuda. Sabía que alguien acudiría en respuesta al llamado de socorro, y cuando lo hicieran, él y Sera serían rescatados, no como simples esclavos, sino como ciudadanos. El plan comenzaba a tomar forma. Para asegurar su futuro, Rivon necesitaba algo más que poder; necesitaba estatus.
Volvió a la terminal y accedió a los registros de la tripulación. Los nombres de los antiguos ocupantes estaban allí, muertos en el sistema igual que en la realidad, sin posibilidad de revivir. Buscó en los registros de esclavos y encontró su propio nombre, junto al de Sera, condenados a la oscuridad de una existencia de servidumbre. Pero eso iba a cambiar.
Con una precisión casi instintiva, Rivon eliminó sus registros como esclavos. Sus nombres desaparecieron de las bases de datos, borrados como si nunca hubieran existido en esa condición. A continuación, modificó los registros de ciudadanía, inscribiendo tanto a él como a Sera como ciudadanos de pleno derecho. El estatus de esclavo se había desvanecido. Ya no eran propiedad de nadie. Eran libres.
Un leve sentimiento de satisfacción lo recorrió mientras observaba los cambios en la pantalla. El esclavo había muerto, y en su lugar, un nuevo hombre se levantaba, alguien dispuesto a tomar lo que siempre le había sido negado.
El plan estaba en marcha. Rivon no solo había asegurado su estatus como ciudadano, sino que también había establecido una base para su ascenso al poder. No se trataba solo de libertad; se trataba de disfrutar de lo que nunca había tenido: riqueza, control, y sobre todo, placer. Sabía lo que quería: disfrutar de las mujeres, del sexo, del poder. Todo aquello que le había sido negado como esclavo, ahora sería suyo. Nada le sería negado otra vez.
Se levantó de la terminal, satisfecho con lo que había logrado en tan poco tiempo. La baliza de ayuda estaba activa, y pronto una nave acudiría en su rescate. Ya no los verían como esclavos, sino como ciudadanos, con todos los privilegios que eso conllevaba.
Volvió al compartimiento donde Sera descansaba. La habitación seguía en silencio, interrumpida solo por el leve zumbido del aire acondicionado restaurado. Su hermana seguía inconsciente, pero estaba estable. Pronto despertaría, y cuando lo hiciera, él estaría allí para explicarle lo que había hecho. Su vida había cambiado para siempre, y ella disfrutaría de una libertad que jamás habían imaginado.
Rivon observó a su hermana, sintiendo una mezcla de protección y ambición en su interior. El futuro estaba abierto frente a ellos, y esta nave, aunque desierta y rota, era solo el primer paso hacia algo mucho más grande. Pronto, tendrían acceso a todo lo que el Imperio podía ofrecerles.
No volverían a ser esclavos nunca más.