El campo de batalla en Zerith-4 había quedado en un extraño silencio. Los rugidos de los Shak'Thor ya no resonaban con la misma intensidad, y el eco de los disparos y explosiones se había desvanecido en el aire. Rivon se mantenía alerta, observando el horizonte mientras los últimos Shak'Thor retrocedían hacia las sombras. El avance implacable de los invasores se había detenido, aunque todos sabían que no era el final. Simplemente se estaban reagrupando.
Los defensores de la fortaleza, agotados pero determinados, comenzaron a moverse rápidamente para aprovechar el breve respiro. Las murallas estaban llenas de cuerpos—humanos y alienígenas—esparcidos por el suelo en grotescas posiciones. El olor de la muerte impregnaba el aire, mientras los supervivientes trataban de organizarse. Los Ascendidos Menores caminaban entre los legionarios, dando órdenes claras sobre cómo reforzar las defensas antes de que llegara el siguiente ataque.
Rivon estaba cubierto de sangre, la mayoría no era suya, pero seguía sintiendo el peso de la batalla. Aunque su cuerpo no mostraba signos de agotamiento, algo en su interior vibraba con intensidad. El campo de batalla seguía siendo su lugar, pero la pausa en la matanza lo dejaba inquieto. La sed de destrucción que había sentido durante el combate no se había desvanecido del todo. La brutalidad, la sangre, el placer de sentir el poder sobre los cuerpos de sus enemigos... Todo eso lo mantenía en un estado de alerta constante.
Uno de los Ascendidos Menores pasó cerca de Rivon, su armadura aún reluciente a pesar de la carnicería. Su mirada se cruzó brevemente con la de Rivon, pero no dijo nada. Había visto su combate, cómo se había lanzado sin piedad contra los Shak'Thor, y había reconocido en él algo más que un simple ciudadano. Sin embargo, ahora no era el momento para preguntas. El enemigo aún no había sido derrotado, y todos lo sabían.
— Preparen las defensas de inmediato — ordenó uno de los oficiales desde lo alto de las murallas. — Los Shak'Thor volverán. No sabemos cuándo ni cómo, pero volverán.
Los legionarios comenzaron a moverse, levantando barricadas y reforzando los puntos débiles de la muralla que había sido dañada en el último asalto. Rivon se unió a ellos, su mente aún centrada en el combate, mientras levantaba pesados bloques de metal con facilidad, algo que no pasó desapercibido para algunos de los soldados cercanos. Aunque nadie se atrevía a comentar en voz alta, todos notaban la fuerza inhumana que Rivon mostraba. No era un soldado común.
— Rivon, acompáñanos — dijo uno de los Ascendidos Menores, señalando a un grupo de soldados que ya se estaban preparando para salir de las murallas. Misión de caza. Había grupos de Shak'Thor que se habían infiltrado más allá de las líneas principales, y necesitaban ser eliminados antes de que tuvieran la oportunidad de reagruparse.
Rivon asintió en silencio. La idea de salir a cazar a esos monstruos, de continuar el derramamiento de sangre, lo llenaba de una satisfacción fría. Salir de la ciudad, en busca de aquellos que aún sobrevivían, sería la oportunidad perfecta para saciar su hambre de combate.
El equipo de caza se reunió en la base de la muralla, un grupo selecto de Ascendidos Menores y legionarios, junto a Rivon, quien se movía con el mismo propósito que ellos. Las órdenes eran claras: eliminar cualquier rastro de los Shak'Thor que quedaran en las afueras de la ciudad. No podía haber margen de error.
A través del desierto árido, el grupo avanzó en silencio, sus pasos resonando ligeramente en el terreno polvoriento. El paisaje a su alrededor era desolador, una mezcla de cenizas y rocas que apenas ofrecía refugio a sus enemigos. Los rastros de la batalla aún eran evidentes en los alrededores de la ciudad: cráteres humeantes, naves estrelladas, y cuerpos que yacían en el suelo, siendo consumidos por el calor abrasador del sol.
Rivon se mantenía al frente del grupo, sus sentidos agudizados. No había señales de vida a su alrededor, pero eso no significaba que estuvieran seguros. Los Shak'Thor eran cazadores expertos, y sabían cómo ocultarse hasta el momento preciso para atacar. El silencio que los rodeaba no era un alivio; era una advertencia.
De repente, uno de los Ascendidos levantó la mano, deteniendo al grupo. Había visto algo.
— Movimiento en el sector este — dijo en voz baja, ajustando el visor de su casco para ver mejor en la distancia. — Parece que algunos Shak'Thor se han quedado atrás.
Rivon no necesitó más. Su corazón latía con fuerza mientras avanzaba junto a los demás, desplazándose con cautela hacia el área señalada. Las sombras de las rocas proyectaban figuras extrañas a medida que el sol comenzaba a descender en el horizonte, creando un ambiente aún más tenso.
De repente, una ráfaga de movimiento. Los Shak'Thor se lanzaron desde detrás de una formación rocosa, sus garras brillando bajo la luz tenue del crepúsculo. Rivon reaccionó de inmediato, su espada de energía brillando mientras cortaba en un arco descendente, atravesando la cabeza del primer enemigo con un golpe seco. El sonido del hueso y la carne desgarrándose resonó en sus oídos, y el placentero eco de la muerte llenó su mente una vez más.
Pero no había tiempo para disfrutar de la victoria. Los Shak'Thor restantes cargaron contra ellos. El caos estalló una vez más, y Rivon se lanzó al combate, sus movimientos cada vez más rápidos y letales. El placer oscuro de la lucha lo consumía mientras destrozaba a sus enemigos uno por uno, su espada hundiéndose profundamente en sus cuerpos, la sangre salpicando a su alrededor.
El polvo se levantaba a cada paso mientras el grupo se desplazaba por las rocas y cráteres de lo que una vez fue el campo de batalla. El calor del día había empezado a disiparse, pero el aire seguía denso con el olor a sangre y metal quemado. Rivon, con la espada aún goteando la sangre de los Shak'Thor, avanzaba en silencio, su respiración controlada, pero su mente llena de un deseo creciente por más combate, más destrucción.
Los Ascendidos Menores que lo acompañaban mantenían sus ojos bien abiertos, atentos a cualquier movimiento en las sombras que los rodeaban. Sabían que los Shak'Thor no se rendirían fácilmente, que siempre volverían a intentar derribar lo que quedaba de la resistencia humana. Cada rincón del paisaje destrozado podía ocultar una amenaza latente, y las bestias alienígenas eran maestras del sigilo y el ataque sorpresa.
— Mantente alerta — murmuró uno de los Ascendidos mientras se detenía en lo alto de una duna de arena y ceniza, escaneando el horizonte en busca de movimiento. Su voz sonaba calmada, pero la tensión en el aire era palpable. Todos sabían que la batalla no había terminado.
Rivon, mientras tanto, no podía dejar de notar cómo su cuerpo parecía moverse con más facilidad que nunca, cada músculo en su interior se sentía más fuerte, más preciso. La crueldad que había mostrado en el combate anterior lo había dejado con una sensación extraña de satisfacción. El placer de matar a los Shak'Thor seguía latente en su mente, como una sombra oscura que no podía sacudir. No lo entendía del todo, pero cada muerte, cada gota de sangre derramada, lo hacía sentir más vivo.
El grupo continuó avanzando por el terreno desigual, acercándose a una serie de antiguas instalaciones abandonadas. Era un área que había sido asolada por los primeros ataques de los Shak'Thor, y las ruinas de las estructuras metálicas eran un recordatorio de lo que el enemigo podía hacer si no eran detenidos. Las paredes derrumbadas y los restos de vehículos destrozados estaban esparcidos por el área como monumentos a la devastación.
De repente, uno de los Ascendidos alzó el puño, deteniendo al grupo. Había algo entre los escombros. Rivon apretó la empuñadura de su espada, sintiendo el peso del arma mientras sus ojos escaneaban las sombras que se proyectaban en las ruinas.
— Movimiento detectado. Ocho metros al este — dijo el Ascendido con una voz baja pero firme.
Sin necesidad de más instrucciones, Rivon y el resto del equipo se dividieron en posiciones estratégicas, moviéndose con sigilo. Los Shak'Thor que quedaban en la superficie sabían que su tiempo estaba contado, y seguramente estaban esperando emboscarlos en el momento adecuado.
Un sonido agudo cortó el aire, seguido por el rugido gutural de uno de los Shak'Thor. Rivon reaccionó al instante. Su cuerpo se lanzó hacia adelante, casi instintivamente, mientras su espada cortaba el aire. La criatura emergió de entre las ruinas, sus garras brillando bajo la tenue luz, y se abalanzó sobre él. Pero Rivon ya estaba listo. Giró sobre sí mismo con una velocidad que no debería haber sido posible para un humano común, y la espada de energía encontró su marca en el costado del Shak'Thor, cortando carne y hueso con un chasquido horrible.
La bestia cayó pesadamente al suelo, pero antes de que el grupo pudiera relajarse, otros dos Shak'Thor surgieron de las sombras, lanzándose sobre ellos con una ferocidad imparable. El campo de batalla se llenó de nuevo de gritos y el sonido de la carne siendo desgarrada mientras los Ascendidos Menores y los legionarios restantes combatían contra los alienígenas.
Rivon, con la sangre caliente por el combate, no se detuvo. Se lanzó hacia otro Shak'Thor que había abatido a un legionario cercano, clavando su espada en el cuello del monstruo y torciéndola para abrir una herida letal. La sangre oscura brotó en todas direcciones, manchando su armadura ya cubierta de manchas.
Cada golpe, cada grito de dolor y agonía, llenaba su mente de una extraña euforia. El dolor no lo afectaba, y cada vez que sentía la resistencia de los Shak'Thor romperse bajo su espada, una satisfacción oscura se apoderaba de él. Rivon no solo luchaba para sobrevivir; estaba disfrutando la brutalidad de la batalla de una manera que le resultaba casi imposible de ignorar.
Los Ascendidos Menores combatían con eficiencia, sus movimientos calculados y precisos, pero Rivon era diferente. Sus golpes eran más rápidos, más intensos, y aunque aún seguía las tácticas básicas de combate, algo en su forma de luchar era más caótico, más cruel. Los Shak'Thor caían a su alrededor uno tras otro, y cada vez que uno de ellos moría bajo su espada, la sed de violencia en su interior crecía.
Uno de los Ascendidos lo observaba mientras Rivon se lanzaba sobre otro enemigo, hundiendo su espada con una brutalidad que hizo que incluso el veterano soldado se estremeciera por un breve momento. Había algo en Rivon que no era normal, y aunque no entendían del todo qué era, los Ascendidos sabían que este joven soldado no era como los demás.
— Rivon, atrás — gritó uno de los líderes del escuadrón mientras Rivon finalizaba su ataque con un corte brutal que decapitó al último de los Shak'Thor en las inmediaciones.
Rivon se giró, su respiración pesada pero controlada, y observó la carnicería a su alrededor. Los cuerpos destrozados de los Shak'Thor yacían esparcidos por las ruinas, sus extremidades y cabezas separadas de sus torsos en un charco de sangre negra. Los legionarios y Ascendidos que habían sobrevivido se mantenían en guardia, listos para cualquier otro ataque.
El aire se llenó de un silencio inquietante. No había más enemigos visibles, pero todos sabían que esto no era el final. Las naves de combate de la Mano seguían combatiendo en las alturas, y las fuerzas de los Shak'Thor seguían llegando desde el espacio. Era solo cuestión de tiempo antes de que el siguiente asalto comenzara.
— Volvamos a la fortaleza — dijo el líder de la misión de caza, su voz firme. — No sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que el próximo grupo de Shak'Thor caiga sobre nosotros.
Rivon asintió, pero mientras el grupo comenzaba a retirarse, no pudo evitar notar algo. Había disfrutado de cada segundo de la caza, de cada muerte que había causado. Y aunque su mente se negaba a reconocerlo, su cuerpo ansiaba más. Más sangre, más destrucción.
Rivon avanzaba en silencio, su mente dividida entre la satisfacción de la caza y las ansias que bullían dentro de él. Habían eliminado a los Shak'Thor que se escondían fuera de la fortaleza, pero la sensación de victoria no lo calmaba. Había algo más profundo, más visceral, que no podía controlar del todo.
Conforme se acercaban a las imponentes murallas de la fortaleza, Rivon sintió cómo sus deseos se intensificaban. El combate, la sangre, la violencia—todo eso había despertado algo en su interior. Cada vez que mataba, cada vez que sentía el calor de la sangre sobre su piel, el deseo sexual crecía dentro de él, casi como una reacción física inevitable. Era como si el derramamiento de sangre estuviera directamente ligado a su necesidad de placer.
Las murallas de la fortaleza se levantaban ante ellos como guardianes silenciosos de lo que había más allá: una metrópolis enorme, el corazón de los recursos del Imperio en Zerith-4. Aunque Rivon y su equipo no entrarían en la ciudad esta vez—su misión había sido cazar y asegurar los alrededores—, él sabía que lo que se encontraba dentro de esas murallas era una máquina viviente, donde esclavos, soldados y ciudadanos trabajaban incansablemente para sostener la guerra.
Pero mientras Rivon avanzaba, sus pensamientos estaban en otro lugar. Había contenido sus ansias de deseo sexual durante la misión, pero ahora que la caza había terminado, esas emociones volvieron a la superficie con más fuerza que antes. Su ser interior, cruel pero justo, había empezado a manifestarse con más claridad. Sabía que su temperamento había cambiado, que ya no era el esclavo que simplemente seguía órdenes. Había aprendido a ser frío, pero también sabía quién merecía su crueldad y quién no.
El calor de la batalla seguía recorriendo su cuerpo, como si la sangre que había derramado en los últimos combates alimentara algo más profundo dentro de él. La conexión entre la violencia y el deseo era innegable. Cuanta más sangre esparcía, más fuerte se volvía su ansia de sexo y control, como si ambas facetas de su ser estuvieran entrelazadas de una manera que aún no entendía completamente.
Los Ascendidos Menores que lo acompañaban en la misión de caza caminaban en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Rivon se daba cuenta de que ellos también habían cambiado. El campo de batalla hacía eso con las personas. La crueldad y la brutalidad se convertían en parte de ellos, y aunque sus compañeros mantenían su disciplina, Rivon sabía que él no era como ellos. Algo dentro de él era diferente, algo que no podía compartir con los demás.
Cuando llegaron a las murallas de la fortaleza, fueron recibidos por los oficiales a cargo. La misión de caza había terminado, pero la guerra en el planeta no cesaba. Las naves de combate de la Mano aún libraban batallas en los cielos, y más Shak'Thor seguían descendiendo desde el espacio, listos para continuar su invasión.
Rivon observó las murallas, sabiendo que lo que se encontraba al otro lado—la metrópolis industrial—era el corazón de la resistencia en Zerith-4. Una ciudad dedicada a los recursos que el Imperio necesitaba para continuar la guerra. No había lugar para la debilidad en esas murallas, solo para la producción y la guerra.
Mientras esperaban nuevas órdenes, Rivon sintió nuevamente cómo su deseo aumentaba. La sangre que había derramado, la violencia que había infligido, todo eso lo había dejado con una necesidad que no podía ignorar. Sabía que no era momento para ceder a esas emociones, pero también sabía que no podía seguir conteniéndolas para siempre. Era cruel, pero solo con aquellos que merecían su ira. No sentía culpa por lo que había hecho, solo una creciente sensación de poder que lo impulsaba a buscar más.
Finalmente, un oficial Ascendido se acercó, dando nuevas instrucciones. Rivon escuchó con atención, pero su mente seguía en otro lugar. El planeta seguía en plena guerra, y la defensa de la fortaleza aún no había terminado. Los Shak'Thor volverían, y cuando lo hicieran, Rivon sabía que la sangre volvería a correr. Y cuando eso sucediera, él se permitiría ceder un poco más a esos deseos que lo devoraban por dentro.