Rivon caminaba entre los cuerpos de los Shak'Thor, sus botas aplastando la sangre y los restos de carne sin ningún reparo. La victoria había sido brutal y sangrienta, como todas, pero algo en su interior ya no podía controlarse más. El deseo que había estado conteniendo durante semanas, alimentado por cada batalla, cada muerte, cada gota de sangre derramada, ya no podía ser ignorado.
Se dirigió hacia un edificio derruido, una de las estructuras destrozadas por los ataques recientes. La adrenalina del combate aún fluía por sus venas, pero había algo más profundo, algo más visceral que lo dominaba en ese momento. El poder que sentía no solo venía de su fuerza o habilidad en la batalla. Era algo más oscuro, más profundo. Un deseo que nacía del control total, del dominio absoluto sobre la vida de los demás.
En la oscuridad del edificio, Rivon localizó a tres mujeres jóvenes, prisioneras de la base, que habían intentado esconderse del caos que acababa de suceder. Sus rostros reflejaban miedo y desesperación. Sabían lo que venía, lo habían visto en los ojos de otros soldados antes, pero Rivon no era como los demás. Él no buscaba simplemente satisfacer un deseo pasajero. Él era control, era poder encarnado, y ese poder exigía mucho más.
Sin una palabra, las arrastró hacia la oscuridad, forzándolas a entrar en el edificio derruido. No hubo resistencia. No podían resistirse a lo que él representaba. Cada movimiento de Rivon, cada toque, era una demostración de su dominio, y las mujeres, aunque temblaban de terror, sabían que no tenían opción. El deseo de Rivon había superado todo límite, y ahora era su turno de sucumbir a él.
En ese momento, el placer que había reprimido durante tanto tiempo explotó en su interior. Rivon las sometió sin compasión, sin detenerse ni por un instante. El placer y la dominación absoluta se mezclaban en cada segundo, en cada movimiento. La sangre que había derramado antes, el caos que había desatado en la batalla, todo alimentaba esa necesidad insaciable. Las mujeres no eran más que objetos, herramientas para satisfacer ese hambre que lo devoraba desde dentro.
Rivon las usó como si fueran suyos, como si le pertenecieran, y cada grito, cada lágrima, solo aumentaba el placer que sentía. El dolor que les infligía lo hacía más fuerte, más seguro de sí mismo. La guerra, la sangre, el sexo... todo formaba parte de la misma realidad que ahora entendía: esto era su vida, y no había marcha atrás.
Cuando finalmente terminó, Rivon se levantó lentamente, dejando a las mujeres destrozadas a su alrededor. No sentía remordimientos. No sentía nada más que satisfacción. Su armadura estaba manchada de sangre, su respiración era profunda, pero su mente estaba más clara que nunca.
Él sabía lo que era ahora. Sabía lo que lo definía. El poder que corría por sus venas, el control absoluto sobre todo lo que lo rodeaba, la necesidad de dominar... todo eso era lo que lo guiaba. El placer del control, el placer de tomar lo que quería y dejar atrás el caos, era su verdadero destino.
Con una calma que contrastaba con el frenesí de antes, Rivon salió del edificio. La batalla había terminado, pero él se sentía más fuerte, más poderoso que nunca. Nada de lo que había hecho lo afectaba. Sabía que esta sería su vida de ahora en adelante, y lo aceptaba con placer.
Los otros Ascendidos no lo miraban. Cada uno estaba ocupado con sus propios asuntos, revisando equipos y asegurando la base. Rivon se unió a ellos como si nada hubiera pasado, su mente completamente enfocada en la siguiente fase de la misión. Nada de lo ocurrido lo afectaba, porque él ya había aceptado quién era realmente. Y en el fondo, eso le encantaba.
Mientras se acercaba al oficial al mando, sus pensamientos estaban claros: el control y el poder que sentía en el campo de batalla eran solo una parte. La verdadera lucha era contra sus propios deseos, y ahora sabía que no debía contenerse.
— ¿Todo listo? — preguntó el oficial, mirándolo sin sospecha.
— Todo en orden, respondió Rivon, sin mostrar ninguna emoción en su rostro.
La misión continuaría. El control era suyo, y ahora estaba más que preparado para enfrentar lo que viniera.
Rivon continuaba con la misión como si nada hubiera pasado. Los Ascendidos avanzaban a través de los túneles oscuros y las cámaras de la base Shak'Thor, moviéndose en formación mientras eliminaban a cualquier enemigo que se interpusiera en su camino. Las sombras de los pasillos apenas perturbaban su marcha constante. Rivon se sentía más centrado que nunca, como si cada paso que daba fuera una afirmación de su verdadero ser.
El oficial al mando, a la cabeza del grupo, emitía órdenes concisas y precisas. Rivon respondía con la misma eficiencia que antes, pero algo había cambiado dentro de él. El control que sentía en combate, la precisión de sus movimientos y la forma en que dominaba a sus enemigos... todo se sentía más natural ahora, más íntimamente ligado a su verdadera naturaleza.
Los Shak'Thor que intentaban detener su avance caían rápidamente bajo las ráfagas de energía de los rifles Ascendidos. Rivon se movía entre ellos, utilizando tanto su rifle como su espada de energía con una precisión letal. Cada enemigo derribado solo alimentaba más el poder interno que había descubierto, y aunque no lo mostraba externamente, sabía que el deseo de control y dominio estaba siempre presente, más fuerte después de lo ocurrido.
El grupo llegó a una cámara más amplia, iluminada por tenues luces rojas y llena de equipamiento tecnológico y materiales que los Shak'Thor utilizaban para construir armas y suministros. Los cuerpos caídos de los enemigos yacían por todas partes, y los Ascendidos comenzaron a asegurarse de que no hubiera más amenazas antes de proceder a la fase final de la misión: destruir la base desde dentro.
— Prepárense para colocar las cargas — ordenó el oficial, mientras sus soldados comenzaban a desplegar explosivos en los puntos críticos de la cámara.
Rivon se acercó a una de las paredes, revisando el equipo que llevaría a cabo la detonación. Mientras lo hacía, no pudo evitar fijarse en los esclavos humanos que habían sido capturados por los Shak'Thor y que estaban siendo utilizados para transportar suministros dentro de la base. Sus rostros mostraban miedo y agotamiento, sabiendo que su destino estaba sellado junto con la base enemiga.
Rivon los observó durante unos instantes. Sabía que podía salvarlos si lo deseaba, pero el control absoluto que ahora dominaba su ser lo mantenía indiferente. Esos civiles no significaban nada para él. Su vida ya no se basaba en decisiones morales o en salvar a otros. El poder, el control y el dominio eran todo lo que importaba. Los civiles, aunque humanos, no eran más que herramientas en el gran esquema del Imperio.
Sin perder más tiempo, Rivon se giró y comenzó a colocar las cargas explosivas en uno de los pilares principales de la base. El oficial al mando supervisaba de cerca, y cuando todos los puntos clave estuvieron cubiertos, dio la señal para que el equipo comenzara a retirarse.
— Todos fuera — dijo el oficial, su tono tan frío y eficiente como siempre.
Rivon se unió a la retirada, manteniendo su mirada fija en el camino hacia la salida. Los Ascendidos avanzaban con precisión militar, cubriéndose unos a otros mientras se alejaban de la base. Las explosiones estaban programadas para activarse una vez que estuvieran a una distancia segura, y sabían que no podían permitirse retrasos.
Mientras caminaba, Rivon sintió una ligera vibración en el aire. El poder que sentía seguía presente, latente, pero controlado. Su mente estaba más clara que nunca, sabiendo que cada paso que daba lo acercaba más a convertirse en lo que siempre había sido destinado a ser. El control, tanto en combate como fuera de él, era su verdadero propósito.
Cuando finalmente llegaron a la zona de extracción, Rivon miró una última vez hacia la base enemiga. Las luces rojas aún brillaban en la distancia, pero no por mucho tiempo. El oficial activó el detonador desde la nave, y en cuestión de segundos, la base Shak'Thor fue reducida a escombros por las explosiones controladas.
Rivon observó en silencio mientras las llamas y el humo se elevaban hacia el cielo oscuro del planeta. No había satisfacción en su rostro, pero el poder interno que sentía estaba más vivo que nunca. Él había hecho lo necesario, y la misión estaba completa.
La nave despegó, llevándolos de vuelta a la fortaleza. Rivon no dijo una palabra durante el trayecto de regreso. Su mente ya estaba en la siguiente misión, en el siguiente objetivo que le permitiría seguir alimentando el control y el deseo que ahora lo definían.
La nave se deslizaba en silencio hacia la fortaleza, atravesando las sombras de la noche eterna que cubría el planeta. Rivon permanecía sentado, en silencio, mientras los Ascendidos a su alrededor continuaban revisando sus equipos. La misión estaba completa, pero su mente, aún alimentada por el placer oscuro que había descubierto, no se detenía.
El regreso fue rápido, y antes de que pudiera procesar del todo lo que venía, la nave aterrizó suavemente en el hangar de la fortaleza. Rivon descendió junto con los demás, cada paso resonando en el suelo metálico, pero su mente ya estaba en otro lugar.
Mientras caminaba hacia su área de descanso, una sombra de deseo lo envolvía de nuevo. No había más batallas por el momento, pero la necesidad de control, de ejercer su poder sobre otros, seguía creciendo en su interior. No podía simplemente ignorarlo; el combate no era suficiente para apagar lo que había despertado dentro de él.
Al cruzar un pasillo secundario, Rivon vio a varias esclavas que trabajaban en silencio, moviendo cajas de suministros y limpiando las áreas designadas. Sus cuerpos estaban cubiertos con ropas simples, sus rostros no mostraban emociones, acostumbradas a su lugar en la jerarquía de la fortaleza. Una mirada fue suficiente para que Rivon supiera lo que quería.
Con pasos firmes, se acercó a tres de ellas. Las mujeres, que habían estado ocupadas, levantaron la mirada cuando sintieron su presencia. El poder que emanaba de él era innegable. No había opción para ellas, no había escapatoria. Sabían lo que venía.
— Venid conmigo — dijo Rivon con voz baja pero autoritaria.
No protestaron, no se atrevieron. El miedo y la sumisión estaban grabados en sus rostros mientras lo seguían en silencio por el pasillo. Rivon las llevó a un rincón oscuro de la fortaleza, donde las luces apenas llegaban, y allí el control total sobre sus destinos se hizo evidente.
El contacto fue brusco, dominador. Rivon no buscaba ternura ni comprensión; él era el amo de ese momento, y ellas no eran más que instrumentos de su poder. Las ropas cayeron al suelo, y lo que siguió fue un acto de dominio absoluto, donde el deseo oscuro de Rivon se impuso sobre ellas. Sus manos firmes las mantenían cerca, sin dejarles espacio para escapar, y el placer que sintió no provenía solo del acto, sino de la conciencia de que todo le pertenecía.
Sus gemidos eran suaves, sumisos, como si entendieran que Rivon no las escuchaba realmente. El poder, la dominación, lo llenaba, y cada movimiento suyo era una afirmación de su superioridad. No había cariño, solo control. Ellas eran simplemente objetos, una extensión de su voluntad.
Los momentos pasaron lentamente. El sudor cubría los cuerpos mientras Rivon continuaba con su dominio, insaciable en su deseo de control. El espacio alrededor de ellos era tan frío y oscuro como el corazón de la fortaleza, pero en ese rincón oculto, todo se reducía a ese momento. Rivon lo sabía, y disfrutaba cada segundo.
Cuando finalmente terminó, las mujeres permanecieron allí, exhaustas, con la mirada perdida en el suelo. Rivon, en cambio, se levantó sin mirar atrás, sabiendo que había satisfecho su necesidad, pero que volvería a surgir en otro momento. Ese era su destino, y lo aceptaba sin dudarlo.
Caminó de regreso a la fortaleza, su paso firme, sin ningún indicio de lo que acababa de ocurrir. Para él, era solo otra parte de su vida ahora. Su deseo, su poder, siempre buscaría más.
Al llegar al puesto de mando, el oficial al mando lo esperaba con las nuevas órdenes.
— Preparativos para la próxima misión, anunció el oficial, sin preguntarle por dónde había estado. — Partimos en dos horas. Prepárate.
Rivon asintió en silencio, sin una palabra. Ya estaba preparado. Sabía que la guerra y el poder eran lo único que le quedaba. El control absoluto era lo que lo definía, y estaba listo para lo que viniera.