Sera había notado el cambio en Rivon desde hace semanas, pero ahora, después de su regreso de Krion V, esos cambios se habían vuelto imposibles de ignorar. No solo era su creciente frialdad o la forma en que su presencia dominaba cada habitación que ocupaba, sino algo mucho más profundo, más visceral: un deseo incontrolable que parecía emanar de él con cada respiración.
Rivon había dejado de quitarse la armadura salvo para las situaciones más necesarias. Incluso en los momentos de descanso, cuando todo parecía calmarse en la nave, mantenía su armadura adornada con las insignias y galones. Sera sabía que algo en él había cambiado drásticamente, algo más allá de la simple lucha y las victorias. El poder que había encontrado en la guerra, el poder que sentía fluir dentro de él, parecía haber despertado un deseo oscuro que no podía controlar.
Una noche, Sera lo encontró sentado en su compartimiento, aún con la armadura puesta, mirándola con esos ojos fríos y calculadores que antes no tenía. Había algo en su expresión, una intensidad que la hizo detenerse. Rivon la observaba en silencio, como si midiera cada movimiento que hacía.
— Rivon, ¿qué te sucede? — preguntó Sera, acercándose lentamente, con una mezcla de curiosidad y temor. No era solo su hermano quien estaba frente a ella, sino algo más.
Rivon levantó la mirada, y en su rostro apareció una sonrisa apenas perceptible. Su mano, aún cubierta por la armadura, se levantó y acarició el rostro de Sera con una suavidad que contrastaba con la frialdad de su expresión.
— Todo está bien, Sera — dijo, su voz baja y controlada. Pero en su tono, Sera podía sentir algo más profundo, algo que no estaba diciendo.
— No... no lo está — insistió ella, ahora más cerca. — No puedes ni siquiera quitarte la armadura. Pareces otra persona, Rivon. Sé que has cambiado, pero esto... es diferente.
Rivon la miró fijamente, como si estuviera decidiendo cuánto decirle. Sabía que no podía ocultarle lo que sentía por mucho tiempo, pero también sabía que su naturaleza verdadera no podía ser completamente revelada aún. No a Sera.
— He cambiado, sí — admitió, mientras sus dedos aún cubiertos de metal recorrían su rostro. — El campo de batalla cambia a todos, Sera. Pero yo... soy más que un simple soldado. Ahora tengo el control. Todo lo que deseaba... todo lo que me ha sido negado durante años, ahora lo tengo. No necesito quitármela — dijo, refiriéndose a la armadura — porque esto es quien soy.
Sera retrocedió ligeramente, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que Rivon siempre había sido fuerte, pero esto era diferente. El deseo en él no era solo de poder; había algo más profundo, algo que crecía con cada combate, con cada gota de sangre que derramaba.
— Rivon, ¿qué has hecho? — preguntó ella, con una mezcla de preocupación y miedo.
— Lo que tenía que hacer, respondió con firmeza. — El poder es todo lo que importa. Y lo que deseo, lo tomo. No hay nadie que pueda detenerme ahora.
Sera sintió que una oleada de pánico se apoderaba de ella. Sabía que Rivon no era el mismo de antes. El deseo en su interior era incontrolable, y aunque seguía siendo su hermano, algo en él se había transformado. Ya no era el joven esclavo que había crecido a su lado. Ahora era una fuerza imparable, una que parecía consumir todo a su alrededor.
— Tú eres mi hermano... — susurró Sera, como si intentara recordárselo a él y a sí misma. — Pero no sé si volveré a verte como antes.
Rivon se levantó, su armadura brillando con un resplandor casi ominoso bajo la luz tenue de la habitación. Se acercó a Sera, colocando su mano en su hombro.
— Siempre seré tu hermano, Sera. Y siempre te protegeré. Pero ella notó que había algo más en su voz, un tono diferente, como si esas palabras fueran ciertas solo en un sentido.
— Solo hay una mujer a la que siempre amaré, y esa serás tú, añadió Rivon, mirándola con una intensidad que la hizo estremecerse.
Sera sintió el peso de sus palabras y supo que, aunque seguía siendo su hermano, el hombre que estaba frente a ella ya no era el mismo. El deseo, el poder, todo lo que había acumulado a lo largo de las últimas semanas, lo estaba transformando en algo más oscuro, algo más peligroso. Y aunque sabía que Rivon la amaba, temía perderlo por completo ante la insaciable hambre de control y poder que lo dominaba.
Sera se quedó quieta por unos momentos, procesando las palabras de Rivon. Su hermano siempre había sido protector, pero ahora sus palabras cargaban un peso distinto. La intensidad en su mirada le hacía comprender que no solo hablaba de su protección, sino también de un deseo profundo que había estado latente durante mucho tiempo. El hombre que estaba frente a ella era su hermano, pero también era alguien completamente diferente, alguien transformado por el poder y la violencia de las batallas.
Rivon permanecía de pie, su imponente figura casi llenando el pequeño espacio de la habitación. La armadura, que nunca parecía abandonar, lo convertía en algo más que un simple humano. Había algo divino y oscuro en él, una energía que parecía emanar de su cuerpo y que Sera podía sentir con claridad.
— Tienes miedo de mí, ¿verdad? — dijo Rivon, rompiendo el silencio. No había acusación en su voz, pero tampoco consuelo.
Sera bajó la mirada, sin poder negarlo del todo. A pesar del vínculo que compartían, era innegable que el Rivon que había vuelto de la guerra no era el mismo que había dejado. Ahora su deseo, su ansia de poder, era tan fuerte que casi podía sentirse en el aire.
— No sé quién eres ahora — admitió ella en voz baja. — Sigo siendo tu hermana, pero no puedo negar que has cambiado. Ya no sé qué es lo que te controla. Es como si algo... algo oscuro estuviera dentro de ti.
Rivon la observó en silencio. A pesar de la preocupación en su rostro, Sera siempre había sido su ancla, su única conexión con lo que solía ser. El deseo, que lo consumía en la batalla, no era lo mismo cuando estaba con ella. Había algo más profundo que lo ataba a su hermana, algo que lo mantenía ligado a su humanidad.
— No hay oscuridad en mí, Sera — dijo al fin, acercándose a ella y tomando su mano entre las suyas, frías y duras por la armadura. — Lo que soy ahora es más de lo que jamás pude haber imaginado. El poder, el control... es lo único que importa en este universo. Pero a ti, nunca te perderé.
Las palabras resonaron en la pequeña habitación, pero Sera no podía dejar de notar que, aunque intentaba consolarla, el cambio en Rivon era demasiado evidente. Sabía que su hermano no era alguien común. El poder que emanaba de él era inmenso, incontrolable. El deseo, tan presente en su mirada y en su voz, había transformado a Rivon en algo más, algo que ella aún no podía comprender del todo.
— ¿Y las demás? — preguntó Sera, dudando si debía decirlo. — He escuchado cosas, Rivon. Lo que haces cuando... cuando no estás aquí. Lo que haces con otras mujeres.
Un silencio tenso cayó entre ellos. Rivon no apartó la mirada, pero su expresión se endureció por un momento. Sabía que Sera se refería a los encuentros con las esclavas o las mujeres que encontraba en los lugares por los que pasaba. El deseo sexual, ese impulso profundo que lo consumía después de cada batalla, era algo que no podía negar, y Sera lo había descubierto.
— Lo que hago fuera de esta habitación no cambia lo que siento por ti — respondió con firmeza. Rivon nunca había sido de ocultar la verdad. El placer era parte de lo que era ahora, algo que buscaba como una necesidad, un escape tras la violencia de la guerra. — Pero tú, Sera... eres diferente. No importa lo que haga, siempre serás la única que importe realmente.
Sera retrocedió un poco, pero Rivon la sostuvo suavemente por los hombros. La cercanía entre ambos le resultaba abrumadora, y podía sentir cómo el calor en su cuerpo contrastaba con la frialdad de la armadura de Rivon. Sabía que su hermano había cambiado de forma irreversible, pero no podía apartarse de él. A pesar de su miedo, algo dentro de ella aún confiaba en que, de alguna manera, Rivon seguía siendo su protector.
— No tienes que temerme, susurró Rivon, su voz más baja y calmada. — Todo lo que hago, todo lo que soy... es por nosotras. Nunca te perderé, Sera. Siempre serás lo más importante.
Sera sintió el peso de sus palabras, pero también supo que la realidad era más complicada que eso. A medida que la guerra continuara, Rivon seguiría sumergiéndose en la violencia, en el placer y en el poder que ahora definían su vida. Y aunque él prometía protegerla, Sera sabía que el hombre frente a ella se alejaba cada vez más de la persona que solía conocer.
Aún así, asintió. Había algo en las palabras de Rivon que la reconfortaba, aunque fuera por un momento.
— Solo no me abandones, susurró ella.
Rivon la miró profundamente, acercándose un poco más.
— Nunca lo haré — prometió, mientras acariciaba su rostro con una suavidad que desentonaba con su aura de poder.
Rivon sostuvo la mirada de Sera por unos instantes más, como si quisiera grabar en su memoria ese momento de calma entre los dos. Sabía que las palabras ofrecían consuelo, pero también entendía que Sera no podía ver la realidad completa de lo que estaba ocurriendo dentro de él. El poder que había desatado en el campo de batalla lo había cambiado de maneras que ni él mismo podía controlar del todo, y aunque su hermana era lo más cercano a su antigua vida, no podía ignorar lo que ahora lo dominaba.
Sin decir más, Rivon se apartó de ella y comenzó a caminar por la habitación. Sera lo seguía con la mirada, tratando de comprender la magnitud del cambio. Lo había visto luchar, había escuchado rumores sobre lo que hacía fuera del campo de batalla, y ahora, por primera vez, entendía que su hermano no podía ser el mismo que antes.
Rivon se detuvo frente a una ventana que daba hacia el vacío del espacio. Su armadura crujía ligeramente mientras se movía, el peso de las insignias y los galones añadía un simbolismo que Sera no podía ignorar. Rivon era un hombre nuevo, transformado por la guerra y el poder.
— Tantas cosas han cambiado desde que dejamos aquella nave, murmuró Rivon, sin mirarla. — Solíamos ser esclavos. Solo éramos herramientas para el Imperio. Pero ahora... ahora todo es diferente.
Sera lo escuchaba en silencio, sus pensamientos enredados entre la preocupación y el cariño que siempre había sentido por él. Rivon había ascendido a un nivel que nunca hubieran imaginado, pero en ese ascenso, había dejado parte de sí mismo atrás.
— Lo que más temes — continuó Rivon, girando finalmente para mirarla de nuevo — es que ya no soy el mismo. Que la guerra me ha cambiado tanto que ya no soy tu hermano.
Sera asintió lentamente, incapaz de negar lo evidente.
— Es cierto, dijo ella con la voz apenas audible. — Te has vuelto... distante. Y no es solo la guerra. Hay algo más. Algo en ti que crece con cada batalla, con cada.... Sera no terminó la frase. No podía poner en palabras lo que sentía, pero Rivon lo entendía.
Él sonrió, pero no de una manera cálida. Había un brillo en sus ojos que Sera no había visto antes, algo más allá de lo que ella podía comprender completamente.
— Lo que ves en mí es poder, Sera. Un poder que nunca pensé que tendría. Un poder que me consume... pero que también me da lo que siempre he deseado.
Sera dio un paso hacia él, sintiendo la urgencia de hacerle ver que, a pesar de todo, no estaba solo en esa transformación.
— No tienes que perderte en ese poder — le dijo, su voz más firme. — Sigues siendo mi hermano. No importa cuánto cambies, siempre lo serás.
Rivon bajó la mirada, como si considerara sus palabras. Pero luego negó lentamente con la cabeza.
— No, Sera. No lo entiendes. El poder no es algo que pueda evitar. Es lo que soy ahora. Y no voy a retroceder. No puedo. Este deseo, este control, es lo único que me da fuerza para seguir adelante.**
Sera sintió un nudo en el estómago, pero no podía dejar que el miedo la consumiera. Rivon seguía siendo su hermano, y aunque lo sentía más lejano que nunca, sabía que su vínculo no se rompería tan fácilmente.
— Prométeme algo, Rivon — dijo ella, con un brillo de desesperación en sus ojos. — Prométeme que, pase lo que pase, siempre estarás aquí para mí. Que no dejarás que ese poder te consuma por completo.
Rivon la miró fijamente, como si estuviera sopesando sus palabras. Sabía que ya estaba demasiado envuelto en el poder que había descubierto, pero no podía negarle esa promesa.
— Te lo prometo, Sera — dijo finalmente, su voz profunda resonando en la pequeña habitación. — Siempre estaré aquí para ti. Eres lo único que queda de lo que solíamos ser. Pero no te equivoques — añadió, su tono más oscuro — El hombre que soy ahora no es el mismo que conocías. Y no voy a pedir perdón por ello.
Sera asintió lentamente, aceptando lo que él le decía, aunque el temor seguía creciendo dentro de ella.
Rivon se acercó a ella, su imponente figura cubriéndola en una sombra. Acarició su rostro una vez más, y Sera sintió una mezcla de alivio y terror en su toque.
— Siempre serás lo más importante para mí, repitió, como si esas palabras pudieran calmarla.
Aunque sabía que Rivon estaba comprometido con el poder que había descubierto, Sera también entendía que, de alguna manera, su hermano todavía existía dentro de él. Y eso, por ahora, tendría que ser suficiente.
El silencio en la habitación se hacía palpable, roto solo por la suave respiración de Rivon y la esclava que, sumisa, aguardaba a su lado. Rivon la miraba con una mezcla de curiosidad y deseo, pero no era un deseo físico solamente; lo que lo atraía era el control que tenía sobre ella. La sumisión absoluta era, para él, un símbolo de su poder creciente, una manifestación de la transformación que había experimentado en las últimas semanas.
Con un gesto lento, Rivon alzó una mano, señalando a la esclava que se acercara. No era necesario que hablara; su mirada bastaba para que la joven supiera lo que debía hacer. La tensión en el aire era densa, y el temor en los ojos de la esclava le resultaba palpable, pero en ese temor residía la verdadera satisfacción para Rivon. Era un placer más mental que físico, saber que una persona estaba completamente bajo su control, dispuesta a hacer cualquier cosa que él ordenara sin cuestionarlo.
La esclava avanzó con pasos temblorosos, mientras Rivon se quitaba lentamente las piezas de su armadura, una por una, como si cada movimiento fuera un ritual en sí mismo. Sus ojos no se apartaban de ella. Sabía que en ese momento, la dominación no venía del acto físico, sino de la expectativa, del peso de lo que estaba por suceder. El poder del deseo, el control total, era lo que lo hacía sentir completo.
La joven, temblando ligeramente, se arrodilló a sus pies, su mirada fija en el suelo. Rivon disfrutaba de esa sumisión silenciosa, esa obediencia que no necesitaba palabras. Con un gesto, le indicó que comenzara a quitar el resto de las piezas de su armadura, y ella obedeció sin dudar, sus manos moviéndose con cuidado, sabiendo que cualquier error podría ser castigado.
— Eres mía — murmuró Rivon, su voz baja pero cargada de autoridad. — Aquí, tu única función es complacerme.
La esclava no respondió; no hacía falta. Sabía cuál era su lugar, y sabía que no había escapatoria a lo que se le pedía. Rivon, mientras tanto, disfrutaba del control que ejercía sobre ella. Era un control que iba más allá de lo físico. La mente, la sumisión total del cuerpo y el espíritu, era lo que lo impulsaba. Sabía que la esclava no lo deseaba por su propio ser, sino porque él había impuesto su voluntad sobre ella. Y eso, para él, era lo más importante.
Rivon la levantó suavemente, tomando su barbilla entre sus dedos y obligándola a mirarlo a los ojos. Los suyos brillaban con una intensidad fría, mientras los de ella reflejaban solo miedo y obediencia.
— Nunca te resistirás — susurró, su tono más bajo, casi como una promesa. — Me obedecerás siempre, sin preguntar. Y cuando termine, recordarás que tu voluntad no te pertenece más.
Rivon no necesitaba usar la fuerza para reafirmar su control; la dominación que ejercía sobre ella era psicológica, y eso lo complacía aún más. El control absoluto sobre el otro, el poder de manipular tanto el cuerpo como la mente, era lo que le proporcionaba el placer más oscuro. El deseo, más que físico, era la demostración de su poder creciente, un recordatorio de que él estaba destinado a ser algo más que humano.
Mientras la esclava seguía obedeciendo, Rivon cerró los ojos por un momento, disfrutando de la sensación de control total. Sabía que no había marcha atrás. Esta era su vida ahora: poder, control, y un deseo incontrolable que lo impulsaba a dominar todo a su alrededor. Y la esclava, como todo lo demás, no era más que una pieza en su creciente imperio de deseo.
Cuando todo terminó, Rivon se apartó de ella, su mirada aún fija en el vacío del espacio más allá de la ventana. Sabía que esto era solo el principio, y que su deseo por el control y el poder seguiría creciendo con cada día que pasara.
La esclava permaneció en silencio, agotada, mientras Rivon se dirigía al rincón donde su armadura se restauraba lentamente. Su mirada, sin embargo, no abandonaba del todo a la joven que había quedado postrada a sus pies. Sabía que esto no era solo una cuestión de placer; era una demostración de su posición en ese nuevo mundo.
— Levántate — dijo con un tono frío pero autoritario.
La esclava, aunque temblorosa, obedeció de inmediato. Sabía que, por mucho que sufriera, su vida dependía de la sumisión total.
— Mañana habrá más para ti que aprender, dijo Rivon mientras comenzaba a volver a vestirse. — Prepárate para lo que vendrá. Esto es solo el comienzo.
Y con esas palabras, la esclava fue liberada, sabiendo que su destino ya estaba sellado. Mientras Rivon se apartaba hacia la ventana, el deseo de poder y control aún latía dentro de él, más fuerte que nunca.