La nave Veritas Exemplar descendió en espiral, con las compuertas ya abiertas y listas para descargar a los Ascendidos. Rivon se preparó para el impacto, sintiendo cómo la gravedad del planeta Korrath tiraba de su cuerpo. Apenas unos segundos después, la nave tocó tierra con un temblor violento, y el sonido de las explosiones llenó el aire. Al abrirse las compuertas, el paisaje que se reveló ante él era devastador.
La fortaleza de Korrath, una estructura masiva que alguna vez había sido imponente, estaba siendo atacada desde todos los ángulos. Las murallas, ennegrecidas por las explosiones, mostraban grietas por donde el fuego y el humo escapaban hacia el cielo. Las naves de los Zor'tha flotaban sobre el campo de batalla, descargando rayos de energía que perforaban las defensas con precisión letal. Las torretas defensivas disparaban sin cesar, pero sus esfuerzos parecían inútiles ante la implacable marea de destrucción.
— ¡Desembarquen y tomen posiciones! — rugió el comandante Primus Ascendido, su voz resonando sobre el caos que los rodeaba.
Rivon y sus compañeros Ascendidos Menores saltaron de la nave, avanzando rápidamente hacia las murallas. Los legionarios comunes ya estaban allí, disparando contra las fuerzas Zor'tha que avanzaban sin descanso. Pero por cada criatura que caía, dos más tomaban su lugar. Los Zor'tha, con sus cuerpos cubiertos de armaduras biomecánicas, se movían como una plaga, devorando todo a su paso. A medida que avanzaban, sus extremidades cortaban a los soldados humanos como si fueran de papel.
El suelo bajo los pies de Rivon temblaba, y no solo por las explosiones. Los Zor'tha parecían surgir de todas partes: del cielo, de las montañas circundantes, incluso del mismo suelo. Su biología avanzada les permitía excavar bajo tierra y emerger en el centro de las líneas defensivas sin previo aviso, lanzando ataques devastadores que desorientaban a los soldados humanos.
Rivon levantó su rifle de energía y disparó hacia una de las criaturas que avanzaba hacia las murallas. El disparo impactó en su pecho, pero el Zor'tha apenas se detuvo. Era como si no sintiera dolor, como si el único propósito en su existencia fuera avanzar y destruir. Sin perder tiempo, Rivon disparó nuevamente, esta vez apuntando a su cabeza. El cuerpo de la criatura se detuvo bruscamente antes de desplomarse, pero ya más de una docena de sus compañeros avanzaban detrás.
— ¡Mantengan la línea! — gritó uno de los legionarios cercanos, sus palabras entrecortadas por el miedo.
Pero Rivon sabía que mantener la línea era casi imposible. Los Zor'tha no eran simples invasores. Eran máquinas de guerra vivientes, diseñadas para arrasar planetas enteros. Su estrategia no dependía de la táctica, sino de su capacidad de aniquilar todo lo que se interpusiera en su camino.
Mientras Rivon avanzaba hacia una posición más segura en las murallas, escuchó un sonido ensordecedor desde el cielo. Miró hacia arriba justo a tiempo para ver cómo una de las naves de combate humanas era atravesada por un rayo de energía proveniente de una de las naves nodrizas Zor'tha. El impacto partió la nave en dos, y los restos en llamas comenzaron a caer como meteoritos sobre el campo de batalla. Uno de esos fragmentos aterrizó cerca de Rivon, aplastando a varios legionarios y creando una nube de polvo y fuego que envolvió la zona.
— ¡Retrocedan hacia el muro sur! — ordenó Rivon, tomando el mando de los legionarios más cercanos. Sabía que, si querían sobrevivir, debían reagruparse y reorganizar sus defensas.
Pero retroceder no era fácil. Los Zor'tha seguían avanzando, ahora con refuerzos aéreos que bombardeaban las murallas. Las explosiones sacudían la estructura de la fortaleza, y cada nueva sacudida hacía que el suelo se sintiera más inestable.
Rivon vio a uno de los Zor'tha más grandes lanzarse sobre un grupo de legionarios que intentaban cubrirse detrás de una barricada. La criatura desgarró a los soldados en cuestión de segundos, su cuerpo cubierto de sangre y trozos de armadura mientras seguía avanzando. Rivon apuntó su rifle y disparó, pero la criatura ni siquiera reaccionó al impacto. Con una furia contenida, Rivon cambió de arma, activando su espada de energía.
El Zor'tha se giró hacia él, sus ojos carentes de cualquier emoción, y lanzó un rugido gutural que sacudió el aire. Rivon no vaciló. Corrió hacia la criatura, esquivando sus garras, y con un movimiento preciso, enterró la espada en el costado del enemigo. El arma atravesó la armadura biológica del Zor'tha, y una chispa de energía explotó desde el punto de impacto. La criatura se tambaleó antes de caer al suelo, pero incluso entonces, Rivon sabía que no era suficiente.
La batalla por Korrath no era solo una lucha por mantener una posición; era una lucha por la supervivencia. Los Zor'tha no tenían piedad, no se retiraban, y no se detenían. Cada centímetro de terreno que se ganaba venía con un alto precio en sangre, y los defensores humanos sabían que, si no llegaban refuerzos pronto, el planeta sería devorado por completo.
A lo lejos, Rivon vio cómo más naves Zor'tha descendían sobre el campo de batalla, y el cielo se oscurecía con el humo de las explosiones. Korrath era una zona de guerra total, y la brutalidad del combate apenas había comenzado.
Los gritos y explosiones llenaban el aire, creando una sinfonía de caos en el campo de batalla. Rivon avanzaba entre los escombros de lo que alguna vez fue una línea defensiva, mientras los Zor'tha seguían su ataque implacable. Cada paso que daba sentía el peso del combate, pero también algo más oscuro. Con cada muerte, con cada golpe mortal que asestaba, una extraña euforia comenzaba a crecer en su interior. Cuanta más sangre derramaba, más clara se volvía su necesidad.
A su alrededor, los legionarios luchaban con una determinación feroz, aunque el miedo estaba presente en sus rostros. Los Ascendidos Menores, sin embargo, combatían con una precisión mortal, sin dejarse llevar por las emociones. Para ellos, la batalla era parte de su existencia. Rivon, por otro lado, notaba cómo algo dentro de él se estaba despertando, un deseo oculto de más que solo victoria: algo más visceral, más básico. Sentía el placer del control absoluto sobre la vida y la muerte, como si cada enemigo abatido alimentara algo más profundo en su ser.
Los Zor'tha continuaban su asalto, ahora acompañados por unidades más grandes y pesadas que avanzaban como tanques vivos, aplastando todo a su paso. Las defensas en la muralla sur comenzaban a desmoronarse. Rivon, con sus compañeros Ascendidos, mantenía la línea, pero no podía evitar notar cómo los Zor'tha seguían empujando hacia el centro de la fortaleza.
— ¡Reorganícense! — gritó a los legionarios cercanos, mientras disparaba un rayo de energía que atravesó la cabeza de una de las criaturas. — ¡No retrocedan más!
Los soldados intentaban seguir sus órdenes, pero la situación era desesperada. A cada paso que los Zor'tha ganaban, más tropas humanas caían bajo sus garras y armas biotecnológicas. El suelo bajo los pies de Rivon se sentía cada vez más inestable, y el aire estaba cargado de humo, fuego, y el hedor metálico de la sangre.
En un momento de respiro, Rivon se detuvo detrás de una barrera improvisada. Su respiración era pesada, no por el cansancio físico, sino por la intensidad de la batalla. Pudo ver cómo uno de los Ascendidos Menores a su izquierda caía, su cuerpo atravesado por una lanza orgánica disparada por un Zor'tha desde la distancia. Rivon se giró rápidamente, disparando su rifle hacia el atacante, pero la criatura ya había desaparecido en la niebla del campo de batalla.
La situación era crítica. Aunque las torretas defensivas seguían disparando, el enemigo seguía avanzando. Las naves Zor'tha, con su diseño grotesco y alienígena, flotaban sobre ellos, enviando más y más refuerzos al suelo. Si no lograban detener esa ola, toda la fortaleza caería.
— ¡Nos están rodeando! — gritó uno de los legionarios desde una posición elevada.
Rivon levantó la vista y vio que tenía razón. Los Zor'tha no solo atacaban de frente; ahora, empezaban a flanquear sus posiciones, utilizando su capacidad de moverse rápidamente por tierra y aire. La situación era desesperada.
Un nuevo estruendo sacudió la tierra cuando una nave de refuerzo humana fue derribada por una de las enormes criaturas que caminaban por el campo de batalla. Rivon miró con incredulidad cómo la nave, una de las pocas esperanzas de supervivencia, se estrellaba a lo lejos, dejando una estela de fuego y humo a su paso. Las probabilidades de que más refuerzos llegaran eran cada vez menores.
— No podemos permitir que tomen el centro de la fortaleza — pensó en voz alta, mientras sus ojos seguían el avance de los Zor'tha.
Sabía lo que tenía que hacer. Con el campo de batalla ardiendo y las defensas debilitándose, Rivon tomó una decisión. Aunque los Ascendidos Menores eran conocidos por su capacidad para resistir los combates más brutales, estaba claro que necesitarían algo más que resistencia para superar esta batalla. Rivon, con su fuerza y habilidades que aún no eran del todo comprendidas, se abrió paso hacia la vanguardia, decidido a detener el avance del enemigo.
El estruendo de una explosión cercana lo sacó de sus pensamientos. Se giró justo a tiempo para ver cómo una nueva ola de Zor'tha surgía desde el flanco derecho, avanzando directamente hacia su posición. Sin dudarlo, activó su espada de energía y cargó contra ellos, atravesando a la primera criatura que se cruzó en su camino. La sangre bioluminiscente de los Zor'tha se derramó sobre el suelo, pero Rivon no se detuvo. Sus golpes eran precisos, brutales, y cada corte lo acercaba más a una furia contenida que apenas podía controlar.
A su alrededor, los Ascendidos luchaban con la misma brutalidad. Cada uno de ellos estaba entrenado para enfrentarse a los peores enemigos del Imperio, pero incluso ellos sabían que los Zor'tha eran algo diferente. No luchaban por conquistar; luchaban para destruir. Y con cada minuto que pasaba, la batalla por Korrath se volvía más desesperada.
— ¡Cúbranme! — gritó Rivon, lanzándose hacia el corazón de la oleada enemiga.
Los Zor'tha respondieron con ferocidad, pero Rivon era imparable. Cada golpe, cada disparo, cada grito de batalla era un paso más hacia el caos total. El campo de batalla a su alrededor era un infierno, pero Rivon lo aceptaba con una calma casi insana. Mientras los Zor'tha seguían llegando, él continuaba luchando, derribando a cada enemigo que se cruzaba en su camino. Sus sentidos se agudizaban con cada muerte, y el frenesí de la batalla lo empujaba a un estado casi primitivo, donde solo el combate importaba.
Pero mientras Rivon se lanzaba al combate, no podía evitar notar cómo, con cada enemigo abatido, la línea defensiva se debilitaba. Si no lograban detener el avance pronto, el corazón de la fortaleza caería. Y cuando eso sucediera, no quedaría nada ni nadie para defender.
El campo de batalla se había convertido en un infierno viviente. El suelo estaba cubierto de cuerpos destrozados, sangre y escombros de las naves y las estructuras colapsadas. Los Zor'tha, con su implacable avance, seguían presionando sin mostrar señales de detenerse. La atmósfera estaba cargada de humo, fuego y el sonido ensordecedor de las explosiones. Cada centímetro ganado era pagado con decenas de vidas humanas, y ni siquiera los refuerzos que llegaban podían cambiar el curso de la batalla.
Rivon, cubierto de sangre enemiga y su propia ira contenida, se detuvo un momento para observar el panorama. Sus ojos recorrieron el caos a su alrededor, viendo a los legionarios luchar desesperadamente, mientras los Ascendidos Menores hacían lo imposible por contener el avance de las criaturas. Pero no importaba cuántos refuerzos llegaran, la marea parecía infinita.
— ¡No podemos detenerlos! — gritó un legionario cercano, su voz llena de desesperación mientras retrocedía, disparando sin cesar hacia la horda que se acercaba.
Rivon lo sabía. Cada soldado en el campo de batalla lo sabía. Era como intentar frenar una inundación con las manos. Los Zor'tha eran incansables, imparables, y cada intento de reorganizar las defensas se veía frustrado por su capacidad de adaptación. Incluso cuando una criatura caía, otras dos la reemplazaban, atacando desde diferentes direcciones, desgarrando a los soldados como si fueran meros obstáculos en su camino.
El cielo sobre ellos estaba oscurecido por los restos de las naves derribadas, algunas aún ardiendo mientras caían como meteoros sobre el campo de batalla. A lo lejos, Rivon vio cómo una de las torres defensivas explotaba en mil pedazos, su estructura colapsando y sepultando a docenas de legionarios bajo sus escombros. Los gritos de los hombres atrapados entre los restos resonaban por encima del rugido de la batalla.
— ¡Retrocedan a la siguiente línea defensiva! — gritó un oficial, señalando hacia las barricadas más cercanas.
Rivon siguió la orden, pero sabía que era una táctica temporal. Las líneas defensivas no durarían mucho más. Los Zor'tha ya estaban sobre ellos, y retroceder solo les daría más terreno para aplastar. Mientras corría hacia la siguiente posición, sus sentidos estaban agudizados por la adrenalina y algo más oscuro. Cada paso que daba, cada disparo que efectuaba, lo empujaba más hacia un estado de pura violencia.
El frenesí de la batalla lo consumía, pero no era simplemente la furia de un soldado. Rivon sentía cómo algo dentro de él lo llamaba, algo profundo y primitivo. Cada vez que su espada de energía cortaba a una de las criaturas, una sensación de placer lo recorría, como si el caos a su alrededor alimentara sus deseos más oscuros. No era solo la sangre lo que lo hacía seguir luchando; era el control, la dominación absoluta sobre aquellos que caían bajo su mano.
A lo lejos, vio cómo uno de los Zor'tha más grandes, una bestia enorme con extremidades cubiertas de púas afiladas, avanzaba hacia la muralla, desgarrando a los soldados que intentaban detenerlo. Su armadura biológica brillaba bajo la luz de las explosiones, y cada paso que daba hacía temblar la tierra. Rivon apretó su arma con fuerza y corrió hacia la criatura.
— ¡Cuidado, sargento! — gritó uno de los Ascendidos Menores, pero Rivon no se detuvo.
La criatura lanzó un rugido ensordecedor mientras se preparaba para aplastar a los soldados bajo su peso. Pero antes de que pudiera atacar, Rivon saltó hacia ella, su espada de energía resplandeciendo en el aire. Con un movimiento rápido y preciso, clavó la espada en el costado de la bestia, atravesando su armadura biológica. Un chorro de sangre negra y espesa salió disparado de la herida, cubriendo el rostro y la armadura de Rivon.
La criatura se tambaleó, rugiendo de dolor, pero Rivon no se detuvo. Con una brutalidad que sorprendió incluso a los Ascendidos a su alrededor, comenzó a cortar repetidamente el cuerpo de la bestia, desgarrando su carne con cada golpe. Era un frenesí de destrucción, un desahogo de toda la violencia que había estado acumulando durante la batalla.
Cuando finalmente la criatura cayó, Rivon se quedó de pie sobre su cuerpo, jadeando, cubierto de sangre y restos. A su alrededor, los Ascendidos y los legionarios observaban con asombro, pero también con algo de temor. El sargento había mostrado una fuerza y ferocidad que pocos habían visto antes.
Pero no había tiempo para descansar. Mientras Rivon se preparaba para avanzar de nuevo, otro rugido resonó a lo lejos. Más Zor'tha se acercaban, y el campo de batalla seguía llenándose de enemigos. Korrath estaba siendo invadido por completo, y la fortaleza estaba al borde del colapso.
Rivon sabía que, aunque los refuerzos seguían llegando, no sería suficiente. No podían detener a los Zor'tha. El planeta estaba condenado, y lo único que quedaba era luchar hasta el último aliento.
Mientras las naves Zor'tha seguían bombardeando las posiciones humanas, Rivon se giró hacia sus hombres.
— ¡Luchen! ¡Luchen hasta el final! — gritó, levantando su espada de energía.
Los Ascendidos Menores a su alrededor se reagruparon, listos para la próxima oleada de enemigos. La lucha no había terminado, y Rivon no tenía ninguna intención de caer fácilmente. La batalla por Korrath continuaba, y aunque el fin parecía inevitable, él seguiría luchando.
El campo de batalla estaba cubierto de los cuerpos caídos de sus compañeros y enemigos. A su alrededor, los Zor'tha rodeaban a Rivon, gruñendo y lanzando rugidos bestiales mientras lo acechaban. Su armadura estaba destrozada, y la sangre corría por su costado, pero Rivon no iba a caer sin luchar. Su mano apretaba con fuerza el mango de su espada de energía, mientras con la otra sostenía su rifle de disparos, similar a un bolter, diseñado para destrozar cualquier cosa que tocara.
— ¡Venid por mí! — gritó con furia contenida, mientras daba un paso hacia los Zor'tha que lo rodeaban.
Sin esperar más, cargó hacia ellos. Su espada se movía con una precisión letal, cortando a través de la carne y el metal biológico de las criaturas con facilidad. Cada golpe era brutal y calculado, desgarrando las extremidades y decapitando a los Zor'tha con una eficiencia escalofriante. Rivon estaba imparable, moviéndose como una tormenta de destrucción. Su rifle disparaba con precisión mortal, destrozando las cabezas y cuerpos de los enemigos que intentaban atacarlo desde la distancia.
A su alrededor, los Zor'tha caían uno tras otro, pero su determinación no flaqueaba. Con cada enemigo abatido, el campo de batalla se vaciaba lentamente de vida. La furia de Rivon lo mantenía de pie, y su cuerpo, a pesar del dolor que lo envolvía, seguía respondiendo con una velocidad y fuerza inhumanas. La sangre de los Zor'tha salpicaba el suelo y cubría su armadura, pero él apenas lo notaba. Su única misión era sobrevivir y eliminar a todo aquel que se interpusiera en su camino.
Después de lo que parecieron horas de combate, Rivon se detuvo por un instante, su respiración pesada y su espada todavía brillando con la energía del combate. Miró a su alrededor. Los cuerpos destrozados de los Zor'tha yacían a sus pies, y el campo de batalla, una vez lleno de gritos y caos, ahora estaba en un silencio mortal. Había logrado lo imposible: estaba vivo.
Pero estaba solo.
Los Ascendidos Menores que lo habían acompañado en la batalla yacían muertos a su alrededor, sus cuerpos despedazados por la furia de los Zor'tha. No quedaba nada, solo el eco de la batalla y el humo de las naves en llamas a lo lejos. Rivon se apoyó en su espada por un momento, permitiéndose un breve respiro. Había ganado la pelea, pero la batalla estaba lejos de terminar.
Entonces, lo vio. A unos metros de distancia, entre los escombros y los cuerpos caídos, uno de los Ascendidos Superiores seguía con vida. Estaba gravemente herido, su armadura destrozada y su respiración irregular. Rivon no lo pensó dos veces. Guardó su rifle y corrió hacia él.
— ¡Aguanta! — gritó mientras se arrodillaba junto al Ascendido Superior.
El Ascendido, un guerrero formidable que había liderado muchas batallas antes, apenas podía moverse. Sus heridas eran graves, pero Rivon sabía que no podía dejarlo morir. Rápidamente aplicó los primeros auxilios con el equipo médico de su armadura, sellando las heridas lo mejor que podía. Las manos de Rivon trabajaban con una calma fría, moviéndose con una destreza que parecía innata.
— No me dejes aquí… — murmuró el Ascendido, su voz apenas un susurro, pero su mirada era de pura determinación.
— No lo haré, respondió Rivon, mientras terminaba de estabilizar las heridas del guerrero.
Sabía que tenía que moverse rápido. Si no lo sacaba de allí pronto, el Ascendido no sobreviviría. Con un esfuerzo titánico, levantó el cuerpo masivo del guerrero, colocándolo sobre sus hombros. A pesar del peso y del dolor que sentía por su propia herida, Rivon avanzó, decidido a llevar al Ascendido a un lugar seguro.
A su alrededor, el campo de batalla seguía en silencio, pero Rivon sabía que no estaban a salvo. Los Zor'tha podían regresar en cualquier momento, y si no lograba encontrar un refugio pronto, ambos estarían condenados.
— Vamos, solo un poco más… — murmuró para sí mismo, mientras avanzaba con el Ascendido Superior a cuestas.
Los pasos de Rivon resonaban en el suelo manchado de sangre mientras se dirigía hacia las ruinas de un edificio cercano, esperando encontrar algo que los protegiera hasta que llegaran refuerzos.
Rivon avanzaba con paso firme, aunque el peso del Ascendido Superior sobre sus hombros hacía cada paso más difícil. Sentía el cansancio acumulado por las horas de batalla, la sangre seca pegada a su piel bajo la armadura, y la presión constante de su herida, que aún sangraba levemente bajo las reparaciones de emergencia. Pero no podía detenerse. La vida del Ascendido Superior dependía de él, y en el fondo sabía que él mismo tampoco podría sobrevivir solo si los Zor'tha regresaban.
El edificio en ruinas que había divisado estaba a solo unos metros, y a pesar de las paredes colapsadas y las columnas quebradas, ofrecía una ligera protección contra cualquier patrulla de los Zor'tha que pudiera pasar por allí. Con un último esfuerzo, Rivon cruzó el umbral, entrando en lo que alguna vez había sido un depósito de suministros, ahora reducido a escombros y polvo. El techo aún se mantenía parcialmente en pie, lo suficiente para ofrecerles una cobertura rudimentaria.
Con cuidado, depositó el cuerpo del Ascendido Superior en el suelo, apoyándolo contra una pared rota. El guerrero respiraba con dificultad, pero estaba consciente.
— Lo lograste… — murmuró el Ascendido, su voz débil pero llena de gratitud.
— Aún no estamos a salvo — respondió Rivon con frialdad, mientras revisaba los alrededores, buscando cualquier signo de actividad enemiga. Afortunadamente, todo parecía en calma, al menos por el momento.
Se agachó junto al Ascendido y volvió a revisar sus heridas. Las heridas eran graves, pero no mortales. Con el equipo médico de su armadura, logró estabilizarlo aún más, sellando las fisuras de la armadura para evitar que la hemorragia continuara. El Ascendido, agotado por el dolor, cerró los ojos por un momento, tratando de recuperar algo de fuerza.
— ¿Cuántos han caído? — preguntó débilmente el Ascendido, abriendo los ojos un poco.
— Todos — respondió Rivon sin rodeos. — Somos los últimos.
El silencio que siguió fue abrumador. Rivon y el Ascendido Superior sabían lo que eso significaba. El destino de Korrath estaba sellado, y aunque ellos seguían vivos, la victoria había quedado fuera de su alcance. Los Zor'tha no solo habían arrasado con las fuerzas humanas, sino que habían devastado todo lo que encontraron a su paso. El planeta, alguna vez una fortaleza impenetrable, estaba ahora en ruinas.
Rivon respiró hondo, limpiando el sudor y la sangre de su rostro. Mientras lo hacía, notó que el Ascendido lo observaba con una mezcla de curiosidad y respeto.
— Nunca vi a nadie pelear así antes — dijo el Ascendido, su voz ronca pero llena de asombro. — Eres más que un simple soldado, ¿verdad?
Rivon no respondió de inmediato. Sabía que había algo diferente en él, algo que incluso los Ascendidos Superiores no podían entender. Su fuerza, su resistencia, la forma en que había dominado el campo de batalla. Todo eso lo hacía destacar. Pero había algo más oscuro, algo que apenas empezaba a comprender. Algo que lo impulsaba en cada combate, que lo hacía anhelar el control y la destrucción.
— Soy lo que debo ser — respondió finalmente, evitando los detalles que él mismo no entendía del todo.
El Ascendido asintió lentamente, como si aceptara la respuesta sin necesidad de más explicaciones. Ambos sabían que, en ese momento, no importaba quién o qué era Rivon, solo importaba que había sobrevivido.
El silencio en el edificio en ruinas fue interrumpido por un leve temblor en el suelo. Rivon se puso en alerta de inmediato, su mano yendo instintivamente hacia su espada de energía. Miró hacia el techo derrumbado, esperando ver alguna señal de que los Zor'tha se acercaban nuevamente. Sin embargo, en lugar de los característicos rugidos alienígenas, escuchó el zumbido familiar de motores humanos.
— Refuerzos — susurró el Ascendido, con una leve sonrisa en sus labios ensangrentados.
Rivon se levantó de un salto, saliendo del edificio para ver qué estaba ocurriendo. A lo lejos, vio cómo varias naves de transporte humano descendían lentamente sobre el campo de batalla. Los refuerzos finalmente habían llegado, pero llegaban demasiado tarde. Korrath ya estaba perdido. No quedaba nada más que rescatar que los pocos sobrevivientes, si es que había alguno más.
Las naves aterrizaron suavemente en medio de los escombros, y soldados bien armados, pertenecientes a otra Mano del Imperio, comenzaron a desplegarse. Rivon levantó la mano en señal de saludo, y uno de los oficiales se acercó corriendo.
— ¿Sobrevivientes? — preguntó el oficial, observando el campo de batalla con un gesto de incredulidad. — ¿Cómo es que sigues vivo?
Rivon lo miró fijamente por un momento antes de responder.
— Es una larga historia, respondió, volviendo la vista hacia el Ascendido Superior herido. — Tengo uno más dentro. Necesita atención médica inmediata.
El oficial asintió rápidamente, señalando a sus hombres para que asistieran al Ascendido Superior. Rivon observó en silencio mientras lo transportaban a una nave médica, sabiendo que habían logrado sobrevivir, pero que la victoria estaba lejos de ser alcanzada. El planeta Korrath era un cementerio, y solo el tiempo diría si los Zor'tha volverían.
Mientras los soldados comenzaban a asegurar la zona, Rivon se quedó de pie, observando las ruinas del planeta, sintiendo que algo más grande se avecinaba. Sabía que su vida, y la de los que lo rodeaban, nunca volvería a ser la misma después de lo ocurrido en Korrath.
Las naves de transporte humano ascendieron rápidamente de las ruinas de Korrath, atravesando el cielo ennegrecido por el humo y las llamas. Rivon miraba por la pequeña ventana de la nave mientras los restos de la batalla se alejaban, pero lo que estaba por venir sería aún más brutal. Lo que divisaba en el horizonte era la Fortaleza de Karass, el centro de mando y la última esperanza de resistencia del Imperio en esa región. Mientras la nave se acercaba, el paisaje que lo recibía era apocalíptico.
La fortaleza se extendía como una colosal estructura de acero y piedra negra, rodeada por una red de trincheras y muros fortificados. Alrededor de la base, decenas de tanques Dreadfang rugían como bestias mecánicas, avanzando por la tierra llena de cráteres y destruyendo cualquier cosa en su camino. Cada uno de esos monstruosos tanques estaba equipado con cañones pesados de plasma, capaces de reducir a escombros a cualquier enemigo. Los cañones de los Dreadfang disparaban constantemente, lanzando destellos cegadores que iluminaban el cielo gris mientras las explosiones sacudían la tierra a kilómetros de distancia.
Los cañones antiaéreos Thorak disparaban hacia el cielo sin cesar, tratando de interceptar las naves Zor'tha que seguían asaltando desde las alturas. Las torretas giraban en un ritmo incesante, soltando ráfagas de energía que cruzaban el cielo con una velocidad aterradora. El rugido de los disparos y el impacto de los proyectiles resonaban a lo largo de todo el valle. Rivon podía sentir las vibraciones incluso dentro de la nave, como si el propio planeta estuviera siendo sacudido hasta sus cimientos.
— Esto es peor de lo que imaginaba — murmuró para sí mismo mientras la nave comenzaba su descenso hacia la fortaleza.
A medida que se acercaban más a las murallas, Rivon pudo ver la verdadera magnitud de la batalla. Los legionarios comunes y Ascendidos Menores estaban desplegados por todas partes, disparando sin descanso contra las hordas de Zor'tha que atacaban desde el frente. Los legionarios, con sus armaduras ligeras y sus rifles de asalto estándar, formaban líneas defensivas en las trincheras, disparando en oleadas bien coordinadas. Aunque no tenían las mejoras genéticas de los Ascendidos, luchaban con una ferocidad admirable. Pero no era suficiente.
Los Zor'tha avanzaban sin descanso, sus cuerpos deformes y grotescos atravesando el fuego de las armas humanas como si no sintieran el dolor. Las criaturas más grandes, equipadas con sus propios bio-cañones, disparaban a los tanques Dreadfang y a las líneas de legionarios, causando estragos en las defensas. Algunos tanques ya habían sido destruidos, sus chasis en llamas, y los cuerpos de los legionarios se esparcían por el campo de batalla. Rivon sabía que esa batalla no era una simple defensa. Era una lucha por la supervivencia.
— Nos están presionando demasiado — dijo un oficial dentro de la nave, observando la escena con preocupación. — Si no logramos reforzar las defensas pronto, la fortaleza caerá.
Mientras descendían hacia el suelo, Rivon vio algo que capturó su atención por completo. En el centro de la línea defensiva, sobre un enorme tanque Aegis Dominus, el cual era aún más imponente que los Dreadfang, estaba el Primus Ascendido de su Mano, Lord Neris, liderando la batalla con una fiereza incomparable. El Primus Ascendido era una figura imponente, con una armadura dorada y negra que brillaba a pesar de la suciedad y la sangre que la cubría. Blandía una espada de energía colosal, tan grande como un hombre, con una precisión letal, cortando a través de los enemigos que osaban acercarse demasiado.
Lord Neris dirigía a sus soldados con una calma casi inhumana, sus órdenes eran claras y precisas, su presencia era un símbolo de esperanza para los pocos defensores que aún resistían. A su alrededor, los Ascendidos Menores luchaban con devoción, defendiendo cada centímetro de terreno. Cada disparo de sus rifles de plasma era certero, y cada golpe de sus espadas de energía dejaba una pila de cuerpos Zor'tha a sus pies.
La nave finalmente aterrizó dentro de las murallas de la fortaleza. Rivon bajó rápidamente, el peso de lo que acababa de presenciar aún aplastando su mente. Las murallas estaban llenas de soldados heridos, algunos en camillas siendo atendidos por los pocos médicos disponibles, otros ya sin vida, esperando ser recogidos. A su alrededor, los cañones Thorak seguían rugiendo sin descanso, mientras los tanques Aegis Dominus disparaban sus enormes cañones de plasma contra las criaturas que seguían avanzando.
— Sargento, informe de inmediato a los altos mandos — le gritó un oficial mientras le hacía señas hacia el centro de mando.
Rivon asintió y avanzó a paso firme por el caos de la fortaleza. El aire olía a metal quemado, sangre y sudor, una mezcla que ya era familiar para él. Mientras caminaba por los pasillos destrozados y el suelo cubierto de polvo y restos, no podía evitar notar la gravedad de la situación. Las defensas, aunque poderosas, estaban al borde del colapso. Habían logrado mantener la línea por ahora, pero no era cuestión de si caerían, sino de cuándo.
Al llegar al centro de mando, Rivon fue recibido por una pantalla llena de imágenes en tiempo real de la batalla. Los oficiales estaban reunidos alrededor de un enorme mapa holográfico, discutiendo la estrategia, aunque la tensión era evidente en sus rostros. El comandante de la fortaleza, un Ascendido Superior llamado Valius, levantó la vista cuando Rivon entró. Su armadura estaba sucia, pero su porte era imponente.
— ¿Cuál es la situación en el exterior? — preguntó Valius sin preámbulos.
— Korrath ha caído — respondió Rivon con frialdad. — Soy el único sobreviviente de mi escuadrón, junto con un Ascendido Superior herido. Logré evacuarlo. El resto ha sido aniquilado.
El silencio cayó sobre la sala de mando. Los oficiales intercambiaron miradas sombrías. Sabían lo que eso significaba. Korrath, una de las fortalezas más importantes del sector, estaba perdida, y ahora los Zor'tha tenían el camino libre hacia ellos.
Valius asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación.
— Prepara a tus hombres, Sargento. La batalla aún no ha terminado — ordenó, su mirada fija en el mapa holográfico.
Rivon asintió, sabiendo que la lucha por la fortaleza sería aún más feroz que la anterior. Mientras salía del centro de mando, la fortaleza temblaba bajo los impactos de los cañones Zor'tha, pero Rivon no flaqueaba. Sabía que esta batalla sería diferente. Y esta vez, no dejaría que nada ni nadie lo detuviera.