Rivon permanecía inmóvil en el interior de la nave de transporte, los engranajes de su armadura resonaban levemente mientras se ajustaba a las restricciones de seguridad. La nave estaba repleta de Ascendidos Menores y otros soldados, todos listos para el inminente descenso al planeta Korrath. La planta de energía, su objetivo, determinaría el éxito o el fracaso de la misión. El aire en la nave era denso, cargado de la tensión que precedía a cada batalla.
Mientras los motores rugían y la nave comenzaba su trayecto hacia la atmósfera del planeta, Rivon no pudo evitar que sus pensamientos se desviaran hacia Sera, su hermana. Recordó su rostro la última vez que la había visto en la Aegis Rex, apenas unas horas antes de embarcarse en la misión. Aunque se había acostumbrado a mantener una fachada de frialdad y dureza, Sera siempre lograba traspasar esa coraza que se había construido con los años.
Había algo en su mirada que siempre lo hacía cuestionarse si lo que estaba haciendo estaba bien, si la senda que había elegido era la correcta. Rivon sabía que se estaba volviendo más frío, más cruel con cada batalla, pero también sabía que era necesario para sobrevivir en el mundo que le había tocado vivir. Aun así, cada vez que pensaba en Sera, una pequeña chispa de humanidad se encendía en su interior, recordándole que no todo estaba perdido.
Pero sabía que no podía permitirse debilidades ahora. En su mente, había aprendido a dividir esos sentimientos, a dejar a Sera en un compartimiento separado de su existencia. Ahora, mientras descendía a un planeta devastado, donde los Zor'tha esperaban para destruirlos, su enfoque debía estar únicamente en la batalla. No había espacio para el amor, ni para los lazos familiares. La guerra requería cada parte de su ser, y debía estar listo para lo que viniera.
La nave de transporte se sacudió violentamente al atravesar las capas superiores de la atmósfera. Las luces parpadearon por un momento antes de estabilizarse, y un sonido metálico llenó la cabina mientras los Ascendidos ajustaban sus armas y equipos. Cada uno estaba completamente concentrado en la misión, pero Rivon sabía que muchos de ellos también tenían seres queridos a los que habían dejado atrás.
A su lado, Kaelor, un Ascendido Menor que había luchado junto a él en batallas anteriores, se inclinó hacia adelante para revisar su rifle de plasma. El soldado intercambió una mirada rápida con Rivon antes de hablar.
— Nunca pensé que Korrath caería tan rápido. — Su voz estaba teñida de incredulidad. — Pero aquí estamos otra vez, descendiendo hacia el infierno.
Rivon asintió en silencio. Sabía que las cosas en Korrath habían empeorado mucho más rápido de lo que cualquiera había anticipado. Las defensas planetarias habían sido devastadas, y los Zor'tha habían establecido una presencia más fuerte de lo que los informes iniciales sugerían. Pero no era la primera vez que enfrentaban lo impensable, y Rivon sabía que no sería la última.
— Nosotros terminaremos lo que los legionarios no pudieron — dijo Rivon, su voz cortante. — Esta vez, no habrá errores.
Kaelor asintió, satisfecho con la respuesta, mientras las puertas de la nave comenzaban a vibrar, indicando que la entrada atmosférica estaba casi completa. Un silencio sepulcral se apoderó de la cabina. Era el momento en que los soldados se preparaban mentalmente, ajustando cada detalle de su enfoque antes de ser arrojados a la carnicería.
Rivon sintió el leve aumento de la gravedad cuando la nave comenzó su descenso más rápido, acercándose a su destino. Sabía que esta batalla sería diferente. Los Zor'tha ya habían tomado posiciones en la planta de energía y sus alrededores. El terreno no favorecía a los humanos, y el enemigo estaba bien atrincherado. Pero lo que le inquietaba no era el enemigo; era la sensación de que algo más estaba en juego.
Desde su transformación y el despertar de su poder latente, Rivon había sentido una desconexión con el Núcleo Celestial, la fuente de energía que impulsaba a los Ascendidos. Aunque mantenía una fachada de lealtad, sabía en su interior que su verdadero poder no provenía del Núcleo, sino de algo mucho más profundo, algo que aún no terminaba de comprender. Sin embargo, ese pensamiento debía quedar relegado a un segundo plano por ahora.
El comandante de la nave habló a través del intercomunicador.
— Todos los escuadrones prepárense para el aterrizaje. Iniciamos el despliegue en dos minutos.
El sonido de las armas cargándose resonó en la cabina. Rivon sintió cómo la adrenalina comenzaba a recorrer su cuerpo mientras se anclaba al suelo con los imanes de sus botas. El descenso final hacia el planeta estaba cerca, y sabía que no habría marcha atrás una vez que estuvieran en tierra. La misión estaba clara: asegurar la planta de energía y eliminar a cualquier Zor'tha en el área.
Antes de que las puertas de la nave se abrieran, Rivon cerró los ojos por un momento. Sus pensamientos se dirigieron brevemente hacia Sera, preguntándose si estaba a salvo en la nave principal, lejos del caos que estaba a punto de desatarse. Pero rápidamente apartó esa preocupación. Sabía que si todo salía bien, podría volver a verla después de la batalla.
El ruido del metal chirriando inundó la cabina cuando las compuertas se abrieron, revelando el desolado paisaje de Korrath. El aire olía a cenizas y destrucción, y las columnas de humo ascendían hacia el cielo, teñido de un tono rojo debido a las explosiones que aún sacudían la superficie.
— ¡A la batalla! — rugió Rivon, mientras él y su escuadrón descendían a la zona de combate.
El aire en Korrath era sofocante, denso con el olor a sangre y metal quemado. El sonido del viento, mezclado con explosiones distantes, era apenas audible mientras Rivon y su escuadrón tocaban tierra con la precisión calculada de los Ascendidos Menores. El suelo, lleno de escombros y cuerpos carbonizados, crujía bajo el peso de sus botas metálicas, pero ninguno de ellos vaciló. Estaban entrenados para esto, para moverse con eficiencia letal incluso en los entornos más hostiles.
El paisaje que los rodeaba era devastador. Columnas de humo negro se levantaban hacia el cielo, ocultando lo que quedaba del horizonte. Los restos de vehículos de guerra y cuerpos desmembrados decoraban el campo de batalla. Los Zor'tha habían lanzado un asalto implacable, y cada metro ganado por las fuerzas humanas había sido a un costo inimaginable. Rivon no necesitaba mirar a su alrededor para saber que lo peor aún estaba por venir.
A medida que avanzaban, el grupo mantenía una formación cerrada, moviéndose con la disciplina y coordinación que caracterizaba a los Ascendidos Menores. Rivon lideraba el camino, su mano firme en la empuñadura de su espada energética, mientras sus ojos escudriñaban el paisaje en busca de signos de actividad enemiga. Sabía que los Zor'tha eran maestros del camuflaje y la emboscada, y cualquier paso en falso podría ser el último.
— Mantengan los ojos abiertos. No confíen en lo que parece inerte. Estos malditos saben esconderse bien, — murmuró Kaelor, su voz baja pero clara en el comunicador del escuadrón.
Rivon no respondió. Estaba concentrado en el objetivo: la planta de energía, una instalación clave que proveía de energía a las defensas restantes del planeta. Si la planta caía, el poco control que aún tenían sobre Korrath se desmoronaría, y los Zor'tha se apoderarían del planeta por completo.
El terreno comenzó a inclinarse, lo que obligó al escuadrón a moverse con más cautela. Las ruinas de una ciudad, ahora irreconocible por las batallas, emergieron frente a ellos. Los edificios derruidos y las calles destrozadas parecían esconder mil peligros. Las sombras proyectadas por los restos arquitectónicos parecían moverse con vida propia, creando una sensación de constante amenaza. Rivon sabía que los Zor'tha aprovechaban cada rincón oscuro, esperando el momento adecuado para atacar.
— Nos acercamos a la planta de energía — informó Kaelor, quien manejaba los datos del escáner de proximidad. — Está a menos de dos clics de nuestra posición.
Rivon asintió y ordenó al escuadrón avanzar más rápido, manteniendo la formación cerrada. Mientras recorrían las calles, los cuerpos de los legionarios caídos yacían en posiciones grotescas, sus armas aún en las manos, aunque claramente superados por el poder implacable de los Zor'tha.
Una explosión cercana sacudió el suelo, levantando una nube de polvo y escombros a pocos metros de su posición. Los Ascendidos Menores instintivamente se agacharon, cubriéndose detrás de lo que quedaba de un muro derruido. Rivon miró hacia el origen de la explosión y notó el movimiento entre las ruinas. Su mano apretó la empuñadura de su espada.
— Ahí están, murmuró, con un tono bajo pero cargado de determinación.
Desde las sombras, las formas monstruosas de los Zor'tha comenzaron a emerger. Estas criaturas, alargadas y deformes, se movían con una agilidad antinatural. Sus cuerpos carnosos y oscuros parecían absorber la luz, camuflándose perfectamente en el entorno. Sus ojos brillaban con una malicia palpable mientras se acercaban a la posición de Rivon y su escuadrón.
— Fuego, ordenó Rivon, con una calma que solo los guerreros experimentados podían mantener en situaciones tan caóticas.
Los Ascendidos abrieron fuego simultáneamente. Los disparos de plasma iluminaron el aire, cruzando el campo de batalla con destellos azulados. Los Zor'tha se movían rápidamente, pero no lo suficientemente rápido para esquivar los ataques bien coordinados de los Ascendidos. Cada disparo acertaba con precisión, desgarrando los cuerpos de las criaturas y enviándolas al suelo en explosiones de carne y sangre negra.
Sin embargo, por cada Zor'tha que caía, dos más parecían surgir de las sombras. El número de enemigos aumentaba rápidamente, y aunque los Ascendidos mantenían su formación y continuaban disparando, Rivon sabía que no podrían resistir una emboscada prolongada.
— Nos movemos, gritó Rivon. — No podemos quedar atrapados aquí.
El escuadrón se levantó en una sincronización perfecta, avanzando a través de las ruinas mientras seguían disparando a los Zor'tha que los perseguían. El terreno era traicionero, lleno de cráteres y escombros que hacían que cada paso fuera una prueba de equilibrio. Pero los Ascendidos estaban entrenados para moverse en cualquier situación, y avanzaron sin detenerse.
Rivon lideraba la retirada estratégica hacia la planta de energía, sabiendo que no podían permitirse ser acorralados. Su espada de energía brillaba con un destello mortal, cortando a cualquier Zor'tha que se atreviera a acercarse demasiado. Cada movimiento que hacía era preciso, letal, y guiado por un instinto de supervivencia que se había perfeccionado con cada batalla.
La planta de energía apareció a la vista finalmente, sus enormes torres aún erguida en medio de la destrucción que los rodeaba. Pero el alivio fue breve. A lo lejos, más Zor'tha se reunían, preparándose para lanzar un ataque total. Los cielos sobre Korrath estaban plagados de humo, y el sonido de las naves de combate de la Mano de Vetra resonaba en la distancia, aunque aún estaban a minutos de llegar.
— Cubrimos la entrada. No los dejaremos pasar, dijo Rivon, mientras su escuadrón tomaba posiciones defensivas alrededor de la planta.
El tiempo corría en su contra. Sabían que los refuerzos de la Mano de Vetra estaban cerca, pero hasta que llegaran, dependería de ellos defender esa posición crítica. Mientras los Zor'tha avanzaban, los Ascendidos prepararon sus últimas líneas defensivas. Los disparos comenzaron de nuevo, y el sonido de las armas llenó el aire.
Rivon sintió cómo su corazón se aceleraba mientras la adrenalina fluía por su cuerpo. Sabía que esta batalla no era solo por Korrath; era también una prueba de su propio poder. El campo de batalla se convertía, una vez más, en su escenario personal.
El estruendo de la batalla era ensordecedor. El suelo vibraba bajo los pies de Rivon mientras él y su escuadrón defendían la entrada de la planta de energía. Los Zor'tha se lanzaban contra ellos con una furia incesante, sus cuerpos deformes corriendo hacia las defensas sin temor ni vacilación. Las oleadas de estas criaturas parecían no tener fin, cada vez más numerosas, llenando el aire con el hedor de su carne putrefacta y la agitación de sus movimientos inhumanos.
Los Ascendidos Menores disparaban sin pausa, sus rifles de plasma zumbando con el calor generado por el uso continuo. Cada disparo derribaba a un enemigo, pero por cada uno que caía, más de ellos emergían de las sombras y las ruinas, ansiosos por devorar lo que quedaba de las fuerzas humanas.
— ¡Mantened la línea! — rugió Rivon, su voz resonando por encima del caos.
Los Ascendidos respondieron con un fervor implacable, manteniéndose firmes a pesar de la abrumadora presión que ejercían los Zor'tha. Los cuerpos de las criaturas caían a sus pies, cubriendo el suelo con un manto viscoso de sangre negra y extremidades mutiladas. Las armas de los Ascendidos seguían disparando, sus espadas de energía se activaban cuando los enemigos se acercaban demasiado, cortando carne alienígena con precisión mortal.
Rivon sintió cómo el poder dentro de él comenzaba a intensificarse, alimentado por la violencia a su alrededor. Cada vez que derribaba a uno de los Zor'tha, una extraña sensación de satisfacción se apoderaba de él, como si el acto de destruir y dominar fuese parte de su propio ser. Sabía que había algo más profundo en juego, algo que ni siquiera los Ascendidos podían comprender. Pero este no era el momento para cuestionar la fuente de su poder; lo necesitaba para sobrevivir.
De repente, un estruendo mayor sacudió el campo de batalla. Rivon levantó la vista y vio cómo una de las torres defensivas de la planta de energía explotaba en una nube de fuego y metal retorcido. Los Zor'tha habían logrado hacerla volar, debilitando aún más la defensa de su posición. El impacto de la explosión hizo que el suelo temblara, y los Ascendidos se tambalearon por un momento antes de reajustar sus posturas.
— ¡Necesitamos más refuerzos! — gritó Kaelor, mientras disparaba hacia los Zor'tha que avanzaban sin cesar. — No podremos aguantar mucho más tiempo.
Rivon sabía que Kaelor tenía razón. A pesar de su determinación y de la habilidad letal de los Ascendidos, los Zor'tha los superaban en número. El agotamiento comenzaba a pasar factura; sus armas se sobrecalentaban y sus cuerpos, aunque fortalecidos por las mejoras del Núcleo, empezaban a mostrar signos de fatiga.
Sin embargo, la planta de energía aún resistía, su estructura central permanecía intacta, y eso era lo único que les daba esperanzas. Mientras la planta siguiera en pie, el flujo de energía mantendría operativas las defensas restantes en el planeta. Si caía, Korrath quedaría completamente expuesto al asalto final de los Zor'tha.
De repente, Rivon sintió una vibración bajo sus pies, diferente del temblor habitual de la batalla. Algo más grande estaba en movimiento. Antes de que pudiera dar la orden de reagruparse, el suelo a pocos metros de él se abrió en una explosión de tierra y rocas. Una figura monstruosa emergió, mucho más grande que los Zor'tha habituales. Era una bestia enorme, sus extremidades cubiertas de espinas afiladas y su cuerpo envuelto en una armadura natural grotesca.
El monstruo rugió, su aliento hediondo llenando el aire mientras sus ojos brillaban con una inteligencia primitiva pero letal. Con un movimiento rápido, la criatura se lanzó hacia los Ascendidos, destruyendo todo a su paso.
— ¡Enemigo al frente! — gritó Rivon, mientras desenfundaba su espada de energía y corría hacia la bestia sin vacilar.
Los Ascendidos dispararon con todas sus fuerzas, pero las balas de plasma rebotaban en la dura coraza de la criatura, apenas causando daños visibles. Rivon sabía que este enemigo no caería con simples disparos. Tendrían que enfrentarlo cuerpo a cuerpo, y él era el único con la fuerza y la determinación para hacerlo.
— ¡Cubríos! — ordenó, antes de lanzarse al ataque.
Su espada de energía brillaba con un destello mortal mientras golpeaba el costado de la criatura. El impacto resonó por todo el campo de batalla, pero aunque la espada cortó la piel de la bestia, apenas consiguió abrir una grieta superficial. Rivon se agachó justo a tiempo para esquivar uno de los enormes brazos de la bestia, que pasó rozándole con la fuerza suficiente como para romper el suelo en pedazos.
La criatura rugió de nuevo, lanzando un ataque furioso, pero Rivon era rápido, más rápido de lo que cualquier Ascendido debería ser. Evitaba los golpes con movimientos precisos, buscando puntos débiles en la coraza de la bestia. Mientras sus compañeros seguían disparando, Rivon encontró su oportunidad. La bestia se levantó sobre sus patas traseras, exponiendo su vientre blando por un breve segundo.
Con un grito de furia, Rivon aprovechó la abertura y clavó su espada profundamente en el abdomen de la criatura. El metal vibró al atravesar la carne y los órganos internos, y la bestia soltó un grito desgarrador. La sangre oscura brotó en todas direcciones mientras la criatura se tambaleaba, debilitada por el ataque.
Pero no había tiempo para celebrar. Aunque la bestia finalmente cayó, su muerte solo intensificó la ira de los Zor'tha. Los monstruos restantes redoblaron su asalto, lanzándose contra las líneas defensivas con una ferocidad renovada. Rivon apenas tuvo tiempo de retroceder antes de que otro grupo de Zor'tha cargara hacia ellos.
En ese momento, un estruendo aún mayor resonó en el cielo. Rivon levantó la vista justo a tiempo para ver cómo las naves de la Mano de Vetra descendían hacia la atmósfera. El refuerzo tan esperado finalmente había llegado. Las naves de combate comenzaron a disparar desde el aire, sus cañones láser destruyendo a los Zor'tha que se agolpaban alrededor de la planta de energía.
Los cañones de plasma y los misiles comenzaron a hacer impacto en las hordas enemigas, diezmándolas con una precisión devastadora. Rivon sintió un alivio momentáneo al ver cómo los refuerzos limpiaban el campo de batalla. Sin embargo, sabía que esto solo era el comienzo. La verdadera batalla por Korrath aún estaba por librarse, y con los refuerzos en tierra, la ofensiva final estaba a punto de comenzar.
El rugido de los motores de las naves de la Mano de Vetra resonaba por todo el campo de batalla. El cielo, antes cubierto de humo y cenizas, se iluminó con las explosiones de los cañones láser que barrían el terreno. Cada disparo era preciso, golpeando a los Zor'tha que aún intentaban lanzar sus ataques finales sobre las posiciones de los Ascendidos.
Rivon observó el descenso de las naves de transporte y las unidades de asalto desde su posición en la planta de energía. Los soldados de la Mano de Vetra eran letales en su eficiencia, desplegándose rápidamente y tomando posiciones clave. Mientras tanto, las naves de combate seguían disparando desde el aire, asegurándose de que ninguna criatura Zor'tha sobreviviera lo suficiente como para acercarse a las líneas defensivas.
— Refuerzos en tierra. Mantengan la posición, — ordenó Rivon a su escuadrón, que seguía disparando a los rezagados Zor'tha que huían hacia las ruinas de la ciudad.
El aire olía a metal quemado, a sangre alienígena derramándose sobre la tierra devastada. La atmósfera estaba cargada de tensión, pero también de una extraña calma. El alivio de los refuerzos era palpable, pero Rivon sabía que esto no significaba el fin. Habían logrado frenar el avance de los Zor'tha, pero el planeta aún estaba en peligro, y la batalla por Korrath no terminaría hasta que hubieran erradicado a cada enemigo.
Kaelor, con su rifle de plasma humeante en las manos, se acercó a Rivon mientras las naves de la Mano de Vetra seguían aterrizando, una tras otra. Los Ascendidos comenzaban a reagruparse, algunos de ellos visiblemente agotados, pero ninguno mostrando signos de rendirse.
— Nunca había visto algo así, — comentó Kaelor, mirando el panorama de destrucción a su alrededor. — Estos malditos no saben cuándo detenerse.
Rivon asintió en silencio, observando cómo los técnicos y médicos de combate comenzaban a moverse entre los soldados heridos. Los vehículos de apoyo aterrizaban junto a las unidades de infantería, descargando suministros, armas y equipo médico. Aunque la situación había sido desesperada minutos antes, ahora las cosas comenzaban a estabilizarse.
Pero algo en el aire hacía que Rivon no se relajara completamente. A pesar de que los Zor'tha parecían estar siendo diezmados, sentía una inquietud creciente en su interior. No podía explicarlo, pero algo no encajaba. No era solo el peligro evidente que representaban los Zor'tha; era algo más profundo, una sensación que había comenzado a manifestarse desde el inicio de la batalla, como si algo oscuro estuviera acechando en los márgenes de la realidad.
Antes de que pudiera reflexionar más, una voz en el comunicador de su casco lo interrumpió.
— Rivon, aquí Lord Tanos. Los refuerzos están asegurando la planta de energía, pero necesitamos que te dirijas al perímetro norte. Tenemos informes de un gran contingente de Zor'tha moviéndose hacia esa posición. Si no los frenamos, podrían lanzar otro ataque masivo.
Rivon no vaciló.
— Entendido, en camino.
Le indicó a su escuadrón que se preparara para moverse. Los Ascendidos Menores se reagruparon rápidamente, revisando sus armas y asegurándose de que sus sistemas de combate estuvieran en perfecto estado. Rivon lideró el camino mientras se dirigían hacia el perímetro norte, donde ya podían escuchar los ecos distantes de los disparos y explosiones. La batalla aún no había terminado, y el enemigo no se rendiría fácilmente.
A medida que avanzaban hacia el perímetro, Rivon notó que algo había cambiado. El terreno, que antes estaba lleno de los restos de la batalla, ahora estaba desprovisto de actividad enemiga. Los Zor'tha parecían haber desaparecido de la zona por completo, lo que hacía que el avance fuera extraño e inquietante. Sus sentidos estaban en alerta máxima.
Cuando llegaron al perímetro norte, los soldados allí estacionados estaban tensos, sus armas listas y apuntando hacia la neblina densa que cubría parte del terreno. Rivon se acercó al oficial al mando, un Ascendido Superior que observaba el campo con una expresión de profunda concentración.
— ¿Qué tenemos? — preguntó Rivon, su mirada fija en el horizonte.
— Hemos visto movimiento en la niebla, pero no estamos seguros de cuántos son. Los sensores están actuando de forma errática, es como si algo estuviera interfiriendo con ellos — respondió el oficial, sin apartar la vista del campo.
Rivon miró hacia la neblina, tratando de identificar cualquier signo de los Zor'tha. Algo no estaba bien. La niebla no era natural; se movía de una manera extraña, como si estuviera viva. Sentía una sensación opresiva, como si el aire mismo estuviera cargado de peligro. No era el tipo de táctica habitual de los Zor'tha, y esa incertidumbre hacía que su instinto se activara aún más.
Antes de que pudiera analizarlo más, un sonido gutural y profundo se escuchó desde el interior de la niebla. Los soldados se tensaron de inmediato, sus armas listas para disparar. Un murmullo de inquietud recorrió las filas, y Rivon supo que el próximo ataque estaba a punto de comenzar.
— Preparen las defensas, ordenó Rivon, su voz resonando en los comunicadores de todos los presentes.
El sonido se intensificó, y de repente, una multitud de Zor'tha emergió de la niebla con una velocidad sorprendente. Estas criaturas eran más grandes que las anteriores, sus cuerpos cubiertos de una armadura más gruesa y sus movimientos aún más agresivos. El choque fue inmediato. Las líneas defensivas humanas abrieron fuego, pero los Zor'tha eran implacables, avanzando sin descanso.
Rivon y su escuadrón se unieron a la defensa, sus disparos precisos y letales, pero la presión del enemigo era abrumadora. Mientras luchaba, Rivon sintió cómo su cuerpo se movía con una precisión mortal. La batalla despertaba algo en su interior, algo que lo hacía más rápido, más fuerte. Cada movimiento era calculado, cada golpe letal.
Los Zor'tha seguían avanzando, pero los Ascendidos no retrocedían. A medida que la batalla se intensificaba, Rivon sabía que esto era solo una muestra del caos que aún estaba por desatarse en Korrath.
El choque entre las fuerzas humanas y los Zor'tha resonaba como el rugido de una tormenta desatada. Las defensas del perímetro norte se mantenían apenas, mientras los Ascendidos y los legionarios comunes luchaban con todas sus fuerzas por contener a las hordas que emergían de la niebla. El aire estaba impregnado de gritos de guerra, el crujido de huesos rotos y el zumbido constante de las armas de plasma.
Rivon se movía con la fluidez de un depredador, su cuerpo envuelto en la imponente armadura de los Ascendidos Menores, que brillaba bajo el fuego de los disparos. Sus ojos no dejaban de moverse, buscando el próximo objetivo, su mente enfocada únicamente en el combate. No había tiempo para pensar, solo para actuar. Cada paso que daba resonaba como el avance de una máquina de guerra, imparable, calculado y devastador.
A su alrededor, los Zor'tha atacaban sin tregua. Estas criaturas, más grandes y más resistentes que las primeras oleadas, parecían haber evolucionado, adaptándose a las tácticas humanas. Sus cuerpos carnosos, cubiertos de protuberancias duras como el acero, repelían algunos disparos, lo que hacía que cada enfrentamiento fuera más letal. Rivon sabía que no podían permitirse retroceder. Si cedían esta posición, el enemigo tomaría la planta de energía, y todo estaría perdido.
Con un rugido de furia, se lanzó hacia un Zor'tha que había logrado atravesar las defensas frontales. La criatura, que medía casi el doble que un humano común, se movía con una agilidad sorprendente a pesar de su tamaño. Rivon levantó su espada de energía y la hizo descender en un arco mortal, cortando uno de los brazos de la bestia. La sangre oscura salpicó el suelo, pero el monstruo no se detuvo. Con un movimiento brutal, intentó aplastar a Rivon con su otro brazo, pero él se agachó rápidamente, esquivando el ataque.
— ¡No te detengas! — gritó Kaelor, quien estaba a pocos metros, disparando sin parar contra los enemigos que se acercaban por el flanco.
Rivon no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Con un giro rápido, clavó su espada profundamente en el torso de la criatura, y un grito gutural resonó desde lo más profundo de la garganta del Zor'tha. La bestia se tambaleó hacia atrás, pero Rivon no le dio tiempo para recuperarse. Sacó la espada de su carne y, con un golpe final, decapitó al monstruo. La cabeza rodó por el suelo mientras el cuerpo se desplomaba pesadamente.
El aliento de Rivon era rápido y controlado, su cuerpo funcionando con una eficiencia sobrehumana. Cada combate parecía avivar el fuego que ardía dentro de él, ese poder que había comenzado a despertar desde su transformación. Aunque aún no comprendía completamente de dónde provenía, lo sentía crecer con cada batalla, como si estuviera reclamando su lugar en el mundo a través de la destrucción.
Las defensas seguían resistiendo, pero el costo era alto. Los cuerpos de los legionarios caídos comenzaban a amontonarse, y algunos de los Ascendidos Menores también habían sucumbido al ataque implacable de los Zor'tha. Sin embargo, las líneas se mantenían firmes, y los disparos de los rifles de plasma seguían iluminando la oscuridad de la niebla.
A medida que Rivon y su escuadrón se defendían, una explosión sacudió el flanco derecho de las defensas. Un grupo de Zor'tha, más rápidos y pequeños que los demás, había logrado infiltrarse y lanzar un ataque directo contra una de las torres de artillería. La explosión lanzó fragmentos de metal y escombros por el aire, y los gritos de los soldados que habían estado en la torre se desvanecieron entre el estruendo.
— ¡Refuercen el flanco derecho! — ordenó Rivon, mientras avanzaba hacia la brecha que se había formado.
Con una velocidad sorprendente, varios Ascendidos Menores se dirigieron hacia la posición, dispuestos a evitar que los Zor'tha rompieran las líneas. Rivon fue el primero en llegar. Sus ojos se fijaron en el grupo de criaturas que ya habían comenzado a atravesar la brecha. Sin dudarlo, levantó su rifle de plasma y abrió fuego. Los disparos impactaron en las cabezas de las criaturas, derribando a dos de ellas de inmediato, pero el resto seguía avanzando, con sus dientes afilados chasqueando en el aire.
Con un rugido, Rivon cambió su rifle por la espada y se lanzó al combate cuerpo a cuerpo. La primera criatura que intentó atacarlo fue rápidamente abatida por un corte limpio en su torso. Rivon giró sobre sí mismo, bloqueando el ataque de otra bestia antes de hundir la espada en su cuello. El cuerpo cayó pesadamente a sus pies, y Rivon siguió adelante.
Mientras luchaba, una de las criaturas logró acercarse demasiado. Antes de que pudiera reaccionar, el Zor'tha se abalanzó sobre él, sus garras aferrándose a su armadura. Rivon sintió el impacto en su pecho, pero la armadura resistió. Con un grito de rabia, apartó a la bestia de un empujón y la remató con un disparo a quemarropa. El cuerpo cayó inerte, pero Rivon sabía que no podía bajar la guardia.
— ¡Mantengan la línea! — rugió, mientras el resto de los Ascendidos llegaba para reforzar la posición.
A pesar del caos a su alrededor, Rivon sintió una extraña calma. Sabía que esta era su vida ahora, el constante enfrentamiento con la muerte, la lucha por sobrevivir. Pero algo dentro de él lo hacía desear más, lo empujaba a buscar más allá de la mera supervivencia. Quería algo más, algo que aún no podía nombrar, pero que sentía latente en cada paso que daba.
El sonido de las naves de la Mano de Vetra acercándose trajo un nuevo aliento de esperanza. Las aeronaves comenzaron a sobrevolar la posición, lanzando una lluvia de disparos que diezmó a las últimas criaturas Zor'tha que intentaban romper las defensas.
Con un último grito de guerra, los Ascendidos repelieron el ataque, y finalmente, el campo de batalla quedó en silencio. Los cuerpos de los Zor'tha yacían esparcidos por todo el perímetro, formando un grotesco paisaje de muerte y destrucción.
Rivon se detuvo por un momento, observando el resultado de la batalla. A pesar del cansancio, su cuerpo seguía sintiendo esa extraña energía, ese poder que lo impulsaba. Sabía que la victoria era suya, pero también sabía que la guerra en Korrath aún estaba lejos de terminar.
Mientras miraba el horizonte cubierto de humo, Rivon supo que esta era solo una pequeña parte del conflicto que se avecinaba. Los Zor'tha habían demostrado ser un enemigo formidable, pero Rivon estaba listo para cualquier cosa. La guerra, después de todo, era su hogar.
El aire estaba cargado de polvo y humo. Los disparos de las naves aún resonaban sobre el campo de batalla mientras los pocos Zor'tha que quedaban intentaban desesperadamente resistir el embate final. Los cuerpos caían uno tras otro, mientras las fuerzas de la Mano de Vetra avanzaban sin detenerse, destruyendo lo que quedaba de la ofensiva enemiga.
Rivon, cubierto de sangre, sudor y restos de las criaturas que había abatido, se movía como una máquina imparable. Sus pasos resonaban con firmeza mientras avanzaba entre los cuerpos y escombros, su mirada fija en un objetivo en la distancia: el estandarte de su Mano, caído entre los restos de una torre destruida.
El estandarte ondeaba ligeramente en la brisa sofocante, su tela rasgada y manchada por el polvo y la sangre de la batalla. Para los Ascendidos, ese estandarte no era solo un símbolo; representaba la gloria y el poder de su Mano, una señal de su presencia imbatible en cualquier campo de batalla. Verlo caído era una afrenta, un recordatorio de que, por un momento, los Zor'tha habían amenazado su posición.
Sin detenerse, Rivon avanzó hacia el estandarte, esquivando disparos y cuerpos caídos a su paso. Sus sentidos estaban agudos, cada sonido y movimiento era procesado con la velocidad de un guerrero en su apogeo. El campo de batalla seguía siendo caótico, pero en su mente, solo había una claridad: debía recuperar el estandarte y alzarlo de nuevo.
Con un rápido movimiento, Rivon se agachó, recogiendo el asta del estandarte con una mano. La madera se sentía firme bajo sus dedos, pero estaba cubierta de sangre y suciedad. Sin dudar, levantó el estandarte sobre su hombro, sus ojos fijos en el horizonte mientras los últimos Zor'tha se lanzaban contra las líneas de defensa.
— ¡Por la Mano de Vetra! — gritó, su voz resonando como un trueno a través del campo de batalla.
Con el estandarte firmemente sostenido en una mano, Rivon levantó su rifle con la otra. Los Zor'tha que se aproximaban hacia su posición eran rápidos, pero no lo suficiente para escapar de su puntería. Sus disparos fueron precisos, cada uno impactando en las cabezas y torsos de las criaturas que intentaban acercarse. La sangre negra de los Zor'tha salpicaba el suelo mientras caían, pero Rivon no se detuvo.
Avanzaba con el estandarte en alto, sus movimientos implacables. Los soldados a su alrededor, viendo la bandera levantada una vez más, respondieron con un rugido de aprobación. Los Ascendidos y legionarios, cansados pero no vencidos, se inspiraron al ver a Rivon liderando la carga, su figura imponente, cubierta de sangre y restos de batalla, encarnaba la brutalidad y la gloria de la guerra.
El peso del estandarte no era una carga para él. De hecho, sentía cómo lo impulsaba, como si el símbolo de su Mano lo conectara con algo más grande, algo que no podía explicarse solo con palabras. Mientras disparaba y abatía a los enemigos, sentía el poder dentro de él crecer, cada paso lo hacía más consciente de su verdadera naturaleza. Aunque no lo demostraba abiertamente, sabía que algo se había despertado en su interior, algo que lo hacía diferente, más allá de un simple guerrero.
Con cada disparo, el campo de batalla comenzaba a despejarse. Los últimos Zor'tha caían bajo las armas de los Ascendidos y las naves que sobrevolaban la zona, asegurando la victoria final. Pero Rivon seguía avanzando, el estandarte ondeando a sus espaldas, un símbolo de poder y resistencia.
A medida que los disparos cesaban, el silencio se apoderaba lentamente del campo. Los soldados a su alrededor respiraban con dificultad, agotados, pero con la satisfacción de haber sobrevivido. Los Zor'tha yacían muertos a sus pies, sus cuerpos deformes formando montones de carne destrozada y huesos rotos. Pero Rivon apenas sentía el peso de la batalla. Su mente estaba en otro lugar, más allá de la simple victoria.
El sonido del viento llenaba el aire, llevando consigo el eco de la guerra que acababa de terminar. Rivon detuvo sus pasos, observando el horizonte plagado de destrucción. El estandarte ondeaba en lo alto, una declaración silenciosa de su dominio en ese campo. Mientras el sol comenzaba a descender en el cielo, iluminando los restos de la batalla, supo que la guerra en Korrath no había terminado, pero este capítulo sí.
La Mano de Vetra había resistido