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Chapter 39 - Capítulo 37: Preparativos para la Próxima Batalla

El día amanecía gris y sombrío sobre la fortaleza, como si el mismo cielo reflejara la tensión que se respiraba en cada rincón del campamento. Los soldados se movían con precisión, preparando armas y revisando equipo, siempre atentos a la próxima amenaza. En medio de todo, Rivon caminaba con una calma inusual, observando cada movimiento a su alrededor. Sabía que la guerra nunca se detenía, y que cada momento de calma era solo una pausa antes de la tormenta.

Los rumores sobre los refuerzos que estaban por llegar corrían por todo el campamento. Otra Mano del Imperio había sido llamada a reforzar las líneas, y aunque los Ascendidos mantenían la disciplina, los legionarios no podían evitar especular sobre qué significaría esa llegada. Sabían que las Manos traían consigo lo mejor del poder militar del Imperio, y con ellas, nuevas armas y tecnologías que podrían inclinar la balanza a su favor en la guerra contra los Zor'tha.

Rivon, ahora vestido completamente con su armadura que apenas se quitaba, se dirigía hacia los barracones de mando. Su mente estaba enfocada en la próxima misión, aunque una parte de él seguía sintiendo los efectos de la noche anterior. El deseo, el poder, seguían presentes, pero sabía que tenía que mantener su concentración en lo que venía. La guerra no esperaba a nadie.

Cuando llegó al barracón, fue recibido por Tanos, quien lo miró con el mismo respeto frío de siempre. A pesar de la rudeza de su relación, Tanos reconocía el valor y la fuerza de Rivon, aunque todavía no entendía del todo qué era lo que lo hacía tan especial. No obstante, le asignaba las misiones más críticas, sabiendo que Rivon siempre cumplía con éxito.

Tenemos una situación en la frontera norte, — dijo Tanos sin rodeos, señalando un mapa holográfico que mostraba los movimientos recientes de los Zor'tha. — Nuestros exploradores han detectado actividad inusual. Están construyendo algún tipo de estructura defensiva. Creemos que están fortificando una posición antes de lanzar un ataque masivo. Necesitamos que lo destruyas antes de que sea demasiado tarde.

Rivon observó el mapa en silencio, su mente ya calculando los pasos necesarios para llevar a cabo la misión. El objetivo era claro: infiltrarse en las líneas enemigas, destruir la estructura y regresar con la menor cantidad de bajas posibles. Un trabajo complicado, pero nada fuera de lo ordinario para alguien como él.

Llévate a los mejores, — continuó Tanos. — Y asegúrate de que esto no vuelva a ocurrir. No podemos permitir que los Zor'tha se fortifiquen.

Rivon asintió y salió del barracón, dispuesto a cumplir con la misión. Sabía que esto no era solo una batalla más. Los Zor'tha estaban cambiando de táctica, y eso solo significaba que la guerra iba a volverse aún más brutal. Y en el fondo, Rivon no podía evitar sentir un extraño entusiasmo por lo que estaba por venir.

De vuelta en los barracones, reunió a su equipo de Ascendidos Menores. Eran soldados leales, entrenados para seguir sus órdenes sin cuestionar. Aunque cada uno era una máquina de guerra por derecho propio, ninguno tenía la misma hambre que Rivon sentía en lo profundo de su ser. Sabía que, en cada batalla, esa hambre solo crecía.

Nos movemos al norte en diez minutos, — ordenó mientras revisaba su arma. — No habrá refuerzos hasta dentro de varios días, así que estamos solos. Nuestra misión es destruir esa fortaleza antes de que se convierta en una amenaza para la línea de defensa.

Los Ascendidos asintieron en silencio, y en cuestión de minutos, el equipo estaba preparado. Las naves de transporte estaban listas para llevarlos al frente, y Rivon se subió a una de ellas, sintiendo la familiar vibración de los motores bajo sus pies. Mientras la nave despegaba, no pudo evitar pensar en Sera, a salvo en el planeta natal de la Mano, y en lo poco que le importaba en ese momento. La guerra, la batalla, era lo único que lo definía ahora.

El vuelo hacia el norte fue corto, y antes de que se dieran cuenta, ya estaban descendiendo sobre el terreno enemigo. Las luces de las armas pesadas brillaban a lo lejos, y el sonido de las explosiones resonaba en el aire. Los Zor'tha estaban más cerca de lo que esperaban, y la misión se complicaría más de lo previsto.

Desembarquen! — gritó Rivon, mientras la compuerta de la nave se abría y los Ascendidos saltaban al suelo, listos para la batalla.

El paisaje que los rodeaba era una mezcla de caos y destrucción. Las tropas enemigas avanzaban a través de los escombros, y los cañones de plasma disparaban sin cesar, tratando de mantener a raya a los defensores humanos. Pero Rivon sabía que si no destruían esa estructura, todo se perdería.

Divídanse en grupos! — ordenó mientras avanzaba hacia la primera línea de combate. — Nos encontraremos en el punto de acceso. Eliminen a todo lo que encuentren en el camino.

El equipo se dispersó, y Rivon se lanzó de lleno en el combate. Su espada de energía cortaba con precisión a los Zor'tha que se interponían en su camino, y su rifle de plasma escupía muerte a cada paso que daba. El campo de batalla era un caos absoluto, pero para Rivon, este era su elemento.

Cada enemigo caído alimentaba su deseo de más.

Rivon se movía a través del campo de batalla como una fuerza imparable. Los Zor'tha caían uno tras otro, sus cuerpos despedazados por la espada de energía y los disparos de su rifle de plasma. Los gritos y rugidos de los alienígenas se mezclaban con el estruendo de las explosiones y los disparos en el aire. A su alrededor, los Ascendidos Menores luchaban con precisión militar, eliminando a los enemigos sin perder el ritmo. Sin embargo, Rivon estaba en otro nivel, impulsado por algo más oscuro y profundo.

Cada vez que su espada desgarraba la carne alienígena, cada vez que sentía el calor del plasma incinerando a sus enemigos, algo en su interior se despertaba. Era un deseo primitivo, una necesidad que iba más allá de la violencia. Mientras más sangre derramaba, más fuerte era el impulso que lo recorría. Su corazón latía con una intensidad salvaje, y cada golpe parecía aumentar ese fuego incontrolable que ardía dentro de él.

Rivon siempre había sentido ese poder en batalla, pero últimamente, el acto de matar no solo le traía satisfacción por la victoria, sino que desencadenaba un hambre de otro tipo. El deseo sexual, algo que había tratado de controlar durante sus años como esclavo, ahora era casi imposible de contener. Cuanto más caían sus enemigos, más fuerte era esa necesidad, más insaciable se volvía.

Sus movimientos se volvían más rápidos, más agresivos. Golpeaba a los Zor'tha con una brutalidad que no era común entre los Ascendidos Menores. Cada cuerpo que caía a sus pies alimentaba su necesidad, y aunque el campo de batalla seguía rugiendo a su alrededor, su mente se desviaba por momentos hacia algo más.

A medida que avanzaba hacia la estructura que debían destruir, Rivon sintió cómo su respiración se volvía más pesada, más controlada, pero a la vez más urgente. El deseo en su interior no lo dejaba en paz, creciendo con cada enemigo eliminado. Los disparos y los cuerpos destrozados se convirtieron en una especie de música que acompañaba ese fuego que ardía en su ser.

Finalmente, cuando llegaron al borde del campamento enemigo, Rivon hizo una señal para que su equipo se dispersara. Su objetivo era claro: debían destruir esa estructura y cortar de raíz el avance de los Zor'tha. Pero en su mente, algo más ocupaba un espacio constante.

Coloquen las cargas en la base de la estructura. Asegúrense de que no quede rastro de esto cuando hayamos terminado, — ordenó con una voz que resonaba en los canales de comunicación de los Ascendidos.

Mientras los soldados se apresuraban a cumplir con la misión, Rivon sintió que el sudor recorría su frente, mezclándose con la sangre que cubría su armadura. El deseo lo consumía, y sabía que al final de la batalla necesitaría satisfacerlo. Cada vez que derramaba sangre, su cuerpo clamaba por liberar esa energía de otra manera. No había sentido de culpa ni remordimiento en él; esto era lo que era, lo que siempre había sido.

Los Ascendidos terminaron de colocar las cargas explosivas, y Rivon activó el detonador sin pensarlo dos veces. La estructura comenzó a colapsar, los escombros cayendo en todas direcciones mientras los Zor'tha restantes intentaban escapar en vano.

Con la misión cumplida, Rivon dirigió una última mirada al campo de batalla. El olor a pólvora y carne quemada llenaba el aire, y la sangre cubría el suelo como un río oscuro. Pero para él, esto era solo el preludio de lo que vendría después. Su cuerpo seguía pidiendo más, no solo de la guerra, sino de todo lo que venía con ella.

Regresen a la base, — ordenó con frialdad, mientras comenzaban a retirarse.

Mientras se dirigían de vuelta al campamento, Rivon apenas podía contener el deseo creciente que sentía. Sabía que una vez en la base, encontraría el modo de satisfacer esa necesidad. Los esclavos asignados a los Ascendidos estaban allí para eso, y él no pensaba reprimirse más.

El combate lo había alimentado,

De regreso en la base, Rivon apenas sentía el peso del combate. Aunque sus músculos estaban tensos por el esfuerzo, su mente no estaba en el cansancio, sino en el deseo intenso que se agitaba dentro de él. La sangre derramada, los cuerpos destrozados, todos esos recuerdos de la batalla reciente lo habían despertado de una manera más profunda. Ese ardor que se avivaba tras cada enfrentamiento, una necesidad primitiva que reclamaba ser satisfecha, lo consumía por completo.

Al caminar por los oscuros pasillos del barracón, su mirada buscaba lo que necesitaba. Los Ascendidos y los legionarios se reorganizaban tras el combate, pero Rivon ya tenía un propósito distinto en mente. Pasó junto a un grupo de esclavas, asignadas a tareas mundanas, y sus ojos se posaron en una joven, una chica que evitaba levantar la mirada, claramente consciente de su lugar en la jerarquía. No necesitaba palabras.

, — dijo Rivon, su voz baja pero autoritaria, señalándola con un leve movimiento de la mano.

La joven esclava no vaciló. El miedo la atravesaba, pero en su mundo, la obediencia era lo único que le aseguraba la supervivencia. Con pasos tímidos, lo siguió en silencio, sus movimientos tensos, pero resignados. Sabía cuál era su destino, como lo sabían todas las esclavas del Imperio. No había escapatoria, y resistirse solo traería dolor.

Rivon la guió hasta su habitación sin prisa, sin palabras innecesarias. El sonido de sus botas resonaba en el suelo metálico del pasillo mientras la mente de Rivon se enfocaba en lo que vendría. La puerta se cerró tras ellos, la penumbra de la habitación envolviéndolos al instante. La luz suave proyectaba sombras que parecían danzar en las paredes, creando un ambiente cargado de tensión. Rivon se quitó el casco, su rostro aún manchado de sudor y polvo de la batalla, pero sus ojos brillaban con un deseo feroz, latente y palpable.

La esclava no levantaba la vista. Sabía lo que sucedería, y el miedo y la resignación marcaban cada uno de sus movimientos. Rivon no prestaba atención a sus emociones. Solo había un objetivo en su mente: satisfacer esa necesidad abrumadora que lo consumía tras cada batalla. El combate lo encendía, despertaba lo más primitivo y oscuro en su interior, y esa parte demandaba ser saciada.

Sin perder tiempo, Rivon avanzó hacia ella. Su mano se cerró alrededor de su muñeca con firmeza, sin dar lugar a dudas sobre lo que ocurriría. La joven esclava dejó escapar un jadeo involuntario, su cuerpo temblando al contacto, pero no se atrevió a resistirse. Su respiración se aceleró, el miedo transformándose en una tensión palpable en su cuerpo mientras Rivon la empujaba hacia la cama con brusquedad. Sus rodillas tocaron el suelo, y sus manos temblorosas buscaron apoyo en el colchón.

Rivon no mostró ninguna emoción. Sus movimientos eran rápidos, precisos, guiados por el instinto más básico. Su cuerpo se inclinó sobre el de la esclava, y la joven temblaba bajo él, su piel erizándose al contacto de sus manos. El miedo era palpable en cada uno de sus jadeos, que intentaba contener en vano. Su respiración era irregular, sus ojos cerrados con fuerza mientras intentaba soportar la presión que aumentaba con cada segundo.

Los gemidos involuntarios de la joven comenzaron a llenar el aire, un eco suave y tembloroso en la habitación oscura. Sus manos aferradas a las sábanas, sus piernas temblorosas, y su cuerpo reaccionando instintivamente ante la fuerza implacable de Rivon. La respiración de Rivon permanecía controlada, cada movimiento suyo era decidido, cargado de poder. El sudor recorría su piel, pero no había emoción en su rostro; solo la necesidad de tomar lo que quería.

La esclava intentaba reprimir los sonidos que salían de sus labios, pero su cuerpo la traicionaba. Los gemidos se intensificaban, su pecho subía y bajaba rápidamente, y su cuerpo convulsionaba ligeramente bajo la presión. No había escapatoria para ella. Cada vez que trataba de contener sus reacciones, un nuevo movimiento de Rivon la obligaba a soltarse. Los espasmos involuntarios de su cuerpo lo delataban.

Rivon no se detenía, sus movimientos cada vez más firmes, mientras el control total sobre la situación lo envolvía por completo. La esclava jadeaba, su cuerpo temblaba incontrolablemente, y cada segundo que pasaba, su sumisión se hacía más evidente. Su voz rota, incapaz de contener los gemidos de dolor y agotamiento, solo confirmaba lo inevitable. Pero para Rivon, esto no era más que reafirmar su dominio. No había ternura, solo la manifestación física del poder que él ejercía sobre todo lo que le rodeaba.

Cuando terminó, soltó a la esclava sin decir una palabra, dejándola caer sobre la cama. Su cuerpo temblaba aún, sus piernas apenas podían sostenerla mientras intentaba recobrar el aliento. Los gemidos se habían convertido en suaves jadeos mientras el sudor cubría su piel, y la oscuridad de la habitación parecía oprimirla aún más.

Sin mirarla, Rivon se apartó. La joven esclava se levantó con dificultad, su cuerpo tembloroso mientras recogía sus ropas apresuradamente. Sabía que había cumplido su papel, y sin atreverse a decir nada, salió de la habitación tan rápido como pudo, sin un solo vistazo hacia atrás.

Rivon permaneció inmóvil, su respiración aún controlada. No necesitaba palabras. El poder lo era todo, y la necesidad que lo había carcomido tras la batalla estaba, por ahora, saciada. Se colocó de nuevo el casco, la armadura volviendo a cubrir su cuerpo como una extensión natural de su piel.

Antes de salir de la habitación, se tomó un momento para mirar la oscuridad a su alrededor, consciente de que la guerra, al igual que ese deseo, nunca se detenía. Las batallas volverían pronto, y él, como siempre, estaría listo.

Sus pasos resonaron en los pasillos metálicos cuando dejó la habitación