El ascenso llegó sin ceremonias, como solían hacerlo las cosas dentro de la Mano. No hubo discursos grandilocuentes ni celebraciones, solo una notificación silenciosa que llegó a Rivon a través de los canales oficiales de la fortaleza. A partir de ese momento, ya no era un soldado raso entre los Ascendidos Menores. Ahora, como sargento, su responsabilidad se expandía considerablemente, y su poder dentro de la jerarquía militar se consolidaba.
El cambio se sintió rápidamente. Los superiores lo observaron con nuevos ojos, mientras que sus compañeros Ascendidos ahora le mostraban un respeto aún más evidente. Rivon aceptaba el cambio sin dejar entrever sus verdaderos pensamientos, manteniendo su actitud fría y controlada. Sabía que este ascenso era solo un paso más hacia el destino que estaba forjando para sí mismo.
Su nueva posición trajo consigo más que autoridad en el campo de batalla. Como sargento, se le asignó una residencia privada en la zona destinada a los oficiales de la fortaleza. El edificio, una casa de dos plantas situada en el centro de un área resguardada, era un símbolo de su estatus. Allí viviría con Sera y Lyra, alejados de la vida militar diaria, pero siempre cerca del poder que él anhelaba.
El traslado a su nueva vivienda fue rápido y eficiente. Los vehículos militares llevaron sus pertenencias y a las dos mujeres al lugar sin demora. Rivon caminaba al frente, sin necesidad de supervisar el proceso. La vivienda que ahora ocupaban era una estructura sólida, construida para aquellos que habían demostrado su valía. La entrada principal daba a un pequeño salón, mientras que en la planta superior había dos dormitorios y un baño, reservados exclusivamente para la comodidad de Rivon y Sera.
La diferencia con respecto a sus alojamientos anteriores era palpable. Aquí, los techos eran altos, los espacios amplios, y las ventanas ofrecían vistas directas a las torres de la fortaleza, siempre vigilantes. La decoración era austera, pero cada detalle estaba diseñado para reflejar la importancia de quienes vivían allí. No había lujos innecesarios, pero tampoco carencias. En el planeta de la Mano, el poder se manifestaba en la eficiencia.
— Es... más de lo que esperaba — comentó Sera en voz baja, observando la habitación que compartirían. A pesar de los cambios en su vida, no había perdido su timidez ni su recelo hacia el poder que ahora ostentaba su hermano. Sera sabía que su situación actual dependía completamente de Rivon, pero no podía evitar sentirse extraña en ese nuevo entorno.
— Nos lo hemos ganado — respondió Rivon con voz firme. Él no veía el traslado como algo extraordinario, sino como una simple consecuencia de su ascenso.
Lyra, como siempre, se mantuvo en silencio, ubicándose en una pequeña habitación en la planta baja, cerca de la cocina y las áreas de servicio. Su papel no había cambiado, aunque Rivon notaba que, en ese nuevo entorno, su presencia se volvía más discreta, casi invisible. Sabía que la sumisión de Lyra no era solo física; con el tiempo, ella se había convertido en una extensión de su voluntad. Sus deseos eran cumplidos sin necesidad de palabras.
Al anochecer, después de un día de ajuste a la nueva vivienda, Rivon se sentó en el pequeño despacho que ahora ocupaba en el piso superior de la casa. Las paredes de acero gris y los muebles minimalistas le recordaban que, aunque tenía más comodidades, su vida seguía siendo la de un soldado. La única diferencia era que ahora tenía más control sobre los que le rodeaban.
Mientras se acomodaba en el sillón, su mente comenzó a repasar las responsabilidades que venían con su nuevo rango. Ahora, como sargento, tenía autoridad sobre un grupo de Ascendidos Menores, encargándose de sus asignaciones y asegurándose de que cada misión se llevara a cabo con precisión. Sabía que el peso de ese poder recaía sobre sus hombros, pero para Rivon, era una carga que estaba más que dispuesto a llevar.
Al final de la noche, cuando el silencio envolvía la fortaleza, Rivon descendió las escaleras y se encontró con Lyra esperándolo. Sabía que en su nuevo estatus como oficial, ella sería aún más importante para su vida diaria. No solo por sus tareas como esclava, sino por lo que representaba: el control absoluto que ejercía sobre aquellos que lo rodeaban.
— Prepara la cena para nosotros — ordenó con calma, y Lyra se apresuró a cumplir con su orden.
Rivon observaba todo con una calma calculada, mientras su mente evaluaba las posibilidades que su nueva posición le ofrecía. El poder en esa fortaleza no se ganaba solo con la fuerza, sino con la astucia, y ahora, más que nunca, Rivon estaba dispuesto a usar ambos para ascender más alto.
La noche avanzaba lentamente, y mientras se sentaba para cenar, supo que ese era solo el comienzo de un camino que lo llevaría a dominar no solo el planeta de la Mano, sino algo mucho más grande.
La mañana siguiente al ascenso, Rivon se levantó temprano, como era su costumbre. A diferencia de muchos de los oficiales, él mantenía la rutina de dormir con su armadura cerca. Solo la quitaba en los momentos esenciales, tal como había hecho desde que la había recibido. Para Rivon, la armadura era más que una simple protección; era una extensión de su cuerpo, una representación de su poder y control.
Mientras el planeta de la Mano despertaba lentamente, los sonidos de las sirenas y el movimiento de los vehículos militares marcaban el inicio de un nuevo día. Sera seguía durmiendo en la habitación superior, mientras que Lyra ya había comenzado su jornada silenciosa, preparando todo lo necesario para que Rivon pudiera cumplir con sus nuevas responsabilidades.
La casa asignada a los oficiales era espaciosa y cómoda, pero Rivon no permitía que esos lujos alteraran su enfoque. Desde que había sido ascendido, sabía que cada movimiento sería observado, cada decisión evaluada. El poder y la autoridad venían con un precio, y él estaba dispuesto a pagarlo. Se colocó la armadura con movimientos mecánicos y precisos, ajustando cada pieza hasta que sintió el peso familiar sobre su cuerpo. Aunque ahora tenía el rango de sargento, su comportamiento no había cambiado.
Bajó las escaleras y se dirigió al pequeño despacho en la planta baja, donde se aseguraría de revisar los informes que le habían llegado sobre las asignaciones de sus hombres. La nueva responsabilidad de comandar a otros Ascendidos Menores le daba acceso a información que antes le había sido negada. Sabía que esta era una oportunidad de estudiar mejor los movimientos de la Mano y, con ello, de aprender cómo escalar más alto en la jerarquía.
Lyra, que ya había preparado la primera comida del día, lo observaba en silencio desde la cocina. Aunque su vida había cambiado desde que llegaron al planeta, su rol dentro de la casa se había vuelto una rutina. No hablaba a menos que se le pidiera, y sus ojos estaban siempre en el suelo cuando Rivon estaba presente. La sumisión absoluta de Lyra reforzaba el control que él mantenía sobre su entorno.
— Tráeme la comida al despacho, ordenó sin levantar la vista de los informes.
Lyra obedeció sin decir una palabra, y momentos después, se presentó con una bandeja. Rivon ni siquiera la miró mientras dejaba la comida sobre la mesa, pero era consciente de su presencia. Aunque siempre llevaba la armadura, había momentos en los que permitía que Lyra cumpliera con otros deseos más personales, una rutina que ambos habían adoptado desde que vivían en el planeta. Pero, en ese momento, su mente estaba centrada en las estrategias y el control de sus hombres.
— ¿Algo más, mi señor? — preguntó Lyra, esperando instrucciones.
— No por ahora — dijo, con un tono que dejaba claro que su atención estaba completamente en los informes.
El día avanzaba, y mientras Rivon revisaba las asignaciones, recibió una notificación. Se le solicitaba en el cuartel general para una reunión con otros oficiales superiores. Este tipo de convocatorias eran comunes para los sargentos, pero él sabía que cada una de estas reuniones representaba una oportunidad para destacar y, más importante aún, para observar. A medida que su poder crecía, también lo hacía su capacidad para leer los movimientos de aquellos que lo rodeaban.
Al prepararse para salir, ajustó la parte superior de su armadura y miró brevemente a Lyra, quien permanecía en silencio junto a la puerta.
— Mantén todo en orden mientras estoy fuera — dijo antes de marcharse.
El cuartel general estaba ubicado en el centro de la fortaleza, rodeado por las murallas que defendían al planeta de cualquier posible ataque. Aunque en ese momento el planeta estaba en paz, Rivon sabía que la paz en el Imperio Celestial nunca duraba mucho. Los enemigos del Imperio siempre estaban al acecho, y las fronteras eran una fuente constante de conflicto. Pero para Rivon, estos momentos de calma eran perfectos para consolidar su influencia.
La reunión en el cuartel fue breve pero reveladora. Se discutieron las maniobras recientes y las defensas que la Mano había desplegado en los sectores fronterizos. Aunque no se esperaba una misión inmediata, la posibilidad de una nueva incursión alienígena estaba siempre presente. Rivon tomó nota de los detalles importantes, consciente de que cada fragmento de información podría ser útil en el futuro.
Al regresar a su casa, la tarde había caído sobre la fortaleza, y las luces de las torres defensivas iluminaban el cielo gris. Sera y Lyra estaban esperándolo en la sala principal, cumpliendo con sus tareas diarias. Rivon dejó la armadura sobre un soporte cercano y, por un breve momento, permitió que el cansancio se apoderara de su cuerpo. A pesar de su resistencia, sabía que incluso él necesitaba momentos para recargar sus energías.
— Todo está listo para la cena — dijo Sera desde la cocina.
Rivon la observó por un instante. A pesar del poder que había ganado, había algo en la relación con su hermana que aún lo mantenía conectado a la humanidad que alguna vez tuvo. Sabía que ella lo miraba con algo de temor, pero también con una mezcla de respeto y dependencia.
La noche transcurrió sin más incidentes, y cuando Rivon finalmente decidió descansar, lo hizo con la certeza de que, en ese planeta, su control sobre todo lo que lo rodeaba era absoluto. La fortaleza era impenetrable, y su poder, tanto físico como mental, seguía creciendo día tras día.
Al recostarse, con Sera en la habitación contigua y Lyra en su puesto habitual, Rivon sabía que estaba más cerca de alcanzar lo que siempre había anhelado: poder sin restricciones.
La fortaleza estaba tranquila hasta que las sirenas de emergencia sonaron en todo el planeta. Rivon, que había estado revisando informes en su despacho, se levantó de inmediato. Esta vez, la alerta no era un ataque directo a su propio planeta, sino una invasión en la frontera del Imperio. Los Zor'tha, una raza de conquistadores brutales y tecnológicos, habían lanzado un ataque masivo en uno de los planetas más alejados del sistema, en la región fronteriza. El nombre del planeta era Korrath, una fortaleza clave para la defensa del sector.
Rivon sabía que, aunque la invasión no era en su propio planeta, su deber como sargento de los Ascendidos Menores lo obligaba a prepararse para una movilización inmediata.
La voz de alerta resonó por los altavoces en toda la fortaleza:
— Invasión masiva de los Zor'tha detectada en el sistema Korrath. Todas las fuerzas Ascendidas de combate deberán prepararse para la movilización. Esto es una emergencia de nivel uno.
Los Zor'tha, una raza biomecánica diseñada para la invasión y destrucción masiva, no eran una amenaza menor. Su forma de atacar no era convencional; se adaptaban rápidamente a las defensas y las superaban con facilidad, utilizando tanto tecnología avanzada como su biología agresiva. En cada invasión, dejaban planetas devastados, con su población diezmada y los recursos saqueados. Eran expertos en la guerra total.
— Prepara tu equipo — le ordenó a Lyra, mientras ajustaba cada componente de su armadura. — Nos movemos pronto.
Sabía que en cuestión de horas podrían ser transportados al sistema Korrath para reforzar las defensas. La fortaleza Aurelon, su propio planeta base, era una fortaleza impenetrable, pero los planetas más alejados, como Korrath, dependían de refuerzos cuando enfrentaban amenazas de esta magnitud.
Rivon salió al exterior, donde la movilización ya había comenzado. Los vehículos militares estaban alineados, listos para cargar a los Ascendidos Menores y legionarios que serían desplegados en las naves de combate. Las naves de la Mano, colosales estructuras flotantes, ya estaban activando sus motores, preparándose para saltar a la órbita de Korrath.
El sargento Primus Karron, líder de la unidad, se acercó a Rivon mientras coordinaba los movimientos.
— Esto no es un ataque menor. Los Zor'tha han lanzado un asalto total. Korrath está aguantando, pero no durará mucho sin nuestros refuerzos. Prepárate para lo peor — dijo con un tono grave.
Rivon asintió sin palabras, pero comprendía la gravedad de la situación. Los Zor'tha no eran enemigos que dieran cuartel. Ellos no conquistaban para gobernar, conquistaban para destruir. Su biología avanzada les permitía transformarse en armas vivientes, mientras que sus naves de guerra desafiaban cualquier intento de bloqueo. En cuestión de horas, un planeta entero podía ser reducido a escombros.
Los Ascendidos Menores que lo rodeaban revisaban su equipo en silencio, pero la tensión era palpable. Rivon podía sentir en sus compañeros esa sensación de inminente catástrofe, pero también una determinación inquebrantable. Sabían lo que los esperaba en el campo de batalla: muerte, destrucción, y una lucha desesperada por mantener las líneas defensivas.
Al subir a una de las naves de combate, Rivon se colocó en su puesto designado. Las luces interiores de la nave parpadeaban, y los sistemas de vuelo ya estaban activados. El sonido metálico de los motores rugía mientras la nave ascendía lentamente desde el hangar de la fortaleza. El viaje hacia Korrath había comenzado.
Dentro de la nave, los Ascendidos Menores revisaban sus armas y hablaban en voz baja sobre la invasión. A pesar de la tensión, Rivon permanecía enfocado. Sabía que el enfrentamiento con los Zor'tha no sería fácil, pero también sabía que estaba preparado para ello. Su fuerza, su control, todo lo que había logrado hasta ahora, sería puesto a prueba en este combate.
La nave de combate avanzaba a través del espacio, acercándose rápidamente al planeta Korrath. A medida que se aproximaban, Rivon pudo ver el caos que se desataba desde las ventanas laterales. Las naves de los Zor'tha se cernían sobre el planeta, lanzando descargas de energía mientras sus fuerzas terrestres ya estaban combatiendo en la superficie. Era una escena de destrucción absoluta.
El comandante de la nave, un Primus Ascendido, habló por los altavoces:
— Prepárense para el desembarco. Todos los Ascendidos serán desplegados en las murallas de la fortaleza de Korrath. Nuestra misión es reforzar las defensas y detener el avance de los Zor'tha. La retirada no es una opción.
Rivon se levantó de su asiento, con la armadura lista para el combate. Esta no sería una misión fácil, pero sabía que el Imperio dependía de la Mano para detener invasiones como esa. Y en su mente, solo una cosa estaba clara: sobrevivir y asegurarse de que los Zor'tha no tomaran Korrath.
Cuando la nave aterrizó en el planeta devastado, Rivon sintió el impacto del calor y las explosiones que sacudían la atmósfera. La batalla por Korrath había comenzado, y los Ascendidos Menores estaban en el centro de la tormenta.