El ambiente a bordo del Némesis de Helion era muy diferente al de la nave legionaria donde habían estado antes. Aquí, todo estaba controlado, meticulosamente organizado, y las figuras que se movían por los pasillos no tenían el aire relajado de los legionarios. Los Ascendidos Menores que formaban la tripulación de esta nave eran completamente distintos: fríos, calculadores, y casi carentes de emociones visibles.
Rivon observaba todo a su alrededor con una mezcla de fascinación y precaución mientras él y Sera eran escoltados hacia una sala de interrogatorios. Sabía que este momento llegaría, y estaba preparado. Les había dicho a Sera lo necesario: ahora eran ciudadanos, y debían comportarse como tales. Su historia estaba clara. Sabía lo que dirían y cómo lo dirían.
La puerta de la sala se deslizó con un suave zumbido, revelando un espacio austero. Las paredes estaban hechas de metal pulido y frío, iluminadas por una luz blanca que hacía que todo pareciera aún más deshumanizado. Dos sillas estaban colocadas en el centro, esperando por ellos. Al otro lado de la mesa, tres oficiales de la Mano esperaban en silencio. Ascendidos Superiores, a juzgar por sus armaduras ligeramente más ornamentadas que las de los soldados comunes. Eran figuras imponentes, y aunque sus cascos estaban puestos, Rivon podía sentir la intensidad de sus miradas.
— Siéntense — dijo uno de ellos, con una voz profunda y autoritaria.
Rivon y Sera obedecieron en silencio, tomando asiento frente a los tres oficiales. El ambiente estaba cargado de tensión, pero Rivon mantuvo la calma. Sabía que no podían mostrar debilidad.
— Identifíquense — exigió el mismo oficial. Su tono no era agresivo, pero sí extremadamente directo, como si estuviera pidiendo algo tan trivial como una simple estadística.
— Rivon y Sera, ciudadanos del Imperio — respondió Rivon con seguridad, mirándolos directamente. Sabía que cuanto más convincente fuera, menos dudas surgirían.
El oficial asintió, como si estuviera verificando algo en su mente.
— Relaten lo ocurrido en la nave W-09.
Rivon intercambió una breve mirada con Sera antes de hablar. La historia que había preparado estaba lista.
— Todo comenzó cuando la nave empezó a temblar — explicó. — De repente, las tuberías comenzaron a explotar por los pasillos, las luces fallaban, y la gente entró en pánico. Intentaron correr hacia las cápsulas de escape. Los gritos… todo fue caos. — Rivon hizo una pausa, como si estuviera reviviendo el horror de ese momento. Sabía que el drama añadido a su relato ayudaría a convencerlos.
— Algunos empezaron a matarse entre ellos, continuó. — La desesperación los llevó a la violencia. Todos querían escapar, pero no había suficientes cápsulas. Estábamos atrapados. — Hizo un gesto hacia Sera, como para añadir peso a lo que venía después. — La encontré entre los escombros y la llevé a una cápsula. Apenas logramos salir antes de que la nave se destruyera.
Los oficiales lo escuchaban en silencio, sin reaccionar, como si estuvieran procesando cada palabra con una precisión quirúrgica. Rivon sabía que estaban entrenados para detectar mentiras y manipulación, pero también estaba seguro de que no había cometido ningún error. Su historia era convincente.
— ¿Y qué causó las explosiones? — preguntó el segundo oficial, su tono igual de carente de emoción.
Rivon sacudió la cabeza, fingiendo confusión.
— No lo sé — admitió. — Todo sucedió tan rápido. La nave simplemente… comenzó a fallar.
El tercer oficial se inclinó hacia adelante, hablando por primera vez.
— Eran legionarios, ¿verdad? — preguntó, aunque no era una pregunta real. Ya sabían la respuesta.
Rivon asintió. — Sí, legionarios comunes.
El oficial que había hablado primero se levantó y caminó lentamente alrededor de la mesa, mirando a Rivon y Sera desde todos los ángulos. Rivon sintió cómo los ojos del hombre lo evaluaban, buscando cualquier signo de inconsistencia, pero no se permitió mostrar ningún rastro de nerviosismo. Sabía que tenía que ser perfecto en su comportamiento.
Finalmente, el oficial se detuvo.
— Esta es una nave de la Mano — dijo en voz baja, pero con una autoridad que llenaba el espacio. — Nuestra misión es proteger al Imperio Celestial de todo lo que lo amenace. Somos la línea entre la humanidad y su destrucción.
Rivon lo observó con atención, sabiendo que cada palabra que decía era importante.
— La frontera es un lugar peligroso, continuó el oficial. — Y no solo por las razas alienígenas que acechan fuera del Imperio. Hay otras amenazas, cosas que los legionarios no pueden manejar. Por eso existimos.
El silencio en la sala se volvió aún más denso. Rivon entendió lo que estaba en juego. La Mano no solo estaba ahí para mantener el orden; eran la barrera final entre la humanidad y la aniquilación total. Los Ascendidos de la Mano no eran simples soldados, eran los guardianes del Imperio, aquellos que eliminaban cualquier amenaza antes de que pudiera crecer.
— ¿Sospechan de algo? — preguntó Rivon, sabiendo que debía mostrarse respetuoso, pero no débil.
El oficial lo miró fijamente.
— Todo en la frontera es peligroso, dijo finalmente. — Ustedes han sido rescatados, y se les llevará al planeta más cercano para que se evalúe su situación. — El oficial hizo una pausa, mirando a ambos con seriedad. — Si hay algo más que debamos saber, ahora es el momento de decirlo.
Rivon negó con la cabeza, manteniéndose firme. — Nada más que lo que ya hemos dicho.
El oficial lo observó durante unos segundos más antes de asintir.
— Entonces prepárense. Partimos en una hora.
Con esas palabras, los oficiales de la Mano se levantaron y salieron de la sala, dejando a Rivon y Sera solos. Rivon dejó escapar un leve suspiro, relajándose un poco.
— ¿Crees que nos creen? — preguntó Sera, su voz baja pero cargada de preocupación.
Rivon la miró, manteniendo su expresión seria.
— Lo único que importa es que ahora somos ciudadanos. Hicimos lo necesario para sobrevivir, y ahora, seguimos adelante.
Aunque las preguntas de los oficiales lo habían inquietado un poco, Rivon sabía que no había cometido ningún error. Habían sido rescatados por una de las flotas más poderosas del Imperio, y ahora tenían la oportunidad de usar eso a su favor.
Mientras se preparaban para ser trasladados al siguiente destino, Rivon no pudo evitar pensar en el futuro. Habían pasado la primera prueba, pero muchas más les esperaban.
Los pasillos del Némesis de Helion eran más silenciosos de lo que Rivon esperaba. Después del interrogatorio, él y Sera fueron escoltados de regreso a sus habitaciones, donde el ambiente frío y calculado de la nave seguía recordándoles que estaban en el corazón de la Mano, la fuerza élite del Imperio Celestial.
Rivon sabía lo que representaba la Mano: eran los salvadores de la humanidad, aquellos que protegían a los ciudadanos del Imperio de los alienígenas hostiles que intentaban infiltrarse o destruir lo que habían construido. Cuando los legionarios comunes se veían superados, la Mano intervenía, y su llegada era sinónimo de esperanza para los soldados en las líneas del frente.
— ¿Crees que lo que dijimos fue suficiente? — preguntó Sera, su voz cargada de tensión mientras se acomodaba en su litera.
Rivon asintió, manteniéndose tranquilo. Sabía que había jugado sus cartas correctamente. El interrogatorio había sido intimidante, pero su historia era sólida. Ahora eran ciudadanos y, más importante aún, estaban bajo la protección de la Mano.
— No hay razón para que sospechen — dijo, su tono firme. — Nos comportamos como debíamos. Ahora estamos a salvo aquí.
Sera asintió, pero no podía ocultar del todo su preocupación. Sabía lo que significaba estar a bordo de una nave de la Mano. Los Ascendidos Menores y Superiores no eran soldados ordinarios. Eran guerreros que, tras haber sido mejorados genéticamente y entrenados en las más duras condiciones, servían como la última línea de defensa. No tenían emociones visibles, no dudaban y no temían, porque su misión no era solo luchar, sino garantizar la supervivencia de la humanidad a cualquier precio.
— Esta nave es como una fortaleza voladora — continuó Rivon, observando a su hermana. — Y estamos en ella. Aquí estaremos bien. Si hay algo que temer, son las razas alienígenas más allá de la frontera, pero estos soldados son los mejores. No estamos solos.
Sera lo miró en silencio, asimilando sus palabras. Sabía que tenía razón. La Mano no solo salvaba a los legionarios cuando estaban en problemas, sino que intervenían en las guerras más críticas contra las razas alienígenas que amenazaban los sistemas imperiales. Su presencia era lo que garantizaba que los ciudadanos del Imperio pudieran dormir tranquilos.
— Los legionarios no podrían resistir sin ellos, murmuró Sera, su voz llena de reconocimiento. — Vi cómo luchaban cuando nos evacuaron... no hay comparación.
Rivon asintió, recordando las imponentes figuras de los Ascendidos. Eran más que simples humanos. Con sus armaduras tecnológicas, se movían como seres divinos, inmutables en su tarea. Eran la mano del Imperio, protegiendo lo que quedaba de la humanidad.
Durante los días que siguieron al interrogatorio, Rivon y Sera mantuvieron un perfil bajo en la nave. Rivon se aseguraba de no llamar la atención, mientras los Ascendidos Menores se movían como sombras silenciosas, cumpliendo sus misiones sin interacción directa con los civiles. Aunque no sabían cuánto tiempo estarían en la nave antes de ser llevados al siguiente destino, sabían que estaban a salvo por ahora.
La Mano no solo combatía las incursiones alienígenas, sino que también intervenía para evitar que la humanidad cayera en el caos. Rivon había oído historias de cómo los legionarios se desmoronaban en las guerras más intensas, solo para ser rescatados por la llegada de una flota de la Mano, destruyendo a las fuerzas alienígenas con precisión y sin piedad.
Sera se quedó dormida rápidamente esa noche, pero Rivon no podía evitar seguir pensando en lo que el futuro les deparaba. Habían logrado sobrevivir y ahora eran ciudadanos, pero sabía que su plan estaba lejos de completarse. Ahora que estaban a salvo, debían centrarse en el siguiente paso: subir en la jerarquía del Imperio.
Mientras miraba el vacío del espacio a través de la ventana de su habitación, Rivon entendió algo crucial. La Mano representaba poder. Un poder que podría usar a su favor si jugaba bien sus cartas. Sabía que tenía que moverse con cuidado, pero también sabía que el poder estaba allí para ser tomado. Y ahora, más que nunca, estaba decidido a reclamar lo que siempre le había sido negado.
Pocos días después del interrogatorio, Rivon y Sera fueron llamados a la sala de reuniones de la nave. Al llegar, fueron recibidos por uno de los Ascendidos Menores, quien los miró con una frialdad que ya comenzaban a reconocer como parte de la rutina a bordo del Némesis de Helion.
— Hemos revisado sus registros — dijo el Ascendido Menor con una voz plana y mecánica. — Están confirmados como ciudadanos del Imperio. Sin embargo, debido a la distancia de nuestro destino, no podrán estar en un planeta en al menos cuatro meses. Durante ese tiempo, serán reasignados a tareas a bordo de la nave.
Sera intentó disimular su sorpresa, pero Rivon se mantuvo impasible. Sabía que esto no iba a ser sencillo, pero cuatro meses de tareas en una nave de la Mano no era lo que esperaba. Aún así, era mejor que volver a la vida de esclavitud.
— ¿Qué tipo de tareas? — preguntó Rivon, manteniendo la calma en su tono.
El Ascendido Menor lo observó por unos segundos antes de continuar.
— Como ciudadanos, estarán sujetos a las normas de la nave. Se les asignarán labores de mantenimiento, apoyo logístico y cualquier otra función que requiera mano de obra cualificada. En cuanto a la defensa personal, se les permitirá portar el armamento estándar de los legionarios, pero solo podrán usarlo en caso de una emergencia real.
Rivon asintió, aceptando la información. Un arma era un símbolo de poder en sí mismo. Si bien Sera no estaba acostumbrada a esa idea, él veía esto como un pequeño avance. Tenía un arma, y con ella, una forma de defenderse si la situación lo requería.
— ¿Qué misión tiene la nave? — preguntó Sera, algo más ansiosa. — ¿Vamos hacia algún lugar peligroso?
El Ascendido Menor no mostró ninguna reacción ante la pregunta.
— La misión de esta nave es la defensa de un planeta clave en la frontera. Esa es toda la información que necesitan saber. Sus deberes no están relacionados con la misión principal. Deben seguir sus asignaciones y cumplir con las normas a bordo.
Con esas palabras, el oficial les entregó sus nuevos identificadores y se marchó sin decir nada más. Rivon miró los dispositivos con una mezcla de interés y resignación. Sabía que, aunque eran ciudadanos, seguían siendo muy insignificantes dentro de la vasta maquinaria imperial.
— Cuatro meses aquí… — murmuró Sera, tratando de procesar la noticia. — Supongo que podríamos haber tenido peor suerte.
Rivon no dijo nada de inmediato, pero sus pensamientos giraban en torno a lo que este nuevo periodo significaría para ellos. Aunque estaban atrapados en la nave, estos meses podrían ofrecerle oportunidades para avanzar en su propio plan, y para explorar lo que realmente ocurría dentro de las naves de la Mano.
Durante las primeras semanas, Rivon y Sera fueron asignados a trabajos de mantenimiento y logística. Rivon supervisaba el transporte de suministros dentro de la nave, mientras que Sera se encargaba de tareas de menor riesgo, como el mantenimiento de las cámaras de almacenamiento. Ambos pasaban la mayor parte del tiempo en áreas de trabajo apartadas, donde los ciudadanos y los esclavos compartían las mismas tareas. A pesar de su nuevo estatus, no podían evitar ser testigos de la dureza del sistema en el que vivían.
Los esclavos en la nave estaban sometidos a un control absoluto, tratados como herramientas desechables para mantener la maquinaria funcionando. Rivon había visto cómo los supervisores de los esclavos castigaban a los que cometían errores, usando dispositivos de control dolorosos que aseguraban la obediencia a través del sufrimiento.
Rivon también comenzaba a notar el ambiente sádico que reinaba en ciertos sectores de la nave. Los soldados de la Mano, aunque fríos y eficientes, no eran ajenos a los placeres crueles que el poder les otorgaba. Había momentos en que los soldados usaban a los esclavos de manera despiadada, particularmente a las esclavas, para satisfacer sus deseos más oscuros. Rivon no intervenía; sabía que cualquier acción en defensa de los esclavos podría traer consecuencias mortales.
Una noche, mientras realizaba sus tareas de mantenimiento en uno de los pasillos oscuros de la nave, Rivon vio a dos soldados Ascendidos apartando a una esclava hacia una habitación oscura. Aunque Rivon no podía ver todo lo que ocurría dentro, los sonidos y las risas sádicas que provenían de la habitación eran suficientes para entender. Esto era el Imperio: brutal, despiadado, y lleno de placeres oscuros para aquellos que tenían poder.
Rivon cerró los puños, pero no hizo nada. Era parte de este mundo ahora, y sabía que enfrentarse a esos soldados sería un error fatal. Solo observaba y aceptaba la realidad.
Con el paso del tiempo, Rivon comenzó a practicar con el arma que le habían asignado. Aunque no era un Ascendido, sabía que tenía que familiarizarse con las herramientas de los legionarios si quería estar preparado para cualquier eventualidad. La rutina de trabajo lo mantenía ocupado, pero su mente siempre estaba buscando formas de aprovechar su nueva situación.
A medida que los días pasaban, Rivon y Sera se adaptaban a la vida a bordo de la nave, pero Rivon sabía que estos cuatro meses solo serían el principio. Había oportunidades escondidas en cada rincón de la nave, y Rivon no estaba dispuesto a dejar que se escaparan**. El poder ya no era una cuestión de si lo tomaría, sino de cuándo.